Folleto EVC No. 415
JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN
R.P.
Pedro Herrasti, S.M.
Nuestra Patria ha dado al
mundo muchos cristianos ejemplares de los cuales no podemos dudar ni por un
instante que gozan plenamente de la presencia de Dios en el Cielo: madres y
padres de familia, jóvenes extraordinarios, multitud de niños
inocentes, obreros y ejecutivos, pobres y ricos, religiosos de ambos sexos,
sacerdotes y Obispos... Hemos conocido seguramente muchas personas de las cuales
se dice "es un santo".
Pero para que una persona pueda recibir culto considerándola oficialmente
como un Santo, la Iglesia Católica examina minuciosamente su vida y virtudes
por medio de un juicio exhaustivo y concluyente. No solamente recurre a documentos
fehacientes y testigos si los hay, sino que se exige como prueba máxima
un hecho milagroso totalmente exento de explicación natural y científica.
No le interesa a la Iglesia "fabricar" santos legendarios que inducirían
a los fieles al error o al fanatismo.
¿En qué consiste la Santidad?
Es en nuestro Bautismo cuando
somos hechos santos por el Espíritu Santo. Sin mérito alguno de
nuestra parte Dios nos santifica, nos consagra por los méritos de Jesucristo
el Señor. En un acto de amor totalmente gratuito al mismo tiempo nos
hace Hijos de Dios, Hermanos de Jesucristo y Templos del Espíritu Santo.
Por ser un don gratuito, la Iglesia llama a este prodigio Gracia Santificante,
que se puede definir como "la participación en la Vida Divina",
ampliamente explicada en los Folletos EVC 165 y en la primera lección
del Curso por correspondencia, Folleto Núm. 431.
Por el Bautismo el Espíritu Santo, presente en nuestras almas nos hace
Santos y toda nuestra vida no deberá ser otra cosa sino el vivir nuestra
vocación bautismal a la santidad poniendo todos los medios necesarios
para ello.
El Papa Juan Pablo II en el seminario Mayor de Roma, el 9 de febrero de 2002,
dijo lo siguiente: "La Santidad es un don, pero también una conquista:
es el don que Dios hace a sus hijos, haciéndolos partícipes de
su misma vida y llamándolos a una comunión íntima con El.
Al mismo tiempo, por parte del hombre, es respuesta a ese don, y por eso, conquista
ardua por realizar en todo momento".
La santificación siendo gratuita debe ser acogida y atesorada por cada
uno de nosotros. No pueden coexistir la Gracia de Dios y el pecado y por nuestras
culpas podemos perder tan gran regalo. Si nos acostumbramos a tolerar las faltas
leves o veniales, llegará el momento en que podernos caer en pecado mortal
y expulsando al Espíritu Santo de nuestras almas. Es por así decirlo,
la muerte de nuestra alma.
Vivir en Gracia de Dios, exige pues, de nosotros un esfuerzo que se manifiesta
en el rechazo tajante al pecado y en la práctica de las virtudes cristianas:
castidad, generosidad, austeridad, humildad, alegría, templanza, paciencia,
prudencia, y la más importante de todas: la caridad.
El cristiano que viviendo en Gracia de Dios practica las virtudes y las buenas
obras, podernos decir que vive en Santidad aunque no esté muerto ni canonizado
ni jamás vaya a estar representado en los altares. A su muerte, tal vez
habiendo purificado su alma en el Purgatorio de algunas faltas leves, llegará
gozoso a la presencia inefable de Dios. Podemos así estar seguros de
que en la Gloria están millones de Santos desconocidos que tal vez en
su vida no hicieron nada extraordinario ni fueron famosos, pero vivieron en
Gracia y murieron en ella.
¿Qué es la canonización?
El Vaticano no santifica
a nadie. Es el Espíritu Santo el que inunda el alma del cristiano y lo
santifica. Lo que hace la Iglesia es tan solo inscribir su nombre en el Canon
(de ahí la palabra "canonización") que es un catálogo
o lista garantizando solemnemente que esa persona está en el Cielo y
podemos rendirle culto sin equivocarnos.
