EL ESPÍRITU SANTO: ¿QUIEN ES?

Introducción


De pequeños fuimos bautizados "En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" y desde ese momento, podemos decir, nuestra vida Cristiana es esencialmente Trinitaria: estamos en relación con las tres Divinas Personas de Dios.
Hemos dado gloria a Dios, muchísimas veces, diciendo "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo" y cada vez que nos persignamos, aunque no pronunciemos nada, lo estamos haciendo también en el nombre de las tres Divinas Personas.
Fácil es reconocer a Dios Padre como el Creador de todas las cosas del cielo y de la tierra. Al Hijo, segunda Persona Divina, nacido de la Virgen Purísima, Jesús de Nazaret, lo proclamamos como nuestro Redentor y Salvador.
Y al Espíritu Santo en el Credo lo reconocemos como "Señor y dador de vida", pero en la mente de muchos cristianos el Espíritu Santo queda un tanto intangible, en la oscuridad, ausente de la conciencia y de la piedad. En las representaciones pictóricas de la Santísima Trinidad, acostumbramos representar a Dios Padre, aunque sabemos que no tiene cuerpo, como un solemne y venerable anciano. Al Hijo se le representa y con toda razón, como "al más bello de los hijos de los hombres", Divino y a la vez perfectamente Humano. Pero el Espíritu Santo aparece como una bella paloma, sin figura humana, y eso lo aleja de nuestra realidad pues bien sabemos que el Espíritu no siendo ni padre ni hijo (realidades muy humanas, muy cotidianas) tampoco es evidentemente un animalito, por bello que este sea. Y nos quedamos instintivamente en la búsqueda de cómo personificar al Espíritu Santo.
¿Quién es el Espíritu Santo y cual es su relación con nosotros? En este Folleto intentaremos aclarar estas cuestiones, inspirados principalmente en la Carta Encíclica "DOMINUM ET VIVIFICANTEM" de su Santidad Juan Pablo II editada en 1986 en la fiesta de Pentecostés.


Dios es Trinidad

De entre todos los pueblos de la antigüedad, sumidos en politeísmos diversos, tan solo Israel, por revelación divina, cree en el Dios verdadero, único y Creador de cielos y tierra. Mientras aquellos adoraban a criaturas e inventan dioses al por mayor, el Pueblo de Dios, es radicalmente monoteísta.
Contaminado frecuentemente con la idolatría, fue duramente corregido por Dios, haciéndolos volver a la verdadera fe en un solo Señor y Dios.
En tiempos de Jesucristo, mientras los Romanos dueños del mundo mediterráneo adoraban a sus dioses falsos, Israel, pueblo pequeño y sometido al poder político y militar de Roma, tiene enraizada hasta la médula de los huesos, la certeza de la unicidad de Dios.
Precisamente esta será la causa de la muerte por crucifixión de Jesucristo cuando ante Caifás aceptó ser el "Hijo de Dios" pues para el Sanedrín eso era simplemente una blasfemia intolerable porque "se hacía igual a Dios".

Dios es Padre

Cuando Jesús, en múltiples ocasiones, se refiere a Dios no lo llama Yahvé sino Padre: nos revela la paternidad amorosa de Dios. Podemos decir que esta revelación es la más importante para la humanidad. Al Dios de los Ejércitos, al que no tiene nombre sino "que es", a Yahvé el Dios lejano, lo menciona siempre como Padre y Padre amoroso. Nos revela una nueva relación entre Dios y nosotros. No somos tan solo criaturas como todas las demás: somos hijos del Padre Eterno.

Dios es Hijo

Pero hay algo más: Jesús habla de manera distinta cuando se refiere a la relación del Padre con Él. Dios, el único, Padre de todos los hombres, es Padre de Él de manera personal y distinta. Ya a los doce años, cuando es encontrado en el templo, se refiere a Dios como "su" Padre.
Más adelante insiste en esta relación totalmente extraña para los israelitas: "El Padre ama al Hijo y pone todas las cosas en sus manos" (Jn. 3,35). ¡Está aseverando por tanto que en Dios hay dos Personas: el Padre y el Hijo! Seguramente sus discípulos escuchaban tales cosas sin entender gran cosa.

