FOLLETO EVC No. 260
LA IGLESIA VIVE DE LA EUCARISTÍA
R.P. Pedro Herrasti, S.M.
Presentación
El 17 de abril del año 2003, celebración del Jueves Santo, el
Papa Juan Pablo II entregó a la Iglesia un documento excepcional: LA
IGLESIA VIVE DE LA EUCARISTÍA.
La Sociedad EVC, cuyo lema es "Instrucción Religiosa y Eucaristía",
se siente gozosa por este hecho y nos vemos comprometidos a comunicar a nuestros
lectores la riqueza superabundante del pensamiento del Papá.
Es tan rica esta Carta Encíclica, que sería del todo imposible
entregarla en un solo folleto EVC. Por eso iniciamos con este número,
una serie de publicaciones en las que iremos transcribiendo y comentando lo
que Su Santidad nos dice en páginas llenas de esplendor.
Encomendamos nuestro trabajo a Jesús Sacramentado esperando que en todos
nosotros crezca el asombro, gratitud, amor y adoración al don más
precioso que la Iglesia tiene: LA EUCARISTÍA.
Las citas textuales de la Encíclica estarán en letras negrillas
para distinguirlas de los comentarios adicionales.
Introducción
Lo primero que debe llamamos la atención en la introducción de
esta Carta, es la manera como el Papa se expresa: es un hombre cercano, humano,
con sentimientos, con recuerdos, agradecido a Dios por su pontificado, por los
lugares en donde él ha celebrado la Santa Misa. Nos habla como un amigo,
como un padre cariñoso, despojado de solemnidades hieráticas,
en un lenguaje coloquial sin dejar de ser en momentos sublime. ¡Qué
humano es Juan Pablo II!
En esta Introducción ya el Santo Padre nos hace comprender cómo
realmente la Iglesia vive de la Eucaristía. "Esta verdad no expresa
solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis
el núcleo del misterio de la Iglesia."
Aquella maravillosa promesa de Jesús: "He aquí que Yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20),
"por la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre
del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única".
Nos recuerda el Papa el porqué el Concilio Vaticano II en su Constitución
Dogmática Lumen Gentium, afirma que el Sacrificio Eucarístico
es "fuente y cima de toda la vida cristiana. La Sagrada Eucaristía
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir Cristo mismo, nuestra
Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu
Santo".
Tuvo el Papa la oportunidad de celebrar la Santa Misa en el mismo Cenáculo
de Jerusalén en" el Año 2000 y agradecido a Dios por ello,
se pregunta si los Apóstoles habrán comprendido el sentido de
las palabras que salieron de los labios de Cristo. Dice: "Quizás
no".
Y es lógico: escuchar a Jesucristo decir "Esto es mi Cuerpo, esta
es mi Sangre", fue -y sigue siendo- algo tan inaudito, algo tan extraño,
que realmente nos hunde a nosotros, como a los Apóstoles en el "Mistérium
Fidei", en un Misterio de Fe que aceptamos y proclamarnos cotidianamente
en la Santa Misa.
Y de ese Misterio de Fe, Misterio Pascual, nace la Iglesia. Desde los primeros días después de Pentecostés, los fieles "acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, la Fracción del Pan y a las oraciones". (Hech 2,4). ¡Es la Iglesia celebrando, desde entonces, como nosotros, la Santa Misa!
Desdé el Jueves Santo Jesús se entrega por nosotros. En el Huerto de los Olivos, ya de hecho su Sangre preciosa es derramada "como gruesas gotas de sudor" en la angustia de la prueba terrible que le espera.
Tanto en la flagelación corno en la cruz, derrama hasta la última gota de su Sangre por nosotros. Y María, su Madre, contempla transida de dolor cómo esa Sangre fluye y empapa al m undo para el perdón de los pecados.
"A aquél lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad que participa en ella".
"Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento Pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos, tienen una 'capacidad' verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la Redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración Eucarística. Pero de modo especial, debe acompañar al Ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien gracias a la facultad concedida por el Sacramento del Orden Sacerdotal, realiza la Consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros... Este es el cáliz de mi Sangre que será derramada por vosotros. El sacerdote pronuncia estas palabras, o más bien "pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo" y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su Sacerdocio".
En un breve recorrido, el Papa recuerda con gratitud algunos de los escenarios en que él mismo ha celebrado la Eucaristía: su parroquia, los senderos en las montañas, las humildes capillas o los estadios, basílicas imponentes y por supuesto la de San Pedro en Roma. Y de todo ello concluye con pensamiento maravilloso: cada Misa, se celebre donde se celebre, tiene un carácter universal y aún cósmico. Repite con admiraciones: ¡Sí, cósmico!
En efecto, la Eucaristía "se celebra en cierto sentido 'sobre el altar del mundo'. Ella une el cielo y la tierra, abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para conducir todo lo creado, en supremo acto de alabanza a Aquél que lo hizo de la nada... devuelve al Creador y Padre, toda la creación redimida... a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia... El mundo nacido de las manos de Dios, retoma a Él redimido por Cristo".
Impresionante pensamiento. Todo el cosmos involucrado en cada Misa que se celebre en el mundo. El máximo acto de adoración que el hombre pudiera jamás haber pensado. Terrible contraste entre la grandeza de lo que está sucediendo en cada altar y la actitud, a veces frecuente, frívola, superficial, rutinaria, de la comunidad reunida.
"La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia". Por eso la Iglesia ha publicado numerosos documentos y Encíclicas como la que estamos presentando en este Folleto.
Unida a la celebración misma de la Santa Misa, está la adoración al Santísimo Sacramento, fuente inagotable de santidad. La procesión de la solemnidad de Corpus Christi (recientemente rescatada valientemente en nuestra Ciudad de México por el Cardenal Norberto Rivera), las Horas Santas en las Parroquias y Capillas, los Templos Expiatorios, dan a Jesús Sacramentado el honor que merece y santifican a la Iglesia.
Pero el Santo Padre sabe en qué mundo vivimos y no deja de mencionar
lo que llama "sombras" respecto a tan gran Sacramento: "hay sitios
donde se constata un abandono casi total del culto a la adoración eucarística.
A eso se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que
contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina sobre este admirable Sacramento.
Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio Eucarístico.
Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado
y valor que el de un encuentro convival fraterno".
Denuncia el Papa desviaciones doctrinales muy graves y aún concesiones
inaceptables en reuniones ecuménicas. Termina Juan Pablo II esta introducción
a la Encíclica con una frase lapidaria:
"La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades
y reducciones".
Misterio de la Fe.
Después de esta riquísima Introducción, el Papa entra,
por así decirlo, en materia, y lo primero que quiere poner bien claro
es que el hecho Eucarístico es un Misterio de Fe.
San Pablo, que no estuvo presente en la última Cena, recibe de los Apóstoles
y nos transmite la verdad sublime de lo que allí aconteció: "el
Señor Jesús, la noche en que fue entregado (Col 11,23), instituyó
el Sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre. Las palabras del
apóstol San Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en
que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma
indeleble el acontecimiento de la Pasión y Muerte del Señor. No
solo lo evoca, sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio
de la Cruz que se perpetúa por los siglos".
"La obra de la salvación no queda relegada al pasado, pues todo
lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres, participa
de la eternidad Divina y domina así todos los tiempos".
En cada Misa, por humilde que sea, "se realiza la obra de nuestra redención".
En cada altar verdadera y realmente, Cristo está salvando al mundo y
nosotros estamos presentes y participando tal y como si estuviéramos
con María en el Calvario al pié de la Cruz. "¡Misterio
grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía
hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente en la Eucaristía, nos
muestra un amor que llega 'hasta el extremo' (Jn. 13,1), un amor que no conoce
medida".