Aquellos que en el proceso de canonización están siendo investigados
a fondo y que próximamente pueden ser canonizados, son llamados "Siervos
de Dios". Si el proceso ha terminado favorablemente, se les llama "Venerables"
y cuando el Santo Padre, después de al menos un milagro rigurosamente
comprobado, los proclama "Beatos", pueden ya recibir un culto limitado
a un país o una región. Se exige a continuación la comprobación
de otro milagro atribuible a su intercesión y entonces el Papa lo proclama
"Santo" a quien ya puede brindársele culto en toda la Iglesia.
En la ya larga historia de la Iglesia Católica, el Canon de los Santos
es copiosísimo. Miles y miles de cristianos en todo el mundo, de todas
las razas, de todas las condiciones sociales, han sabido vivir en la fidelidad
heroica al Evangelio hasta llegar en muchos casos a dar la vida por Cristo.
Por eso nos gloriamos de llamarnos como ellos y de tener un "Santo Patrono",
un tocayo ante la presencia del Señor.
Los Santos Mexicanos.
En el Cielo están
seguramente muchos compatriotas, aunque canonizados tan solo unos cuantos, debido
tal vez a los avatares históricos adversos de nuestra Patria: independencia,
guerras internas, persecución religiosa, leyes anticatólicas,
gobiernos masones, etc.
El 5 de febrero, ya desde hace tiempo, veneramos y festejamos a San Felipe de
Jesús, martirizado en Japón en el siglo XVI. Pero recientemente
el Santo Padre ha querido proponernos modelos de santidad mexicana, animándonos
a vivir nuestro cristianismo en plenitud como ellos: 25 Mártires Cristeros,
la Madre Venegas y el Padre Yermo.
Conmovedora es la historia de tres niños Beatos Tlaxcaltecas, Cristobalito,
Juan y Antonio, que supieron dar testimonio de Cristo hasta ser cruelmente asesinados
por su fe. El Santo Padre el mismo día que proclamó beatos a los
tres inditos, también beatificó a otro indígena llamado
Juan Diego Cuauhtlatoatzin, nada menos que aquél a quien se apareció
la Santísima Virgen en el cerro del Tepeyac en 1531.
¿Quién fue Juan Diego Cuauhtlatoatzin?
Juan Diego, indio chichimeca,
nació en Cuautitlán, en el reino de Texcoco, hacia 1474 y murió
en 1548. Se crió en el actual barrio de San José Millán
y después vivió en Tulpetlac, conservando la propiedad de su casa
natal. Contrajo matrimonio en Tlacpan, (Santa Cruz el Alto, cerca de San Pedro)
con la joven Malitzin que al bautizarse tomó el nombre de María
Lucía y que murió dos años antes de las apariciones de
María Santísima.
Por fuentes históricas, avaladas por los frailes franciscanos, sabemos
que Juan Diego tuvo hijos antes de ser bautizado.
Tanto Juan Diego como su tío Juan Bernardino tenían casas y tierras
heredadas de sus padres y abuelos, es decir desde tiempos antiguos. No eran
miembros de un "calpulli" en donde las tierras eran comunales y tenían
por tanto la responsabilidad del bienestar de otras familias de trabajadores.
Ya desde 1524 y antes de la edificación del convento de Tlatelolco, existía
ahí un centro de evangelización y en 1528 Juan Diego, discípulo
de Fray Toribio Paredes de Benavente, llamado "Motolinía",
fué bautizado junto con su esposa. Deseando ambos practicar la virtud
de la castidad decidieron vivir en ella una vez bautizados.
Tenía ya 57 años, hombre cabal y maduro, cuando comenzó
a ser conocido como protagonista de los hechos sucedidos en la colina del Tepeyac.
No debe extrañarnos
el no tener muchos datos o una biografía de Juan Diego ni antes de su
conversión y Bautismo ni después. Consideremos que antes de la
conquista no existían archivos como ahora en las delegaciones políticas
y que las apariciones de la Virgen de Guadalupe ocurrieron tan solo a 10 años
de la caída de Tlatelolco. Actualmente, si nuestros padres son cuidadosos,
quedamos inscritos como nuevos ciudadanos en el Registro Civil y al ser Bautizados,
somos inscritos además como miembros de la Iglesia e hijos de Dios. Pero
de aquel entonces, apenas se han podido encontrar referencias, códices
y tradiciones cuidadosamente conservadas de generación en generación.
Sin embargo, conocemos la esmerada educación que recibían los
indios nahoas y podemos deducir que lo que Juan Diego manifestó de su
personalidad en su encuentro con la Virgen María, no fue casualidad sino
el resultado de la cultura indígena en la que creció y fue educado.
Después de las Apariciones.
A partir de 1531, Juan Diego
dedicó su vida a custodiar la ermita que fué edificada para albergar
la imagen milagrosa. Durante 16 años llevó una vida de sencillez,
piedad y servicio. Murió en 1548, a la edad de 74 años, mismo
año en que murió el Obispo Zumárraga y fué sepultado
en la misma ermita, igual que su tío Juan Bernardino, muerto en la peste
de 1544 a los 86 años.
En el año 1995 el investigador guadalupano, Padre Xavier Escalada, S.J.
descubrió en un libro antiguo un trozo de pergamino, posiblemente de
piel de venado, que resultó ser un códice en el que se narra la
santa muerte de Juan Diego con figuras al estilo nahoa.
En los "Anales de los Sabios Tlaxcaltecas" y "Anales de Catedral",
se escribió en lengua nahoa la siguiente noticia:
"Año de 1548. Murió dignamente Juan Diego, a quien se le
apareció la preciosa Señora de Guadalupe de México".
La misma noticia aparece en los códices "Universidad" y ."Bartolache".
Juan Ciego Evangelizador.
Desde siempre los pueblos
fuertes han conquistado por las armas nuevos territorios para formar un imperio.
Tal es la historia de Alejandro Magno el macedonio, griegos, romanos, árabes,
turcos, etc. Todavía el siglo pasado Hitler intentó fallidamente
lo mismo, pero Rusia lo logró cuando invadió Alemania y después
se anexó criminalmente a Polonia, Hungría, Checoeslavaquia, etc.
El conquistador llega siempre a imponer su cultura, sin ningún respeto
por aquella de los vencidos a los que considera como esclavos. Así actuaron
los aztecas con otras tribus y así fue en la conquista de América
por los españoles: un choque traumático de dos culturas muy distintas,
la indígena y la española, separadas abismalmente y aparentemente
sin remedio.
Pero el hecho guadalupano vino a convertirse en el puente de unión, que
con un eje religioso, dio cohesión e identidad nueva a la raza mestiza
en formación.
Juan Diego brilla entonces como uno de los protagonistas principales en esta
síntesis admirable: por un lado es indígena con tradiciones que
venían desde tiempos remotos y por otro lado entra en contacto con un
mundo nuevo y aprende a dialogar por la fe con los símbolos españoles,
Jesucristo y María, asimilándolos en una experiencia maravillosa
que deja ver la fuerza de la Gracia en el escogido.
La historia de las apariciones, relatada en el "Nican Mopohua" por
el docto indio Antonio Valeriano es un testimonio vivo de la eficacia de la
Virgen María como Maestra de un laico indio y evangelizador. En este
relato de alta escuela, aparecen íntimamente relacionados los protagonistas:
la Virgen María, Juan Diego, Zumárraga y Juan Bernardino.
Juan Diego, hombre contemplativo.
En el delicioso relato de las apariciones, Antonio Valeriano nos transmite el
aspecto contemplativo de Juan Diego: "Oyó cantar sobre el cerrito,
como el canto de muchos pájaros finos, sobremanera suaves y deleitosos...