Dios es Espíritu Santo

Pero la revelación de la intimidad Divina reservaba aún otra sorpresa. Cuando ya era inminente su partida de este mundo, en la última Cena, Jesucristo dirigió a sus Apóstoles las siguientes palabras:

"Yo rogaré al Padre y les dará otro Paráclito que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen porque permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos" (Jn. 14, 16-18)
"Les he hablado mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Paráclito, que el Padre les enviará en mi nombre, les va a enseñar todas las cosas y les va a recordar mis palabras". (Jn. 14,25-26)
"Cuando venga el Defensor que Yo les enviaré y que vendrá del Padre, El dará pruebas en mi favor. Es el Espíritu de la Verdad y que sale del Padre". (Jn. 15, 26)
"Pero en verdad, les conviene que Yo me vaya, porque si Yo no me voy, el Defensor no vendrá a ustedes; pero si me voy, se lo mandaré. Cuando El venga, rebatirá las mentiras del mundo, demostrando quien es el pecador, quien es el justo y quien es condenado". (Jn 15, 7-8)
"Cuando Él; venga, el Espíritu de la Verdad, los introducirá a la verdad total. El no tiene un mensaje propio que decir, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará las cosas futuras. Me glorificará porque recibirá de lo mío para revelárselo a ustedes. "Todo lo que tiene el Padre es también mío. Por eso es mío lo que recibirá para anunciárselo" (Jn. 15, 13-15)
Lo primero que debe sorprendernos es que Jesús no nos revela y promete un "algo" como podría ser una fuerza especial, una gracia extra, sino un "Alguien", una "Persona" un "Otro" distinto del Padre y del Hijo lo llama Paráclito que se traduce como "defensor, consolador, abogado o intercesor" y lo llama otro, porque el primer Consolador o Abogado es Él mismo que nos trajo la Buena Noticia de la salvación.
Así pues, Cristo nos desvela la vida íntima de Dios: es Trinidad. En su unicidad, es tres Personas. Así lo hemos declarado desde niños: "Un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo".
Monoteísmo: sí, por supuesto, pero en una misteriosa trinidad de Personas, que no tenemos sino aceptar agradecidos y asombrados, relacionándonos con Dios de una manera nueva e insospechada.
Varías consideraciones se imponen al leer el Evangelio de San Juan: en primer lugar, Jesucristo nos dice que el Paráclito, el Espíritu Santo, nos enseñará todo y nos recordará todo lo que Él dijo. El Espíritu Santo estará presente en la Iglesia aunque de manera invisible como maestro de la Buena Nueva que Cristo nos anunció. Seguirá inspirando la predicación del Evangelio a través de los siglos ayudándonos a comprender cada vez más el justo significado de las palabras de Jesús, asegurando de esa manera la continuidad y fidelidad en medio de las circunstancias cambiantes de la historia. El Espíritu Santo hará que la Iglesia perdure siempre en la misma verdad que los Apóstoles vieron, oyeron y predicaron.
Y esto no es pura teoría- cada Domingo en la Eucaristía la Iglesia confiesa en el Credo las verdades fundamentales de la predicación de los Apóstoles. En el transcurso de 20 siglos, la
Iglesia Católica y solo ella, ha sido iluminada por el Espíritu Santo custodiando la fidelidad a la Verdad de Cristo. Sin temor alguno podemos los católicos leer y estudiar los documentos y escritos de los Apóstoles, de los Santos Padres, de los grandes Teólogos, de los Concilios y Encíclicas de los Papas, sin encontrar en todo ello traiciones, contradicciones o variaciones en la Doctrina Apostólica. Dos mil años confesando la misma Fe en medio de muchísimas persecuciones, herejías de todos los signos, cismas dolorosísimos que aún perduran, dan testimonio de que el Espíritu Santo realmente ha enseñado y custodiado permanentemente la Verdad de Cristo. No encontraremos en ninguna religión, en ninguna filosofía o ideología, una fidelidad semejante.
Los Apóstoles fueron testigos oculares directos: lo oyeron, lo vieron con sus propios ojos, incluso lo tocaron "con sus propias manos" (1 Jn, 1) y dieron heroico testimonio en unión al testimonio del Espíritu Santo. Fue Él quien dio apoyo y fortaleza a la Iglesia Católica durante 20 siglos y será el fundamento de continuidad para las generaciones cristianas hasta el fin de los siglos.
En el discurso-despedida de la última Cena, Cristo llega al culmen de la revelación trinitaria. Nos encontramos ante palabras supremas que terminarán en el mandato misional el día de la Ascensión: "Vayan y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 28, 19).
Esta fórmula refleja el misterio íntimo de Dios y su Vida Divina al mismo tiempo que se convierte en el Sacramento del Bautismo por el cual participamos de dicha Vida y que es lo que llamamos Gracia Santificante.

