XII. JESUS MUERE EN LA CRUZ

Padre, perdónalos porque no sabe lo que hacen, (Lc 23, 34).En el culmen de la pasión Cristo no olvida en especial la causa de su sufrimiento el hombre, más que de cosa, tiene necesidad de amor; tiene necesidad de la misericordia que en este momento se derrama en el mundo.

"Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43). Así responde Jesús a la petición del malhechor que estaba a su derecha: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino" (Lc23, 42). La promesa de una nueva vida. Este es el primer fruto de la pasión y de la inminente muerte de Cristo. Una palabra de esperanza para el hombre.

A los pies de la cruz estaba su madre y a su lado el discípulo Juan evangelista. Jesús dice: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 6-27). «Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19, 27). Es el testamento para las personas que mas amaba. El testamento para la Iglesia. Jesús al morir quiere que el amor maternal de María abrace a todos aquellos por los que él da la vida, a toda la humanidad.

Poco después Jesús exclama: "Tengo sed" (Jn 19, 28). Palabra que deja ver la sed ardiente que quema todo su cuerpo. Es la única palabra que manifiesta directamente su sufrimiento físico.

Después Jesús añade ˇDios mío, Dios mío porque me has abandonado! (Mt 27, 46; cf sal 22, 2); son las palabras del salmo con el que Jesús ora. La frase, no obstante la apariencia, manifiesta su unión profunda con el Padre. En los últimos instantes de su vida eterna, Jesús dirige su pensamiento al Padre. El diálogo se desarrollará ya sólo entre el Hijo que muere y el Padre que acepta su sacrificio de amor.

Cuando llega la hora nona, Jesús grita: « Todo está cumplido » (Jn,19,30).Ha llevado a cumplimiento la obra de la misión, para la que vino alcanzado su objetivo. Lo demás pertenece al Padre: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (L 23, 46). Dicho esto, expiró. «El velo del templo se rasgó en dos... » (Mt 27, 51). El «santo de los santos» en el templo de Jerusalén se abre en el momento en que entra el sacerdote de la nueva y eterna Alianza.

Señor Jesucristo, tú que en el momento de la agonía no has permanecido indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado con amor a la misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los tiempos con sus debilidades y pecados, llénanos a nosotros y a las generaciones futuras de tu Espíritu de amor, para que nuestra indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu muerte.

A ti, Jesús crucificado, sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos.