José, que está
orando, siente que lo ahoga la angustia,
Ni en el mesón, ni en las casitas tan humildes de los parientes de él,
en la que todos duermen en un mismo cuarto, hay lugar para ellos. "¿Las
cuevas, de que nos habló un buen hombre de la posada? Ni pensarlo".
José las conoce bien. ¿ Voy a meter a María en aquellos
agujeros oscurísimos, helados, entre las peñas, ¡Ni pensarlo!
- ¡Señor! ¡ilumíname! ¿Qué hago con
María esta noche?
María está en continua oración; sentada en el burrito,
ora y espera.
De pronto llama a José:
- ¿Y si el Padre celestial quisiera que el niño naciera en una
de esas cuevas?.
José se queda mudo, Luego siente que ya. habló Dios,
Sin dudar en lo más mínimo, besa la mano de María, coge
las riendas del burro y se dirige a las cuevas,
A la escasísima luz de su linterna, barre una de 1Ias, amontona hierba
seca en un rincón para que descanse María y enciende una hoguerita
para que mitigue el frío.
Es media noche. Silencio absoluto.
José está en profunda oración.
Pero de pronto siente. Sí, siente pasado en el fondo de la gruta.
- ¡José! - es la voz trémula de María.
Descuelga él la linterna y se acerca.
- Pero. ¿es posible ?
Por un momento se queda inmóvil. ¡En aquella soledad, en aquel
desamparo el Hijo de Dios, hecho un niño, acaba de nacer sobre la tierra!
.
Se postra con el rostro en el suelo.
María no aparta los ojos de la carita del niño.
Nació milagrosamente. Lo tiene envuelto en un lienzo de lino y en un
cobertorcito de lana.
- El niño la mira a ella
y ella lo mira sin pestañear.
Están en diálogo esos dos corazones.
¡Dios mío!, tus obras nos dejan anonadados de asombro - Nos lo
dice el apóstol San Pablo: En Cristo, habita toda la plenitud de la divinidad
corporalmente.