Dios es Amor

Cuando San Juan escribe que Dios es Amor (1 Jn 4,8), nos dice una grandiosa verdad: el Espíritu Santo es el amor personificado entre el Padre y el Hijo, es el amor recíproco entre las tres Divinas Personas, es Persona-Amor y como tal es Don total, Don increado, Don eterno del que se deriva toda dádiva a las criaturas como de su fuente: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5)
El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento
En muchos pasajes del Antiguo Testamento aparece veladamente la revelación del Espíritu Santo: ya en el libro del Génesis se nos dice que "el Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas" (Gen l, 1), presentado no todavía como una Persona Divina, sino como una fuerza, un aliento Divino.
Isaías anuncia la llegada de un misterioso personaje llamado "Mesías" que literalmente puede traducirse como "Cristo" o "Ungido". "Saldrá un vástago del tronco de Jesé... reposará sobre Él el espíritu del Señor" (Is 11, 1-3).
Jesús en la Sinagoga de Nazaret se aplicará ante la sorpresa de los presentes, aquellas palabras del Profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc. 4, 18)
Los textos proféticos deben ser leídos a la luz del Evangelio y el Mesías será aquél que viene por el Espíritu Santo, lo posee y lo da a los demás. Es un don de Dios para la persona de aquel Siervo del Señor.
Tanto en Isaías como en el resto del Antiguo Testamento, la personalidad del Espíritu Santo está totalmente "escondida" en la revelación del Dios único, así como en el anuncio del futuro Mesías.

El Espíritu Santo en la Iglesia

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática "lumen Gentium" (luz de las Naciones) nos ilustra de un modo admirable acerca de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia Católica a partir de Pentecostés:
"Consumada la obra que el Padre encomendó al Hijo sobre la tierra, fué enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna, por quien el Padre vivifica los hombres muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo" (L. G 4)
Podemos decir que la Iglesia "nace" el día de Pentecostés. Ciertamente Jesús había ya donado el Espíritu Santo cuando dijo "Reciban al Espíritu Santo" (Jn. 20, 22) y sembrado la semilla de su Palabra salvadora en sus Apóstoles y Discípulos, pero todo ello sucedió en el interior del Cenáculo. Fué en Pentecostés que la Iglesia brota al exterior y ese mismo día son bautizados tres mil creyentes. Por la fuerza del Espíritu Santo la Iglesia se manifestó públicamente y comenzó la difusión del Evangelio por la predicación entre los judíos y paganos.
La Gracia del Espíritu Santo fué comunicada por los Apóstoles a sus colaboradores con la imposición de las manos y sigue siendo transmitida en la ordenación de los Obispos, sucesores directos de aquellos. Por el Sacramento del Orden los Obispos hacen participes de este don espiritual a los Ministros Sagrados y por la Confirmación el Espíritu Santo es comunicado a todos los bautizados, renacidos por el agua y el Espíritu Santo. Así se perpetúa por los Sacramentos la Gracia de Pentecostés hasta nuestros días.
El Espíritu Santo "habita en la Iglesia" y en el corazón de los fieles como en un templo. Por eso San Pablo recuerda a los Corintios que somos "templos del Espíritu Santo" (1 Cor 3, 16) y además ora en nosotros y nos hace hijos de Dios (Gal 4,6).
El Espíritu Santo guía a la Iglesia "a la verdad plena" (Jn 16, 13), la unifica, la provee y gobierna con diversos dones y la embellece con frutos de santidad la fuerza del Evangelio rejuvenece y renueva a la Iglesia con la fuerza del Espíritu Santo y la conduce a la unión consumada con Cristo.
Y de todo esto dan testimonio 20 siglos. La Iglesia en medio de persecuciones y de enormes dificultades, tanto internas como externas, no solamente ha sobrevivido inexplicablemente sino que manifiesta ante el mundo una vitalidad juvenil que solo puede provenir de la asistencia del Espíritu Santo, la era de Iglesia perdura a través de los siglos y de las generaciones' "El Espíritu de Dios... con admirable providencia, guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra" (GS 4: Documento 'Gaudium et Spes' (Gozo Y Esperanza) del Conc. Vat. II)

