Lleva María su cesto
de ropa y de la mano, a Jesús. Van al arroyo.
Es muy de mañana.
La vocecita del niño suena como gorjeo de pájaros. María
le sonríe. (Cuando María sonríe, su rostro es de cielo).
María, de rodillas, se pone a lavar Jesús, descalcito, busca entretenimiento.
Hay maripositas blancas que vuelan a muy poca altura; las ve Jesús; pero
vuelan muy aprisa, no intenta cogerlas.
Se acerca a la orilla del arroyo; hay allí algo así como una laguna
en miniatura y en ella, ranitas de color verde, muy claro. Jesús las
mira y se le van los ojos. Esas sí las puede coger, están ahí,
cerquita. Mete las manos y se le escapan. Espera un poco; ahí viene una.
Otra vez un intento, y
se le escapa.
Cuando vuelve al lado de su madre va todo lloroso, con la ropa mojada; no pudo
coger ninguna
Pero ya es hora de volver.
Van aprisa. En el brazo izquierdo lleva ella el canasto de ropa lavada.
Para llegar más pronto, carga a Jesús con el brazo derecho.
La carita del niño va junto a la de su madre. El habla mucho; nadie entendería
la que dice; sólo su madre lo comprende; se miran los dos sonriendo...