No olvidemos el valor sacrificial de la Santa Misa. No solamente Jesús
dijo "Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre" y lo da a comer, sino
que añade: "Que «era entregado por vosotros". El valor
sacrificial se cumpliría unas horas más tarde. "La Misa es,
a la vez, inseparablemente el memorial sacrificial en que se perpetúa
el sacrificio de la Cruz y el banquete sagrado de la comunión del Cuerpo
y Sangre del Señor".
"El Sacrificio de Cristo y el Sacrificio de la Eucaristía son pues,
un único sacrificio. La Misa hace presente el Sacrificio de la Cruz,
no se le añade y no lo multiplica".
Jesucristo, tanto en el Calvario como en la Misa, no solamente se ofrece a nosotros,
sino que ante todo se ofrece al Padre, sacrificio que el Padre acepta correspondiendo
a esta donación total de su Hijo.
La Iglesia, nosotros, estamos llamados a ofrecemos también, unidos al
sacrificio de Cristo. El Concilio Vaticano II nos enseña que: "al
participar en el Sacrificio Eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana,
ofrecen a Dios la Víctima Divina y a sí mismos con ella".
En cada Misa se celebra la Pascua del Señor, que incluye su Pasión,
su Muerte y también su Resurrección. Cristo es "Pan vivo"
(Jn 6,51). Por eso la asamblea aclama, después de la Consagración:
"¡Proclamamos tu Resurrección!". San Ambrosio recordaba:
"Si hoy Cristo está en tí, Él resucita para tí
cada día ".
"El Sagrado Banquete en el que el pan es Cristo, en el que su pasión
es revivida por nosotros, nuestra alma se llena de Gracia y nos es ofrecido
como anticipo de la gloría futura"
Juan Pablo II
La Presencia Real
El- Papa Paulo VI nos ilumina acerca de la presencia tan especial de Cristo
en la Eucaristía: "Se llama 'real' no por exclusión, como
si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es sustancial, ya
que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y Hombre, entero e íntegro".
Es la doctrina que definió el Concilio de Trento como reacción
a las ideas equivocadas de los protestantes-. "Por la consagración
del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del
pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la
sustancia del vino en la sustancia de su Sangre. Esta conversión, propia
y convenientemente fue llamada transustanciación por la Santa Iglesia
Católica".
Por supuesto la Eucaristía es un "Mysterium Fidei", un Misterio
de Fe que supera nuestro pensamiento. Tan solo podemos creer ciertamente en
ella por un acto de Fe total en las palabras de Jesucristo. Los judíos
que oyeron el discurso del Pan de Vida, capítulo sexto del Evangelio
de San Juan, en el que el Señor nos conmina a comer su Cuerpo y a beber
su Sangre, reaccionaron con cierta lógica humana: "¡Este lenguaje
es muy duro! ¿Quien puede sufrirlo?" (Jn 6,60) y se apartaron de
Jesús.
Santo Tornas de Aquino en el bellísimo himno "Adoro te devote"
canta diciendo: "La vista, el tacto, el gusto en Tí fallan. Tan
solo creemos ciertamente al oído: Creo lo que dijo el Hijo de Dios, no
hay palabra más verdadera".
"Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación" nos dice Juan Pablo II y por su parte Paulo VI expresa: "Toda explicación teológica que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener que el pan y el vino han dejado de existir después de la Consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo son los que están realmente delante de nosotros".
La Iglesia Católica a lo largo de 2000 años, ha creído en tan grande Misterio de Fe celebrando la Santa Misa y adorando a Cristo Sacramentado en miles y miles de Sagrarios en todo el mundo. Múltiples son los hechos históricos de la fidelidad a la Eucaristía hasta el martirio, incluyendo a los Mártires Cristeros en nuestra Patria durante la persecución religiosa de 1926.
La Comunión
"La eficacia salvífica del Sacrificio, se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor". La Santa Misa está orientada de por sí a lograr nuestra unión íntima, personal, con Jesús. "Le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros. La Eucaristía es verdadero banquete en el cual, Cristo se ofrece en alimento".