La Encarnación, obra del Espíritu Santo

Leemos en los Evangelios tanto de San Mateo como de San Lucas la historia de cómo la Virgen Marra concibió en su seno purísimo al Hijo de Dios Eterno: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo del Dios' (Lc 1, 35) El ángel dijo en sueños a San José: "No temas tomar a María tu esposa, porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo"( Mt 1, 20).
Es por eso que declaramos en el Credo de la Eucaristía Dominical: "que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Marra Virgen".
Esto que llamamos el "Misterio de la Encarnación" es el hecho más importante en la historia de la humanidad entera, tanto que dividió el tiempo en un antes y un después del nacimiento de Cristo. Aquel Espíritu consustancial al Padre y al Hijo, la Persona-Amor, el Don Increado, fuente de toda dádiva proveniente de Dios y origen de la Gracia realizó la obra culmen en la historia de la creación: la Gracia de la Unión de Dios con la humanidad, fuente de todas las demás gracias.
La Encarnación del Dios-Hijo significa la unidad con Dios no tan solo de la naturaleza humana, sino de todo lo que significa la humanidad y todo lo visible, lo material. Es una unión con un significado cósmico, es de hecho la unión con la creación entera.
¡Y todo esto fue posible por la obediencia en la fe de la Santísima Virgen de Nazaret! “¡Feliz la que ha creído!" dijo Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, a María, que entra en la Historia de la Salvación asumiendo en la humildad, un papel de incomparable importancia. Es por ello que la Iglesia la ha venerado desde los primeros siglos del Cristianismo con un culto especialísimo colmado de agradecimiento y admiración.

Somos hijos de Dios por el Espíritu Santo

Jesucristo, el Verbo Eterno hecho Hombre por obra del Espíritu Santo, es el "Primogénito de toda la creación" y se convierte en "el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 1, 5). San Juan nos dice que "A todos los que lo han recibido y que creen en su nombre, les dio poder para llegar a ser hijos de Dios" (Jn l, 12).
Todo esto sigue realizándose incesantemente por obra del Espíritu Santo. "Todos aquellos a los que conduce el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios" (Rom 8, 14). "Recibieron el Espíritu que los hace hijos adoptivos y que los mueve a exclamar 'Abba, Padre'. El mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos. Nuestra será la herencia de Dios y la compartiremos con Cristo " (Rom 8,15-17).
Esto es lo que se llama la "Gracia Santificante" obra del Espíritu Santo que habita en nosotros por los méritos de Jesucristo y no es otra cosa que la participación de la Vida Divina en nuestras almas, Como naturalmente no somos sino criaturas, la Gracia es también llamada Vida Sobrenatural que nos hace santos. Somos, con palabras de San Pedro. "Participantes de la naturaleza divina" (2 Pe 1, 4).
Así la vida humana es penetrada por la participación de la Vida Divina y recibe una dimensión divina y sobrenatural. Es una nueva vida en la que como partícipes del misterio de la Encarnación, "con el Espíritu Santo pueden los hombres llegar hasta el Padre" (Ef 2, 18)
La Divinización del hombre mediante los méritos de Jesucristo, se realiza por obra del Espíritu Santo, que es el principio de toda actividad salvífica de Dios en el mundo.

El Espíritu y la carne.

En contraposición del maravilloso plan salvífico de Dios, el hombre se encuentra dividido interiormente, las apetencias de la carne son contrarias a las del Espíritu.
San Pablo en diversos pasajes de sus escritos, nos describe esta lucha interna: "No entiendo lo que me pasa, pues no hago el bien que desearía, sino más bien el mal que detesto. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. ¿Quien me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? (Rom 7, 15. 19. 24).
"Si viven según el Espíritu, no darán satisfacción a las apetencias de la carne, pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu y el espíritu contrarias a la carne; como que son antagónicos entre sí, de forma que no hacen lo que quisieran"(Gal 5,16 ss)
"Los que se guían por la carne, están llenos de los deseos de la carne; los que son conducidos por el Espíritu, de los deseos del espíritu. Los deseos de la carne, son muerte; los del Espíritu son vida y paz. Así pues, los deseos que nacen de la carne se oponen a Dios: no se conforman ni pueden conformarse al querer de Dios. Y por eso los que se dejan conducir por la carne, no pueden agradar a Dios" (Rom 8, 5-8).
"Si ustedes viven según la carne, irán a la muerte. En cambio si matan por el Espíritu las obras de la carne, vivirán" (Rom 8, 13).
Cuando San Pablo menciona a la "carne" o al "cuerpo" no está discriminando o condenando al cuerpo como tal, ya que con el alma espiritual constituye la naturaleza del hombre, sino a las "obras" malas, a los vicios que son fruto de la resistencia a la acción santificadora del Espíritu Santo. En la carta a los Gálatas, escribe: "las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, " (Gal 5, 19) y son pecados netamente carnales, pero también denuncia otros: "odios, discordias, celos, iras, rencillas..." (Gal 5, 21) que atañen al espíritu humano envenenado por el pecado.
La resistencia al Espíritu Santo que tiene lugar en el interior del hombre, encuentra dimensiones históricas en sistemas ideológicos o filosóficos cuya máxima expresión es el materialismo tanto del marxismo específicamente ateo, como del "capitalismo salvaje" que haciendo a un lado a Dios, obra como si no existiera.
El resultado, como San Pablo nos advierte, es al principio de este tercer milenio, la "cultura de la muerte" denunciada en múltiples ocasiones por Juan Pablo II y que se manifiesta en el poderío y eficacia de las armas modernas coexistiendo con extensas regiones del planeta marcadas por la miseria y la hambruna mortal. Signos de muerte son por supuesto el exterminio de millones de seres humanos tanto por el aborto como por la eutanasia, legalizados ya en varios países. Signo de muerte es la implosión demográfica en los países "desarrollados" que está llevando a naciones enteras a su extinción.

Los frutos del Espíritu Santo

En cambio, el Espíritu Santo produce en el hombre "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gal.5, 22-23).
Y podríamos preguntarnos ¿en dónde están esos frutos? Independientemente del grado de desesperación y desengaño que se derivan de los sistemas materialistas, queda la certeza cristiana de que el Espíritu Santo sopla donde quiere, y nosotros poseemos las "primicias del Espíritu' (Rom 8, 23).
En nombre de la resurrección de Cristo, la Iglesia anuncia la vida, que se ha manifestado más allá del límite de la muerte. Anuncia al que da la vida, al Espíritu vivificante y coopera con El en dar la vida. Mediante el don de la Gracia que viene del Espíritu Santo, el hombre encuentra una nueva vida, que es la misma Vida Divina, llegando a ser santuarios del Espíritu, templos vivos de Dios.

Los Sacramentos, obra del Espíritu Santo.

Esta nueva vida ofrecida por Dios al hombre, se realiza en la Vida Sacramental. Por los Sacramentos, Cristo que ha asumido nuestra naturaleza, vive realmente en la Iglesia de una manera tan íntima que la constituye como Cuerpo suyo. Los Sacramentos significan la Gracia y la confieren, significan la vida y dan la vida. La Iglesia Católica es la dispensadora visible de estos signos sagrados mientras el Espíritu Santo actúa en ellos como dispensador invisible de la Vida que significan.
La plenitud de la salvación, se difunde de modo sacramental por el poder del Espíritu Santo. Toda la Iglesia, podemos decir, es un "sacramento", o sea, un signo o instrumento de la unión íntima de Dios con el hombre, de la presencia y acción del Espíritu vivificante.
La expresión más completa de esta unión con Dios, es por supuesto la Sagrada Eucaristía. En cada Misa se realiza su venida entre nosotros, se actualiza su Sacrificio Redentor y entra en Comunión con los suyos.
Mediante la Eucaristía, las personas y las comunidades, bajo la acción del Paráclito aprenden a descubrir el sentido Divino de la vida humana: Jesucristo "revela plenamente el hombre al hombre". Al entrar el hombre en comunión con Cristo, entra al mismo tiempo en comunión con Dios y con sus hermanos.
Por la acción del Espíritu Santo en los Sacramentos de la Iglesia Católica, se realiza el acercamiento de Dios invisible al mundo visible. Bajo la acción del mismo Espíritu el hombre, y por medio de Él, todo el mundo redimido por Cristo se acerca a su destino último y definitivo en Dios. La Iglesia es el vínculo e instrumento de la unión de los dos polos: Creación y Redención, Dios y el hombre.

La Oración y el Espíritu Santo

En cualquier lugar del mundo donde se ora, allí está el Espíritu Santo como soplo vital de la oración. En el corazón del hombre, en la inmensa gama de las más diversas situaciones y condiciones, favorables o desfavorables, está la acción del Espíritu Santo alentando la oración aún en medio de persecuciones y prohibiciones de regímenes ateos y antirreligiosos.
Viene el Espíritu en nuestro auxilio, como dice San Pablo en su Carta a los Romanos: "Nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rom 8,26). la oración por obra del Espíritu Santo llega a ser la expresión cada vez más madura del hombre nuevo, que por medio de ella, participa de la Vida Divina.
En el tercer milenio junto con avances tecnológicos y científicos asombrosos, se despierta en el hombre la necesidad imperiosa de la oración. Numerosos movimientos en la Iglesia y aún fuera de ella, dan la primacía a la oración y en ella buscan la renovación de la vida espiritual. Frente a la espantosa realidad de la decadencia espiritual del hombre, comunidades enteras guiadas por un sentido interior de la fe, buscan la fuerza que pueda salvar al hombre de sus propios errores y pecados, ya que las conquistas científicas y tecnológicas a menudo se revierten en contra de la misma humanidad.

Los Dones del Espíritu Santo

Dios es generoso, espléndidamente generoso con los suyos. Al hombre que le busca en la Fe, en la Gracia, en la Oración y los Sacramentos, Dios lo colma con los Dones del Espíritu Santo para llevarlo a la plenitud de la santidad.
Se mencionan en la Sagrada Escritura siete dones del Espíritu, aunque ciertamente, no es una lista exhaustiva, porque el Espíritu Santo es multifacético y actúa en el alma de muchísimas maneras (Rom 12,6-8; 1 Cor 12, 7).
Los Dones del Espíritu Santo son capacidades Divinas que hacen a nuestras facultades aptas para recibir las mociones del Espíritu.
Primeramente actúan en nuestra facultad suprema que es la inteligencia y asi tenemos los dones de Entendimiento, Sabiduría, Ciencia y Consejo.
Pero no somos tan solo seres inteligentes, por eso el Espíritu Santo también actúa en nuestra voluntad iluminándonos hasta la región de los apetitos sensibles por medio de los dones de

Piedad, Fortaleza y Temor de Dios

El Don de Sabiduría nos permite valorar las cosas, discerniendo lo bueno de lo malo ¡Qué importante y urgente es que lo pidamos en estos tiempos en que el mundo intenta borrar dichos conceptos y cunde la idea de que todo se vale, hasta el aborto o la eutanasia!
El Don de Entendimiento es la virtud que nos hace capaces de captar lo verdaderamente real e importante más allá de las apariencias.
El Don de Ciencia no se refiere a saber muchas cosas, sino a tener la capacidad de realizar nuestras obras encaminándolas al bien.
El Don de Consejo nos ayuda a descubrir cuales son los proyectos de Dios por encima de los planes humanos. Importantísimo este don cuando se trata de elegir un estado de vida.
El Don de Fortaleza robustece a quien ha descubierto los designios del Padre para llevarlos a buen término a pesar de las dificultades y obstáculos que puedan surgir.
El Don de Temor de Dios que no es miedo a Dios sino profunda reverencia porque Dios es Dios y tiene las llaves de vida y de la muerte; es el temor de ofender a la Divina majestad y nos ayuda a moderar nuestra concupiscencia.

El Don de Piedad es el afecto filial a Aquél a quien debemos adherirnos en el amor

San Juan nos dice: "En el amor no hay lugar para el temor. Al contrario, el amor destierra el temor, porque el temor supone castigo" (1 Jn 4,18). Un hijo amoroso no obedece al padre por temor al castigo sino por no contrariarte, por no ofenderlo.

Los Frutos del Espíritu Santo

San Pablo nos dice en su carta a los Gálatas: "El fruto del Espíritu Santo es caridad, alegría, y paz; generosidad, comprensión de los demás, bondad y confianza, mansedumbre y dominio de si (Gal 5, 22-23)
Podemos imaginar con facilidad la felicidad y el gozo cuando permitimos al Espíritu Santo actuar en nosotros con sus múltiples dones. Y tal vez nos preguntemos en donde se cumple tanta belleza, cuando vemos el mundo sumido en tantas desgracias y penas producto del pecado de los hombres.
Recordemos que el mal hace más ruido que el bien. Es lo que los medios de comunicación explotan con lo que llamamos amarillismo. Hay un dicho que dice "un muerto apesta más que mil vivos". Ciertamente hay en el mundo mucho mal, ya Cristo dijo "Mi Reino no es de este mundo", pero hay más bien que mal. Pensemos en la inmensa muchedumbre de cristianos y no cristianos que viven su vida cotidiana en el trabajo honesto, en el esfuerzo por vivir en paz, en el amor conyugal y a los hijos, en la piedad sencilla hacia Dios. Esos no hacen noticia y son millones. Tal vez en nuestras mismas vidas, en nuestras propias familias, hemos sido testigos de las virtudes humanas a veces heroicas para sacar adelante nuestras relaciones por medio de la tolerancia, del perdón, la abnegación, alegría y sacrificio, la figura materna salta a nuestra memoria con más facilidad que la del padre de familia, pero pensemos que también los padres han gastado su vida y han envejecido en la entrega viril y tal vez un tanto áspera, a la familia.
Si hubiera más mal que bien en la humanidad, simplemente no existiríamos. Tanto San Pablo como Juan Pablo II nos invitan a vencer el mal a fuerza de bien !y muchos lo hacen!

El Espíritu Santo en la Oración de la Iglesia

Jesús nos invita a pedir y promete enviarnos al Espíritu Santo: "El padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan" (Lc 11' 13). la Iglesia 1o ha hecho por medio de hermosos himnos y oraciones desde siempre. Ejemplo de ello es el "Veni Creator Spiritus" que entonamos en diversas ocasiones litúrgicas y con el cual terminamos este folleto pidiendo a Dios venga a nosotros su Espíritu Santo con sus dones y podamos asi producir abundantes frutos de santidad.


'Veni Creator Spiritus"
Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de los tuyos,
llena de la Gracia de lo alto
los corazones que creaste.

Tu eres llamado Paráclito,
Don del Dios Altísimo,
fuente viva, amor, fuego
y Unción espiritual.

Autor de siete dones
Dedo de la diestra de Dios,
fiel promesa del Padre
que por nosotros hablas

Enciende la luz en nuestras inteligencias,
el corazón inflama
y sin cesar conforta
las flaquezas de nuestro cuerpo.

Ahuyenta al enemigo
dános pronto la paz;
y contigo como guía
todo mal evitemos.
Danos ir hacia el Padre
conocer también a Dios Hijo
y confiar en Ti siempre
que eres el Espíritu de ambos.

Envía Señor tu Espíritu y todo será creado
y renovarás la faz de la tierra

Oración: Oh Dios que iluminas los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo, haz que seamos dóciles a tu Espíritu para gustar siempre del bien y gozar de su consuelo, por Jesucristo Nuestro Señor. AMEN.

"Veni Sancte Spiritus”.

Ven Espíritu Santo
y envía del cielo un rayo de tu luz.
Ven Padre de los pobres
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas,
fuente de mayor consuelo

Ven dulce huésped del alma,
descanso en nuestro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas,
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma
Divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre si
Tú le faltas por dentro,
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento

Riega la tierra en sequía
sana el corazón enfermo,
lava lo que está manchado,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero

Reparte tus siete
dones según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
AMÉN.

La relación íntima con Dios por el Espíritu Santo hace que el hombre se comprenda, de un modo nuevo, también a sí mismo y a su propia humanidad.
Juan Pablo II.

El Espíritu Santo "habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles”, "introduce la Iglesia en la verdad toda entera” y le asegura la unidad de la comunión y del magisterio, "la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos; en virtud del Evangelio, el Espíritu Santo rejuvenece a la Iglesia y la renueva sin cesar; encaminándola a la unión perfecta con su Esposo, Cristo. Así, el Espíritu Santo despliega en la Iglesia "La insondable riqueza de Cristo, y vuelve su aspiración hacia Cristo y hacia su Padre.

Juan Pablo II.

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