EL CAMINO DE LA CRUZ

PEREGRINACIÓN DE PHILOTÉA
AL SANTO TEMPLO, Y MONTE DE LA CRUZ

 

 

ÍNDICE DE LOS CAPÍTULOS QUE SE CONTIENEN EN ESTE TOMO

LIBRO PRIMERO

  Carta Pastoral a los fieles del Obispado de Osma.
CAP. I Patria, Padre, y Hermanas de Philotéa, y su peregrinación al Santo Templo de la Cruz.
CAP.II Pierdese Philotéa en su peregrinación; pide socorro Jesus con vivo sentimiento, y tiernas lagrimas.
CAP.III Socorre la eterna Sabiduría a la atribulada Philotéa.
CAP.IV Enseña el Señor a Philotea el camino de la Cruz.
CAP.V Admirase Philotéa de ver el camino, y monte que le mostraron, rehúsa andarlo
CAP.VI Da luz el Señor a Philotea, para que siga el camino de la luz, y satisface a sus dudas
CAP.VII Propone otras dudas Philotea, con el recelo de entrar en el camino de la Cruz, y se las desata el Señor, y la anima con la suavidad, y dulzura del camino.
CAP.VIII Afligiese Philotéa, recelando el enojo del Señor y su Divina Majestad la consuela, y enseña el origen del camino de la Cruz,
CAP. IX Vuelve Philotéa a asegurarse con diversas preguntas, en el camino Real de la Cruz, antes de seguirlo, y el Señor la va alumbrando.
CAP. X Reconoce Philotéa la fuerza de el discurso del Señor, y todavía le replica su flaqueza, rehusando tomar sobre sus hombros la Cruz.
CAP.XI Vuelve Philotéa a hacer nuevas Instancias al Señor, sobre que le haga suave el camino de la Cruz, y el Señor la satisface a sus dudas.
CAP.XII Hace Philotea otra instancia al Señor y sobre que le haga otro camino, y no de Cruz, el Señor la desengaña.
CAP. XIII Pregunta Philotéa al Señor cómo es posible que estén alegres los que siguen el camino de la Cruz si caminan llorando, gimiendo, y suspirando: y se lo manifiesta.
CAP.XIV Enséñale el Señor a lotea como se compadece holgarse, y padecer a un mismo tiempo el Varón espiritual.
CAP. XV Hace otra instancia Philotea al Señor dudando que la Cruz pueda ser gozo, y se lo explica con discurso claro, natural, y fácil.
CAP.XVI Pide Philotea al Señor que la explique algunos efectos de los que causa la Cruz, para que esté alegre el alma y se los explica.
CAP.XVII Añade el Señor otros tres, efectos que causa la Cruz en el alma, para pacificarla, y proponele a Philotéa algunos ejemplos.
CAP.XVIII Suplica Philotéa al Señor, que sobre los efectos que le ha explicado del misterio de la Cruz, la diga su conveniencia, y motivos, y el Señor se la explica.
CAP.XIX Propone el Señor a Philotéa otros ilustres motivos, para abracar la Cruz del Señor, y seguir este seguro camino.
CAP. XX Aficionase Philotéa a la Cruz, pero pide treguas para recibirla, y la reprende el Señor,
CAP.XXI Prosigue el Señor en reprender ásperamente a Philotéa, porque pone dilaciones al seguir el camino de la Cruz.
CAP.XXII Humillase Philotea a reprensión del Señor, aunque le hace otra instancia, por dilatar el seguir el camino de la Cruz y el Señor vuelve a reprenderla.
CAP.XXIII Rindese Philotéa a tomar la Cruz sobre sus hombros, capitulando con el Señor sobre ello.
CAP.XXIV Manifiesta el Señor a Philotéa las falsedades de sus discursos, y réplicas, y propínele diversos ejemplos para seguir la Cruz.
CAP. XXV Propone Philotéa al Señor algunas razones, para que le admita sus capitulaciones y el Señor la desengaña.
CAP. XXVI Vuelve a convencer el Señor a Philotéa, declarándola y cuan engañada discurre en querer ponerse ella a sí misma la Cruz á su gusto y a su modo.
CAP. XXVII Enseña el Señor a Philotéa cuan grande es su engaño en pedir Cruz pequeña y no grande.
CAP.XXVIII Dale el Señor luz a Philotea, deque no le conviene, que su Cruz no sea larga, ni ignominiosa, ni de la calidad que la quiere.
CAP.XXIX Propone Philotéa la causa por qué pide que su Cruz sea honrada, y el Señor la desengaña, y le enseña que no le contiene traer Cruz transparente, y lucida.
CAP.XXX Enséñale el Señor a Philotéa cuan engañada discurre en no llevar cada dia la Cruz.
CAP.XXXI Propone algunas dudas Philotéa, sobre el traer su cruz, o la del Señor, y sobre que no es posible, que los gustos lícitos y permitidos sean cruz.
CAP. XXXII Percibe Philotea la doctrina, en cuanto a traer la Cruz, del Señor, y no la suya, y le pregunta, porqué con tanta diferencia reparte Cruces a las almas?
   
LIBRO SEGUNDO
CAP.I Reducese Philotea a Tomar la cruz del Señor sobre, los hombros, pero pretende admitirla, sin despojarse de la gala que traía.
CAP.II Reprende el Señor Philotéa porque no quiere dejar sus galas para tomar la Cruz sobre sus hombros.
CAP.III Procura Philotea satisfacer al Señor, persuadida qué se compadece amar las galas, y el espíritu, y el Señor la desengaña.
CAP.IV Dale el Señor a escoger a Philotéa diversas cruces, y se halla sumamente confusa, toma una anda con ella, pero no por el camino dé la cruz.
CAP.V Pídele Philotea al Señor, que la deje con algunas galas, pues las traen otros con Cruz, y su Divina Majestad la da admirable doctrina.
CAP.VI Escoge el Señor de las galas de Philotea las que parecían mas al intento de seguirle con la cruz sobre los hombros.
CAP.VII Ofrece Philotéa al Señor las galas de su cabeza, pero defiende cuanto puede seguirle con pies calzados.
CAP.VIII Pregunta Philotéa al Señor, por qué le manda, descalcar, habiendo tantos Santos que le han seguido calzados, y se lo enseña el Señor.
CAP.IX Ofrécese Philotéa descalza a tomar la Cruz; mándala el Señor que tome la que le señala y su divina Majestad la ayuda, y comienza a caminar.
CAP.X Prosigue su camino Philotea con alegría, y llega al pie del monte santísimo de la Cruz.
CAP. XI Sube por el monte Philotea con alegría, y consuelo, y vence no pequeña parte de su aspereza.
CAP. XII Va prosiguiendo Philotéa su camino, y la sucede una terrible tormenta, y tribulación.
CAP.XIII Viene el Señor, y a Philotea la reprehende, y le dice, cuanto mas padecen que ella sus hermanas.
CAP.XIV Vuelven sí Philotéa, y pide al Señor perdón, y algunos remedios para sus tribulaciones, y se los da.
CAP.XV Pide Philotéa al Señor algunas Virtudes, para cuando fuere atribulada; y el Señor le enseña en las que ha de ejercitarse.
CAP.XVI Propone el Señor otras dos Virtudes á Philotéa, para el tiempo atribulado.
CAP.XVII Prosigue Philotéa su camino, y va subiendo la cuesta del monte con grandes tribulaciones.
CAP.XVIII Crecen las tribulaciones de Philotéa, y con ellas vence mas aprisa las asperezas del monte.
CAP.XIX Vuelve el enemigo común a procurar expugnar a Philotéa, y quitarla la, de los hombros.
CAP.XX Vence Philotéa lo más áspero del monte, y llega a unos collados altísimos muy cerca de su eminencia, y comienza a arder en la caridad Divina
CAP.XXI Despide Philotéa de si, con la fuerza del amor y las galas que le habían quedado, y se viste una humilde y pobre túnica.
CAP.XXII Vuelve el tentador a afligir a Philotéa: ella se defiende, y llama a su Maestro Soberano.
CAP. XXIII Consuela el Señor a Philotéa, y ella con dulcísimas razones manifiesta el amor que abrasa a su alma.
CAP.XXIV Responde, y corresponde el Señor a las finezas de Philotéa, y la anima con que ésta cerca la corona.
CAP.XXV Prosigue Philotéa su camino, padeciendo grandes ansias, y penas con el amor.
CAP.XXVI Cría grande aborrecimiento de si Philotéa, crece el amor, y se pone una corona de espinas en la cabeza.
CAP. XXVII Vuelve el Señor a Visitar a Philotéa, y tienen una interlocución muy dulce y enamorada
CAP.XXVIII Pregunta el Señor a Philotea quien le dio valor para ponerse la corona de espinas, y de dónde le ha crecido aquel amor? le responde, y pide muerte de Cruz.
CAP. XXIX Concede el Señor a Philotea su petición, y la previene para morir en cruz y ella alegre está cantando sus alabanzas.
CAP. XXX Descríbase el teatro en que Philotéa padeció, y gozo dichosa muerte de Cruz, y entra en él.
CAP.XXXI Crucifican los Ministros del Amor Divino a Philotéa, clavándola las manos, y los pies,
CAP. XXXII Rinde su alma Philotea a su Maestro Soberano, en la Cruz, con las siete palabras que dijo en ella por ella.

 


ADVERTENCIA.

El motivo que tuvo nuestro Venerable Obispo para escribir este ingenioso, y devotísimo Libro, le expone él mismo en la Carta Pastoral del principio, para los fieles del Obispado de Osma, donde también señala el tiempo en que se dedicó a su formación, que fue en la Visita del año de 1657. desde Abril hasta mediado Julio; y esto mismo confirma el Doctor Magano, que le acompañaba como visitador. Dos obras tuvo su pluma por ejemplar para la suya, la Vía Regia Crucis del erudito Benedictino Aefreno, y la Philotéa del glorioso Obispo de Geneva San Francisco de Sales. Estos dos Escritos memorables dieron impulso a su pluma para que labrase otra obra nueva, que mirase al mismo fin de inclinar las almas al camino de la perfección, y de la Cruz. Como había tantos años que la llevaba el Siervo de Dios tan prolija, como se lo mostró a una alma, que refiere en su Vida Interior; pudo con ciencia práctica comprender su importancia, y describirnos con el primor que lo hizo, la peregrinación del santo camino de la Cruz. Enviando este Libro a unas Religiosas, las dice el Venerable lo siguiente: Esa Dama envió a Vosotros. Por si quisieren darle la profesión: en ese libro la hallarán: léanlo Vosotros y esas Santas en sus aposentos, que yo creo que no se la negarán, porque aunque comenzó como yo, acabó como vosotros. En acabando de leerlo entenderán el enigma. Imprimible de orden del Venerable Escritor en Madrid a los fines del año de 58. y principios de 59. su grande Amigo, y en otro tiempo condiscípulo de la Universidad de Salamanca Don Francisco Gracian de Berruguete, Secretario del Rey nuestro Señor. A esta primera edición, que se hizo en cuanto, se han seguido otras muchas en Barcelona, Madrid, y otras parte. Y últimamente el R. P. Fray Josef de Palafox, año de 1664. le dio en el tomo cuarto de su colección, desde la pag. 515. Hacen memoria de este escrito Don Nicolás Antonio y el Obispo de Guadix Don Fray Miguel de San Josef.

 

Prólogo, y Carta Pastoral

A LOS FIELES DEL OBISPADO DE OSMA,
JUAN, su indigno Obispo, salud, y eterna felicidad.
Mihi antem absít gloriari nisi in Cruce Domíní nos tri Jesu-Christi. Ad Galat. 6. v. 14.

Estando para partir dé la Corte el año de 1654. a servir esta Santa Iglesia, me puso en las manos uno de los Sujetos mas ilustres en sangre, letras, y ejemplo que hay en ella, un Libro intitulado: Vía, Regia Crucis, compuesto por el Rever. Padre Benedictino Aefreno Prepósito del Monasterio; Afligeniense, de las primeras plumas de Flandes, así en espíritu, como en codo genero de erudición. Pidióme con mucho encarecimiento, que los diese a nuestra lengua, por la utilidad grande que dé ello podía resultar y habiendo suspendido la resolución hasta ver el Libro, lo leí con particular atención y gusto; porque sin duda se compone de las dos circunstancias, que hacen amable la lección, que son dulzura, y utilidad.

II. Conocese, que aquel aventajado caudal que lo escribió, es hijo de la Augustísima Religión de San Benito que tanto ha ilustrado la Iglesia con su enseñanza, y aun algunos siglos, (poco menos que sola) pues sin duda en ellos sobre todos los demás estados, y profesiones, enseñó el ejercicio de las sagradas letras y todo genero de buena, y santa disciplina.

III. Después de haber leído este tratado hube de suspender el obrar, y aun el acordarme de él, ocupado en el Episcopal Ministerio, que apenas deja tiempo para respirar, y mucho mas al comenzar a servirlo en alguna Iglesia por haber de tomar conocimiento, y dar asiento, y dirección á todo lo que toca á su gobierno. Pero este año de 57. Partiendo a la Visita de este Obispado, y juzgando que por las mañanas, antes que los súbditos diesen materia al ejercicio Pastoral, por estar aun recogidos, habría algún lugar para obrar en esto, sin faltar al principal empleo de mi oficio, lo traje conmigo para ejecutar este intento.

IV. Volvilo a leer, para trasladarlo á nuestro idioma, mas hallé en mí tanta repugnancia, ó para decirlo con mayor conocimiento, tan poca habilidad, que me pareció, que no seria traducir, sino deslucir esta obra; así porque no es fácil pasar de un idioma a otro la propiedad que tienen entre sí sus locuciones, como porque tampoco le es el ajustarse los estilos particulares de los Autores; pues así como son diferentes los rostros, y los encendimientos lo son comúnmente los conceptos, frases, y maneras de hablar, y aun todas las demás humanas operaciones.

V. Con esto me pareció dejar el asunto, y reservar para él otra pluma de mayor destreza, aunque por no dejar de aprovecharme á mi, y a mis súbditos de tan excelente argumento, como ensalzar el camino de la Cruz, resolví hacer otra obra a la vista de su imitación, tomando de esta algo de los nombres, y de la idea, que formó para si aquel erudito Ingenio, pareciéndome, que en esto hacia buenos oficios al Autor, a los Lectores, y a las almas de mi cargo.

VI. Al Autor, con no deslucirle una obra, tan perfecta, y llena de erudición, haciendo que pareciese menos hermosa en nuestra lengua, que en la que él con tanta propiedad la escribió. A los Lectores, pues verán con alguna diferencia tratado este santo asunto; porque en el latín hallarán gran fuerza de autoridades y aquí puede ser, que hallen tan eficaces razones, que no, queden menos persuadidos, y convencidos con estas, que con aquellas. A las almas de mi cargo, á quien principalmente se endereza siempre: la doctrina, y mi cuidado, porque les ofrezco la mas sustancial, útil, y santa enseñanza, que él Pastor puede, ni debe dar a sus ovejas, que es criarlas con la leche de la Sangre de Cristo. Y sustentarlas con el pan de sus dolores, y penas reducidas a la práctica, veneración, y amor ternísimo al misterio excelente, y inefable de la Cruz.

VII. Porque sin duda alguna, Fieles, la materia de este tratado, que se reduce a exhortar a que padezcamos por Dios, y lloremos nuestras culpas, tiene cinco propiedades admirables, y sumamente amables, y estimables, de las cuales se habla con mayor dilatación en esta obra, y aquí los apuntaremos, por servir este breve Discurso de Carta Pastoral, de Dedicatoria., y Prólogo y estas son la excelencia de la Cruz, su utilidad, su necesidad, su dificultad, y con esa misma su dulzura, y suavidad.

VIII. La excelencia, porque el camino de la Cruz es el más superior, y noble que puede considerarse, antes bien, este solo es el noble, y superior. Pues si la nobleza se toma del origen, habiendo fundado, platicado, enseñado, e instituido el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que como Dios, es origen de todo lo bueno, y santo, y como hombre, es descendiente de Reyes, y de las primeras Cabezas del mundo, que fueron los mayores Patriarcas, forzoso es que tenga en si la superioridad, y: excelencia que trae consigo tan ilustre, y claro origen; y así, con gran razón están acreditados los hábitos Militares de insignia conocida de nobleza por ser Cruces; porque no hay en esta vida otra alguna mas noble, y excelente que la Cruz.

IX. Conócese no solo en esto la excelencia de la Cruz y en lo que es venerada en el mundo por todos los Príncipes, y Reyes, y tanta suerte de gentes, sino por la ponderación con que el Hijo Eterno de Dios habló siempre de ella; porque siendo la misma humildad este divino Señor, y diciendo de sí, que era gusano, y el oprobio de las gentes, pero en llegando a la Cruz siempre habló de ella con grande magnificencia, llamándola su trono, y el teatro de sus glorias y al ponerle en ella su exaltación: Qportet exaltari Filium bominis: cum exaltaveritís Filium homints, cum exaltatus fuero a térra, omnia trabam ad me, Que fue decir, cuando fuere entronizado en la Cruz, todo lo venceré, y conquistaré. Y así con razón le llamó Principado el Profeta cuando. dijo: Et factüs est principalus super humerum ejus. Como si dijera: Su Cetro, su Imperio, su Corona lo trajo sobre sus hombros porque su Cruz fue su Imperio, su Principado, su Cetro, y su Corona.

X. Pero así como es nobilísima señal la Cruz, es mucho más noble el misterio que en ella se representa, cuanto lo es más el alma que el cuerpo, y el espíritu, que lo animado por él. Porque la Cruz, Fíeles, es una sagrada señal, en la cual se significan los dolores, y las penas del Señor, y la humana redención, que con ellas obro el Redentor de las almas; pero las mismas penas, dolores, afrentas, azotes, heridas, é ignominias, y la muerte que padeció su Bondad, esa es el alma verdadera de la Cruz.

XI. De aquí resulta, que me parece, que puede bien defenderse, que el camino de la Cruz en el Señor, y en nosotros es mas excelente, y noble que la misma Cruz. Porque si este misterioso camino consiste en padecer en esta vida mortal penas, mortificaciones, dolores, lagrimas, penitencia, y afrentas por Jesús, y esa es el alma de la Cruz, y la Cruz es la que explica, y señala, y acredita aquellas penas, y esto da su explicación forzoso es, que sea mas excelente el misterio, y el espíritu, que la misma explicación. Qué importaría, que todos anduviésemos cargados de Cruces de madera, sí nos faltase el espíritu interior y el dolor, y penitencia. Qué importaría la exterior profesión sin la interior mortificación. Qué importaría la apariencia sin la sustancia? Qué importaría lo que parece, sin aquello que es? Como no importa que padezca el cuerpo, si no le da su interior valor el alma, ni padecer innumerables trabajos, si no se hacen? Cruz con darles honesto, y santo motivo y aplicación.

XII. No sé si, diga, que no veo otra cosa en esta vida, que trabajos, y dolores; pero poquísimas Cruces, al respecto de las penas. Todo es padecer, y en los tibios como yo muy pocos merecimientos. Los Superiores tienen superiores penas. Los súbditos naturalmente padecen
penas de súbditos; los unos al mandar, al obedecer los otros. Los pobres padecen fatigas, y
trabajos; pero los ricos incansables, y miserables cuidados. Los que penan, ya penan de su
cosecha; pero: los que con ansia procuran gozar con mayor dolor, padecen dentro de los mismos gozos.

X1II. Estas son, Fieles, las penas de los mortales: mas dónde están los merecimientos? Este es el tormento pero dónde está la Cruz? O engaño de la humana condición! Dárnoslas espaldas al padecer y negárnoslas al merecer! O para decirlo con mas propiedad; damos el corazón a los gustos, el pecho a las penas, y al mérito las espaldas. Padecemos, como si mereciésemos, y merecemos, como si no padeciésemos.

XIV. La causa de esto es, porque en el mismo padecer buscarnos el gozar, y bailamos dentro de las mismas penas. Rodeados de dolores nos holgamos, y hacemos risa de nuestras mismas miserias. No es ya quien nos recrea el gusto, sino el engaño porque tenemos al mismo engaño por gusto. Huyendo de las fatigas, buscamos, mas no hallamos los deleites. El olvido de las penas cenemos por gozo, y el divertir nuestros males, abrazamos como bienes.

XV. Y así, el intento de este tratado, almas devotas, no tira principalmente á ensalzar: la Cruz material del Señor, digna por todas razones de venerarla, y reverenciarla con profundísimo afecto; porque eso, que Católico lo duda? Sino de ensalzar la Cruz formal, y espiritual de padecer por el Señor, y seguirlo con santa, y perfecta vida, pureza de conciencia, y de intención: y para eso sujetarnos, y rendirnos, y humillarnos a llevar la Cruz de los preceptos divinos, y consejos, y conocer cuanto vale, y cuanto aprovecha el imitarlo, y que solo son excelentes, y grandes, é ilustres, y valerosos, sabios, y prudentes, y esforzados, los que siguen práctica y perfectamente con el dolor, lágrimas, y penitencia el camino de la Cruz.

XVI. Pues si los fuertes, los valerosos, los sabios, y los nobles son en el mundo excelentes, claro esta, que no hay tal fortaleza en esta vida, como vencerse así mismo, y mas por tan excelente motivo, como el de agradar a Dios: ni hay tal valor, y aliento, como avasallar con el espíritu todo el poder del demonio, mundo, y carne: ni hay tal lealtad, como ser fieles a los mandamientos, consejos, inspiraciones Divinas: ni tal sabiduría, como encaminar de tal manera esto temporal, que se consiga lo eterno: ni tal nobleza, como ir siguiendo en Cruz al Hijo Eterno de Dios, Rey de Reyes, y Señor de los Señores, que va adelante penando, y es origen y principio sin principio de todo lustre, y nobleza.

XVII. La utilidad de esta nobilísima materia, ella misma se está manifestando; porque no hay cosa mas útil en lo criado, que llegar a gozar del Criador; yen todas las humanas operaciones, toda la utilidad se toma de los medios proporcionados para conseguir el fin. En tanto es útil el tratar, y contratar, en cuanto con ello se granjean las riquezas. En tanto es útil el servir a los Príncipes, en cuanto con ello se consiguen las honras. En tanto es útil el pelear, en cuanto con ello se consigue la fama, los puestos, y la grandeza.

XVIII. Pues si el camino de la Cruz, no solo encamina, y guía, sino que asegura la salvación de las almas, y el gozar las felicidades eternas, y el escapar de los eternos tormentos, y el ver a Dios para siempre, y el ser ciudadanos de aquella eterna Ciudad, y consortes de los bienaventurados, y compañeros de los Ángeles y Santos, y herederos del Padre, y coherederos del Hijo, y moradas del Espíritu Santo, y ver el rostro de aquella Señora, que es templo vivo, e inmaculado de toda la Santísima Trinidad; que medio, que camino, que disposición puede ser de igual utilidad a aquel que todo esto solicita por su medio, camino, y disposición?

XIX Y aquí, hijos, y hermanos míos podíamos soltar el raudal de las lagrimas, llorarme yo, y lloraros, y llorarnos todos, de que estemos tan ciegos, y desatinados, que por esto caduco, y transitorio, no haya penas que no se padezcan, ni mares que no se naveguen, ni montes que no se taladren, ni peligros á que no se expongan los hombres, cuando todo lo vano viene á parar en siete palmos de tierra, y una pobre, y deslucida mortaja, una cuenta cierta, una sentencia formidable, unas penas eternas y por aquella felicidad que se le conoce el principio, y no se conoce el fin, aquella gloria, que no conoce las penas, aquellos gustos, que no conocen disgustos, aquellos deleites, que no conocen pesares, no solo huimos de emprender este glorioso, santo, valeroso, y útil camino de la cruz; pero aun la aplicación de los mismos necesarios trabajos que padecemos, nos olvidamos 5 ó no queremos hacer.

XX. No hijos, y hermanos míos, abramos los ojos a lo celestial, Conozcamos el engaño, y
locura de esto temporal: y pues al humano corazón ordinariamente le gobierna la utilidad, y
á. ese punto conspiran sus líneas, busquemos eternas utilidades, y conveniencias, y no nos
contentemos con lo momentáneo, m menos que con lo eterno.