Ante la incredulidad y el rechazo de los judíos, "el Maestro es obligado a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: 'En verdad, en verdad os digo: si no coméis la Carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre, no tendréis vida en vosotros' (Jn 6,53)". No está Jesús hablando en un sentido metafórico sino absolutamente literal-. "Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre verdadera bebida " (Jn 6, 55).
Jesucristo, al entregarse hasta ese extremo, nos obliga a hacer un acto de
fe total: se da todo entero y nos pide toda la fe del mundo. A los que creemos,
por gracia de Dios, en tan grande misterio, nos promete la vida Eterna, pero
la advertencia a los que lo rechacen, es terrible: no tendrán vida, es
decir, se condenarán. La Comunión del Cuerpo de Cristo viene a
ser condición indispensable, no algo optativo, para salvarse.
"Hasta que vuelvas"
"La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo
pleno prometido por Cristo".
Los fieles en la Misa aclaman diciendo "Hasta que vuelvas", expresando
su fe en la gloria futura. "En la Eucaristía, todo expresa la confiada
espera; es en cierto sentido, anticipación del Paraíso y prenda
de la Gloria futura. Quien se alimenta de Cristo, no tiene que esperar el más
allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia
de la plenitud futura, que abarcará al hombre en totalidad".
San Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan Eucarístico
como 'fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte'
Al mismo tiempo la Eucaristía nos pone en comunicación con la
Iglesia Celestial. No por nada mencionamos en ella a la Santísima Virgen
María, a los Ángeles, Apóstoles, Mártires y todos
los Santos. Cuando estamos celebrando la Santa Misa, nos estamos uniendo a la
liturgia celestial, "es un resquicio del Cielo que se abre sobre la tierra.
Es un rayo de Gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes
de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino".
Termina el Santo Padre este capítulo, haciéndonos ver cómo
la Eucaristía, con toda la carga y tensión que tiene para la vida
eterna, no es una escapatoria de las realidades del tiempo actual. "Muchos
son los problemas que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo. Baste recordar
la urgencia de trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia
y solidaridad en las relaciones entre los pueblos, de defender la vida humana
desde su concepción hasta su término natural".
Menciona Juan Pablo II las contradicciones y problemas de la "globalización"
en donde los más débiles son cada vez más débiles
y tienen poco que esperar.
En este mundo conflictivo y atormentado en donde la esperanza cristiana tiene
que brillar. Por eso Jesús quiso quedarse con nosotros en el Sacramento
del Altar, recordándonos el sentido profundo del "lavatorio de los
pies" en la Última Cena: el servicio a los demás.
"Anunciar la muerte del Señor 'hasta que venga* (1 Col. 11,26),
comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de transformar
su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo 'eucarística'.
Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso
de transformar al mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión
escatológica de la celebración Eucarística y de toda la
vida cristiana: "¡Ven, Señor Jesús! (Ap. 22,20)"
"Cada página, cada línea, cada palabra de este folleto están consagrados a Aquel Pan Vivo que bajó del Cielo para santificarnos y darnos Vida Eterna. A El pedimos las haga dar buenos frutos"
LIBERACIÓN
Por Alfonso Junco (1926)
Amado que encarcelado
Te quedaste en el altar
Amor te puso cadenas
y sin movimiento estás.
Afuera, el mundo se muere
de frío y de soledad.
En tu sagrario hallaría
Su remedio substancial
La plenitud llameante
del amor y la verdad
¡Pero lo ignora o lo olvida
Y así envejece su mal!
Tú no te puedes mover
Él no te viene a buscar
¡y Él y tú, los dos se
mueren de frío y
De soledad!
¡Ven a mi pecho Señor
Yo te quiero libertar!
Ven conmigo, iremos juntos
Todo lo recorrerás:
Calles comercios, talleres
Los campos y la ciudad.
Iremos juntos, Amado:
¡donde esté yo, Tú estarás!
¡Que así te podré pagar
a Tí, Libertador mío
mi deuda de Libertad!
"El sacrificio del cuerpo y sangre de Jesucristo ofrecido por nosotros
es un acto de amor supremo por parte del Salvador".
Juan Pablo II
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