Y cuando llegó frente a ella, mucho se admiró en qué manera,
sobre toda ponderación, aventajaba su perfecta grandeza: su vestido relucía
como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en que estaba de pie,
como que lanzaba rayos, el resplandor de ella como preciosas piedras..., la
tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla.
Y los mezquites y nopales, y las demás hierbecillas que allí se
suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su
follaje y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro".
El colorido y luminosidad de esta visión nos recuerda la experiencia
de los Apóstoles en el Monte Tabor, cuando Jesús se transfiguró
ante ellos, preparándolos a la misión de evangelizar al mundo
entero. Así Juan Diego fue preparado para la misión que la Señora
pronto le iba a encomendar.
Juan Diego, un hombre de oración.
En el Antiguo Testamento
los asuntos de Dios son tratados con temor. Recordemos cómo Moisés
tiene miedo de morir ante la Zarza Ardiente cuando Dios le habla y cae rostro
en tierra. Pero no sucede así como Juan Diego, hombre familiarizado con
las cosas divinas tanto al estilo indígena, como con la predicación
de los frailes franciscanos. Cuando oye los cantos celestiales y la dulce voz
que le llama, en nada se turba ni se asusta; al contrario, se llena de alegría
y confianza. Hay que ver la manera como le responde a la Virgen: "Mi Señora,
Reina, Muchachita mía
"
Ante la celestial "Muchachita", Juan Diego manifiesta su fe en la
figura sacerdotal cuando llama a los frailes "imágenes de Nuestro
Señor", es decir representación verdadera de Ometéotl,
Dios que une los opuestos.
El mensaje de la Virgen María es de tal naturalidad y sencillez, que
dejaba tranquilos tanto a los suspicaces españoles que temían
los restos de la idolatría, como a los indios que se sentían traicionados
por sus dioses, Juan Diego se abre al Evangelio y por la catequésis de
María, su cultura, su religiosidad natural, quedan transformadas y completadas.
Juan Diego, puente entre Dios y los hermanos.
La petición de María
Virgen tendría una repercusión inmensa entre los indios: uno de
ellos, de parte del mismo Ometéotl y de su Madre, pide se construya un
templo que sustituía a aquel Templo Mayor destruido hasta los cimientos
por los conquistadores. En ese nuevo templo se podrá experimentar la
presencia de Dios manifestado por su Madre.
Juan Diego es el mediador entre Cristo, su Madre y el Obispo: "Anda al
palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío
para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una
casa, me erija en el llano mi templo: todo lo contarás, cuanto has visto
y admirado y lo que has oído".
El mestizaje nace en medio de graves tensiones pero María quiere un templo
"para escuchar su llanto, su tristeza para remediar, para curar todas sus
diferentes penas, sus miserias, sus dolores".
Juan Diego es el gran invitado a colaborar en esta misión tan importante,
pero en una forma orgánica: tiene que someter al Obispo su aprobación
y ya sabemos las dificultades que el indio tuvo para hacerse oír y comprender.
La tarea de ser recibido por la máxima autoridad religiosa no era cosa
sencilla, sobre todo siendo indio, pero por su insistencia paciente, logra su
cometido y expone ante Zumárraga todo cuanto vió y oyó
con tanta sencillez como precisión.
Sabemos que el Obispo no le creyó de inmediato comprensible ya que siempre
han existido personas con supuestas revelaciones y la jerarquía tiene
que ser muy prudente antes de avalar cualquiera de ellas. Se trataba de un indio
recién converso y le pedía un templo precisamente en donde antes
se adoraba a Tonantzin "madre de los dioses". Por eso el Obispo fue
reticente y al fin le pidió una prueba. Deberíamos alegrarnos
de esta exigencia, ya que la prueba fueron no tan solo las rosas de Castilla,
sino el sorprendente ayate con la Sagrada Imagen.
La humildad con la que Juan Diego se dirige a la Virgen María sugiriéndole
que envíe mejor a una persona "principal", es ciertamente conmovedora:
"yo soy un hombrecillo, un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola,
soy hoja, soy gente menuda..."
