Veía el infeliz enfermo
cómo cada día la lepra iba invadiendo su cuerpo.
De sus orejas se desprendían pedazos, lo mismo que de sus labios y de
su nariz.
Empezaban ya a deformarse sus dedos; un día se le desprendió un
pedazo.
No pudo ya ocultar su mal; tuvo que empezar a vivir fuera de la ciudad, en despoblado.
Parientes y extraños lo abandonaron casi en un solo día. ¡La
vida que le esperaba!
A los 1eprosos, desde lejos les echaban trozos de comida.
Aquel infeliz llevaba ya largo tiempo de soportar ese género de vida.
.. Tenía ya todo el cuerpo cubierto de lepra.
Uno de tantos días, vio venir un grupo numeroso: de gente. Preguntó
a gritos de qué se trataba. La respuesta fue maravi11osa; le dijeron
que eran los discípulos y los seguidores de Jesús de Nazaret.
El sabía bien que aquel Jesús de Nazaret era profeta y hacía
muchísimas curaciones. y surgió en su corazón la esperanza
de que quisiera también hacer con él una curación milagrosa
...¿Querría ?
Echó a correr para salirle al encuentro.
Se detuvo a cierta distancia; pero mostrando sus manos deformes y supuradas
y su rostro mutilado. .. y gritó con voz ya ronca, ahora trémula,
porque lloraba:
-¡Señor! ..., si tú quieres, puedes curarme -; y se dobló,
sollozando.
Jesús y toda su comitiva se detuvieron.
"¿Querría el Señor curarlo?"
El corazón de Jesús latía con una violencia desacostumbrada:
No sólo la vista de aquel desventurado que se deshacía en pedazos,
sino, sobre todo la humildad tan profunda con que le pedía el milagro;
aquel redimirse a su voluntad, a su gusto, ¿cómo no había
dé conmover hasta e1 fondo sus entrañas. ¿Cómo no
había de querer sanarlo, si lo amaba tanto?
Nadie se movía; Jesús, la fuente de la misericordia, avanzó;
puso su mano suavemente sobre la cabeza del enfermo y con voz casi maternal:
:
- ¡Sí-, le dijo-; sí quiero!- Y se quedó a su lado.
El enfermo, que estaba de rodillas, como si despertara de un sueño, empezó
a tocarse toda la cara, los labios, la nariz. ..; se miraba los dedos, ahora
completos. ..Se puso en pie y paseó sus manos bajo la ropa. .. Todo él
estaba sano, ¡sano!
Cayó de nuevo de rodillas, con las manos juntas frente al pecho. No podía
pronunciar palabra, sollozaba; y, a través de las lágrimas, miraba
al Señor. ..
-¡Levántate, hijo! ...Busca luego a los sacerdotes, ofrece el sacrificio
que ordena la ley y pídeles el certificado de tu curación.
Había entre los que presenciaron el milagro dos mujeres de clase humilde,
que hablaban en voz baja.
Una de ellas, de semblante apacible, con algunas canas ya en el pelo, decía:
- Así hay que pedir los favores: "Señor, si tú lo
quieres. ..
- No-, replicó la otra con viveza -; porque entonces, si Dios no lo quiere,
no sirve de nada la petición.
La primera se le quedó mirando con una sonrisa bondadosa y añadió:
- Y si Dios no quiere lo que pido, ¿para qué lo quiero yo ?