Naím.
(Lc 7, 11-17)

El dolor de aquella pobrecita viuda era como para acabar con su vida. ¡Su hijo, su único hijo, la única compañía para su existencia..., muerto en la flor de la edad!
Arrastraba los pies al lado del féretro, que conducían cuatro hombres.
Mucha gente amiga la acompañaba.
Resonaba el aire de la tarde con aquellos lamentos de las plañideras. Pero ella nada oía, nada veía, caminaba sin mirar. ¡Su muchacho, su tesoro! ...¡Se fue! ...
Se acercó a ella un hombre y le dijo, casi al oído: -Ya no llores-. ¡Con un tono muy dulce, impregnado de cariño!
Se levanta ella el velo del rostro y se miran los dos. ...
El se dirige entonces al féretro y pone la mano en la orilla, como para detenerlo.
" ¿Será posible?", se dice ella " ¡Ese hombre va a hacer algo! "
Los que cargan ataúd, que va descubierto, se detienen. Sin saber por qué, lo depositan en tierra.
Silencio profundo. La multitud que acompaña a la madre desolada, la otra multitud que viene con Jesús, los flautistas, las plañideras, todos callan asombrados.
A la pobre madre se le quiere saltar el corazón del pecho. " ¡Algo va a hacer ese hombre! ¿Será posible?"
Y se oye la voz firme, sonora, de aquel desconocido, tan sereno, que le acaba de decir: "Ya no llores" ...Ahora se oye de nuevo esa voz, pero en tono de mando :
-¡Muchacho!...A ti te lo digo: ¡Levántate!
Y el que estaba muerto se endereza. .. Sentado en el ataúd, se quita con las dos manos atadas, el sudario que envolvía su cabeza; mira a todas partes con ojos muy abiertos. Ayudado por el Señor se pone en pie y sigue mirando en torno suyo.
La madre está ahí, a dos pasos, de rodillas sobre, la tierra, con la cabeza caída sobre el pecho...; tiembla de pies a cabeza y se pregunta si no está soñando.
Se acercan el Señor y el hijo que ha vuelto a la vida para levantarla.
Se miran hijo y madre un momento; luego se arrojan en brazos uno del otro y sollozan sin poder articular palabra.
En la multitud que ha presenciado todo, hay algo parecido al terror. Se miran unos a otros sin hablar.
De pronto estalla una voz de mujer:
-¡Bendito sea el Altísimo, Señor de vivos y ti muertos! ¡Bendito sea nuestro gran Dios!
Y comienzan a corear las voces de hombre y de mujer.
La madre del resucitado mira y remira a éste, le aprieta los brazos, las mejillas... ¡Es él... En carne blanda y caliente!
Con el mismo pensamiento se ponen ambos de rodillas frente al Señor. No pueden hablar, sólo lo miran, lloran, le cubren de besos las manos y las estrechan contra sus corazones.
Y el Señor llora también... de gozo y de amor.