Pero es exactamente lo que María Santísima quería en aquel
entonces y lo siguió haciendo en tiempos posteriores hasta nuestros días:
para sus grandes proyectos siempre escoge a gente menuda como Santa Bernardita
en Lourdes o los tres niñitos Jacinta, Lucía y Francisco en Fátima.
En México la Evangelización tenía que ser obra de la Iglesia
que trasciende razas y culturas, obra conjunta de españoles y mexicanos:
Zumárraga enviado por la Reina Isabel la Católica y Juan Diego
enviado por la Reina del Cielo.
Obedientemente el indio Juan Diego vuelve al palacio episcopal, no sin antes
recomendar cortésmente a la "Muchachita" que se tome un descanso,
siendo que Juan Diego era el que había tenido un día agotador.
Juan Diego, con su tesón y amor a Dios viene siendo el precursor de muchos
otros catequistas indígenas que evangelizaron a sus semejantes aún
en medio de peligros y a costa de su vida, como los mártires oaxaqueños
Juan Bautista y Jacinto de los Angeles.
La primacía de
la Caridad.
Un personaje aparece en
la historia que va a hacer resaltar las virtudes de Juan Diego: el tío
Juan Bernardino que yace gravemente enfermo y que pide a su sobrino poder contar
antes de morir con los auxilios sacerdotales de la Confesión, el Sagrado
Viático y la Unción de los Enfermos.
Como indio cumplidor de sus deberes familiares, Juan Diego tiene la obligación
de auxiliar a su tío, pero para no ofender a la perfecta y siempre Virgen
Santa María con una negativa abierta, decide tomar otro camino que el
acostumbrado: da prioridad a un deber de caridad por encima del privilegio de
encontrarse otra vez con la Madre de Dios. Sabemos que la Virgen le sale al
paso y lo trata con una delicadeza exquisita sin mencionar siquiera el rodeo
que la dejaría plantada. Más bien, llena de comprensión
y misericordia, le allana el camino para que Juan Diego le participe sus angustias.
El buen indio le explica la causa del rodeo llamándola cariñosamente
"Mi hija chiquita, mi Niña del cielo".
La respuesta de María Santísima.
Conocemos de memoria las
tiernísimas palabras que la Virgen dirigió a Juan Diego para asegurarle
que su tío estaba bien y que no se preocupara: "Oye y ten entendido,
hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y
aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni ninguna otra
alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?
¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No
estás por ventura en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?
¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra
cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora
de ella: está seguro de que ya sanó".
Y Juan Diego creyó. ¡Cómo habrá sentido latir su
corazón y qué paz habrá inundado su alma ante estas palabras
maternales en extremo! Retoma sin dudar la encomienda que María le ha
hecho y se dispone a llevar al Obispo la prueba que la Señora quiera
darle.
Intercesor "de absoluta confianza".
Cuauhtlatoatzin no duda un instante y sube al cerro del Tepeyac, que todos sabemos
no es un vergel: crecen ahí, silvestremente, nopales, viznagas, cactáceas
y uno que otro mezquite, pero flores y menos en invierno, jamás se hubieran
dado. No solamente encuentra embelesado rosas de Castilla cuajadas de rocío,
sino que al recogerlas en su amplio ayate, no sospecha lo que sucederá.
Creyó que el milagro de las rosas sería prueba suficiente ante
el Obispo y acude presuroso al palacio episcopal.
El modo como la Virgen se dirige a Juan Diego equivale de hecho a una especie
de canonización adelantada ya que 1o nombra como alguien de "absoluta
confianza" como su embajador. Será el eslabón privilegiado
entre la Jerarquía y la cadena de otros evangelizadores indígenas
que se unirán a la tarea misionera.
El humilde macehual es el embajador que facilitará la fraternidad entre
los dos pueblos que se mezclarán en un mestizaje conformando el México
actual.