XXI. Propuesta la excelencia, y la utilidad del camino de la Cruz, se conoce fácilmente la
necesidad. Lo primero: porque lo excelente, y útil en alguna manera se hace necesario a los espíritus generosos y grandes, como son de su naturaleza los hombres, por ser criados solo para Dios, y para la eternidad, porque en esta vida dos cosas son las mas amables, y las que nos llevan, y por las que anda siempre de pretendiente este nuestro inquieto, y ambicioso corazón, que son honra, y provecho; y si el camino de la Cruz es honrado, como dijimos, y útil, como acabamos de decir, claro está, que nos necesita a que lo sigamos con una necesidad de decencia, y conveniencia, si no es que volvamos las espaldas, viles, perezosos, é infames, a la honra, y al provecho.

XXII. No parece que puede ser cosa mas deslucida en el mundo, que aquella que en si
ni tiene provecho, ni honra; porque sin honra, es infame, y sin provecho, inútil, y por
eso despreciable: y así son todos aquellos, que huyendo del camino de la Cruz, y de lo eterno, y bueno, buscan honras mundanas, y perecederas, y utilidades ligeras, y caducas, pues aunque para esto transitorio parezcan honrados, y aprovechados, son para lo celestial, que es lo que pesa 3 vale, importa, y dura, despreciados, inútiles, y viles.

XXIII Pero aun esta necesidad del camino de la Cruz no se queda en términos de congruencia, por útil, y por honrada, y por medio proporcionado para conseguir la verdadera honra, y utilidad; sino que es necesaria, como medio preciso á la salvación: pues de la manera que dijo el Señor: Que si el hombre no renaciere por el Bautismo, no puede conseguir su vida eterna. Nisi quis renatus fuerit ex aqua, & Spiritu Sancto: (f), asi dijo; Sed sí penitentiam non habueritis, omnes similiter peribitis. (g) Y asi díjo: que si no fuese exaltado el Hijo del hombre (con que explicó el Misterio de la Cruz) no se conseguirá la Vida eterna, (h) y en aquella exaltación entramos todos, y en aquella condición fuimos comprendidos todos, y a aquella soberana vocación de la Cruz fuimos llamados todos. Porque aunque el Señor solo nos redimió; pero aquel sagrado instrumento donde fabricó la redención, nos lo dejó como en testamento, para que con el, y por el anhelemos a su santa imitación.

(f) Joann. 3.v.5. (g) Luc.13 v.5. habueritis. Sic legunt S. Gerrn. & S. Mart. Turón, apud Sabat.tom. 5.edit. 1751. (h) Joann 12.v. 32,

XXIV. Como si dijera, si queréis ser exaltados conmigo, morid en Cruz como yo. Morid conmigo, y seréis exaltados, y consepultados conmigo, y resucitados conmigo, y subiréis al cielo conmigo, y todo esto lo deberéis á la Cruz. Este fue el discurso de S. Pablo, cuando dijo: Sí tamen compatimur, ut & conglorifice-mur, donde aquel compatimur, que dice unidad de padecer, no significa unos con otros, sino con el que padeció por nosotros, pues si nuestras penas no se juntan con sus penas, qué importan, ni que pesan nuestras penas?

XXV. Cruz nos ha de salvar, Fieles, y sin Cruz es imposible salvarnos. Es menester padecer en esta vida penando, ó en la otra purgando. Cruz nos ha de salvar» Fieles, la del Redentor, por lo que peno con nosotros; la nuestra con lo que fuéremos penando por él. Cruz nos ha de salvármeles, porque es menester, ó no pecar, o llorar. Cruz nos ha de salvar, Fieles, porque quien pasa por el pecar, ha de pasar, por el llorar, y sí no pasa por el llorar aquí, ha de pasar por el llorar allá.

XXVI. Con lo cual, Fieles, solo podrá dejar de penar el que sabrá dejar de pecar, y así como no hay quien no peque, no debe haber quien no pene. Aun los mismos que algunas veces no pecan, deben penar para que se defiendan del pecar. Mortificada la carne por el espíritu, manda el espíritu a la carne. No podrán mortificarla sin penar, ni sin penar sabrán dejar de pecar.

XXVII. Con esto puede verdaderamente decirse, que el camino de Cruz, no solo es excelente, y útil, sino necesario; y mas habiendo dicho el Señor : Que el que quisiere ir imitando sus pisadas, tome su Cruz, y lo siga ; y si no hay otro camino para el Padre, que el del Hijo, ni otro camino para el Hijo que el de la Cruz i seguro es, que solo el camino de la Cruz por el Espíritu Santo nos lleva al Padre, y al Hijo: y quien no anda en este camino, en donde piensa pasar? También la dificultad del camino, Fieles, mirando a la naturaleza, no es pequeña, vencer la carne con el espíritu, al mundo con el desengaño, al demonio con la gracia; pero esta dificultad no ha de servir para acobardar el animo, sino para esforzar el deseo, avivar el esfuerzo, poner todo cuidado en la empresa, y dar aliento á la ejecución.

XXVIII. Ninguna cosa grande comúnmente suele ser fácil. Cuánto cuestan los puestos, y
las honras de esta vida conseguidas 3 y aun comúnmente, ni conseguidas? Al peso de su grandeza se mide en ellas su dificultad 3 cuesta mas tiempo, hacienda, y sudor lo que mas vale.

XXIX. Siendo esto así: no era conforme á la grandeza de la empresa, que fuese fácil el camino de la cruz, si es medio de conseguir lo eterno. Por qué ha de ser dificultoso lo que es disposición de alcanzar un fin tan grande? No puede ser ligerísimo en los medios lo que trae consigo infinitas conveniencias.

XXX. Poco se estima aquello que cuesta poco, y por el contrario, mucho lo que se compró a gran precio, Vida eterna, bien merece vida, y muerte temporal: barato es darme lo eterno por lo caduco: buen concierto, comprar oro con el vidrio, diamantes con el polvo de la calle. Penas breves, gozos que nunca se acaban, nadie lo desechará. Pongamos los ojos en el fin, y nos parecerán facilísimos los medios, la dificultad se hará facilidad, con tener presente la gloria de tan excelente empresa.

XXXI. Con la dificultad proponemos la dulzura, y suavidad del camino; porque la alma, fíeles, de aquella dificultad, es esta facilidad. La Cruz del Señor es áspera por afuera, y ¿toda ella panal de miel por adentro. Rigor para el cuerpo, y suavidad para el alma. Lo exterior desagradable, lo interior apetecible; y así como nuestras operaciones son dificultosas, comúnmente, y tristes, y congojosas, y llenas de dolor, y fatiga, por la debilidad de nuestra naturaleza, que en todo suda al obrar, y por el contrario las de Dios, como nacen de su misma Omnipotencia, son fáciles, y suaves, dulces, y llenas de grandísimo consuelo, así las operaciones interiores del camino de la Cruz, como todas son de la gracia, traen consigo facilidad, alegría, dulzura, y suavidad increíble, como se vera en este Tratado con palpable claridad.

XXXII Dividírnoslo en dos libros. En el primero se dibuja (así fuera con proporcionadas
líneas) el alma, que asida á la naturaleza, desconfiada de la gracia, no quiere entrar en el camino útil, y excelente, suave, y fuerte, misterioso de la Cruz. y a quien pareciere es muy sobrada su porfía, y las réplicas que le hace al Divino Esposo, para no tomar la Cruz, mírese a si mismo, y considere, cuantas veces se ha defendido de Dios, cuantas no le ha querido responder llamado, cuantas no le ha querido creer persuadido, Cuantas se le ha huido, y conquistado, cuantas siguiéndolo lo ha dejado, y crea, que todo aquello lo hizo por darse á si y á su gusto, y apetito, y negarse al camino de la Cruz.

XXXIII. En el segundo libro explicamos su dulzura, y suavidad prácticamente, y los pasos, tribulaciones, medios, y remedios, efectos, y afectos, por donde se llega en este ultimó camino del trabajo a la Corona. En él proponemos también las luces, y socorros admirables de la gracia, y de la misericordia, y la suavidad, y facilidad con que se vence con ella lo que parece tan arduo a nuestra naturaleza. Con esto podrán conocer las alma que en estas bodas del Cielo, como en las que honró el Señor en Cana de Galilea, al fin de ellas se reserva el mejor vino: muy al revés de las del mundo, cuyos deleites, vanidades, y locuras tienen dulcísimos los principios, y amarguísimos los fines.

XXXIV. Para hacer mas sabroso este tratado, y que fuese tolerable la rusticidad, y desaliño del discurso, y del estilo (al fin como de Pastor) usamos del antiguo de los Diálogos, entre el alma, y Dios, acreditado en todos tiempos con admirables tratados, así de la Escritura Sagrada, como de otros Varones insignes en toda suerte de erudición.

XXXV. Notorios son los libros del Santo Job (aunque aquel fue suceso, y no parábola) que es de lo mas delgado, y elocuente que hay en las divinas letras. Harto tienen de esto los Salmos del Rey Profeta, y no poco los Cantales de su hijo Salomón, ni falta de ello á los demás Sapienciales.

XXXVI. Los Santos también eligieron este estilo, y San Bernardo en algunos versos, muy propios de aquel espíritu altísimo, y suavísimo, y San Buenaventura en prosa, hicieron meditaciones dulcísimas en Diálogos á este intento. El Venerable Tomas de Kempis, en aquel librito de oro del desprecio del mundo, sigue en el modo, y la sustancia el mismo estilo. Y Ludovico Blosio, uno de los místicos mas acreditados, fue por estos mismos pasos.

XXXVII. También el Santo Henrique Suson, espejo de penitencia, y honor de la Apostólica Religión de Santo Domingo, hizo otro espiritual Tratado entre el alma, y la eterna Sabiduría; y el gran Taulero, de la misma Religión. Y aquel río caudaloso de elocuencia, y espiritu, el V. M. Fr. Luís de Granada, de quien podían en alguna manera decir los que han escrito en lo místico después de él: Et de plenitudine ejus nos omnes accepimus, (por no dejar cosa buena sin tocarla) también acredito este modo de escribir.

XXXVIII. No puede negarse, que se declaran mejor los afectos con interlocuciones sentidas, que con dilatados discursos. Mejor se explica el alma en sus conceptos impugnada, que aplaudida. El encendimiento fatigado con la contraria opinión, da mas fuerza con su razón al discurso: cobra aliento en la misma vejación. Danse también las manos lo material, y formal en los diálogos, para recrear el animo del oyente, y enseñarlo. El cuento, y las figuras, y los sucesos tienen divertida á esta porción inferior: los discursos, las razones, los argumentos, preguntas, y respuestas recrean la superior. Es ver una batalla mental, en la cual la suspensión asiste con ansia de saber en qué parara el suceso, y a cual de aquellos discursos le corona el vencimiento.

XIL. Quisimos llamar Philotea, y no Staurofila a esta ilustre seguidora de la Cruz que proponemos; porque aunque Staurofila quiere decir amante de Cruz, y Philotéa de Dios; pero es tan poca la diferencia, que vienen á ser unívocos los dos nombres, y es mas dulce para la pronunciación, y la lectura el segundo.

XL. Tuvimos también presente á otra Philotéa Francesa, que instruyó otro Prelado de
aquella nobilísima Nación, sin duda alguna excelente en espíritu, en letras, y en elocuencia
cristiana, que tradujo en nuestra lengua un ingenio de los mas floridos de este siglo; y nos ha
parecido, no inútil emulación, sino espiritual, y santa, que si una Philotéa Francesa fue instruida de aquella delgada pluma, otra Philotéa Española instruyese a las demás, con manifestarse humilde seguidora de la Cruz, sino igualmente aplaudida en la gracia, y elegancia del estilo, por lo menos no desiguálenla gloria del empleo, y grandeza del asunto.

XLI. Finalmente, Fieles, este tratado ofrecemos no a la curiosidad, sino al provecho de las almas, instado mas del amor, que del concepto que tenemos del acierto, formado en breve tiempo, desde los primeros de Abril del año que va corriendo, hasta catorce de Julio, día del Triunfo de la Cruz, en que muy acaso le acabamos, sobre la interposición de unas tercianas que interrumpieron la pluma, entre tan grande variedad de ocupaciones, que no dejaban dos horas libres al dia, con que ella sola puede servir de disculpa a sus defectos. Vinuesa, catorce de Julio de mil y seiscientos y cincuenta y siete.

Juan indigno Obispo de Osma.


CAMINO DE LA CRUZ


CAPÍTULO I

Patria, Padre, y Hermanas de Philotéa, y su peregrinación al Santo Templo de la Cruz.

En una de las regiones que habitan los Adámicas, cierta Nación poderosamente flaca, que de su padre heredo una herencia universal de lágrimas, y desdichas, florecía la antigua Ciudad de Tarsis, ilustre, no tanto por la grandeza, y opulencia del comercio, que enriquece aquellos Reinos, cuanto por la grandeza, y ansia mas que mortal, con que buscan sus habitadores, por diferentes caminos el alivio de sus penas y el procurar reducir el destierro a patria, la calamidad a gozo, y hacer premio, y honor del castigo, y de la afrenta.
Vivía en ella Philomeno un varón noble y respetado de toda aquella región poderoso de los bienes de fortuna y acreditado en los de naturaleza. De su ya difunta mujer Hierotea heredó con la soledad tres hijas que en la de flor de su edad, y con la de su hermosura, arrebataban los ojos de la juventud lozana de aquella ilustrísima Ciudad. La, mayor de estos tres engaños de los mozos y envidia de las doncellas de Tarsis se llamaba Philotéa la cual nació en el
día, que celebra la Iglesia el misterio inefable de la Cruz y por el ingenio, juicio, prudencia, y capacidad, fue gozo y consuelo y alegría de sus padres.
La segunda hermana se llama Honoria, y conveniale el nombre a la condición por la propensión con que aspiraba á las honras, grandezas; riquezas, y felicidades temporales, puesto su corazón en esta vana ostentación, y apariencia de las cosas.
La tercera se llamaba Hilaria, y muy propiamente porque todo su deseo aspiraba a los deleites humanos, "holgarse, entretenerse, divertirse, teniendo por la suma, y la mayor de sus felicidades estos ligeros y breves contentamientos.
De las tres hizo Dios a la primera, sin duda alguna, en todo la primera, (que no siempre han de llevarse la gracia, ni las gracias las segundas) mas generosa en los dictámenes mas delgada en los discursos superior en la hermosura de cuerpo, y con mas soberanas inclinaciones en la principal del Alma. Habiala dado Dios algunas luces para que lo siguiese pero ella, ó no lo entendía, o se le resistía, y ya la verdura de los años, ya los lazos de oro de la hermosura, felicidad, y riquezas la tenían cautiva, y aprisionada finalmente, era esta discreta doncella sobre muchos llamamientos, en lo exterior virtuosa, y sin luz, y engañada en lo interior.
Acostumbraba el padre de éstas tres doncellas permitirles la honesta recreación, de que fuesen algunos días a una huerta suya, que comprendía diversidad de jardines, y era de las mas deleitosas, y agradables, que había en aquella hermosísima campaña, en cuyas márgenes se extendían unos prados amenísimos que hacían plaza espaciosa, y especiosa, á una selva espesa de alamedas repetidas, por grande trecho de tierra, recreación, y ornamento de aquella populosisima Ciudad.
Era el día de la Cruz Santa de Mayo, tiempo, en que parece que produce flores la Primavera solo para coronarla cuando con moderada familia salieron las tres doncellas le casa muy de mañana y después de haber dado algunos paseos por las calles, y jardines de su huerta les obligó una travesura permitida y natural, o la humana condición que tiene por pena cualquiera clausura por muy amena que sea a salir los prados, que miraban a aquel dilatado bosque.
Philotéa, con la memoria del día de la Cruz, y de su nombre, dijo a sus hermanas Honoria, y Hilaria, que pues convidaba el tiempo y la devoción fuesen juntas á adorar en una suntuosa Ermita que estaba en lo interior de aquella selva á la Cruz del Señor, cuyo misterio dio su nombre, y dedicación al Templo con que harían o virtud de la recreación, mérito de la fatiga y devoción de la amenidad, suavidad, y dulzura del tiempo y de la mañana.
Rrespondió á esto Honoria proponiendo algunos inconvenientes y diciendo, que iban menos acompañadas de lo que á su Nobleza se debía y que no era conveniente, por una ligera devoción, perder, y aventurar el crédito de su ilustre calidad, que podrá ser que el mismo día, y á la misma devoción concurriese toda la Nobleza de Tarsis y que notaría la poca pompa de su familia y el menos cuidado ornamento de sus personas con que de aquella mal propuesta, y peor ejecutada peregrinación solo conseguirían deshonor, afrenta, y deslucimiento.
Hilaria siguió el parecer de Honoria, aunque con diversos motivos, y añadió á la fatiga del camino su tristeza, y soledad, y que cuando salían á recrearse, no era bien elegir una cansada romería, de la cual no podían conseguir otro fruto que, pesadumbre, y molimiento. Que tampoco creía, que irían de Tarsis personas algunas á aquel Templo teniendo otros dentro de la Ciudad en donde con mayor comodidad podían satisfacer á la devoción del día: con que todo sería cansarse con trabajo intolerable, sin gusto, ni recreación alguna.
Volvió la discreta Philotea á persuadir á sus dos hermanas, que la siguiesen á visitar el Santo Templo de la Cruz, en su dia pues ni su conocida calidad necesitaba de mayor autoridad que la que traían consigo en aquella moderada familia, ni á los templos se, había, de ir con soberbia, y vanidad, sino con una santa humildad y decente acompañamiento. Ni la fatiga que tanto temía Hilaria seria mayor al ir á adorar la Cruz que al rehusarla, respecto de la molestia que trae consigo cualquiera recreación dentro de su mismo ejercicio. Si nos hemos de fatigar paseando por estos prados, hermanas, les decía Philotéa, cuanto es mejor fatigarnos para adorar a la Cruz en su Santo Templo? los mismos pasos nos llevan á lo bueno que á lo vano; y solo con alterar el intento es igual en el remedio la fatiga pero en el fin desigualísimo el mérito, y el suceso. Qué mas tiene Hilaría, sudar en esta vana recreación, que en aquel santo ejercicio? Si dos mil pasos hemos de dar para buscar el contento que no hallamos, no los daremos para buscar el merito que hallaremos, y el gozo, y la misma alegría que buscamos? Ni este exterior lucimiento te detiene Honoria, ni esta imaginada fatiga que te atemoriza, Hilaria, debe retardaros, cuando la devoción del intento, y la superioridad de vuestra hermana mayor os obliga a obedecerme, y seguirme.
Todavía las dos hermanas se defendieron, y no quisieron seguir á Philotea, diciendo, que ellas se quedarían en aquello amenos prados, huerta, y en jardines, entre tanto que con su devoción intempestiva ejecutaba una cansada y no necesaria peregrinación.
Pero la determinada Philotéa no solo por el empeño de su propio parecer, y opinión, sino por algún Superior impulso, y soberano movimiento, sin rendirse en su propósito, ni desamparada de sus hermanas y lo que admira mas y de todas las criadas de tu familia, que ninguna quiso seguir el camino de la Cruz: partió de allí, diciendo que la aguardasen que volvería con brevedad y reconociendo una senda, que acaso un villano le dijo, que guiaba al Santo Templo de la Cruz comenzó su Religiosa jornada.

 

CAPÍTULO II

Pierdese Philotéa en su peregrinación; pide socorro Jesus con vivo sentimiento, y tiernas lagrimas.

Seguía la estrecha senda de su camino Philotea a adorar en su Santo día á la Cruz, no sin tristeza, cuidados, y temores; porque el verse desamparada de sus hermanas, y familia, había puesto su animo en aflicción, y sentía verlas tan fáciles a lo vano, y tan graves a lo bueno tan gustosas a la recreación: tan torpes, y disgustadas á la devoción al camino de los deleites ligeras, al de la Cruz muy pesadas.
Consideraba que en toda aquella familia no hubo una que la siguiese en su peregrinación todas asidas á lo deleitable, sin querer pasar por el camino de la Cruz, de deleitable á lo útil. A esta pena se añadía la de verse sola, y sin consuelo siguiendo un camino incierto sin guía, y sin compañía aquella, para que la condujese al Templo de sus deseos esta, para que se aliviase la soledad, y fatiga de sus penas.
Revolviendo estas imaginaciones, y ya no poco cansada de estos cuidados, iba caminando con temerosos y aunque determinados pasos, siguiendo su santo intento, cuando a una hora larga de distancia fue haciéndose á la senda mas estrecha; y formando otra, que parece que ofrecía por diversa parte principio desde el o bosque a su salida con que ya mas dudosa, y turbada, fue caminando derechamente por ella.
Anduvo mayor espacio de tiempo, cuando la llevó aquella angosta vereda á lo mas interior la espesura, y en un ameno prado que formaba una brevísima plaza a la alameda trabajada de el camino Philotéa, y de la confusión grande en que se hallaba, se asentó al pié de un álamo y vencida del sueño, de su fatiga, y, cuidados, quedó por breve rato dormida.
No dejan los cuidados dormir, ni velar atribulado: velar, no; porque oprimen de manera al cuerpo, que últimamente lo entregan al sueño atado: ni dormir pues apenas comienza su descanso con el sueño, cuando le despiertan las penas que padece el animo congojado. Asi Philotéa á menos de un cuarto de hora, despierta de su sueño ó suspensión abrío ojos y se halló en aquella temerosa soledad, y en la clausura estrecha de aquellas paredes de árboles por todas partes sitiada de penas, y de temores. Volvió los ojos para buscar el camino que dejo, y halló, que como las líneas al centro, así conspiraban diversidad de sendas de la selva á aquel breve circulo que hacia la florida plaza que allí formó, la naturaleza, viéndose en tan terrible turbación, mirando á todas partes, sin hallar cierta salida á su confusa esperanza: volviéndose a Dios, le dijo: con lo mas intimo de su alma.
Buscaba, Señor, la cruz, y he hallado antes dé llegar á vuestro Templo la Cruz. No permitáis Dios mío que en el día de la Cruz, en la cual todos se salvan, halle yo mi perdición y ruina. Mirad Señor, el buen principio, y origen de mi jornada dad buen fin á mis deseos no me sea el remedio daño, y fin desdichado de mi vida la que es á todos salud.
En esta confusión, reconociéndolo todo, escogió la afligida Philotea de la diversidad de las sendas la que por ser mas dilatada en sus principios, tubo por mas feliz en los fines a y entrando por ella fue caminando por distancia de dos horas., buscando ya. no tanto la Ermita, cuando el fin de la espesura pero esta senda la condujo a otra segunda plaza, ó confusión de aquella selva tan cerrada, así por lo superior de las copas de los árboles como por lo inferior de lo troncos, y las zarzas., que apenas dispensaba, sino por brevísimos espacios, vista al Cielo, ni términos que no fuesen congojosos que guiasen parte alguna en la tierra.
Entonces la afligida Philotea viéndose á un mismo tiempo batida, y combatida de sus penas, y congojas, sitiada del tiempo, y de la misma fatiga, y que ya iba declinando el dia, y que parece que le faltaba el Cielo, y la tierra: aquel para su consuelo, y esta para dar á sus cuidados salida: resuelta en lágrimas, arrojándose sobre las yerbas del prado con suspiros, que despedía su triste, y afligido Corazón, con voces tiernísimas comenzó á decirle á Dios.
Como, Señor, así desamparáis á quien os busca?
Asi dejáis, dulce bien, á quien os ama? Asi se pierde en el camino quien sigue vuestro camino? Asi permitís., que se malogren al nacer intentos tan bien nacidos? Buscoos yo, y dejaisme vos? Cuando yo os busco, me pierdo y cuando yo me perdía, me buscabais? Huís Señor, de los que os buscan, y buscáis á los que os huyen? Hallan mis hermanas, Jesus mío camino en sus pasatiempos, yo lo he de perder en la devoción que me iba llevando a vos? Ellas aseguran el crédito en el descanto yo desdichada, sola, y perdida aventuro mi crédito y mi vida en la Cruz, y en la fatiga.
Que he de hacer, Señor, en esta soledad y sin remedio, como uno dé los brutos de esta, selva: Ya va declinando el Sol y de todas maneras, Jesus mío, me va faltando la luz. He de ser pasto de las fieras, ó ha de acabar conmigo la precisa necesidad de mi sustento. Aquí puede hallarme algún hombre, y sucederme la ultima, y mayor de mis 1 desdichas. Temo menos las fieras, que á los hombres; y ya es pequeño el peligro de mi vida, con el riesgo de mi honor. Vos, Jesus mío, pureza original de toda humana, y angélica criatura, me remediad vos descanso de afligidos, consuelo de atribulados, mirad mi tribulación.
Mas si padezco, Dios mío, está triste confusión al seguir este camino, por no haber seguido vuestro camino? Mas si la diversidad de sendas, que inconstante, y vana, por no seguiros á vos he intentado, me ha introducido en no hallar ahora lo que entonces tan neciamente perdía? Mas si este laberinto de penas en que me veo, es una imagen viva de aquel confuso laberinto de culpas, tanto mas peligroso, y dañoso? O cuantas veces mis pasiones, deseos, y deváneos me ofrecían no desigual confusión, y no lo sentía, porque padeciendo el alma, no padecía con ellas también el cuerpo!
Justamente padezco, Jesús mío, siguiéndoos el no haberos antes seguido amándoos, y muy debidamente os escondéis dé quien tantas veces se ha escondido ingratamente de vos. Justamente desamparáis á quien tantas veces os dejó, y no respondéis a quien tantas veces llamada, negó sus oídos á esa dulcísima voz.
Mas ay Dios mío! adonde me ha llevado mi dolor, y de las fatigas, y cuidados presentes me he y ido á lamentar las pasadas; y como quien reconoce en la enfermedad el origen de la misma enfermedad, se ha ido el dolor á llorar el principio de su daño; pues si yo no os hubiera perdido, Jesus y mío, por no seguiros, no me perdería ahora por seguiros; si yo no me hubiera perdido por huir de la Cruz, no me hubiera perdido al buscar la Cruz.
O cuanto mas, Jesus mío, debo llorar el haberme perdido entonces, que ahora! pues entonces me perdía el olvido que tenia de vos, y ahora en medio de mis aflicciones, es mi esperanza, y alivio vuestra memoria.
Habed, Jesús Mío, misericordia de mi, miradme toda rodeada de cuidados, y congojas; si miro a lo pasado veo que me amenazan mis culpas; si lo presente, me afligen intolerables penas ,si lo venidero, mayores, y mas desesperados cuidados; no solo el amor sino la necesidad me lleva, Jesus mío, á solicitar el socorro en vuestra misericordia, y ya no tanto me afligen no hallar salida al penoso laberinto de mí peregrinación, cuanto al peligroso y dañoso de mis culpas, y mi vida.

 

CAPÍTULO III

Socorre la eterna Sabiduría a la atribulada Philotéa.

No era posible, que tan tiernas lágrimas y tan ardientes suspiros dejasen de encender el pecho de aquel Soberano Señor, que tan atentó oye las voces de aquellos atribulados, que llaman, y claman á su piedad; así apenas acabó Philotéa sus lastimosas quejas, y sentimientos, cuando un zéfiro, y viento suavísimo, con un olor celestial, fue moviendo los álamos, y recreando el cuerpo, cansado de aquella honesta doncella sucedió a esto el sentir grande novedad en su alma. Parecióle, no solo que una nueva ilustración rayaba su entendimiento, y bañaba de una no imaginada alegría sus sentidos, y potencias, sino que los ojos corporales veían venir rayos de luz por todo el círculo de la plaza de aquella ya venturosa alameda: con que de la manera que huyen las tinieblas de la luz, así huyeron los horrores del animo y la soledad del sitio de aquellas Divinas luces.
Con esta súbita mudanza se suspendió Philotea, y con más admiración le pareció, que todos los álamos de la selva se humillaban, y poco después se desaparecían á la presencia de alguna virtud divina, que venia honrar aquel dichoso lugar. Viéndose entre tanta claridad, volvió el rostro hacia una parte y vio un Joven hermosísimo, origen claro de aquella luz con una Cruz en mano y una Corona en la otra y aunque temerosa, y turbada a los principió se pero poco después confortar da la débil naturaleza del esfuerzo de la gracia, pudo sin descaecer del todo y oír que le decía aquel clarísimo, y hermosísimo Señor.
No temas Philotéa, que tus quejas han penetrado mis oídos, Yo soy la eterna sabiduría, y el principio sin principio de todo los caminos del Señor. Yo soy camino, verdad, y vida. Yo soy el que no falto jamás á quien me busca, y el que siempre asiste, y socorre las almas atribuladas. Yo soy quien favorece a los que buscan mi Cruz, y quien les es guía, consejo y camino: mi camino sigues, no te puedes perder en mi camino. Tu petición me ha agradado, pues no has pedido solo en tu oración salir de tus penas, sino también de tus culpas. .
No pudiste elegir mejor medio para aliviar tus cuidados, que el de mejorar la vida, ni para salir de esa aflicción, y congoja de no hallar camino cierto en ni peregrinación, que buscar el verdadero camino de tu alma, con llorar tus engaños, y solicitar tu enmienda. Esto es lo que dije yo por mi Profeta; poneos en pie sobre el camino Verdadero, preguntad sobre las sendas antiguas, averiguad cual es el mejor, de los caminos, hallándolo seguidlo, y hallareis refrigerio á vuestras almas. Por eso viendo yo tus deseos, y mirando tu aflicción, incline los Cielos, y baje para enseñarte caminos de salud, y vida eterna.
Alegróse el alma de Philotéa oyendo estas dulcisimas voces, y santísimas palabras; y con profunda humildad, confortada, é ilustrada de aquel Divino Señor, le dijo: Quien es el hombre, Dios mío, que os acordáis de su flaqueza, y debilidad? y quien soy yo, que merezca que baje á mi el Hijo Eterno de mi Señor?
El haber venido a ti (dijo la eterna Sabiduría) Philotéa, no lo causaron tus merecimientos, sino mi gracia, esta es el principio de tu bien, y ella solicita a mi piedad, que no faltare a tu socorro, ella promovió tu petición, y tus lágrimas, Si vuestros merecimientos hubieran de ser causa de vuestra salud, sin que mi gracia os diese merecimientos, y mi mano primero no os levantase, siempre estaríais rendidos, y envueltos en vuestras culpas. De mi va a vosotros vuestro bien, y de mi procede el disponeros vosotros a conseguir este bien. Mis intentos Philotea, son estar con los hijos de los hombres, y este amor me inclina á vuestro remedio.
Este amor, y caridad es el principio único de todo vuestro socorro. Si yo no hubiera curado al herido en el camino de Gericó: si mi mano no buscara a sus llagas, si yo no le hubiera puesto a caballo, si no hubiera dejado dinero para que acudiesen á su curación, si yo no lo hubiera hecho, y pagado, y tomado por mi cuenta; que remedio hallara aquel desdichado caminante, mucho mas muerto, que herido sin mi socorro? Mis voces resucitaron á Lázaro cuatriduano: mis palabras al hijo dé la viuda de Nain: mi mano levantó á la hija difunta del desconsolado Jayro sin esta voz, sin esta mano, nadie puede levantarse caído, ni ser curado ó resucitado.

 

CAPÍTULO IV

Enseña el Señor a Philotea el camino de la Cruz.

nsalcén los Cielos, Señor, vuestra piedad, dijo Philotéa, que os habéis, acordado de vuestra esclava, bendito seáis, que oísteis mi petición, y inclinasteis á mis quejas esos divinos oídos .
Pero, Señor, pues sois la eterna Sabiduría, luz, y guía de las almas. Guiadme por caminos de salud, ya no, Señor, en esta material peregrinación que proseguía, sino en la eterna de mi alma.
Piérdame en el mundo al mundo para mi, y no me pierda, Jesús mío, en el mundo para vos. Piérdame a lo temporal, y no me pierda a lo eterno. Del cielo habéis bajado al suelo y a enseñarme; del Cielo bajasteis a la tierra a redimirme; así como perfeccionasteis la redención con vuestra sangre, y vuestra muerte preciosa, preciosa, perfeccionad el remedio de mi vida ahora con vuestra luz, y doctrina. Mostradme, ó camino eterno! Vuestro camino. Mostradme eterna verdad, vuestra verdad, o vida eterna! como he de gobernar mi vida á salud, y vida eterna.
Oye, hija, dijo él Señor, y inclina tus oídos á mi voz, pues yo incline mis oídos, y los Cielos á tus quejas. Oye palabras de vida eterna, pues buscas la vida eterna. Dame e1 oído, y primero, para que puedas después darme con el oído el corazón, quiero pedirte la vista. Quieres ver, Philotea, el camino, que deseas, y subir a la patria del destierro que padeces? Quieres ver por donde se llega de la pelea á la victoria, y de la victoria al triunfo?
Si Señor (respondió) pues vuelve los, ojos , y mira, dijo la eterna Sabiduría y á esta mano diestra aquel monte, y verás caminos de vida eterna.
Volvió los ojos Philotea a donde el Señor la señaló, y vio un monte de eminente grandeza, y en él muchas cuestas ásperas, miró á todas las partes del, y reconoció, que por diversas sendas estrechísimas subían muchas personas, hombres, mujeres, mozos, doncellas Obispos, Sacerdotes, Religiosos casados, vírgenes, continentes, Reyes, Príncipes, Señores, y de toda suerte de gente, con las insignias cada uno de su estado, pero con suma pobreza, mendiguez, y desnudez unas veces padecían calores intolerables y otras fríos terribles. Ver á uno; arrojar para subir este camino las riquezas, y el poder, Coronas, y Dignidades a otros caminar descalzos, por pisar como Moysen, con reverencia, la tierra sagrada del Santo Monte de Oreb.
Todos subían con sus Cruces en los hombros, unos las traían grandes otros medianas, otros pequeñas. Subían gimiendo suspirando, y llorando en el camino, puestos los ojos en el Cielo, y otras veces en la tierra; en el Cielo asidos de la esperanza, en la tierra desasidos de sí mismos, y asidos de la humildad, y pobreza.
Seguían su camino con grandísimo silencio, y andaban todos por diferentes veredas; de suerte, que apenas había una, que le pareciese en todo á la otra; porque aunque se conocía en muchos, que eran de una misma profesión, pero siendo la profesión una misma, era diversa la senda. No vio en todo aquel monte Philotea cosa que fuese consuelo, ni alegría, sino tristeza y dolor: Cruces, penitencias, penas, sudor, sangre, y mortificación. No flores, ni frutas, ni amenidades, ni frescuras, ni fuentes. Todo era áspero, desapacible, y penosos peñascos, breñas, riscos, espinas, peñas, y penas, cuesta áspera, suelo duro, finalmente, repetidas asperezas.
Reparó Philotéa (cosa de verdad maravillosa) que los que llevaban Cruces grandes, cuando parece, que para sí no bastaban, ayudaban á subir á aquellos que las traían menores, y que los que iban vestidos se quejaban más del frío, que los andaban desnudos: que estos se hallaban mas abrigados desnudos, que no los otros vestidos. Ayudabanse a subir con gran caridad unos a otros, y si á uno se le caía la Cruz, llegaba su compañero, y se la ponía: porque sin Cruz no tenían fuerzas para subir por la cuesta. Los que estaban adelante llamaban á los de atrás, y los animaban, y esforzaban con el ejemplo, y la voz, y ellos con eso se alentaban, y los seguían.
Reparo también, los que andaban más descalzos pisaban más fuertes, y constantes lo duro del camino, y las espinas, y abrojos, que los que iban más calzados, y los que mas penaban subían, la áspera cuesta con mucha más alegría. De suerte, que cuanto era mayor el trabajó, y mas pesada la Cruz, á ese paso crecía el gozo, y contentamiento, y cuanto eran menores las Cruces, que traían algunos sobre sus hombros, tanto menos caminaban y con tanta mayor pena, y lentitud vencían a la aspereza del camino".
Las Cruces, que traían en los hombros eran diversas unas dé madera, otras de plomo, otras de oro, otras de hierro, y otras de diferentes metales pero todas se median, y estimaban por el peso y alegría de llevarlas, sin que valiesen mas, ni menos por la hechura, o la materia. Finalmente cada uno Caminaba con su Cruz, sin volver la cara atrás; solo unos a otros, con humildad, con silencio, y caridad mudamente se animaban, socorrían, y alentaban.

 

CAPÍTULO V

Admirase Philotéa de ver el camino, y monte que le mostraron, rehúsa andarlo.

Quedó admirada Philotea de lo que vio; y siendo ella naturalmente delicada, y acostumbrada a delicias, y regalos, viendo un camino tan áspero, con notable sentimiento dijo:
Es posible, Señor, que para serviros, y seguiros no hay otro camino sino este que me mostráis; como caminaremos los flacos, y os podremos hallar, y seguir los pecadores? Quien no ha conocido la Cruz sino en él nombre, como podrá traerla sobre sus hombros? y quien aun no ha sabido el camino de adorarla, como sabrá el de traerla? No tendréis otro camino, Jesus mío, por donde os busquemos, y os hallemos, que no sea de tan terrible tormento? Es posible, que habéis de poner tanta dificultad al seguiros, y tantas penas, y tormentos al hallaros?
Poned, Jesus mío; los tormentos, y la Cruz, y las penas, y las asperezas, y dificultades al dejaros: y la suavidad, y la dulzura, y la facilidad, y el descanso al buscaros, y seguiros. Quien os deja, ese es quien merece padecer, mas no carguéis de penas a quien os sigue. Ay de mi! como he de poder seguiros por tan áspero camino; y mucho mas ay de mi! si no os sigo, y me niego al camino de seguiros, y adoraros. Ni tengo fuerzas para seguiros, ánimo para dejaros.
Pues no vas, dijo el Señor, á adorar la Cruz con pasos acelerados, Philotea? SÍ Señor, respondió. Más no es lo mismo adorarla, que traerla, yo la quiero adorar en vos, pero tiemblo de traerla sobre mí. La quiero para adorada, mas no para padecida; voy a ella, y temo el andar con ella,
No te aflijas, Philotéa, Dijo el Señor y porque dentro de la pena esta el alivio, y en el trabajo el socorro. Mira con ojos de carne estas penas; hallaras que son menores y aun ningunas, si las mirares con los ojos del espiritu.
Miras engañada al monte de vida eterna, y el camino verdadero de la gloria: otra cosa fuera, y muy diversa te pareciera, si lo miraras con luz, y desengañada. Cree, hija, que el haber mi Padre, y yo señalado este camino a las almas, ha sido para mi bien, y remedio, y que andarían mucho menos, y con mayor desconsuelo, siguiendo otro camino diverso del que les he señalado con la voz, con la doctrina, y ejemplo.
Replicó á esto Philotea, diciendo: Pues Señor y si vos vinisteis del Cielo á la tierra, solo para levar almas al Cielo: si a eso conspiraban vuestros misterios desde el pesebre á la Cruz, y en este camino halla tanta dificultad la naturaleza, y por eso tiene tan pocos seguidores la gracia, respecto de aquellos que viven cautivos del apetito, no podíais darnos otro camino para amaros, y serviros, de mas suave, dulce, fácil y deleitoso, que el de la Cruz tan penoso, afligido, y desabrido? No fuera bueno que os siguiéramos entre gustos, recreaciones, deleites, gozos, riquezas, contentos, y tendríais infinitos seguidores y abundaría, vuestra escuela de gran numero de Discípulos?
O Philotéa, dijo el Señor, que engañada, y que ciega que discurres! Esas no son palabras de vida, sino de veneno, y muerte. Esas te han dictado la carne, mas no mi Padre, la pasión, no la razón, el apetito sensual, no el espiritu, y mi gracia. Como se conoce que no tienes sabor de mi, sino del mundo, y de tus locas, y vanas recreaciones; y gustos Has seguido neciamente la vanidad, las tinieblas, y mentira, Y así no encuentras, ni hallas discursos de claridad, y verdad. Forzoso es para enseñarte, Philotéa, que comience mi doctrina desde las primeras letras, y qué con las primeras luces alumbre tu entendimiento, para que después me siga rendida tu voluntad.
Señor, dijo Philotéa, no mires á mi ignorancia; antes bien alumbrad á mis tinieblas. Si he hablado como una de las mujeres que no saben que es verdad, y andan a oscuras, dadme luz, pues sois luz, guía, camino, y verdad.

 

CAPÍTULO VI

Da luz el Señor a Philotea, para que siga el camino de la luz, y satisface a sus dudas.

No me pesa, Philotea, dijo el Señor, que me propongas tus dudas, pues solo en mi, y en aquellos: á quien alumbra mi luz, hallarás la cierta sabiduría, todo lo demás es engaño, y vanidad.
Sabrás hija, que desde el primer pecado, por la trasgresión al precepto, se cerro el Cielo que yo tenia patente a la inocencia y con lo mismo que cerro, la culpa el Cielo , abrió, para todas las almas que siguiesen aquel camino de culpas, el Infierno, con eso la naturaleza herida, y flaca, y la razón natural enervada, y enflaquecida, y cautiva del apetito: toda carne fue cada dia mas, y mas corrompiéndose, y perdiendo su camino; y cada uno desde el vientre de su madre, como dijo el Profeta, erraba, y comenzaba caminos de perdición: y todo lo gobernaba en el mundo la carne, y el apetito, y solo algunos a quien la eficacia de mi gracia reservaba de aquella universal perdición, que respecto de los otros, y fue una línea muy delgada de Adán a Noe, de Noe á Abrahan, de este á Moysen, de Moysen á David, desde David, hasta que yo me hice hombre, para salvar á los hombres, apenas había en el mundo verdad, ni rectitud, ni justicia, y solo se conservaba en muy poco seguidores de mi Ley.
Viendo yo esta universal ruina de mis criaturas, y que la carne era el impedimento para que el alma no siguiese lo que pedía el espíritu, quise curar á la carne con mi carne, y dar espiritu á la carne con mi espiritu. Y que si la carne, y su apetito había cerrado el Cielo, mi carne, y mi espiritu diese espiritu á las almas, y les abriese el Cielo, y les cerrase el Infierno y finalmente, tomar sobre mi las culpas, para borrar vuestras culpas con mis penas, abriéndoles un camino Nuevo, justo, razonable y honesto, muy dulce, suave, y fácil, por el cual se salvase el linaje humano, que fin él corría á la perdición.
Camino nuevo: porque hasta que yo, segundo Adán, reforme las ruinas que causó el primero Adán, apenas se conocía el dolor, las lagrimas, la penitencia, la soledad, y abstracción: porque si bien la tuvieron vuestros primeros Padres, y otros seguidores suyos, á quien yo comuniqué esta santa, y necesaria doctrina, pero toda era reducida a mi; y porque yo en los tiempos venideros la había de platicar, y su mérito, y virtud, tomaba la estimación y la fuerza en lo que yo después había de obra.
Justo, porque si la carne arrastrada del torpe apetito fue la causa de las culpas, ó el apetito arrastrado, y envuelto en carne, y pensamientos de carne, pagase la carne en mi vuestras culpas; y tomando vuestra carne, hecho yo hombre por vosotros, padeciese mi carne lo que pecó vuestra carne, y mis penas fuesen medicina, y remedio á vuestras culpas, y mi Pasión os diese luz, y desterrase á vuestras pasiones, y que todos aquellos que me siguen fuesen, dando complemento á mi Pasión, logrando ellos lo que he trabajado: y que pues yo les di el mérito, me diesen la imitación: y que entre las almas, y yo se consumase la redención de las almas, y yo dando la gracia, el valor, el esfuerzo, los auxilios, los socorros, y el merito; pero ellos la obediencia, la imitación, y el rendirse á mis preceptos, y el seguir mis consejos, para poder guardar con perfección mis divinos Mandamientos. Finalmente, justamente condené á penas al apetito, y la carne que causaba tantas culpas, pues justo es que pague en penas la ruina que al alma causaba en culpas; y que pues pecó el apetito, y la carne, sea la castigada la carne, y enfrenado, mortificado, y refrenado el apetito.
Razonable es también este camino. Porque si el apetito, y la carne fueron la perdición de las almas; no era razonable, ni conveniente, que mandase en ella la carne, ni el apetito: pues claro está que por los contrarios medios que se pierde un Reino, se ha de venir á ganar: y si lo perdieron los vicios, y la relajación, la omisión, el descuido, la pereza, y cobardía, lo ha de cobrar, y recobrar el valor, la constancia, la diligencia, la pericia militar. Es menester mudar gobierno en las cosas, ó modo de gobernar, para gobernar lo perdido.
Mudé gobierno en las almas, para cobrar á las almas; las destruía el apetito, que traía arrastrada, y a sus pies á la razón: el apetito engañaba, adormecía, entorpecía al alma con los vicios. Entregue el cetro a la razón, y quítelo al apetito, y con mi luz superior la alumbré, y con el calor de mi espíritu la conforté, para que rindiendo á este furioso enemigo, se introdujesen en el alma las virtudes, y al mismo tiempo, y con eso se desterrasen de ella las pasiones, y los vicios, y que si cobraron fuerzas la carne, y las pasiones, con darle cuanto pedía el apetito, y gobernase por él, y con eso oprimía, y oscurecía a la razón, y la cautivaba, y ausentaba del alma cobrasen, por mis méritos, y penas, fuerzas el espíritu, y la parte superior, y fuese alumbrada, y confortada, para que domase la carne con la mortificación, con la penitencia, el dolor, y contrición, y con eso entrase mi gracia, y la vistiese de gracia, para que sujetase, desterrase de esta suerte las pasiones que la traían perdida; con la cual, y con la abnegación de su amor propio entrase mi amor, y la calentase y caldease, y encendiese en mi caridad, y amor y con ella, y con él fe gobernase por el. Ves, Philotéa, como todo esto es justo, y muy razonable?
También este camino, sobe justo y razonable es honesto porque el apetito, y la carne desde la primera prevaricación, y culpa, siempre persuade al alma a lo peor porque aquella primera herida, o aquella antigua, y primera raíz, y fomento del pecado retoñece en todos los hijos del viejo Adán; y así está el alma inclinada, declinada, y torcida a lo peor, y busca gustos, deleites, recreaciones, y conteneos, aunque sea desviándose de aquella suprema regla de lo santo, y honesto que tienen en los Mandamientos Divinos; de suerte, que la ambición por crecer no repara en ofender la justa moderación: la soberbia, por subir, no repara en ofender la humildad: la lujuria, por ocuparse en torpezas, no repara en pisar la castidad: la codicia rompe por lo ajeno, y lo roba, solo por hacerlo propio: con que con rendir yo, como rendí con mi gracia, y por mis penas al apetito, quítele al demonio su imperio dándolo a la razón, la llene de luces, y auxilios míos, y templé este seminario, de pasiones, y de vicios, insolencias, injusticias, fealdades, maldiciones, homicidios, robos. Porque la razón que manda al alma, se gobierna por mi Ley, y por mi voluntad; y yo la gobierno a ella, y aborrece lo malo, y sigue lo bueno, y promueve lo mejor, y huye el alma del vicio, y sigue la virtud, y ejercita las virtudes y finalmente, obra en todo lo tanto, bueno, y honesto, porque la gobierno yo.

 

CAPÍTULO VII

Propone otras dudas Philotea, con el recelo de entrar en el camino de la Cruz, y se las desata el Señor, y la anima con la suavidad, y dulzura del camino.

