XI. JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ

«Han taladrado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos» (Sal 22, 17-18).

Se cumplen las palabras del profeta. Comienza la ejecución. Los golpes de los soldados aplastan contra el madero de la cruz las manos y los pies del condenado. En las muñecas los clavos penetran con fuerza. Esos clavos sostendrán al condenado entre los indescriptibles tormentos de la agonía. En su cuerpo y en su espíritu de gran sensibilidad, Cristo sufre lo indecible.

Junto a él son crucificados dos verdaderos. malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Se cumple así la profecía: «con los rebeldes fue contado» (Is 53, 12). Cuando los soldados levanten la cruz, comenzará una agonía que durará tres horas. Es necesario que se cumplan también estas palabras: "Yo, cuando sea levantado, de la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32).

¿Qué es lo que «atrae» de este condenado agonizante en la cruz? ciertamente, la vista de un sufrimiento tan intenso despierta compasión. Pero la compasión es demasiado poco para volver a unir la propia vida a aquel que está suspendido en la cruz. ¿Cómo explicar que, generación tras generación, esta terrible visión haya atraído a una multitud incontable de personas, que han hecho de la cruz el distintivo de su fe?, ¿de hombres y mujeres que durante siglos han vivido y dado la vida mirando este signo?

Cristo atrae desde la cruz con la fuerza del amor divino que ha llegado hasta el don total de sí mismo; del amor infinito, que en la cruz ha levantado de la tierra el peso del cuerpo de Cristo, para contrarrestar el peso de la culpa antigua; del amor ilimitado, que ha colmado toda ausencia de amor y ha permitido que el hombre nuevamente encuentre refugio entre los brazos del Padre misericordioso. ¡Que Cristo elevado en la cruz nos atraiga también a nosotros, hombres y mujeres del nuevo milenio!

Bajo la sombra de la cruz, «vivimos en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma» (Ef 5, 2).

Cristo elevado, amor crucificado, llena nuestros corazones de tu amor, para que reconozcamos en tu cruz el signo de nuestra redención y atraídos por tus heridas, vivamos y muramos contigo, que vives y reinas con el Padre Y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos.