IV. JESUS ENCUENTRA A SU MADRE

«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 30-33).

María recordaba estas palabras. Las consideraba a menudo en la intimidad de su corazón. Cuando en el camino hacia la cruz encontró, a su Hijo, quizás le vinieron a la mente precisamente esas palabras. Con una fuerza particular. «Reinará... su reino no tendrá fin», había dicho el mensajero celestial. Ahora, al ver que su Hijo, condenado a muerte, lleva la cruz en la que habría de morir.

Podría preguntarse, humanamente hablando: ¿cómo se cumplirán aquellas palabras?, ¿de qué modo reinará en la casa de David?, ¿cómo será que su reino no tendrá fin?

Son preguntas humanamente comprensibles. María, sin embargo, recuerda que tiempo atrás, al oír el anuncio del ángel, había contestado: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Ahora ve que aquellas palabras se están cumpliendo en la palabra de la cruz. Porque es madre, María sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la anunciación: «Hágase en mí según tu palabra». De este modo, maternalmente, abraza la cruz junto con el Divino condenado. En el camino hacia la cruz, María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo.

«Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta» (Lm 1, 12). Es la Madre dolorosa la que habla, la Sierva obediente hasta el final, la Madre del Redentor del mundo.

 

Oh María, tú que has recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en tu corazón de madre, pero recordando siempre e íntimamente confiada en que aquel para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su amor.

A Jesús, tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.