Grande consuelo recibía el alma de Philotéa con las dulces razones, y palabras del Señor, y con ver, y sentir tan clara luz, y conocimiento en sus dudas. Pero eran tan grandes sus temores, y el horror que le habían causado el ver tantas Cruces, penas, y desabrimientos en aquel monte, y camino que le mostró el Señor para guiarla, y encaminarla,, y miedo que tenia de andar, y entrar en el desabrido de la Cruz, y traerla sobre sus hombros, que aunque la verdad, y luz de la doctrina la convenció, todavía el rigor, y aspereza del camino, y de la Cruz la espantaba. Y como el Señor le declaró lo nuevo, lo justo, y lo razonable, y lo honesto del camino, y no le dijo cosa de lo fácil y de lo dulce, de lo suave que había propuesto en el, Philotéa, que en lo honesto, razonable, y justo, amaba mas lo suave, y lo dulce, y fácil, no olvidada de esta dulce suave, y fácil proposición, dijo al Señor.
Grande gozo, ó eterno bien de las almas ha recibido la mía, de haberme manifestado con tan grande claridad lo justo, lo razonable, lo honesto de esté camino; y reconozco ya la conveniencia que tiene el seguiros con la Cruz sobre los hombros. Honesto es, y llena de honestidad; justo, y llena de justicia: razonable, y encamina, y contiene en la razón: ya he llegado á entender, que la Cruz es la vara de la divina justicia, que da a las almas. Justicia es él cetro de la razón, que pone a las almas en razón, es la medida de lo santo, y razonable, que hace que vivan con razón, regla, y, medida es la puente por donde de esta vida se llega á la eterna vida; pero este camino justo, santo y razonable, dádmelo fácil, Señor, Dadme con lo útil lo suave, dadme dulce lo mismo que dais honesto; dadme con lo razonable lo agradable. Queréis vos que me persuada, o bien eterno, que el penar es descansar? Que crea, que deja de ser el sudor fatiga, la penitencia dolor? Que dejen de ser las penas congoja, y tribulación? Veo subir reventando por lo áspero de este monte a aquellos que van venciendo con dificultad la cuesta; veo que caminan entre penas, y suspiros, lagrimas, sangre, y dolor: a este llamaré camino, suave, y fácil, Útil, si: honesto, y razonable, convenirte, pero, fácil, y suave, eso no.
Y si no es fácil, Dios mío, yo flaca, y débil, y delicada, que he de hacer? Como he de andar penando, y padeciendo por camino, sobre desviado, duro? Como es posible, que os sigan en Cruz hombros flacos, que no conocieron Cruz?
Qué me importa lo honesto, que deseo apetecer, lo razonable, que deseo imitar, lo justo, que debo obrar, si me falta lo posible, y para hacer lo posible, me falta lo dulce, y fácil? Serviriame de tanto mayor pena, y desconsuelo la Cruz, cuanto no me entretiene el engaño, antes veo el bien, y no lo sigo, porque es dificultoso seguirlo. Veo mí utilidad, y la conozco; y porque no la puedo (por su aspereza) seguir no la puedo conseguir. O Señor haced fácil lo honesto! Haced suave lo razonable, y haced dulce lo que es justo, y razonable, y honesto.
O hijos de Adán, respondió el Señor á Philotea, duros, y fuertes de corazón! Siempre declináis a la siniestra, y huís por lo dulce de lo honesto, y volvéis las espaldas á lo santo por lo fácil. Huís mis caminos por seguir los vuestros, más despeñaderos, que caminos.
Lo primero, Philotéa, quien te, ha dicho que cuando el seguirme, y servirme no tuviera facilidad no habíais de emprender este camino, y vencer toda su dificultad? Por qué no ha de costar dificultad el alcanzar eterna corona, y gloria? ¿Os he de dar dado el Cielo, cuando compráis a tan caro precio el suelo, y los bienes de la tierra? Por ventura merece menos el gozarme eternamente, que el gozar vosotros en el mundo vuestros deleites, gozos momentáneos, ligeros? Dado el Cielo, á caro preció la tierra! Para conseguir esto momentáneo temporal padecéis innumerables tormentos, suspensiones, aflicciones, persecuciones, afrentas, y huís de padecer, para conseguir gozos, que nunca se acaban? Qué locura es esta, Philotéa? tanto animo, y aliento para arrojaros a las penas del Infierno por un deleite apenas conseguido por un puesto, una honra apenas alcanzada, y ya desaparecida; y tanta cobardía, y desaliento para conseguir la Gloria? Que desatino no es el padecer tanto como padecéis para condenaros, y no querer padecer tanto menores penas por salvaros? Cuando yo os pidiera penas sin consuelo, y dolores sin alivio por la Gloria, no os la daba muy barata? Por ventura, no merece el gozar eterno tiempo el padecer poco tiempo? Inmenso peso de Gloria no merecerán siquiera ligeras, y breves penas? será mejor lo que hacéis, penar por gozar aquí, y apenas llega con el penar el gozar, cuando se acaba el gozar, y se comienza eternamente á penar?

 

CAPÍTULO VIII

Afligiese Philotéa, recelando el enojo del Señor y su Divina Majestad la consuela, y enseña el origen del camino de la Cruz.

Viendo Philotéa, que parecía que se enojaba el Señor, y que se volvía severidad, y celo su blandura, y rigor su suavidad, le dijo, Señor, eso es evidente; he hablado, no como flaca, sino como la misma flaqueza, y debilidad. Locos somos, ciegos, Jesus mío, estamos; pero, Señor, ya que no podemos como flacos ir a Vos, venid á nosotros Vos, fortaleza de los flacos. No puede nuestra flaqueza seguir vuestra fortaleza, venga vuestra fortaleza á animar nuestra flaqueza; no puede el niño ponerse en la proporción del Profeta, para ser resucitado; hágase niño el Profeta, y proporciónese al niño, y cobrará vida el niño, por la virtud del Profeta.
Asi es como decís, pero, todo cuanto habéis probado, ó Bien eterno: convence, que es justísimo el padecer por la gloria, y por seguiros, pues el seguiros es gloria; pero no probáis con eso que os seguimos, y conseguimos sin padecer, ni que es fácil el seguiros padeciendo, ni que os seguimos gozando. Y así señor, todo eso es probar lo justo, mas no lo dulce, y suave. Es probar que es justo vencer la dificultad, pero no mostrar la facilidad; y yo bien veo, Señor, que es justísimo el padecer para buscaros, y hallaros, y gozaros, y que cuanto padecen los Santos en esta vida de penas, y los perdidos en una vida de culpas, y los condenados en un infierno de culpas, y de penas, es ligero padecer, si hubiera de ser precio de tan grande bien, y con él se comprase el gozaros, y alabaros eternamente en la Gloria.
Mas, Señor, yo flaca, pobre de virtud, y de fuerzas, ¿cómo hallaré, y juntaré el caudal penoso, y duro de este precio, cuando me siento sin fuerzas para las penas? Dadme, Señor, un camino tolerable. Yo amo la Cruz, y la adoro, y la reverencio; pero traerla en los hombros, y romper por asperezas, y vencer dificultades, para mí lo tengo por imposible. Si solo buscando la Cruz sin Cruz, habéis visto, Señor mío, que me he perdido en el camino, y que ya fatigada de mi Cruz, no podía tolerar la Cruz de haberme perdido por lo llano, por lo ameno del camino; ¿como podré caminar con Cruz por lo áspero de ese monte, por lo siniestro de esa cuesta? Haced para mí otro camino Señor, que os siga, y sea sin Cruz.
Compadecido el Señor de Philotéa, le dijo: Anímate, Philotéa, que aunque no es razón hacer otro camino para ti del que he hecho para mi Madre, mis Apóstoles, y todos los demás Santos, y para toda la Iglesia, que es el real, y seguro de la Cruz, que yo por mi mismo y con mi Sangre he formado, y afirmado, y confirmado: yo seré su compañía, y su guía, y socorro, y con eso no tienes que recelar el camino. Yo seré todo tu esfuerzo, y constancia, y haré que mi gracia, dé tal ánimo a tu espiritu, y flaqueza, y tales fuerzas, que puedas llevarla sobre los hombros con valor, y fortaleza.
Entonces Philotéa, temiendo que ya le ponía Señor la Cruz en los hombros, le replico: Señor, bien podéis cuanto queréis, bien podéis hacer camino al Cielo sin Cruz. Nada hay a vos limitado, ni tiene termino vuestro poder. Mirad que me faltan fuerzas para padecer tantas penas, como me amenazan en esta senda asperísima, y que no podré llevar vuestra Cruz fin caer, y descaecer. Pues me dijisteis al acreditar el camino de la Cruz, que era fácil y suave mostradme primero la suavidad, y facilidad antes que con la experiencia vea su dificultad. Dulce, y recto es el Señor, nos dice vuestro Profeta, mostradme lo dulce antes que llegue á lo recto. Vuestro yugo es suave, y vuestra carga ligera, mostradme lo ligero, y lo suave antes de ponerme el yugo, que a. mí me parece grave. Más fácilmente sigue la voluntad convencida, y alumbrada por la luz que dais al entendimiento: no os canséis, Dios mío, de sufrirme, y enseñarme, pues no os cansasteis de penar al redimirme.
Habreme de conformar, o Philotéa, contigo, pues tu no quieres conformarte humildemente conmigo. Yo te probaré primero con el discurso, y después con la autoridad, y ejemplo la facilidad, y suavidad del camino de la Cruz.
Es bien que enciendas, Philotéa, que luego que el primer hombre, como te he dicho, desamparó la inocencia original con la culpa, y trasgresión del precepto, se desnudo de la túnica que tenia vestida de mi gracia, y se vistió de las pieles de muerte, que tuvo luego presente, y así fue forzoso, que deudor por tan graves culpas, lo fuese también de penas. Por que al delito sucedió inmediatamente la sentencia, a la sentencia el castigo, al castigo las penas que dio la misma sentencia. Pecó el hombre, pene el hombre: ofendió a su Criador, padezca la criatura, y pague la culpa con que se atrevió á ofender su Criador; estimando su gusto, y apetito perdió a Dios, pues sea castigado el hombre que dejó á Dios, por seguir torpemente su apetito. Todas las criaturas le obedecían, porque él obedecía Criador de todas las criaturas, pues todas las criaturas se le rebelen, pues él se rebeló al Señor de todas las criaturas.
Desde entonces sintió la carne flaqueza, y huyó del alma la fortaleza. Desde entonces los elementos son pena al hombre, que eran antes toda su recreación. Desde entonces, desterrado de la patria, comenzó a padecer las injurias, y pobreza del destierro. Pidió al sudor su sustento, por que sin él no quiso darlo la tierra: los dolores, y las penas, y tribulaciones le acompañan, y en medio de los gustos, que busca el apetito, halla tantos desabrimientos, y disgustos, que vencen aquellos gustos por que anhela su apetito.
De aquí resulta, Philotéa, que el penar acompaña á la vida con una natural necesidad, como al vivir el alentar, y el gemir, y el suspirar, con lo cual desde el nacer al morir todo es penar. Pinta los mayores gustos, imagina los mayores deleites, contentos, recreaciones, aunque sean con mis ofensas, y aunque las solicites sin cuidar de mi Ley, ni de la gloría que perdéis, ni del infierno a donde vais: que en estos gustos, o antes de ellos, ó después de ellos, o en ellos habéis de padecer tantas penas, y disgustos, que en pesando con justa balanza estas, y aquellas, hallareis, que sobreponen los disgustos a los gustos. De suerte, que en esta vida se ha de padecer, ó siguiéndome, ó persiguiéndome: se ha de padecer, ó venciendo con la Cruz el camino de la Cruz, ó siguiendo otro camino, sin Cruz; pero con más duras Cruces que os llevan, y precipitan por el deleite al Infierno.
Entonces Philotea dijo: Señor, creo (pues e que lo decís) que se padece en lo vano mucho mas que no en lo bueno pero qué es la razón por que los hombres escogen el padecer para padecer, y no escogen padecer mucho menos por gozar? Por qué escogen penar en esta vida, huyendo de la Cruz, á eterno tormento, y pena, no eligiendo por la Cruz, y con la Cruz una pena moderada, para alcanzar eterno contento, y gloria?
Porque escogen como hombres, dijo el Señor, y porque ciegos, y mal inclinados Quieren los gustos presentes con tan terrible pensión, y no los que les prometo yo con muchas menos pensiones: locos, y desconconfiados viven con lo que ven; pero no con lo que creen. Creen que hay Cielo, mas no lo ven: ven que hay gozos en el mundo, aunque con pena, y desabrimiento, y quieren mas breves gozos con este desabrimiento, amenazados de eterno desabrimiento, y tormento, que no ven, que eterno gozo, y contento: esto visible es Philotéa, enemigo de lo eterno, e invisible: esto visible arrastra á los mortales, y los lleva a penas, y tormentos inmortales.
O Señor! dijo Philotea, y qué terrible engaño, y locura, y maldad! sin duda es falta de lo eterno lo que lleva a las almas al infierno: libradme, Señor, de esta horrible, y terrible ceguedad.
Eso es, dijo el Señor, lo que solicito, Philotéa, con poner sobre tus hombros la Cruz, y tu no quieres entrar en su camino, ni por camino, sino andar perdida, sin luz, y sin Cruz, y sin camino.

 

CAPÍTULO IX

Vuelve Philotéa a asegurarse con diversas preguntas, en el camino Real de la Cruz, antes de seguirlo, y el Señor la va alumbrando.

Viéndose Philotéa concluida con la razón de el Señor, le pareció, (vencida la luz del entendimiento, rehusando la voluntad flaca de abrazo; el camino de la Cruz; declinar la platica hacia otro lado; y así le dijo al Señor:
Proseguid, si sois servido, ó Maestro soberano! lo que ofrecisteis; enseñadme como es posible que sea fácil, y 1o que es mas, que sea dulce, y suave el camino de la, Cruz, que á vos costo tantas, penas. ¿Aquellas Cruces grandísimas, que estoy viendo en este monte, con que suben aquellos seguidores de la Cruz, no es forzoso que opriman sus debilitados hombros? si vos, Señor, al llevar la Cruz en que padecisteis, caísteis algunas veces con ella, qué harán ellos? Qué haré yo? La Cruz que oprime al gigante y cómo oprimirá al enano? la Cruz que oprime á los hombro: Divinos, como podrán llevar sobre sí los flacos, y los débiles, y humanos? Seguid, dulce Señor, el discurso con que me vais enseñando, que he menester mucho esfuerzo para poder tolerar el durísimo, y asperísimo camino de la Cruz.
Ya te he dicho, Philotea, que desde que el hombre con el pecado echó sobre sí las culpas, Dios justamente echó sobre sus hombros las penas. Porque así como peco se hizo reo y deudor él, y todos sus descendientes de este debito mortal y no solo lo pagó Adán, y Eva, que son los que contrajeron esta deuda, sino que lo esta lastando, y satisfaciendo toda su posteridad, sin que haya habido mas que dos almas en el mundo, que hayan dejado de contraerla, y de vestirse este feo, y afrentoso laberinto, que fueron la mía, por estar unida mi persona Divina a la naturaleza humana, y la de mi Madre, porque yo quise eximirla de la culpa, por privilegio admirable, reservando virgen su alma, sin que la tocase el original contagio; y su cuerpo conservando intacta, su admirable pureza, y virginidad. Todos los demás han sido reos de aquel primero delito, heredando con la naturaleza aquella original culpa, en su mala condenada, como la sangre villana, o servil, que siempre en sus succesiones hereda el ser tributaria, y va con la descendencia.
Y es bien que adviertas, que aun yo siendo Dios, y mi Madre, habiéndola hecho mi Madre, y por serlo dadole rarísimas preeminencias, y excelencias, aunque fuimos exentos de la culpa de Adán, que no cabía en la Esencia de ni bondad infinita, ni en la decencia, y Majestad que se debía al ser Soberano de mi Madre, pero con todo eso tome y sobre mí, y mi Madre sobre sí el yugo, y peso de las penas, que causo aquella original culpa, y con la vestidura, y naturaleza de Adán, cargue con todas sus penas, y dejé que fuese pasible mi carne, y la de mi Madre; antes bien quise que fuese pasible la mía, porque la recibí pasible desde el vientre de mi Madre; y no solo hemos padecido aquellas penas, que yo por mi amor apliqué á vuestra redención, y mayores de las que hubo menester vuestra misma redención; porque las que bastaban para vuestro remedio, no bastaron para la fineza de mi amor, sino que naturalmente mi Madre padecía las injurias de los tiempos, como las demás personas, y yo padecí todo y lo que va envuelto, y es propio de una persona pasible, mortal, y humana. Porque hacerme hombre, y hijo de Adán, fue hacerme pasible, y traer sobre mí las penas del viejo Adán, y de las dos partes del primero hombre, ya que no fue compatible con mi bondad infinita, y la participada de mi Madre, el incurrir en las culpas; me rendí á lo compasible, que es tomar sobre mis hombros las penas.
Siendo, pues, cierto Philotea, que ser hombre, y padecer es todo uno, y que no hay, ni ha habido hombre desde Adán, ni lo ha de haber, que no haya padecido, y que esto que es padecer, es una penalidad necesaria del vivir; por qué Philotea, temes tanto padecer la Cruz, si has de padecer sin Cruz? por qué no quieres padecer, y traer sobre tus hombros mi Cruz, si has de padecer, sin traer sobre tus hombros la Cruz? Porqué no quieres padecer por mí, si has de padecer por ti? Si has de padecer huyendo fugitiva de la Cruz, por qué no quieres padecer conmigo, siguiéndome con la Cruz? Si has de padecer sin Cruz entre afrentas, y deshonras; por qué no quieres padecer con Cruz entre trofeos, y glorias? Si has de padecer en un cadalso infame, afrentada; por que no en mi Cruz, favorecida, y honrada? Si con los malos, infames, y pecadores, por qué no con los buenos, con los justos, y los Santos? Si has de padecer ofendiéndome y por que no has de padecer sirviéndome, y agradándome? Si has de padecer y para padecer eternas penas, y inacabables tormentos, por qué no has de padecer por gozar eterna gloria, y inacabables contentos? ¿Hay elección racional, o Philotéa, que escoja por breves gustos penas inmortales, y mortales? Inmortales en el tiempo y mortales en la pena que esto se elija volviendo las espaldas á gloria; eterna por no padeces penas transitorias, y brevemente mortales?
Mira a cuantos han padecido sin mí, ó contra mí y mira á cuantos han padecido por mí, y conmigo. Mira á Caín, que padeció contra mí, (y grosero labrador, mal hijo, y cruel hermano, hizo cabeza á los malditos y condenados de vuestra generación) ¿cuanto padeció viviendo fugitivo por el mundo? cuánto padeció pecando? Cuánto padeció muriendo? Cuánto padeció, y padecerá en el infierno penando?
Mira por el contrario á su hermano Abel, buen Pastor, humilde hijo, y obediente a sus padres, sencillo, y virtuoso hermano, con qué breves penas configuro el ser imagen en la inocencia, y por serlo, coronarle en la bienaventuranza? A este respecto desde aquella virtud primitiva, y desde aquel primero delito, y atrocidad, registra, Philotéa, todas las generaciones, no verás fino penas sin Cruz en los malos, penas con Cruz en los buenos: A las penas, sin Cruz, de los malos, se sigue eterno tormento, y pena; y a las penas, con Cruz, de los buenos, se sigue eterna corona, y gloria : ¿Pues quien es tan de bronce en el sentir, Philotea, quien tan bruto al discurrir, que elija penar sin Cruz y para padecer eternamente y no elija penar con Cruz, para gozar eternamente.

 

CAPÍTULO X

Reconoce Philotéa la fuerza de el discurso del Señor, y todavía le replica su flaqueza, rehusando tomar sobre sus hombros la Cruz.

Señor, dijo Philotéa, convence claramente ese discurso, y es como vuestro, celestial; pero con eso, gloria eterna, probáis lo justo del padecer que Vos decís, pero no lo fácil, y suave de el padecer, que yo os pido. Convencido esta, Dios mío, mi entendimiento a la conveniencia de la Cruz; pero no con eso se convence mi flaqueza, para poderla llevar y Vos, piedad infinita, no solo no me habéis de cargar con lo justo, sino darme lo suave, dulce, moderada, y fácil.
Yo, Señor, estoy pesando esta carga, y probando si la he de poder llevar. Temo esta Cruz, para levantarla del suelo, ó por decirlo mejor, de el Cielo de esas soberanas manos, y no puedo con tanto peso, Señor: mirad vos como ha de ser.
¿Quién ha de llevar sobre sus hombros una Cruz tan terrible, larga, y pesada, como aquella, que estoy viendo en aquel Religioso, que va venciendo la cuesta de aquel monte? Quien ha de poder traer la de aquel Sacerdote honesto, que ya dos veces caído se ha levantado á proseguir su camino? Yo, Señor, bien confieso, que es la Cruz santa, y buena, y necesaria, y conveniente, y mejor que las penas que padecemos sin Cruz en este mundo de penas; pero vos piadosísimo Señor, esto bueno hacedlo fácil; esto santo, y meritorio, hacedlo suave y dulce. ¿Que importa que sea bueno, si el remedio es tan amargo, y doloroso, qué no se puede tragar? Estómagos hay tan flacos que no pueden tolerar la amargura de la purga saludable y la vuelven, y la arrojan, y con ella su salud. Cargarme de mucho oro es gran merced ; pero tanto podéis darme, con condición que lo lleve sobre mí, que me oprima, y me derribe. Mucho oro, y mucho merecimiento, y mucha virtud es la de vuestra santa Cruz pero estoy temiendo, Señor mío, que tanta carga de lo bueno, y lo precioso no oprima mis flacos hombros y me sea insoportable, y con eso sea imposible el caminar con lo bueno, por ser, tan penoso y desabrido.
Y yo no digo Señor, que no penan los malos, pero penan mas fácilmente, que los buenos, porque los malos penan gozando, pero los buenos sin gozar, penan penando al penar. De los malos el penar, es siguiendo el curso, y carrera natural de sus inclinaciones; pero el penar de los buenos es venciendo y luchando contra sus inclinaciones Los buenos penan subiendo: los malos penan bajando. Detente, dijo el Señor, detente Philotéa en tu discurso porque la fuerza de la natural razón, que he sellado en vuestras almas te ha llevado á la verdad. Es cierto lo que tu dices, que los malos penan descendiendo, los buenos penan subiendo, pero con lo que penan los malos bajando, a donde bajan? al infierno. Y con lo que penan subiendo los buenos, a dónde suben al Cielo. Pues cómo, Philotea, te atreves á seguir un discurso tan necio, y desatinado Cómo te atreves á alabar, ó abrazar esta facilidad de bajar, precipitarse, y caer? La facilidad, y suavidad de ir al suplicio, y a la pena, y al castigo, tienes por apetecible? Lo que mas ligeramente te lleva a eternos tormentos, tienes, Philotéa, por amable El que, estuviese, en la cárcel, para salir al suplicio, si hubiera de ir a caballo, y la desesperación no gobernase su discurso, ¿en qué querría ir a la horca ó al cuchillo, en un animal tardo, y lento, o en un ligero caballo? Mira tu cuanto de sea el enfermo detenerse en el camino, por no llegar á morir. Mira cuanto procura asirse de la aldabas frágiles de los remedios inciertos de la vida, por no llegar á la muerte. ¿Será felicidad del enfermo, que corra acelerado á fu fin?
La mayor ruina, perdición de los malos es la facilidad de los gustos, la suavidad de las culpas, él engaño de las penas el correr cuesta abajo al caminar, agua abajo al navegar, hasta llegar por breves gustos, con penas y con disgustos acelerados á aquellas eternas penas del infierno, que son inacabables disgustos.
Mejor les estuviera hallar la dificultad al caminar, que caminar ligeramente al penar, y al pecar. Mejor les estuviera caminar torpemente al acabar, que por vivir torpemente, caminar fácil, y ligeramente a padecer, y penar eternamente. Esa facilidad, Philotéa, es su ruina por que de la manera que el peñasco desasido de la eminencia del monte, fácilmente llega al centro: y de la manera que el al hombre precipitado de un alto risco, fácilmente se despedaza, y llega muerto, y dividido en pedazos al fin de su carrera, y su vida: y de la manera, que al que suelta el verdugo de lo alto de la horca, fácilmente queda pendiente de su castigo, y cordel ; así, Philotéa, fácilmente padecen los malos penas muy aceleradas, y eternas, envueltas en facilísimas culpas, y padecen fácilmente lo que tan fácil, y justamente han de penar eternidades de siglos con intolerables peñas.

 

CAPÍTULO XI

Vuelve Philotéa a hacer nuevas Instancias al Señor, sobre que le haga suave el camino de la Cruz, y el Señor la satisface a sus dudas.

Señor, dijo Philotéa, pues vos inclinasteis vuestros oídos, y los Cielos a mis quejas, inclinad vuestra paciencia a mis importunidades. Bien veo, Señor mío, que esa facilidad de pecar, y padecer en los malos, es toda su perdición: porque bien cierto es, que caminar con pies ligeros a la culpa, es caminar con pies mas ligeros al castigo, y caminar con pies ligeros pecando a las culpas, y á las penas temporales, es caminar con pies ligeros a las eternas.
Pero, Señor, en mi ignorancia nace mi argumento, donde acaba vuestra solución. Porque si tan malo es, Señor mío, caminar ligeramente á lo malo, claro esta, que no será bueno caminar pesadamente a lo bueno; si el caminar á la culpa con tanta facilidad es malísimo; el caminar con pasos can pesados, y con tantos impedimentos, lazos, embarazos, y Cruces para seguiros, no parece que es posible, que sea bonísimo sobre no ser suavísimo. ¿Para qué, Señor, cargáis de peso á los que os siguen, y os buscan? Por qué hacéis que suban por asperezas, y venzan dificultades? Por que sobre ser tan áspera cuesta la que vencen al buscaros, y tan fragoso monte el que pisan al seguiros, los cargáis de mas á mas de la Cruz, y esta tan grande, que solo el verla atribula? No es mejor que por camino llano, y fácil, sueltos, y ligeros o sigan, busquen, y sirvan? No es mejor que cuesta abajo lleguen con velocidad a seguiros, a serviros, y adoraros? Yo flaca, y pobre de espiritu, y de virtud, llena de debilidad, si no puedo con el camino áspero, y cuesta arriba; podré con la Cruz; con su peso, y el camino?
Tu daño respondió el Señor, Philotéa, de no percibir, y amar el camino de la Cruz, se origina de que no enciendes este misterio inefable, y admirable, y por eso no penetras su camino: con eso no conoces cuanto se abrevia, ni como se anda por él. Este daño nace de otro principio infeliz qué hay en ti, y que toqué arriba, que es gobernarte por lo visible, y olvidar lo invisible, que es abrazar la apariencia, y volver las espaldas a la verdad, y sustancia.
Miras, Philotéa, con antojos, y sin ojos lo cierto, y lo verdadero, por tener sobre tus ojos lo aparente, vano y falso de estos carnales antojos, y dé la manera que el que mira con unos antojos de vidrio azul, o verde, cuando mira le parece del color que tiene el vidrio, y no del que tienen las cosas que esta mirando; así tu, Philotea, que estas mirando las cosas espirituales con antojos de mundo, debilidad, y flaqueza de engaño, y carne, no penetras, ni entiendes, ni percibes el cariño de la Cruz.
Tu temes aquellas Cruces grandes, que traen sobre sí mis siervos, subiendo por aquel monte; y las que tu tienes por peso, tienen ellos por alivio. Tú las tienes por pesadas, ellos las tienen por alegres, por fáciles, y ligeras. Aquel que a ti ce parece peso, que es la Cruz, es el alivio de aquel peso. Las plumas de las aves? que es su peso, son su ligereza, y vuelo. Las velas del Navio, que es su peso, son todo su movimiento. El cochero, que parece que oprime, es quien guía la carroza. No sabes, Philotéa, de lo bueno, y de lo santo, y así gobiernas lo bueno, y tanto con las reglas de lo vano, y engañoso: y no es posible que con discursos tan va nos ajustes, midas, ni entiendas reglas de espíritu y de verdad.
No ves, simple Philotea, en tu engaño el desengaño? En eso mismo que estas mirando, no vez, que los de las Cruces grandes caminan aprisa, que los otros? No ves, que los de las Cruces, que a ti te parece mas pesadas las traen ellos como si fueran ligeras? No ves y que los de las Cruces mayores ayudan á seguir, y a traer su Cruz los que las traen menores? No ves, que los que traen los pies descalzos pisan mas animosa, y determinadamente los abrojos, las espinas, y asperezas No ves, que los mas desnudos padecen el frió con alegría, cuando penan los vestidos? No ves aquel siervo mío, que trae aquella Cruz pesadísima, que á tus ojos es de plomo, con qué alegría, y gozo, y facilidad sube la cuesta ligero, como si fuese de corcho? otro que según su debilidad lleva aquella Cruz de paja, da sus pasos reventando, y apenas puede con ellas.
Es posible, Philotea, que este milagro exterior que ves no te guía á conocer la virtud interior, superior que no ves? percibes, no conoces, que la virtud de la Cruz, y su misterio tiene dentro de sí tal virtud, y tal misterio, que del peso hace suavidad, y facilidad, y gozo? Y que cuanto mas pesa, mas alivia; cuanto mas oprime, mas recrea, cuanto mas parece que dificulta, tanto mas suaviza, y facilita?
¿Quien ha llevado, ni ha traído en sus hombros mayor Cruz que yo? Cuya Cruz no hubo, ni hay, ni habrá quien pueda echarla sobre los hombros, ni todos los hombros juntos de los Santos, ni los de la Reina coronada de los Santos basta para tanto peso: y todavía yo con esta Cruz doy fuerzas, y virtud, y esfuerzo, para que todos, y cada uno pueda traer sobre sus hombros su Cruz, y si yo no la hubiera traído sobre mí, no hubiera quien pudiera seguirme, ni servirme con su Cruz. Ves como las Cruces mayores, no solo dan socorro á los hombros que las traen, sino dulzuras, suavidad, y fuerza, tal, que les sobra para darla a los que las traen menores.
Quién trajo mayor Cruz sobre sus hombros, que mi Madre? pues trajo siempre tanta parte de mi Cruz, que no ha habido hombros, que tanto trajesen de ella, y sobre eso el cuchillo de Simeón lo tuvo siempre atravesado en su corazón tiernísimo. Mira ahora quien os ayuda á llevar vuestra Cruz, ni quién ayudo a los Apóstoles á traerla, sino mi Madre con su ejemplo, con su doctrina, constancia, fortaleza, direcciones, y consejos?
Pedro mi Vicario, y los Apóstoles no han sido los mayores, y mejores seguidores de mi Cruz? No son, Philotéa los que después de mi, y con mi Madre trajeron las mas grandes, y penosas Cruces? Ha habido otros que las trajesen mayores? pues dime, estos de las grandes Cruces no fueron los Capitanes valerosos de la Cruz? Estos de las Cruces mayores, no fueron los que animaron á que los demás pudiesen traer las menores? Luego no has de medir, Philotéa, el peso de la Cruz, por lo aparente sino por lo substancial, y subsistente. Luego no has de medir la Cruz por el cuerpo, y apariencia de su peso, sino por el alma, y por la fuerza de la gracia, y el socorro. Luego en el camino de la Cruz, la Cruz menor es mayor, y la mayor es menor.
Dime ahora, Philotéa, si te pusiese yo acuestas un monee en forma de Cruz, y yo mismo aplicase un dedo de mi omnipotencia, para traer ese monte en peso, de suerte, que apenas tocase sino muy ligeramente en tus hombros; no es cierto, que no solo lo traerías, sino que correrías, y volarías con él? claro está: porque el que es pesado, y aun imposible en los hombros, sin socorro, es con el socorro ligero; y por el contrario: si te pusiese en los hombros una Cruz de dos arrobas, y no aplicase mi socorro á su peso, y tu trabajo, podías andar con ella? No por cierto. Pues si traigo yo con mi gracia la mayor parte del peso, qué le queda al que trae el corto pelo, sino el mérito, el deseo, y el ansia de traer el peso sobre sus hombros?
No has visto, Philotéa, algunas piedras muy grandes, que llaman pomiz, y otras que arrojan los volcanes sobre los montes vecinos, vacías de humedad, porque el fuego la consumió, las cuales espantan antes de tomarlas en las manos, y luego apenas pesan en ellas? Pues así son las Cruces, que te parecen muy grandes; á las cuales el volcán de mi amor, y caridad quitó lo grave, y pesado que les causaba el peso, y la pesadumbre, y quedan muy fáciles, y ligeras. Dime: si en unos hombros muy flacos pusiera una virtud superior, que dañaría para llevar mucho peso lo exterior de la flaqueza, si lo animaba una interior fortaleza? No decís, que la rémora detiene un Navío poderoso? No daña el cuerpo pequeño del animal para obrar con grande efecto, si le anima una inmensa virtud interior, y superior?
Dime: si entre dos llevasen una Cruz pesadísima, que el uno es muy flaco; pero el otro que le ayuda es fortísimo, y cuanto le falta al flaco suple el fuerte, y fortísimo; ¿qué importaba, ó qué dañaba la flaqueza del uno, si le suplía la fortaleza del otro? Tu ves al flaco que trae la Cruz, Philotéa, pero no ves la virtud secreta que yo le doy, y el espíritu, y las fuerzas: con eso te admira, y espanta aquello que ves en lo, exterior, porque no ves lo interior.
Y así, aunque las Cruces grandes sin mí gracia son pesadas, Philotea, pero con ella, y con mi socorro son alegres, y ligeras: aunque sin mi ayuda oprimieran vuestros hombros, y no pudierais traerlas, pero con ella, y con mi favor son pesadas, para dar su virtud al merecer, y ligeras al merecer, y penar. Ves como son alas, Philotéa, al caminar, y volar, las que te parecen Cruces, y grave peso al subir?
Y tú crees, que pondré mas peso sobre tus hombros del que tu podrás traer? Crees, que he de cargar tal Cruz en esté camino sobre tí, que no pueda traerla tu debilidad, Por ventura yo había de cargar tus hombros de peso que te fuese intolerable? Cree, que yo soy fiel, Philotéa. Cree, que quitaré de la Cruz, o añadiré de las fuerzas y si quito de su peso, es aliviar a tu flaca naturaleza, y si añado del socorro, lleva tu peso mi gracia.
¿Qué importa que, quede el cuerpo del peso en la apariencia, si quito la pesadumbre del peso en la substancia? Cree, que no hay Medico tan amante de su enfermo, que así mida, ni pese los adarmes del acíbar, y lo amargo que puede tolerar en la purga el paladar del que lo ha de recibir, como yo mido, peso, y proporciono el peso, y la pesadumbre, hasta lo que puede traer sobre sus hombros aquel que me sigue en Cruz.
Cree Philotéa, que cuando yo dije: Que el que me quisiese seguir tomase su Cruz, y me siguiese ya entonces previne Cruces proporcionadas á todos los hombros, hombres, y almas que me habían de seguir. ¿Tu has de pensar, que yo había de haber hecho camino imposible de seguirme? Vengo del cielo a la tierra, para llevaros al cielo, ¿y había de hacer camino para el cielo, que os perdieseis, en la tierra? Cree Philotea, que si hiciera mas proporción al salvaros, y mejor disposición para venir a mi gloria el gozar, que no el penar, os llevara al cielo por el gozar, porque fuerais mas almas á gozarme eternamente en el cielo, y en mi gloría, y no al infierno á penar.

 

CAPÍTULO XII

Hace Philotea otra instancia al Señor y sobre que le haga otro camino, y no de Cruz, el Señor la desengaña.

Asi como oyó Philotéa, qué dijo el Señor, que si mas fácilmente se fuera el linaje humano por gustos, y recreaciones al Cielo, hubiera señalado su Divina Majestad este camino a las almas, pareciéndole que había hallado algún consuelo a sus cuidados, y esperanza á sus deseos, le dijo: Señor, no se canse vuestra piedad, y mansedumbre de oír y alumbrar á mi ignorancia.
Yo no digo, Bien eterno, que los gustos de los vicios, ni los vicios que traen consiga los gustos pueden ser camino para alcanzaros, ni disposición de seguiros: pues claro está, que el sumo Bien, que es el sumamente bueno no se había de alcanzar, ni conseguir con el sumo mal, que es lo pecaminoso, y malo. Claro esta, que no es lo mismo seguiros, que perseguiros: claro esta, que si Vos venís como Dios, y Señor de las virtudes a enseñar en el mundo, y dar doctrina, y magisterio de virtudes, para desterrar los vicios, que no era posible que fuese camino vuestro, ni de seguiros, conseguiros, ni alcanzaros, y adoraros el de ofenderos. Claro está, que siendo lo bueno aquella suprema regla que hemos de seguir, y habiéndonos dado el infinitamente bueno, que sois Vos á lo bueno, honesto, y santo por regla, no podíamos seguiros con negarnos á esta regla, y haciendo con nuestras culpas, y pecados, por los deleites, y gustos, pedazos (cuanto en nosotros es) esta soberana regla,
Lo que yo digo no es eso, sino que forméis un camino para mí, ya que no lo queráis conceder á los demás, que no tenga tanta aspereza, y dureza como este, santo, penoso, y desabrido de la Cruz; porque no solo aflige, y oprime seguido, sino que espanta, y atemoriza pensado, e imaginado.
Y no solo os diría, Señor mío, (con vuestra santa licencia) que hagáis otro camino, que no sea de Cruz para mi, sino que hagáis este mismo para otros, y para mí, porque mi alma desea que tengáis muchísimos seguidores, y que todos os amen, os sirvan, os reverencien, os adoren; y por el camino de la Cruz, como es tan terrible, y áspero, yo no os digo que no os siguen, y que no merecen mas los que os sirven, y que no os adoran mas los que os adoran, pero algunos de los que os siguen dejaran al seguiros el camino, y otros muchísimos, por verlo tan áspero (ó Bien eterno) no. os siguen, antes os ofenden, y persiguen. Si Vos para mí, y para otros como yo, nos hicierais un camino de unas recreaciones honestas, modestas, no malas, sino recreables, alegres, regocijadas, sin penitencia, y aspereza, ni interior, ni exterior, ni ayunos, ni obligaciones, y preceptos de estos que afligen el cuerpo, por donde cómodamente caminásemos siguiéndoos; bien cierto es que no era tanta fineza seguiros de esta manera, como seguiros en Cruz; pero habría muchísimos que os siguiesen, y como yo deseo que os sigan tantos, quisiera mas para Vos que para mí, Señor mío, que hicieseis este camino.
Viendo el Señor, que Philotéa proponía otro camino que el de la Cruz, para seguirle sin Cruz, y que con el color, y capa que daba a la caridad, cubría su imperfección, y amor propio, le respondió: Philotéa, que como virgen necia, flaca y miserable discurres! Querías hacer camino para ti, con color de que lo haces, y lo formas para mí. Ese sería camino tuyo, y no mío y por tu camino te perdieras, Philotéa y por mi camino te salvaras, y quieres mas condenarte en tu camino que no salvarte en el mío?
Qué camino es este que forma tu loca imaginación, y flaqueza fragilísima? Qué gustos, y recreaciones esas, que siendo temporales, quieres que las tome en cuenta de espirituales? Por vivir en gustos, deleites, gozos, y recreaciones os tengo de dar el Cielo? Ha de ser mérito para mí lo que es gozo, y gusto corporal para vosotros? Dareos la gloria porque os holgáis en el mundo? Dareos gustos eternos, porque gozáis gustos caducos, y temporales? Qué me dais para que os dé? A qué precio compráis una gloria eterna? El que compra, algo ha de dar. Queréis dos glorias, una en el mundo otra en la Bienaventuranza? Una en el destierro, otra en la Patria? Una en la tierra, otra en el Cielo? Vine del Cielo á la tierra a padecer, y vosotros queréis subir de la tierra al Cielo sin padecer? Vine penando, y queréis subir gozando?
Y dime, simple Philotea, cómo es posible que holgándoos, y recreándoos, y no refrenándoos, y no penando, peleando, y padeciendo al refrenaros, os contengáis en lo permitido, sin llegar á lo prohibido? Como es posible, que en una vida alegre, y gustosa, y relajada, y regalada, pueda contenerse el apetito insolente, naturalmente inclinado a lo peor, sin llegar de lo relajado honesto, a lo malo prohibido, y deshonesto? Apenas pueden los Santos sin soltar la disciplina, y la santa severidad, de la mano, y el castigo, y la penitencia, y la mortificación y contener, reprimir, y domar al apetito; y quieres tu seguirme muy santa por camino de gustos, recreaciones, deleites, (aunque tu los pintes muy vacíos de pecados, de pasiones, y de culpas) si en el no te refrenas para seguir mis preceptos?
¿Castiga Pablo su cuerpo, porque siente en si una ley, que repugna á otra ley, que tiene en si y tu pretendes desde los mismos deleites contener al apetito, y aquella ley, que sentía Pablo en sí? Ahora Ignoras, Philotéa, que es guerra la vida del hombre sobre la tierra? Ahora sabes, que la carne esta peleando contra el espiritu, y el espíritu pelea contra la carne? Si han de pelear, bien cierro es que se supone, que han de ser contrarios en el pelear. ¿Pues que fuerza ha de tener el espíritu para pelear con la carne, si es amigo, y aun cautivo de la carne? Qué fuerza la razón para pelear contra el apetito, si está siempre el apetito mandando?
Si en ese imaginado camino, ó perdición que has inventado, Philotéa, esta gobernando siempre el apetito, y buscando gustos, y recreaciones, cómo podrá contra tanto imperio tener fuerza el espíritu, y reprimir al insolente apetito? Entrarían todos los que siguiesen este erradísimo camino á seguirme, pero saldrían á perseguirme. Entrarían a holgarse, y recrearse, pero no á servirme, agradarme, ni imitarme. A pocos meses de recreación, siendo su camino de recreación, se volvería el camino precipicio, y el precipicio su infierno, su ruina, y perdición.
¿Y es posible, que no te avergüenzas, Philotéa, de proponer un camino de gustos, recreaciones, y deleites sin Cruz (aun que tu los llames honestos, y permitidos) á quien como Yo por ti pisé los gustos, y los deleites, y me abracé con la Cruz? A mí, que con mi ejemplo, y mi voz, desde el nacer al morir acredité, y fundé el camino de la Cruz, me propones un camino en que ande ausente la Cruz? Es posible, que no te corres, y confundes de proponer, pretender un camino gustoso, deleitable, y recreable al que fue varón de dolores, como Yo; y ahora, aunque no puedo padecer dolores, traigo en mis manos, y en mis pies, y en mi costado, como trofeos amables de mi amor, y mi fineza, las llagas que me causaron tantos, y tan terribles dolores?
¿Posible es, que quieras seguirme a mí, sin que me imites á mí? Posible es, que quieras otro camino para, tí del que escogí para mí? Posible es que quieras mi corona, y mi gloria, pero sin mi imitación? Tendrás por mi imitación (cuando yo voy penando con la Cruz sobre los hombros) seguirme holgando, y bailando, por no seguirme con Cruz? Asi pagas mis finezas? Imitará al Capitán el cobarde soldado, que cuando está peleando, se estuviera él con sus amigos brindando? Si mi imitación es vuestro remedio, y si en tanto os acercáis á mí, en cuanto a mí me imitáis tú que buscas deleites, gustos, recreaciones, ¿en que me imitas? En que me sigues? Si Yo dije, que os daba ejemplo, para que con mi ejemplo me siguieseis en qué seguís recreándoos, al que murió en una Cruz redimiéndoos, y salvándoos?
Recreaciones permito á mis seguidores, Philotéa, y concedo a los que siguen el camino de mi Cruz honestos contentamientos, y gustos; pero no haciendo, como tu, camino de gustos, recreaciones, y contentos, sino siguiendo el camino de la Cruz, y para aliviar la Cruz les permito honestas, y santas recreaciones. Permitidas son las recreaciones, que no ofenden á mi Ley; pero no haciendo camino, y ley de seguirme (como tu pretendes) con deleites, gustos, y recreaciones. Asi como no puede haber Cristiano sin Cristo, y Cristo no estuvo jamás sin Cruz, pues siempre viví con penas, no puede haber Cristiano verdadero sin Cruz, y sin trabajos y penas. Por eso mi Iglesia os propone, no solo mis Mandamientos Divinos, sino otros cinco preceptos, para que seáis Cristianos, como quien os pone sobre los hombros, como a Cristianos la Cruz.
A eso miran los ayunos, y la observancia, de las fiestas, y otros preceptos penales, y desabridos. A eso mira todo lo santo, fuerte, y valeroso de mi Ley, y la pelea continua de reprimir con su observancia al apetito, que siempre esta peleando, y recalcitrando por salirse de mis reglas, y mi Ley: A eso mira haberos dicho Yo, que el Reino de los Cielos padece fuerza, y que solo lo ganan los valerosos, y que me sigáis en Cruz: y, Philotéa, flaca, y frágil, huir del camino de la Cruz, y buscar camino sin camino, de gustos, deleites, y pasatiempos huir de seguir al que vivió siempre en Cruz, y murió por vosotros en la Cruz: y quien no me siguiere con Cruz en esta vida, no me gozará en la eterna.

 

CAPÍTULO XIII

Pregunta Philotéa al Señor cómo es posible que estén alegres los que siguen el camino de la Cruz si caminan llorando, gimiendo, y suspirando: y se lo manifiesta.

Señor, dijo Philotéa, yo creo vuestras verdades, y siempre estoy convencida en que es conveniente, y santo el camino de la Cruz; pero que es dulce, y suave, no lo acabo de entender. Queréis, gloría eterna, que yo crea contra aquello que estoy viendo? Si estoy mirando, y oyendo la dificultad con que los que van venciendo la aspereza de aquel monte, que vos me ponéis delante, y el dolor de aquellos que van caminando en Cruz: Si mis ojos están mirando sus lagrimas, sí mis oídos están oyendo sus quejas, creeré, que el que gime, y llora deja de padecer, y penar?
Si veo á aquel triste Anacoreta con su Cruz afligido, prosiguiendo su camino derramando lagrimas, y rompiendo, el viento con su suspiros, y aquella tierna doncella descalza, desnuda, y pobre, que estampa sus plantas sobre la sangre que derrama en las espinas, y apenas veo rostro, que no este bañado en abundante sudor; queréis Dios mío, que crea contra aquello que estoy viendo? Fuerte pedir es, Señor, que el alma crea contra los ojos, y que deje de conocer lo que ve, y se niegue á lo que oye. Vos nos disteis los sentidos, para que por ellos juzguemos, y conozcamos, y gobernemos todas las operaciones de esta vida pues cómo, Señor, me negaré a los sentidos, y creeré, que es holgarse el padecer, y es alegrarse el penar?
Es verdad, Philotea, que los sentidos os han de gobernar en eso natural palpable, visible, y transitorio pero no en lo sobrenatural, soberano, y invisible: porque en esto fuera engaño de gran daño, gobernarse el alma por los sentidos. Porque de la manera que os componéis cada uno de vosotros de alma, y cuerpo, de espíritu, y carne, de porción superior, y inferior, exterior y interior, así se debe lo soberano, y superior, y invisible de lo eterno, y á la creen creencia de la Fe, la interior, y superior parte de el cuerpo, que es el espíritu alumbrado, y ilustrado por la Fe. Y así como es mas noble porción la del alma, que no la grosera de este cuerpo, así se ha de dar mas crédito a los altos conocimientos y luces de la Fe, que se recibe en el alma creyendo, que no á esto visible, y caduco que estamos siempre mirando, por que en estos sentidos naturales, puede haber muchos engaños pero no en aquellas luces superiores, celestiales y inmortales.
Cada dia se engaña la vista al ver, el oído al oír, y el tacto al tocar, y ya falta este sentido, ya aquel. Mira como Isaac anduvo equivocado entre el tacto, y el oído, y le engañaba lo que tocaba, cuando le desengañaba lo que oía; (a) y últimamente dio mas crédito al tocar, que no al oír, y engañose; pero en mis verdades, y en mi Fe, como quiera que tienen el principio mas seguro y soberano, que soy yo, y yo soy la verdad misma, no puede haber en creerme equivocación alguna.
De aquí resulta, Philotéa, que aunque ese es viendo con los sentidos corporales las penas, y fatigas que padecen los que me siguen en Cruz, debes creer más á mis verdades, que á tus ojos, y á lo que yo tengo dicho, que, no á aquello que tú ves. Si tu confiesas, que he dicho por mi Profeta, que es dulce, y recto el Señor, por que te espanta lo recto, y no te llama lo dulce? Si tu confiesas que he dicho, que es mi yugo suave, y mi carga muy ligera; por qué te espanta la carga, y no te llama, ni crees lo ligero, y suave de la carga? Si dije por el Profeta, gustad, y veréis que suave es el Señor; por qué no quieres gustar lo suave del Señor y con que veras en el Cielo al Señor, de quien gustaste en la tierra? Si mi yugó es mi Cruz, y digo, que es mi yugo suave; por que no crees que es suave y dulce mi Cruz?
¿Quieres, Philotéa, creer á tus ojos engañados, mucho mas, que a mi voz cierta, santa, y verdadera? Sera mas cierto ese sencido falible de tus ojos, y el engañoso de tus oídos, que la verdad infalible de mi verdad, y mi Fe? A esos sentidos, que cada día os engañan, y os pierden, y os hacen creer desatinos, y adorar al asco, y la corrupción, das mas crédito, que á mi verdad, y mi luz? No basta que yo lo diga, Philotea? Puede faltar mi verdad? Las generaciones pasarán; el cielo, y la tierra faltará, pero un ápice no faltará de aquello que Yo dijere. Pero ya que no quieres venir á mí en Fe, como era justísimo que vinieras, quiero Yo ir a tí en caridad, n paciencia, condescenderme, y compadecerme de tu ignorancia, flaqueza, y debilidad.

 

CAPÍTULO XIV

Enséñale el Señor a lotea como se compadece holgarse, y padecer a un mismo tiempo el Varón espiritual.

No es posible que ignores, Philotéa, dijo el Señor, que el hombre, como te he dicho, tiene dos porciones diferentes, la alma que le anima, y el cuerpo que es animado y en el alma dos partes: una, superior, que se entiende con la razón, y conmigo, y otra baja, e inferior, que se entiende con el cuerpo, y apetito. De aquí resulta, que en una misma persona, a un mismo tiempo puede haber penalidad, alegría, gozo, pena, consuelo, y desconsuelo; desear una cosa, y aborrecerla; y aborrecida, sentir, consentir, y aun procurar que suceda. ¿No has visto á una madre, que esta curando a su hijo, y le da la purga amarga, y lo siente, y se la da, y siente dársela, y se huelga la reciba? Se huelga por su salud, lo siente por su disgusto. ¿No has visto azotar el padre al hijo, á quien ama con ternura, y sintiendo sus azotes lo castiga, y doliéndole sus lágrimas, se las causa? Como puede ser que se huelgue, y que le pese? Porque la porción superior de la razón pide, y decreta el castigo, como desea, la enmienda; pero la inferior siente la pena del castigo, porque desea su gusto, y siente mucho su pena.
Asi sucede, Philotéa, á mis siervos, cuando caminan con la Cruz sobre los hombros. La parte superior va alegre, y sigue contenta su camino, cuando la inferior va con pena, y dolor en el camino. La superior se alegra con aquello que desea, que es padecer por mí, y satisfacer sus culpaste, pero la inferior se entristece con aquello que es "afligirse, y penar, y no es imperfección en mis siervos, que pene el cuerpo en esta parte inferior y lo sienta ella, cuando en lo superior anda resignada el alma; porque es luchar, es pelear, es vencer, para ser coronada, y llegar por el vencer al gozar; por el gozar al triunfar. Estos sentimientos, Philotéa, los han tenido los Santo, y lo que es mas, los he padecido Yo, con ser el que hace los Santos. Pues cuando en el Huerto padecía las congojas, que me causaron tus culpas, y cuando conocía, que tus culpas me habían de causar tan terribles, y sensibles penas, la parte inferior de mi alma estaba triste de ver tu ingratitud, y del dolor de las penas: y la superior estaba resignada, y contenta en padecer la Cruz de mis penas por tus culpas. Y, mí Madre, cuando me hacía compañía al pie de la Cruz (en la Cruz que padecía por verme morir en Cruz) se conformaba con la parte superior, y padecía conmigo en la inferior, y superior de su alma.
¿Ves como puede ser que escaparse inferior esté triste, y la superior muy resignada, ó alegre, y que esta sienta naturalmente las penas, y la superior las ame, y abrace con alegría? Ves como puede ser que aquellos seguidores de mi Cruz, que ves llorar, y suspirar con Cruz en aquel monte, adoren, y amen la Cruz que los hace suspirar?
Y si no lo crees, prueba, Philotéa, á apartarlos de la Cruz, prueba á quitarles la Cruz, prueba á persuadirlos que desamparen la Cruz y veras, que darán antes la vida, que no la Cruz. Porque de la manera, que yo no quise bajar de ella, cuando me decían mis enemigos, que bajase de la Cruz me creerían, y quise padecer antes la pena de que ellos se condenasen por su culpa que no soltar yo la Cruz; padecí penas, persecuciones, afrentas, y hice por ellos tantas señales de amor, para ver si los reducía á seguirme, y á creerme; pero no quise hacer la de dejar la Cruz porque me creyesen y siguiesen; y hice esto solo, porque no viese mi Iglesia, ni los Fieles que yo desamparaba la Cruz, y la dejaba, y perdiese después mas almas con dejarla, que conseguía entonces dejándola; pues si pocos Judíos me creían: por dejarla, innumerables Cristianos me dejarían, y perderían dejándola. Asi verás, que todos cuantos me siguen perfectamente en Cruz, la aman de manera, y la abrazan, y la tienen, los tiene asidos, y contentos, que antes darán la vida, que no la Cruz: porque en la Cruz que padecen, aunque les cause penas exteriores pero hallan interiores gozos, gustos, y contentos superiores. En la Cruz hallan la alegría, el consuelo, el alivio, y medicina de todas sus dolencias, y enfermedades: en la Cruz hallan el antídoto del veneno de sus culpas.
Hallan toda su alegría, porque el padecer por mi lo tienen por alegría: hallan su gozo, porque es su gozo abrazar la Cruz por mí: hallan su consuelo, porque como soy yo su consuelo, me miran siempre en la Cruz, y así en mí hallan su verdadero consuelo: hallan su alivio, porque el penar en Cruz es su alivio, respecto de que penan mas por mí: hallan la medicina, y antídoto del veneno de la culpa, porque en la Cruz, en la penitencia, y en la mortificación está el remedio de las culpas, y son las penas antídoto de las culpas, pues no pueden salir del alma las culpas, si por la Cruz no entran en ella las penas?
Pero tu, Philotéa, con esos carnales ojos miras lo exterior de las lagrimas de los que caminan en Cruz, y con Cruz penan, mas. No miras lo interior de su consuelo. Oyes los suspiros del dolor que despide el cuerpo, no los de el amor que yo oigo, y esta despidiendo su alma: ves esta fatiga exterior, pero no aquel contento interior.
Cree, Philotéa, que si no fuera mayor el gozo de adentro y que la pena por afuera, presto encierra lo de afuera á lo de adentro: cree, que si pudieran mas los sentimientos del cuerpo, que no los sentimientos del alma, presto vieras que dejaban, y desamparaban mí Cruz, concertados al dejarla el alma, y cuerpo.
Para saber quien vence en esa pelea, mira lo exterior y por ello conocerás lo interior: mira lo que hacen, conocerás lo que sienten; mira lo que obran, conocerás lo que aman. ¿No los ves, que caminan llorando, pero caminan con la Cruz por esa cuesta, pues que caminan venciendo, y despreciando lo mismo que están llorando? Antes bien, tanto mas tienen de mi amor, cuanto mas tienen, pueden, y saben vencer la pena que les causa el dolor de aquella pena.
Esto es, cuando suspirasen todos, porque penan como tu crees, ¿pero quién te ha dicho á tí, mal pensada Philotea que aquellas lagrimas tienen el origen, que tu crees del dolor, y de la pena que causa al subir la aspereza de la cuesta? Quien te ha dicho, que aquellos suspiros nacen de la que causa al cuerpo la Cruz? tu lo sientes como flaca, porque eso que tu crees, y piensas eso obraras, y eso hicieras; pero ellos mas altamente sienten lloran, y suspiran.
Aquellas lagrimas de aquel que sube llorando allí, y tú crees las derrama por sus penas, no son sino por sus culpas, y siente más el dolor de su pecado, que no el peso de su Cruz: mas siente la pena que me causo, que no lo que padece al seguirme con su pena. Las de aquel que tan tiernamente llora, siguiendo animosamente su Camino, besando con tanto afecto la Cruz, llora el haber tomado tan tarde la Cruz, y del contento de verse asido tan dulcemente a la Cruz, y en tan gustoso camino, dulce y tiernamente llora, porque que ya ha llegado a estado y que el gusto grande del alma se lo comunica al cuerpo.
Aquel que llora, y tiene encendido el rostro, y parece un Serafín, y piensas tu que lo tiene así por el dolor, y fatiga de traer sobre los hombros la Cruz, no esta encendido sino de una ardiente caridad, y del gozo, y alegría que, tiene su alma con los dulces sentimientos de mi amor, y este amor se le ocasiona la Cruz; y no pudiendo caber dentro de el alma el amor, da calor, y color á su hermosísimo rostro, y sale por los ojos el calor resuelto en calientes lagrimas.
Aquellos suspiros que tu oyes, como sentimientos de la pena, en aquellos dos siervos míos que, siguen tan resueltos su camino, no son sino volcanes de fuego, que despide el corazón abrasado por mi amor. O engañada Philotéa, que vagamente que piensas del misterio de la Cruz! O como si supieses los gustos, deleites, recreaciones, contentos, gozos, consuelos, que tiene en su interior este Santo Leño, lo tomarías contenta sobre tus hombro.

 

CAPÍTULO XV

Hace otra instancia Philotea al Señor dudando que la Cruz pueda ser gozo, y se lo explica con discurso claro, natural, y fácil.

Señor, dijo Philotéa, todo eso que decís es fuerza de vuestra gracia; y aquellos suspiros se deben á vuestro amor, y aquel llorar de alegría se debe a vuestros socorros, y con eso claro está, que lo triste será alegre, y sabroso lo penoso pero esa gracia, quien habrá que la merezca? Por ventura la podremos esperar los perdidos y perdidas como yo? A mas de esto la gracia, Señor mío, para aquellos que no hemos entrado en este duro caminó, es de fiado, y de contado las penas: el padecer es palpable, y presente pero el sobrellevarme en la Cruz, y que no pese la Cruz, y que me sea ligera, por la fuerza de la gracia, lo, podemos esperar, pero no le debemos presumir. Esto me obliga á medir este peso al levantarlo, y á no introducirme en alguna empresa tan temeraria, que habiendo entrado en ella con presunción, vuelva de ella con vergüenza.
Vos, Señor, nos enseñáis a que pesemos, y pensemos las dificultades antes de entrar adonde no podamos prudentemente salir. Vos á que nadie comience á edificar una casa, que no la pueda acabar. Vos a que nadie edifique una torre, que se quede en sus principios, Vos á que no edifiquemos sobre arena, sino sobre piedras fuertes, Vos á que antes de ir a pelear, contemos nuestra gente, y midamos nuestras fuerzas contra las del enemigo; y después de haberlo medido, considerado, y pesado todo, asentados muy, despacio, obremos conveniente: y así dejadme pensar despacio esto de tomar la Cruz, porque no deje arrepentida después, lo que abrazo temeraria. Asi es, Philotéa, que no quiero que obres con temeridad, y siempre es muy conforme á razón, y á buen espiritu medir, y pesar las fuerzas con el peso, y con la carga; pero quiero que sepas, que hay dos modos de seguirme: uno vuestro, y otro mío. Cuando me seguís con la propia voluntad (esto es y con alguna presunción, ó fin humano, é imperfecto) es bien pensar, conocer, pesar, reconocer, mirar, medir, y considerar lo que emprendéis, é intentáis, y entrar con recelos, y temores, en la empresa; porque andáis sobre los pies de la propia voluntad, flacos, débiles, y frágiles; y mucho mas habéis de obrar de esta, suerte, cuando obrareis naturalmente en las cosas arduas, ya políticas, ya morales, ó de otro cualquier genero que ellas sean.
Y mucho mas al ofenderme debéis medir, y pesar bien lo que hacéis, y si tendréis fuerzas para tolerar mis juicios, para pasar por mi cuenta, y sufrir una eternidad de penas, y de infierno, y de tormentos: no toméis peso tan grande con las culpas, que después os oprima, y os castigue, y acabe, sin acabar, con tormentos muy crueles, é intolerables penas. Pero cuando yo os llamo, yo os busco, yo os amo, cuando seguís lo bueno, y lo santo, cuando camináis en luz con luz, y vais buscando la luz, cuando mis voces van gobernando vuestros pasos, y a mi orden atienden vuestros oídos; aunque es conveniente, Philotéa, seguir consejo, y preguntar, si es mía la vocación pero podréis obrar con muchos menos temores, dilaciones, reparos, recelos, meditaciones, y congojas.
Si ves que te estoy llamando, qué recelas, temerosa Philotéa? Si te llevo por la Cruz a asegurar mis preceptos, qué duda esa tu fragilidad? Si te estoy rogando con mis consejos, y mis voces, por qué me respondes con argumentos llenos, de dificultades, vacíos de amor, y docilidad Por ventura llamé á nadie en el reino de la gracia, que no fuese para coronarle, y que me gozase en el Reino de la gloria? Tu has de andar midiendo, y pesando, y meditando, y ponderando cual es mejor, el seguirme, ó el dejarme? Tomar mi Cruz, ó dejarla? Tu cuando te llamo yo, has de andar buscando otro camino, que aquel que te señala el que es Vida, verdad, y camino? Tantas réplicas á una obligación tan debida? Tantas dudas á una conveniencia tan evidente, y tan clara? Señor, dijo Philotéa, yo no digo esto, ni os propongo estas dudas por no seguiros, sino para seguiros de suerte, que nunca sepa dejaros. Este temor, Señor mío, todo es fineza, y amor. Vos me habéis dicho, que en vuestro camino hay gozo, y alegría, y que es gozo, y alegría la Cruz. De esta suerte podría mi flaqueza tolerar ese camino, y mas si me probáis y que en los gustos, y deleites que ofrece el mundo, hay penas, desabrimientos, y disgustos, y querría yo ponerle tan evidente la conveniencia a mi flaqueza, que no tuviese duda alguna en la elección y esto, Señor mío, todo es para seguiros mejor, y para obrar mas gustosa al elegir el camino de la Cruz, y con eso andar con mas alegría al serviros, y seguiros.
Vengo bien, Philotéa y en alumbrar a tu entendimiento, aunque sea desobligado de ti, y quiero que debas á mi paciencia tu luz. Sabrás, que el ser tan suave, y dulce el camino de la Cruz platicado, que tu imaginas tan terrible imaginado, nace de la misma Cruz: de suerte, que donde tu consideras el horror, y la aflicción, y el tormento, allí mismo consiste el gozo, y alivio. Para que esto entiendas, has de advertir, que la Cruz es la llave que abre el descanso á las almas, y el cuchillo que castiga, corrige, quieta, y pacifica á las almas. Es la lanceta que abre la vena de la propia voluntad, y descarga, y echa fuera con la mala sangre los humores corrompidos, que causan toda su muerte, y con descargarlos prevalece mi gracia á la porción impura de la culpa, y queda sana, y fuerte, y con salud. Porque la Cruz en sustancia, es corregir, enfrenar, reformar, limpiar con la escoba, y cuchillo de la mortificación a la propia voluntad, y con eso dar lugar á que entre y gobierne en ella mi amor, y mi voluntad. Y como la Cruz es la que destierra del alma las pasiones, y entran en ella en su lugar las virtudes; hace que sucedan muchos efectos, que todos causan consuelo, paz, alegría, concento, y serenidad.

 

CAPÍTULO XVI

Pide Philotea al Señor que la explique algunos efectos de los que causa la Cruz, para que esté alegre el alma y se los explica.

Oyendo Philotéa, que la Cruz causaba algunos efectos, que introducen alegría, gozo, y contento en las almas, le dijo: Señor, toda ni ansia es seguir la Cruz, y no sólo seguirla, sino traerla, pero no será posible esto a mi flaqueza, si sus efectos son penas, desabrimientos, disgustos; y así explicadme, Bien eterno, esos efectos de gustos, de gozos, y de conteneos, para que yo traiga contenta la Cruz. El primero efecto, Philotea, dijo el Señor, que causa la Cruz en el alma, con hacer que en su virtud, y por me dio de la mortificación se guarden mis Mandamientos, y se sigan mis Consejos, es limpiarla, y purificarla; y en estando limpia, y pura, claro está que se halla alegre, y contenta, y santamente satisfecha, y confiada de verse así en la Divina presencia.
¿No ves el gozo de aquellos que hacen una confesión general con verdadero dolor, contrición y penitencia? No ves la alegría con que queda el mas perdido, cuando desengañado, y con luz me busca, y me halla piadoso? No ves la serenidad de aquel que con la penitencia, y confesión se ha descargado, y limpiado del peso grave, y asqueroso de las culpas, y luego con recibirme, echó del alma lo feo, y abominable, y quedo lo limpio, y puro. La pureza, y limpieza, Philotea, aun en esto natural consuela, alegra, y recrea; y así, solo el descargar las culpas del alma, alivia consuela, y alegra.
Mira que gustosa queda el que ha traído un pesadísimo madero luego que soltó la carga así queda el pecador, luego que con la Cruz del dolor, y penitencia, arrojó de sí la carga intolerable dé las culpas, y las duras prisiones de las pasiones, y el peso gravísimo de andar siempre en mí desgracia. E1 segundo efecto de la Cruz, es el desapropiar del alma, los deseos, que la traían inquieta. Porque como quiera que es imposible, que ella deje de amar a lo humano, ó á lo Divino, y lo humano no es objeto digno de las almas, ni conforme al fin, para que Yo las crié; no es posible, que halle quietud en lo humano, hasta que llegue á amarme á mí, y lo Divino. De la manera, que no es posible, que halle quietud la piedra, sino en su centro, y como no es posible, que la haya en todo aquello que no hay conformidad con el fin; ni lo es, que haya quietud, ni sosiego en los medios, sino violencia, pesadumbre, y resistencia, si los medios no tienen proporción con el intento.
De aquí nace, Philotea, la inquietud de los mortales en esta vida de culpas. De aquí nace, el no saciarse jamás el alma de los deseos mundanos porque no la crié sino para buscar, y poseer, y promover los Divinos. De aquí nace que el mas dichoso, feliz, y grande nunca esta contento, hasta subir mas, y mas; y ya que ha subido, se cansa de haber subido, y apenas subió, cuando, ó le inquietan nuevos, y repetidos deseos, o le fatiga el tedio, y ejercicio de la misma Dignidad a que subió, ó le sobresaltan los temores de perderla, ó le inquieran los cuidados de gozarla.
De aquí resulta también, que esta sea una de las grandes penas de los condenados, porque como aquellas almas fueron criadas para gozarme, y servirme, y alabarme, y están en el infierno en mi desgracia, blasfemando, y ofendiéndome, viven en este tormento con intolerable pena.
Pues lo que hace mí Cruz, Philotea, es desterrar del alma estos deseos, y propiedades de amar, procurar, querer, seguir, y desear lo temporal, sujetando la voluntad á mi santa voluntad, y como el arado desarraiga las malas yerbas en la heredad, así mi Cruz con la mortificación arranca las pasiones, y deseos, y los pone en su lugar, y los compone, y concierta. De aquí nace su consuelo, y alegría, porque de la manera que el hueso desencajado causó dolor, pena, y tormento hasta que lo vuelvan a su lugar, así el alma con los deseos mundanos anda inquieta, con los santos sosegada. Apartada de mí vive con repetidos tormentos, inquietudes, desasosiegos, desdichas; pero unida a mí, consumo consuelo, y paz.
El tercero efecto que causa mi Cruz, para que el alma, esté alegre, depende de este; porque los deseos mundanos que hay en el alma, son siempre de aquello que no se tiene, pues los deseos andan tras la posesión, y son unos pretendientes inquietos, y alborotados, que viven galanteando, y pretendiendo con sumo desasosiego á la misma posesión; y como estos residen dentro del alma, y son muchos, y tantos, cuantos son los objetos de las pasiones del alma, que son casi innumerables, (pues apenas hay alguno apetecible, que no despierte deseos:) nace de aquí en ella un desasosiego, un tormento, una pesadumbre tan inquieta, y tan pesada, que parece imposible que se pueda tolerar.
Mira: si dentro del corazón habitase un erizo con sus puntas; mira, si estuviese lleno de innumerables abrojos: mira, si lo estuviesen azotando con ortigas: mira, si dentro de una casa muy estrecha, ó de un aposento obscuro estuviesen muchos locos, y furiosos encerrados, y que a cada uno de ellos le negasen lo que pide: ¿qué ruido, qué confusión, qué locuras, qué voces, qué desatinos, y pesadumbres habría en aquella casa? Pues esto, y en algunos mucho mas que esto, obran los deseos desordenados de el alma.
Lo qué hace, pues, mi Cruz con la mortificación, es echar fuera los locos, arrancar, y desterrar, y arroja las espinas, los abrojos, las ortigas; y poner en su lugar, y plantar las flores, y las yerbas saludables, y lo que es mas dificultoso, dar sanidad a los locos, y con hacer que aquellos abran los ojos, y vean, que es locura el pretender lo que esta en ajena mano y que es desatino, pudiendo contener los deseos dentro de la posesión de lo santo, y dé lo eterno andar tras la posesión lo temporal, y malo; ya con la luz, y desengaño los persuade a que sigan lo verdadero; y como en llegando por el medio de la Cruz la luz al alma, se halla en ella, para ver cuan conforme es a la razón natural, y a la sobre natural todo aquello que mira, y experimenta ya pacífica, y sosegada, queda con grande serenidad, gozo, alegría, y consuelo, como solían quedar los endemoniados á mis pies, quietos, agradecidos, y alegres, luego que les sacaba los demonios de los cuerpos. El cuarto efecto de virtud de mi Cruz, Philotea, es admirable, y de muy grande consolación, y alegría, y también depende de los pasados, que es vaciarla de deseos, y desarraigarla de propiedades, y con eso pacificarla, y quietarla, porque a mas de que el alma que anda fuera de mi, vive encontrada conmigo, y con dolor, y fatiga, como el hueso desencajado de su lugar, hasta que se vuelve á mí; también es preciso que ande con muchos encuentros, disgustos, y pendencias en las cosas temporales.
Lo primero, porque los deseos muchas voces son contrarios entre sí, y cada dia se ve, que hombre pretende, y teme lo que pretende, y aborrece lo que tiene, y abraza lo que aborrece: ya quiere lo que desea, ya le cansa lo que tiene, apenas lo posee pretendido, cuando le embaraza poseído. Y cuando el hombre dentro de si no tenga estas penas, contrariedades, pendencias, y disgustos, los tiene con los demás porque como los deseos no tienen limitación, y la tiene su poder, por que no llega á lo que desea, siempre anda de pendiente, y en figura de mendigo, y necesitados y si no consigue lo que pretende, se enoja, se encoleriza, se disgusta, y forma infinitas quejas , pendencias, desabrimientos, disgustos, y es su propia voluntad un perpetuo manantial, y seminario de penas, y toda esta barahúnda de pesadumbres, de guerras, de batallas, de pendencias, arroja fuera la Cruz con la mortificación, y con corregir, y contener los deseos, y traer quieta, y sosegada a la porción inferior, con que entra mi Divina voluntad a gobernaren alma a la humana voluntad, y a llenarla de paz, de gozo, de alegría, de contento; y así vive resignada con aquello que le sucede, porque conmigo, y por mi, y en mi lo quiere, y lo tiene todo, pues el que á mi sirve, todo lo tiene conmigo, todo lo goza por mí.

 

CAPÍTULO XVII

Añade el Señor otros tres, efectos que causa la Cruz en el alma, para pacificarla, y proponele a Philotéa algunos ejemplos.

Otros tres efectos, Philotéa, prosiguió el Señor, obra mi Cruz en el alma. El primero es pacificarla, no sólo en la guerra que tienen los deseos humanos entre sí, y con los demás, sino en la que tiene consigo misma, y Con la parte superior. Porque como quiera que la razón natural que sellé en ella está acusando sus errores; vive el pecador encontrado con la luz, y lumbre que tiene en ella, y así se halla dentro de sí con un perpetuo fiscal de sus errores, y culpas, el cual esta siempre voceando, acusando, y pidiendo contra él, y con un gusano roedor que le esta afligiendo, y reprendiendo, y un verdugo, que lo esta perpetuamente consumiendo, y con suma crueldad atormentando. Finalmente, tiene un tribunal entero dentro de su corazón, acusador, juez, testigo, y proceso, que le están fulminando, sustanciando, y condenando. Y si en este mundo exterior no puede sufrir el hombre las costas, y pesadumbres que le ocasiona un Tribunal, que envían contra él en una causa, ó delito; ¿lo que pesa muchísimo por afuera, como pesará allá dentro? Pero en entrando mi gracia por el medio de la Cruz, y la mortificación, cesa todo aquel justo, y terrible tribunal; porque en su lugar entra la honesta, y humilde satisfacción, y una moral confianza, y consuelo de que el alma vive conforme á ley, y razón, y rectitud, y conciencia, y reposa dentro de la misma bondad, y virtud, sinceridad, y verdad.
El segundo efecto, que causa la Cruz en el alma, es pacificarla conmigo. Porque como, sea así, que los deleites, y culpas la traen ausente de mí gracia, y en mi desgracia ; claro está, que ando encontrado con ella, y no solo tiene dentro de sí aquella alma desdichada, el tribunal que te he dicho, sino el mío; porque estoy en ella como riguroso Juez, y mi Justicia, y sus temores la atormentan, la acongojan, y afligen, perseguida de los recelos, miedos, y horrores de sus culpas, y sus penas: y esto la castiga á cada paso de suerte, qué ya piensa, y no sin gran fundamento, que esta ardiendo en los Infiernos, y no da paso dentro de sus mismos gustos, que si por afuera la recrean, no la afligen por adentro. Pero en desterrando mi Cruz por la mortificación, y penitencia á la culpa, entra mi gracia en el alma, y la cura, la remedia, y consuela; y es esperanza, los que antes eran temores; y es gozo el que antes, era tristeza y es quietud, y serenidad, lo que antes era inquietud, desasosiego, y tormento.
Últimamente, Philotéa, entre otros innumerables efectos de la Cruz, para causar gozo, alegría, y consuelo en el alma, es el principal, el desterrar de ella las tinieblas, oscuridad, dureza, obstinación, distracción, y todos los demás impedimentos, que pone la culpa a mi gracia Y a mi luz, para que sienta, siga, y oiga mis santas inspiraciones, y saludables consejos. Porque todo el tiempo que dura en sus vicios, vive el impío, y pecados con todos los tormentos, desdichas, y miserias, que te he dicho, divertido, adormecido, y desatento a lo bueno, entregado del todo a lo muy perdido, y malo, con que apenas puede oír lo santo, lo bueno, y recto con que le aviso, y le llamo, y lo encamino; pero en quitándolos, y venciendo por el medio de la Cruz, y mi luz, estás tinieblas y obscuridad, comienza á obrar mí Piedad en el alma innumerables efectos suavísimos, dulcísimos, sabrosísimos, porque oye, ve, y atiende; como son claridad, caridad, luz, paz, sosiego, tranquilidad, amor, gozo, alegría, consuelo, y la viste de mis dones, y la llena de mis tesoros, gracias, misericordias, y de inefable suavidad, contento, y serenidad.
Todo esto que te he dicho, Philotéa, puedes mirar, y reconocer en dos Reyes coronados. Mira al primer Padre en la primera felicidad cual estaba. Templo admirable de Dios, Imagen viva suya en todas sus tres potencias. Mira aquella República tan santamente ordenada, y concertada. Mira que de bendiciones, gracias, dones, y misericordias que llovían sobre su alma. Ni él conocía al apetito, ni parte alguna inferior, que resistiese a la superior. Asi como él estaba en el Paraíso y todos los elementos le servían; también estaba el Paraíso de mi gracia y de mis gracias en el; y sino es la de mi Madre, no ha habido alma que tuviese tan pura, ni tan perfecta la gracia. Al fin fueron las gracias de Adán las primicias de la gracia, y de las gracias que he dado a todas las almas.
Míralo luego que peco, de Rey, esclavo; de alegre, triste, afligido, fugitivo, descerrájelo, inquieto: míralo que ya el apetito se rebeló á la razón, y los elementos le perdieron el respeto. Míralo echado del Paraíso á una. habitación de espinas, de miserias, de trabajos, necesitado de todo y con perpetuas lágrimas llorando cuanto perdió en un instante pecando.
Mira á David en su primera inocencia cuan santo era, puro, y inocente, enamorado de mi, y yo de él, lleno de mis dones, haciéndome Cánticos suavísimos, y alabanzas, que hoy canta toda mi Iglesia: era fuerte, y domaba los leones, y las fieras, y vencía los gigantes, porque sabia domar las pasiones, y, deleites.
Míralo después de la culpa, y adulterio, y muerte del fiel Urías, deshonrado, aborrecido del pueblo, despreciado, fugitivo de la espada de su hijo, y en la mayor ignominia que ha visto Rey de mano castigado, pues llegaron a deshonrar sus mujeres en la claridad del Sol, pagando en muchísimas afrentas aquella afrenta que causó a Urías alevosa, y cruelmente.
Mira también á estos dos Reyes tan grandes, como por las lágrimas, llorando sus culpas, consiguieron mi gracia, y misericordia, y les perdone, y desterré de ellos las culpas, y los llene de mi gracia; y no solo restituí sus Reinos, y en ellos a todos sus descendientes, sino que lo fui yo suyo: tanto pueden, Philotéa, las lagrimas penitentes, y cantos milagros hace el misterio de la Cruz, que tu tan fuertemente rehúsas.

 

CAPÍTULO XVIII

Suplica Philotéa al Señor, que sobre los efectos que le ha explicado del misterio de la Cruz, la diga su conveniencia, y motivos, y el Señor se la explica.

Señor, dijo Philotéa., ya estoy persuadida a que la Cruz recrea, alivia, y consuela, y libra de muchísimos cuidados; porque sobre ser inefable vuestra palabra santísima, es de grande luz, é inefable el discurso con que me habéis enseñado; pero Señor, esto es lo dulce, y suave del camino, querría ver con lo deleitable lo útil, y también que me enseñaseis con qué fin, y de qué suerte, y para qué he de tomar sobre mis hombros la Cruz.
Este camino, Señor, es nueva región para mí, que nunca la anduve. Nuevo ejercicio, nueva doctrina merece. Nuevo empleo de nueva luz necesita: yo os suplico Señor mío, que me digáis cómo me he de gobernar antes que lo comience a seguir, no sea que mis errores os causen nuevos disgustos. Mejor es entrar en este camino enseñada, que ignorante, y a acertar, que no aprender. El camino de la Cruz, Philotéa, dijo el Señor, mejor se aprende seguido, que no enseñado; porque como quiera que es mas práctico que especulativo, y de obras mas que de palabras, ó discursos, es contingente, que hubieras aprendido mas, siguiéndome todo el tiempo que has estado preguntándome, y así ríndete ya á tanta luz: vive, Philotéa, en Fe, y déjate de discursos.
Señor, dijo Philotéa, mi flaqueza es grandísimo, y con ser así, que el entendimiento esta convencido en lo suave, y ya parece que lo veo, y lo toco con las manos, con todo eso mi voluntad ha cobrado tanto miedo al camino de la Cruz, al padecer, y al penar, que me conozco necesitada de mas luz, y aun esa no bastará, si vos, Señor mío, no calentáis, y alentáis mi voluntad, porque temo de mi, que este preguntar, es dilatar, y hacer tiempo al traerla sobre mis hombros. Mas con todo eso, Señor, decidme algunos motivos para abrazar vuestra Cruz,
Los motivos, Philotea, de traer mi Cruz, son nobilísimos, dé grandísima utilidad, y
provecho en esta vida, y de gloriosisimas coronas gozos, y contentos en la eterna: y con ser diferentes, y uno: mas superiores, y otros que otros, se compadecen muy bien, y no, andan encontrados entre si, ni se oponen, ni embarazan unos á otros. Uno de los motivos, Philotéa, de traer mi Cruz sobre los hombros el hombre es ejecutar la sentencia que he dado a todos los hombres, y tomar sobre sí las penas a que la humana generación ha sido para siempre condenada en está vida de penas. Porque de la manera que el reo, y condenado sale a cumplir su destierro, así los hombres sé han de conformar con las penas de un destierro merecido de su culpa, y de sus culpas. Y con tanta más razón, cuanto el que es condenado de humano juez, puede recelar injusticia en la sentencia; más no el que lo es de mi Divina Justicia.
Antes bien quiero que sepas, Philotéa, que a nadie ha condenado mi piadoso Tribunal, a que en la sentencia no haya dado alguna parte a la piedad, y misericordia. Y ni en las mismas sentencias que doy a condenación eterna, falta esta amorosa atención; porque esa es mi condición, castigar menos de aquello que se merece, y premiar mas de aquello que se merece: y así como va contento á las galeras, el que por la benignidad del juez escapó de la horca, y del cuchillo, así vosotros habéis de tomar contentos la Cruz de vuestras penas, y trabajos, por ser tanto menores que la culpa de vuestros primeros padres, por la cual pude acabar el linaje humano, y reducirlo a términos de que no hallase remedio culpa de tan grande daño.
El segundo motivo para traer con gozo, y alegría vuestra Cruz, y abrazar las penas, y los trabajos, es tomarlas como satisfacción, y paga de vuestras mismas culpas, y no solo de vuestros Padres: porque siendo vuestros pecados tan gran grandes, que merecían eternas penas, (y no es fácil hallar quien no las merezca) debéis dar gracias inmensas al Juez que á delitos que se deben penas eternas, dio con tanta benignidad estas breves, fáciles, y transitorias. Al que pudiendo cortar la cabeza en el cadalso, le dan seis días de cárcel por su delito, esta alegre, porque ve, que cada instante lo va llevando a su libertad, y así por instantes se repite su alegría. Asi vosotros debéis abrazar la Cruz, y el penar, y el padecer en el destierro, pues cada instante os va llevando a la Patria. No hay pena grande, si es breve: si apenas llega el alma á padecer, cuando se acaba el padecer, y a este breve padecer se sigue eterno gozar, qué hay que recelar el padecer víspera breve de un eterno día de gozar? En este caso, el prudente, sabio, y discreto perdonado no pone los ojos en la pena que padece sino en los gozos que espera: no en la breve tribulación, y castigo, sino en la eterna corona.
El tercero motivo, es el de haceros hábiles para servirme, y seguirme, y con servirme gozarme. Porque todos los hombres buscan el fin por los medios, el labrador siembra, y trabaja, porque sabe que sin cultivar la cierra, es imposible que coja, ni recoja la semilla: el mercader suda en los medios de todas sus granjerías, para llegar a lograr el fin de su esperada ganancia: el caminante se fatiga en el medio del camino, para llegar al fin a que aspira en su jornada. Asi vosotros debéis con alegría, y consuelo sudar, y trabajar en el de la Cruz, para poderme seguir, y seguido conseguir. Porqué si como te he dicho, Philotea, no es posible, que sujetes a la carne, sino tomando mi Cruz; no puedes enfrenar al apetito, sino siguiendo mi Cruz, no puedes vencer esa porción rebelde inferior, sino por, medio de mi Cruz; no se sobrepone, y manda lo superior, sino es conquistando lo inferior con la Cruz: claro está, que el que quiere conquistar, pelea para vencer, y vence para triunfar; clara esta, que si este Reino dé la gracia padece fuerza, para alcanzar después el de la gloría, es menester por el único camino de la Cruz, aplicar la fuerza en este camino, para que se logre el dichoso fin de este breve, aunque penoso camino.
Vencer sin pelear, triunfar sin vencer, es imposible, Philotéa; y así es menester pelear para vencer, y vencer para triunfar. Es máxima muy discreta, que el que ama el fin, abraza, y ama los medios que conducen á aquel fin. El fin ultimo dé los hombres es la gloria, los medios para la gloría y son sujetar a la carne con las penas, y la Cruz: no ama el fin, quien no abrazare los medios; no ama a la gloría quien no abrazare mi Cruz. El cuarto motivo es, Philotéa, no lo sujetar la carne, para servirme, y con servirme, gozarme; sino sujetarla carne por no perderse, y perderme. Si el camino de la Cruz, y el padecer solo llevara á gozar por el padecer, era bastante motivo para penar; pero tiene otra calidad notable, que no hay medio del gozarme eternamente, al perderme, y penar eternamente; porque aquel que no goza eternamente, eternamente padece.
De suerte, que es menester pasar por uno de estos dos extremos tan distantes: siempre Cielo, o siempre Infierno, gozar en la eterna gloria, ó padecer en los eternos tormentos. Cada uno elija fortuna, eche la mano a lo que le parezca mejor: mire que camino escoge, porque no hay medio en esta elección, ni es posible que haya otro tercero camino. ¿Llevas Philotea, mi Cruz penando, padeciendo, mereciendo, y sirviendo? Eterna gloria. Padeces, ó gozas sin ella, y te huelgas, y me ofendes son los deleites pecando? Eterno infierno. De aquí resulta, que ya el camino de la Cruz es tanto mas necesario, cuanto os obliga á seguirlo el temor, y la esperanza: el temor de condenaros, si no elegís este segura camino, y la esperanza de salvaros si elegís este seguro camino. ¿Pues á quien ponen delante pan, y cuchillo, castigo, y premio, gloria eterna, y pena eterna, la corona y el tormento, que no eche la mano de la corona, y vuelva las espaldas, y huya de la eterna pena? Y así el seguir el camino de la Cruz, Philotéa, es echar la mano á la corona: seguir el de los deleites, recreaciones, y gustos, es elegir eterna pena, y tormento. Y de la manera que el enfermo abraza la medicina, por muy amarga que sea, para huir del mayor mal, que es la muerte, y en esta vida de penas son amables las menores, por huir de las mayores; así habéis de amar el padecer, y el penar con mi Cruz, por huir del padecer, y penar sin ella; habéis de amar aquí las penas temporales caducas, y transitorias con mi Cruz, por huir de las eternas sin Cruz,

 

CAPÍTULO XIX

Propone el Señor a Philotéa otros ilustres motivos, para abracar la Cruz del Señor, y seguir este seguro camino.

El quinto motivó, Philotéa, para seguir el camino de mí Cruz, es satisfacer vuestras culpas, y pagar aquí en el camino, y por el camino de la Cruz, lo que si no me satisfacéis, pagareis en los eternos tormentos del infierno, ó en los temporales, y fuertes del Purgatorio. Porque has de advertir, Philotéa, que el pecador en cada una de las trasgresiones de mi Ley, se hace deudor de mi infinita Justicia, y cada culpa es una deuda contraída, de la cual ha de dar cumplida satisfacción. Y de la manera que el delincuente contrae deudas, que después le hace pagar la justicia a cada uno con debida proporción al delincuente atroz con horca, y cuchillo, a que no lo es tanto, con moderadas penas, á esa semejanza procede con los pecados mi rectísima Justicia. Mas con esta diferencia, que la ofensa que se causa a la República es de menos estimación que la que se le hace a Dios; porque así como crece la maldad por la grandeza de la majestad, y poder, a quien se ofende, y se castiga mas duramente a el que ofende, ó resiste á un Consejo, que á un Alguacil, y al que ofende al mismo Rey, que no al Consejo; así también es reo de mayor delito, con infinita distancia, el que ofende a Dios, que no el que ofende los Príncipes del mundo, cuanto va de los Señores del mundo a Dios, Señor de los señores del mundo, Criador del mismo mundo.
Supuesto, pues, que son deudas los pecados, que se han de pagar en esta vida, ó en la otra, sin remedio, ni perdón, hasta aquello que se debe, y ha de pagarse de una de tres maneras, ó con penas temporales del Purgatorio, si aquí no se satisfizo con bastante dolor, y penitencia, y estas son aunque temporales, acerbísimas, ó con las eternas del Infierno, si sale el alma del cuerpo en la desgracia de Díos: ó en esta vida, ya con penas voluntarias, ya aplicando a Dios las necesarias, para que tenga por bien su Bondad de recibirlas en satisfacción de los pecados, y culpas: y que este padecer, penar, y pagar en esta vida es el camino de la Cruz: es menester, que cada uno elija en donde quiere pagar, aquí levemente, o allá rigurosamente.
¿Qué duda hay, Philotea, que en racional elección escogerá un hombre el padecer lo menor, y dejará lo mayor? Y al gozar escogerá lo mayor, y dejara lo menor? Que duda hay, que al padecer, escogerá el padecer temporal, por huir del padecer eterno, y no el gozar temporal por padecer lo eterno?
El sexto motivo para abrazar mi Cruz, Philotéa, es de mi gloria, porque siendo así, que conviene entrar en ella por varias tribulaciones, y el que mas padece por mí, es bien cierto, que me ama mas á mi y que al que mas dejó por mí, mas le daré, porque obro mas por mí: y que al que todo lo dejare, le daré todo aquello que dejare, y lo que es mas, centuplicado todo aquello que dejare, y después la gloria eterna, de aquí nace, que quien padece mi Cruz merece eterna corona, y gloria y que la mayor granjería, y la mas crecida usura que puede hacerse en esta vida de penas, es comprar con ellas gozos que nunca, se acaban; porque si con barro comprase un hombre oro, y con estiércol diamantes, bien cierto es, que crecería desmedidamente el caudal del que esto hiciese. Asi es, y sucede en este comercio espiritual, en que yo os mandé os ocupaseis, cuando dije: Negotiamini dum venio, porque es ciertísimo; que no son con dignas las penas, y tribulaciones, que en es vida padecéis, al inmenso peso de gloria, que en la eterna se os espera.
El séptimo motivo es vivir con toda quietud, y paz, como ya lo enseñé arriba, porque no hay paz, ni quietud, sino en aquellos que negándose á sí por la Cruz, ni temen ni desean, ni quieren, ni buscan, ni procuran sino á mí: con lo cual el seguirme, y servirme con la Cruz sobre los hombros, es honra, y provecho, es renta, y comodidad, es habito, y encomienda, es dulzura, y utilidad, y con la Cruz, como con una sabiduría del Cielo, le vienen juntos al alma todos los bienes que ella puede desear. Pero aun estos, que te he dicho, Philotéa, son motivos interesados, aunque honestos; pero hay otros mas nobles, que siguen todos aquellos que me sirven con fineza, como son los que se siguen.
El primero: tomar mi Cruz para conseguir mi amor; porque no hay duda, Philotéa, que los deleites, y vicios, y los gustos propietarios, y sensuales crían olvido de mí, desasosiego, tormentos, y todas aquellas penas que te he dicho; pero el abrazar mi Cruz, y padecer por mí, y seguirme con la Cruz sobre los hombros, cría amor mío, y apenas padece el alma por mí, cuando nace en ella, y se enciende en caridad, y amor mío, y yo que la veo padecer, le aumento la caridad, y el amor, y con lo mismo que va aumentando sus penas por mi amor, voy yo aumentando su amor, obligado de sus penas: y la gloría, Philotéa, de la otra vida, es gozarme pero la de esta es amarme.
El segundo: padecer por obedecer voz, viendo lo que yo con las obras y palabras acredité el padecer, tomando su Cruz, solo por seguirme, si mas discurso, que el verme, delante a mi, teniendo por conveniente el seguirme, y siendo toda su gloria traer sobre sus hombros mi Cruz.
El tercero: padecer solo por agradarme mas con las penas, teniendo: entendido lo que yo gusto de aquellos que por mi penan, y no mirando á interés, o conveniencia propia, sino solo a darme gusto: de suerte, que cuando no diera el Cielo, ni librara del Infierno a los que por mí padecen, es cierto que padecerían Contentos los que solo padecen, y penan por agradarme.
El cuarto motivo: es él de padecer por amor y ansia, que pongo en el alma de padecer por quien padeció por ella y sin mirar á su conveniencia, ni al provecho espiritual qué se le sigue de padecer ; sino sólo porque no puede pasar el alma sin padecer por su amado, que por ella padeció.
El quinto: es padecer por imitarme; mirando en todo á seguirme r, y obrar corno yo les ordené cuando di; ge: Que el que quisiese ser mi discípulo y tomase la Cruz me siguiese mirándome como a ejemplar, y dechado de sus obras, tomando mi, Cruz, por no apartarse un punto (cuanto en sí es) de mi imitación sin mas interés, ni otra intención al seguirme que la de hacer en todo mi gusto, y mi voluntad con seguirme. Estos modos de seguirme con la Cruz sobre los hombros, son, Philotéa, más perfectos, porque no miran estos seguidores míos á sí mismo sino solamente á mí. No miran a su interés, sino a mi gusto. No miraría á hacer su voluntad en, la Cruz, sino a conformarse en Cruz con mi Voluntad: y aquellas obras son mas perfectas Philotéa, en este mundo, y de que yo mas me agrado, en las cuales haya menos de su voluntad humana, y mas de la voluntad Divina.

 

CAPÍTULO XX

Aficionase Philotéa a la Cruz, pero pide treguas para recibirla, y la reprende el Señor.

Confieso, Señor, que con esto que me habéis dicho, me voy aficionando á la Cruz, y ya no me parece tan desapacible, y áspera, y veo que son grandes sus utilidades, y aquel horror que me causaban sus penas, no me aflige con tanto peso, como de antes pero, Señor, si sois servido, dejadme vivir algunos años sin Cruz que después la tomaré, la seguiré, y llevaré con grandísimo fervor. Todas esas suavidades, y utilidades, y conveniencias, y dulzuras dé la Cruz, ya creo las veré, y conoceré entonces, y os daré gracias innumerables por ellas. Todas esas conveniencias que en sí tiene, entonces las lograré, gocemos de lo uno, y de lo otro: Señor compadeceos de mí edad, y permitidme un poco de Dilación al seguir un camino tan penoso.
A veinte y un años queréis cargar con el peso de la Cruz? A una juventud florida queréis antes ver oprimida, que pueda lucir florida? Antes he de conocer las penas, que no el contento? Primero tengo de ver el fin de mi vida, que goce de los frutos de la vida? Antes me ha de cubrir el obscuro velo de las penas, y la Cruz que me alegre, y me consuele el empleo tan natural en mi edad de los gozos, y contentos? Antes me han de afligir las penas, que me consuelen los gustos? Yo os daré, Jesús mío, la vejez y dejadme la juventud. Yo os daré á Vos el morir, dejadme Vos el vivir. Qué es esto que te oigo, Philotéa, dijo el Señor, cuando yo debía oírte persuadida y alumbrada, te oigo, y me hablas tan engañada, y perdida? Treguas pides al seguirme, y las pides por seguir el perderte, y perderme, y perseguirme? Dilaciones al seguirme, prontitud al ofenderme? La vida quieres dar al apetito, que es lo mismo que el Demonio, ya mi me ofreces la muerte? A mi me ofreces la muerte, Philotéa, no tuya, sino la mía; pues quieres darme la muerte, con ofrecerme tu muerte, dando al demonio tu vida? Con el vaso colmado de tu vida brindas al torpe apetito, y con las heces a mi? Lo primero, y lo mejor para el, lo postrero, y lo peor para mi?
¿Y dime desventurada, para que, y con qué motivo buscaras la Cruz entonces? Por amor o por temor? Sí es amor, dónde hallarás el amor, enamorada tu alma de los deleites sensuales? Qué amor queda para mi, entregado tu amor a la carne, y corrupción? Cómo hallarás amor, para servirme, y amarme con fineza, entregado, Tu amor a lo malo con torpezas? Qué disposición tendrá para hallarla en lo bueno con virtudes, la que ha vivido entregada, y cautiva, y triunfada de los vicios?
Y si por temor servil, y bajó buscas entonces la Cruz, ese es modo de corresponder al amor que yo te tengo? Cómo esclava, y solo por temor de los azotes me buscas, cuando como esposa te esta buscando mi amor? Y aun ese temor me lo prometes al fin de tu vida, cuando es incierto entonces ese temor, como es incierta tu vida? Si has de temer, teme ahora, Philotea. Tal modo de discurrir, y elegir, irías es para morir que para vivir, y para morir muerte eterna, que no muere, y no para vivir vida, eterna, que no conoce la muerte: Darme á mi el temor después, cuando te doy yo mi amor Tu me das temor futuro, yo te doy amor presente; con ese temor satisfaces a mi amor?
Y pregunto: la que comienza por temer la ingratitud, y desvergüenza, cuándo hallará tiempo para el temor, ni el amor y ni la vergüenza? Si ahora menos mala no temes, como temerás entonces mucho mas mala, y perdida? Si ahora con menos culpas no quieres, como querrás con muchísimas? Si ahora no puedes con mil, como podrás con cien mil? Si ahora; con fuerzas no puedes, como sin ellas podrás? La ceguedad que ahora tienes a vista de tanta Luz, cual será después de haber vivido, tantos años en tinieblas? Y sí has de tomar la Cruz al morir, qué tiempo te queda para seguirme con Cruz, si apenas llega la Cruz, cuando se acaba el vivir? Qué tiempo para darme de tu tiempo, cuando se acaba tu tiempo?
Y quién te ha dicho loca, que tendrás vejez? Quién te ha dicho, que pasaras de esa vana juventud. Lo, incierto me das á mí, y lo cierto a mi enemigo? Lo presente á tus deleites, lo venidero á tu enmienda? Asi lo he hecho yo Contigo, que temprano comencé a ofrecerte? Antes que fueses te tuve ya prevenido que fueses,: y te crié, te llamé, te formé, y te di las inclinaciones que te pusieron en el camino de la Cruz ;que ahora tan neciamente rehúsas.
En la vejez, que apenas se puede tener en pié, quieres cargar con la Cruz, cuando huyes de ella con los hombros robustos de la fuerte juventud? Desprecias; el bien presente, y piensas vanamente confiada lo abrazarás incierto, venidero, y ausente? Dejas ahora esta corona, que te ofrezco, con mi Cruz, y huyendo de la Cruz; y la corona, desatinada presumes, que cuando quieras, hallaras á la Cruz, y a la corona? Quién se acerca y huyendo dejo que busca? Quién llega al termino, de donde, anda siempre huyendo? Si tu intento es tomar la Cruz para conseguir la corona, como podrás tenerla, ni hallarla al morir, habiendo huido, y alejadote tantas jornadas, fugitiva de la Cruz, por los gustos, y deleites del vivir.