Juan Diego, "buen
Indio, buen cristiano, santo varón"
La experiencia de toda una
vida culminada con cantos y flores, encuentro con la Señora del Cielo,
la enfermedad y curación del Tío Juan Bernardino, las entrevistas
dificultosas con el Obispo, llevaron a Juan Diego a pedir el honor de poder
dedicarse por completo al servicio de la "Muchachita" viviendo a un
lado de su templo. Para ello solicitó la autorización de Zumárraga
y se construyó una humilde casa junto a la ermita. Juan Bernardino quiso
hacer lo mismo para estar junto a su sobrino sirviendo al Señor y a su
preciosa Madre, pero Juan Diego no accedió, para que el Tío se
dedicara a cuidar la herencia familiar de casas y tierras, velando por las familias
y trabajadores bajo su cuidado.
Juan Diego, dejando todo vivió en la ermita cuidando los intereses de
la Santísima Virgen: "a diario se ocupaba en cosas espirituales
y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo
y la invocaba con fervor. Frecuentemente se confesaba y obtuvo la gracia de
poder comulgar tres veces por semana, cosa excepcional para un laico de entonces.
Ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio
de malla y buscaba la soledad para poder entregarse a solas a la oración".
(Ixtlilxochitl pág.305)
Juan Diego era tenido por el pueblo como "un indio bueno y cristiano"
o como un "varón santo". Ambos títulos eran más
que suficientes para expresar la buena fama de que gozaba. ' A menudo lo proponían
como ejemplo y la gente se le acercaba pidiendo intercediera por ellos ante
la Virgen Santísima.
Una personalidad como la de Juan Diego, vivida en fidelidad a la voluntad divina
y al servicio de los hermanos, se convierte para cualquier bautizado en un modelo
que llama a la conciencia y nos anima a conformar nuestro estilo de vida con
el Evangelio colaborando en la misión a favor de todo México.
Contemplación, oración, servicio, práctica sacramental,
ayuno y penitencia, son parte de la personalidad espiritual de este indio, auténtico
laico evangelizador.
¿Fué entonces
Juan Diego un Santo?
En las primeras páginas
de este Folleto, expusimos brevemente en qué consiste básicamente
la Santidad: vivir en Gracia de Dios. Por eso estamos seguros que muchísimos
mexicanos vivos o difuntos merecen el título de "santos". No
podemos dudar que Juan Diego Cuauhtlatoatzin fue un "santo varón".
Para declararlo Santo e inscribirlo en el catálogo oficial de la Iglesia
Católica, se requiere al menos la certificación del milagro obtenido
por su intercesión. El momento en que sucede dicho milagro es la prueba
contundente de que Dios mismo está de acuerdo. Dicho milagro sucedió
cuando el 3 de mayo de 1990 un joven de 20 años de edad, Juan José
Barragán Silva, intentando suicidarse, se tiró de cabeza desde
una altura de 10 metros sobre la banqueta de cemento. Su madre lo encomendó
con gran fe al Beato Juan Diego y ante el asombro de los médicos no sólo
no murió en el acto, sino que su curación fué rápida,
completa y duradera. Actualmente Juan José, en perfecta salud, estudia
en Estados Unidos. Como expresó el P. José Luis Guerrero ante
los medios de comunicación, el milagro "es como la firma de Dios".
Las voces discordantes.
Los historiadores deben
basar sus conclusiones en documentos irrefutables y cuando estos no existen
por algún motivo, como historiadores que son, su deber es declarar que
algo no es históricamente demostrable.
En la canonización de Juan Diego surgieron dudas en este nivel, lo que
fué beneficioso pues obligó a los promotores de la canonización
a buscar pruebas hasta de la existencia misma de Cuauhtlatoatzin. Por fortuna
las investigaciones fueron sobremanera exitosas y no nos cabe duda alguna ni
de la existencia de Juan Diego, ni de su santidad, ni del milagro del Tepeyac.
Un argumento muy simple pero contundente lo expresó un buen cristiano:
"De alguien era el ayate, ¿o no?".
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