 

CAPÍTULO XXI

Prosigue el Señor en reprender ásperamente a Philotéa, porque pone dilaciones al seguir el camino de la Cruz.

No sólo, Philotéa, no podrás, (prosiguió el Señor) pero no querrás seguirme. No podrás, porque el alma aprisionada del deleite, como podrá sacudirlo para tomar sobre los hombros la Cruz? Deleite, y Cruz no caben en unos hombros, como ni en un pecho, Belial, con el Señor. Pues como desdichada podrás sacudir de ti el deleite, para que siga después a tus deleites la Cruz? Tu alma fea, abominable, cautiva, aherrojada en las cadenas del vicio por donde ha de limar sus cadenas? Con qué manos? Con qué limas? Y en qué tiempo? Cuando las manos debilitadas, flacas, é inútiles á todo lo bueno, y santo; torpes con todo lo torpe, apenas podrás moverlas para lo bueno, acostumbradas a trabajar en lo malo, que fuerzas has de tener para limar con los clavos de mi Cruz los hierros de tus cadenas?
¿Si ahora te falta fortaleza para seguirme, como podrás entonces postrada, y debilitada? Si ahora te faltan las fuerzas para seguir, y servir, como las tendrás entonces para pelear, para vencer, y triunfar? Si ahora para lo fácil, cómo entonces para lo dificultoso? Si ahora habiéndolo probado mas sana, y fuerte, no puedes levantar mi Cruz, como entonces sin virtud, fuerzas, y luz, podrás levantar y poner sobre tus hombros la Cruz?
¿Si es menester virtud, y gran virtud para cargar con mi Cruz, seguirme, servirme, y merecer; por ventura la costumbre inveterada, y antigua del pecar, te llevara á merecer? Si cada instante estuviste estudiando la maldad, cómo saldrás eminente para seguir la virtud, la perfección, y el espíritu? Aprendiendo la lengua de pecar toda la vida, como sabrás hablar en la lengua del merecer en la muerte? Si ahora herida de tus pasiones, no quieres dejar tus pasiones por mi Cruz, creeré yo que querrás cuando estés mas llena, colmada, cautiva, y rendida de los vicios, pasiones? Si ahora no puedes negarte á menos pasiones, podrás entonces negarte a mas vicios, y pasiones? Si, ahora no; puedes con diez enemigos podrás entonces con mil? Si ahora no puedes levantar por tu flaqueza cuatro onzas, como podrás entonces innumerables arrobas?, Cuando el peso gravísimo de tus culpas sea mayor, y tu fuerza para lo bueno menor, podrás sacudir, Philotéa, de tus hombros á las culpas?
Al vivir, cuando estás para obrar, y discurrir, te niegas á tu remedio: y al morir, ó ciega! te ofreces al mayor daño? Ahora con todos tus sentidos muy despierta te niegas á tu remedio, y lo hallaras al morir, antes muerta que despierta? El reloj desconcertado dará entonces muy concertadas las horas? Tus potencias, facultades y sentidos turbados, y confusos del accidente mortal, qué te han de ofrecer entonces, desdichada, sino muerte? No es un loco el herido, o enfermo, que aguarda a curarse a tiempo que esta mas grave, y desesperada la enfermedad, y la herida? Dejadme, dice, vivir herido, hasta que muera curado. Dejad que se encancere la llaga, y, después la curareis. Dejad que llegue la enfermedad a su punto, y después aplicareis el remedio. Cuando esta mas insuperable el daño, mas desesperado el remedio, aplicareis el remedio de mi daño. Que discursos, qué palabras son estás de un desatino mortal?
Finalmente, ni querrás, ni podrás tomar mi Cruz, Philotéa, á la vejez, ni a la muerte. No podrás, porque la voluntad ya cautiva del vicio, no ha de poder romper las cadenas de las prisiones, y vicios. Y no querrás, porque ya el querer lo has dado a aquel tirano poder, y podrá en ti mas, su poder, que tu querer: y aquel libre albedrío que te di, lo hiciste cautivo de aquel infame albedrío: y mi gracia, que es lo que ha de alentar tu albedrío, para que busques mi gracia, andará ausente de tí, por haberme tanto tiempo despreciado, y ofendido, con vivir en mi desgracia. Y de la manera que un clavo con muchos golpes se fija tan profundo y que es imposible después desenclavarlo; así con repetidos pecados habrás hecho en tu alma tan penetrantes las culpas, tan profundas las heridas, tan asida la costumbre, que envejecida a lo malo, no puedan arrancar del alma, lo santo y bueno.
Pero quién te ha dicho, engañada Philotéa, que cuando tu quieras imperfectamente querer y que tu puedas poder, Querré yo querer, y podré ponerte en libertad, y en poder? Puedes tu salir de servidumbre sin mi? Puedo yo sacarte de servidumbre sin ti? Si tu no quieres, cómo puedo yo violentar á tu querer, habiéndote dado libre la voluntad, y el querer? Si tu resistes, como puedo remediarte? Si el enfermo arroja el vaso a la cara de su Medico, y salud, cómo ha de poder curarlo? Si entre mis parientes mismos no podía hacer milagros, porque su incredulidad ataba los efectos a mi misma Omnipotencia, y faltaba, la disposición en ellos; pero no el poder, ni la caridad en mi; cómo podré remediarte cuando tu no te dispongas al remedio? Y no es porque yo no pueda, sino porque tu no quieres.
Finalmente, podrás salir del cautiverio á la dulce libertad, si no te saca mi mano? Podrás salir de tus culpas, sin mi gracia? Podrás decir Jesus, sin Jesús? Podrás ni aun en mi gracia promoverte, y proseguir en la gracia, sin que te ayude, y favorezca Jesus con su socorro, y su gracia; Pues si aun cuando estás en mi gracia, no puedes obrar sin mi, como podrás, Philotéa, obrar en mi desgracia sin mi?
Por dónde pretendes tenerme entonces favorable, cuando te has hecho con repetidas ofensas aborrecible? Es buen modo de obligarme el ofenderme? Es buen modo de obligarme, dejarme, y desampararme? Cuando tu me desamparas rogándote; quieres que yo te busque llamándote, y obligándote? Tú me crucificas á mí, y haré yo grandes milagros por ti? Por qué virtudes? Por qué méritos? Por qué servicios? Por repetidas ofensas? Será bien que te honre con mi Cruz, porque me has crucificado? Sera bien que busque mi misericordia, porque fabrico sobre mis espaldas sus culpas tu maldad, y tu miseria?

 

CAPÍTULO XXII

Humillase Philotea a reprensión del Señor, aunque le hace otra instancia, por dilatar el seguir el camino de la Cruz y el Señor vuelve a reprenderla.

Señor, dijo Philotéa, temblando estoy de oír vuestras palabras; vuestro discurrir es vencer, y convencer vuestro hablar es alumbrar, abrasar, y aun confundir. Perdonad mis ignorancias, procedidas de flaqueza. Como yo había oído, y reconocido vuestra piedad infinita, y vuestra misericordia, y que esta excede en vos á los demás atributos me parecía á mí, que no habría tiempo, en el cual no me amparase vuestra piedad, y que bien podía holgarme algunos años sin Cruz, y después, poco antes de morir, tomar; sobre los hombros la Cruz.
Peor es, dijo el Señor Philotéa, tu disculpa, que tu culpa. Posible es, que en la confianza vana de que te he de perdonar, me quieras crucificar? Por ventura es buen discurso decir: Yo, Señor os quiero abofetear, herir, escupir afrentar, azotar, crucificar, que vos me perdonareis? Dejad ahora que os crucifique yo a vos, que después me coronareis, y premiareis vos a mí. El demonio, ó Philotéa, no se atrevió á discurrir de esta suerte. Aborrecía, y por sus Ministros me crucificaba; pero sabía, que no era posible que su maldad mereciese efectos de mi bondad.
Tu ingrata, y loca, te atreves á aguardar mi Misericordia, irritando a mi Justicia? Acaso hay Misericordia en mí, sin que haya también Justicia? Es mi condición el premiar maldades, e iniquidades? He de premiar, y coronar los delitos? Sabe mi Misericordia ofender á mi Justicia? He de cortar el brazo de mí Justicia con el de mi Piedad, Bondad, y Misericordia? Puede: quedar Imperfecto el cuerpo inmenso de este Poder? Pueden ofenderse, ó encontrarse entre sí mis Atributos?
¿Por ventura con exceder en la intención, y en otros innumerables efectos á la Justicia mi Misericordia no excede en la extensión de los castigados mi Justicia? Mira sí son mas aquellos que se condenan, que no aquellos que se salvan? Mira cuantos son los llamados, cuan pocos los escogidos? Mira si es pequeñito mi ganado? Mira si es estrecho el camino de mi gloria: y muy ancho el del infierno? Mira si castigué la dureza de mi Pueblo en el desierto?
Seiscientos mil salieron de Egipto, y de aquellos que salieron, solos dos llegaron á la tierra prometida. Si á este computo, y respecto se salvasen en esta vida almas, Philotéa, qué sería? Mira si les salió dulce la trasgresión de tus Padres? Mira si aquel bocado mortal lo ha pagado toda su posteridad? Mira como se tragó la tierra a aquellos qué despreciaron á Moisés? Mira como hice degollar mas de treinta mil personas, que rebeldes me dejaron, é hicieron ídolos en el Desierto? Mira á mi Pueblo tantas veces castigado? Mira á Judas mi Discípulo ahorcado, y desesperado? Mira como pagué tus pecados en la Coluna, y la Cruz, y qué castigo hizo mi Padre en mi, para perdonarte a ti? Mira una eternidad de penas en el Infierno, sin conocerse en ellas ni el fin del atormentado, ni del tormento, ni el de aquellos que atormentan, ni Ver jamás un adarme de perdón, ni remisión.
Finalmente, mira qué pequeño es mi ganado, y las innumerables almas, que arroja mi Justicia en los Infiernos. Cabrás tu, Philotéa, ingrata, y dura, en donde han cabido, caben, y cabrán tantos, que han seguido ese desatinado discurso con que huyes de mi Cruz? Sobre mi paciencia quieres fabricar tus culpas, y mis ofensas? Con esperanza de que soy piadoso, quieres ser cruel enemigo? Dilaciones ofreces ingrata a mi vocación, malogrando tantas luces?
Al que me pidió que le dejase ir a encerrar á su padre, cuando lo llamé, le dije, que dejase a los muertos, que enterrasen a los muertos, porque solo son vivos los que me siguen, y sirven. Al que me pidió que le dejase que fuese á dar aviso á su casa, de que me seguía, cuando yo le pedí que me siguiese, le dije, qué no volviera la cara atrás, ni aparcase de la esteva la mano al seguirme con la Cruz. Solo porque la mujer de Loth miró a Sodoma, la reduje a una estatua de escarmientos, que con su sal puede sazonar innumerables discursos.¿Y tu, Philotea, me pides, no mirar, sino volverte a Sodoma? Me pides, no ir a enterrar á tu padre, sino enterrarte, y perderte, como lo hace tu padre? No a avisar á tus hermanas Honoria y Hilaria, sino á perderte con tus hermanas? Asi pagas mis finezas? Asi te convencen mis razones? Asi te alumbra mi luz? Asi te enciende mí amor? Vuelve, Philotéa, en ti, Vuélvete a mí, Philotéa, antes que te deje yo, y me busques sin hallarme, por perderte con perderme.

 

CAPÍTULO XXIII

Rindese Philotéa a tomar la Cruz sobre sus hombros, capitulando con el Señor sobre ello.

Viéndose Philotéa, no solo vencida, y convencida de las razones eficaces, y evidentes del Señor, sino justísimamente reprendida, afligióse, y postrada pidió rendidamente perdón, y dijo; Señor, bien veo vuestra Justicia, ay de mí! pues así me habéis dejado que propusiese discursos de tan grande vanidad, y locura, como poner delante al seguiros excusas, y dilaciones: y claro están que este errar mío, son efectos de esa Divina Justicia que con mis yerros está castigando mis maldades, porque no hay igual castigo al dejarme caer, y que esta culpa sea azote, y pena dé las pasadas. Erré, Señor, peque, castigadme; pero perdonadme al castigarme; sea el castigo en el cuerpo, sea el perdón en el alma: sea la Justicia la que mortifique esta porción inferior, que Vos me habéis enseñado a conocer, sea la Misericordia la que guié, y perdone la superior, que no acaba de seguir lo que ya ha comenzado a encender.
Entonces el Señor le dijo: De fuertes remedios necesitas, Philotea, y cuando yo te quiero llevar a mí por amor, tu no quieres sino venir por rigor levanta el cuerpo de la tierra, levantando los pensamientos al Cielo, Importa poco que hayas estado humillada, si no te levantas humilde y desengañada. Bien puedes conocer tu fragilidad, por la tierra en que has estado postrada; y si conoces que eres polvo, y has de reducirte a polvo, amaras bienes del Cielo, y no amarás estos caducos, y miserables de tierra.
Entonces, Philotéa, alentada con la Benignidad del Señor, levantándose, le dijo: Piadosísimo Señor, bien veo, que he errado como flaca, y miserable: ya, Redentor mío, tomaré sobre mis hombros la Cruz, yo haré cuanto me mandáis, y aunque mi flaqueza, y debilidad sentía horror al entrar en este dificultoso camino, Vos, Señor, me habéis animado tanto, y la fuerza de la razón, y verdad ha dado tan grande esfuerzo á mi alma para seguiros en cruz, que me resuelvo á serviros de esta suerte. Pero Señor permitidme, que os proponga algunas condiciones, y peticiones, las cuales no miran á dejar de seguiros con la Cruz, sino al poderla llevar. Bien veis vos, Señor mío, que es mejor tomar una Cruz posible, y comportable, que una incomportable, y terrible. Caminar para caer, no es buen modo de caminar. Tomar sobre sí la intolerable á las fuerzas y es mas temeridad, que prudencia. Andar con peso, y sin proporción, no es andar, sino caer.
Lo primero que os suplico, Señor mío, pues es mi intento seguiros con la Cruz sobre mis hombros, es, que me la dejéis poner á mí gusto, y no me la pongáis vos. Yo, Señor, sé muy bien adonde llegan mis fuerzas, y la llevare a mi modo, con que os podré mejor seguir.
Lo segundo, os suplico que no sea muy grande esta Cruz, porque aunque lo es mi deseo de serviros, es mayor mi flaqueza y debilidad y no es justo tomar hoy la Cruz, para dejarla mañana.
Lo tercero, que no sea la Cruz muy larga, sino breve; porque será imposible que yo pueda con ella, si no la abreviáis, Señor.
Lo cuarto, que no sea muy pesada, ni de plomo, ni de hierro, ni de cosa deslucida; porque bien sabéis que no llegan mis fuerzas á peso tan desmedido, ni a cosa que mire á afrentas, ni deshonras, ni ignominias.
Lo quinto, que sea una Cruz muy transparente, y hermosa, y que se vea de lejos, porque con eso conozcan todos que me precio de seguiros, y tomen ejemplo en mi, y tengáis infinitos seguidores.
Últimamente os suplico, Señor mío, que sea con calidad de poder dejar algunos días la Cruz: pues veis, misericordia infinita, cuan dificultosamente podré caminar, si cesar con ella sobre los hombros. Con estas condiciones, Señor mío, yo abrazo con grande gusto la Cruz. Es posible, Philotéa, dijo aquel eterno Señor, que no te quieres fiar de mí! Es posible que al seguirme y me propones condiciones! Qué limitaciones puse yo a tu redención? Tuvo términos mí amor? Mi caridad tuvo fin? Pues si yo Criador de todas las criaturas me entregué á vosotros, y por vosotros sin fin, ni tormento, ni medida; y di a mi amor, y á vuestro amor tanto mas de aquello que fue necesario a vuestro remedio; pues bastando una gota de mi sangre, di tantas de mi sangre, y mi sudor, cómo tu me propones condiciones, y limitaciones al servirme, y al seguirme?
Con tu Señor, Redentor, Esposo, Padre, y Dios capitulas? al que debes rendidamente servir, seguir, y obedecer, y con quien debe gobernar tu voluntad capitulas? Que me das, que no me debas? qué tienes que no te di? Si eres mía, porque te crié: si eres mía, porque te redimí: si eres mía, porque te llamé: si cuando mas me sirvieres, y siguieres, no has cumplido, ni llegado a pagar deudas de cantas obligaciones, crédito de tantas prendas, qué me das para que yo te reciba, y admita con condiciones? Puede haber Cruz tan grande, tan penosa, y desabrida sobre tus hombros, que llegue a satisfacer tus culpas? No por cierto. Pues sí no puede haberla, sobre qué capitulas, Philotéa?
Respondió Philotéa: Señor, bien conozco esa verdad; pero estas no las tengo yo por condiciones, ni capitulaciones, ni limitaciones de mi amor, que ese es grandísimo, y sin Cruz os quiero mucho, y me abraso de vuestro amor, Pero como, que en sirviéndoos con Cruz y mas siendo muy pesada he de dejar el camino, y de corrida, y avergonzada después, no solo dejaré el camino de la Cruz, sino que seré mucho peor que era antes que yo siguiese, y emprendiese este camino. Comenzar, y no proseguir adelante con la Cruz, es volver muchas jornadas atrás.
Todos se reirán de mí, si no os sigo, así como todos me murmuraran si os sigo. Al dejaros, porque os dejo; y porque os sigo al seguiros. Pero cuando me murmuren, Señor, siguiéndoos, es consuelo de esta pena el gozo, y el provecho de serviros, y adoraros; pero el murmurarme, dejándoos, en, una pena sin consuelo. Y páreseme á mi, Señor, que si yo midiese la carga, y la pusiese en estado que la pudiese traer, y proporcionase á mi flaqueza la Cruz, seguiría, y conseguiría el seguiros, serviros, y conseguiros.

 

CAPÍTULO XXIV

Manifiesta el Señor a Philotéa las falsedades de sus discursos, y réplicas, y propínele diversos ejemplos para seguir la Cruz.

Que falsa que discurres, Philotéa, dijo el Señor; preciso es que mi luz desate, y eche de ti las tinieblas de todos esos discursos.
Lo primero, has de advertir, que es poco menos que falso este amor, que tu dices que me tienes, afirmando que me amas, como no sea con Cruz. Pues qué amor es aquel que está huyendo de penar, y padecer por su amado? Si tu estas diciendo, cuando afirmas queme amas, que no te atreves á seguirme penando; cómo te he de creer que tu me sigues amando? Si tu pides gloría, y gozo para seguirme, cómo creeré que la gloria para ti, es fineza para mi? Qué amor viene á ser para mi, el que es gusto, y deleite para ti Quieres prendarme con tus deleites, y que yo quede obligado con que tu te huelgues mucho?
Si por no penar por mí, no tomas sobre tus hombros la Cruz, y la Cruz te mortifica, té humilla, y te atribula por mí, y eso no quieres hacer; mas te quieres que no a mi. Huyes de la Cruz que te atribula, y por eso no me sigues; luego mas tratas de amarte, que no de amarme, y servirme? Y así cuanto niegas á mi Cruz, tanto niegas a mi amor: y cuanto tomares de Cruz, tanto darás a mi amor porque el no querer la Cruz es quererte mas á ti, que á mi: y es querer mas tu gusto, que no el mío: tu amor propio, que no el mío; y sí a ti te quieres mas que no a mí, cada instante me has de dejar á mi, o Philotea, por ti.
También con otro discurso se conoce la falsedad de tu amor, porque como quiera que en viendo la Cruz huirá tu amor propio, por no recibir sobre tus hombros la Cruz; siempre que yo mande una cosa, tu quieras otra, huirás de mi voluntad, por hacer tu voluntad. Pues siendo así, que el hacer mi voluntad contraria a tu voluntad, sea mortificar, y poner en Cruz a tu voluntad claro está, que ha de huir tu voluntad de mi voluntad. Y si huyes, Philotéa, de la Cruz, y de mí, y mi voluntad, qué amor es aquel, que siendo amante, huye de la voluntad del amante, y del amado? Si el afecto principal del amor, del amante a su amado, es darle la voluntad, y tu me niegas la voluntad por no seguirme con Cruz, y me has de dejar, y negarte a mi siempre que yo mortifique, y ponga en Cruz á tu voluntad; cómo creeré que me sigues, sino que te adoras, y te sigues?
También te engañas en creer, que porque me sigas en Cruz, dejarás mas fácilmente el camino de servirme; porque antes te asirás más firmemente con él. No ves cuantos me han seguido en Cruz, que firmes, qué seguros me han seguido? Mira á mi Madre, y á todos los Apóstoles, que me seguían en Cruz, y con Cruces grandes, cuan firmes, y constantes siguieron caminos de vida eterna; luego el seguirme con Cruz, es firmeza para seguirme, y servirme. Señor, dijo Philotéa, á esos Santos los confirmo vuestra gracia, y confirmados en gracia, no podían no seguiros. Esta bien, Philotéa, respondió pero todos sus discípulos? Y tantos innumerables Obispos, y otros á quien guié por el camino glorioso, y valeroso de la Cruz Los Ignacios, Policarpos, Marciales, Marcelos, Clementes, Linos, Cleros, Anacletos, Dionysios, Eugenios, Ciprianos, Lorenzos, Vicencios, y otros innumerables seguidores de mi Cruz? Y los Ambrosios, Agustinos, Chrysostomos, Hilarios, Marcinos, Nicolaos, Gregorios, y otros infinitos Obispos, que me han seguido con la Cruz sobre los hombros, y el pecho? Y los Antonios, Pablos, Benitos, Bernardos, Romualdos, Domingos, Franciscos, y otros sin numero, que han seguido el camino de la Cruz?
Señor, dijo Philotéa, esos eran hombres; pero yo fragilísima mujer, y entonces el Señor la respondió: Y las Águedas, Ineses, Lucías, Paulas, Leocadias, Engracias, Eustoquias, Claras, Catalinas, Anastasias, las Getrudes, Ildegardes, Lutgardas, Brígidas, Olimpias, Pulcherias, Teresas, y otras infinitas Esposas mías, de las cuales á ninguna he confirmado en mi gracia qué otro camino siguieron, sino el de Cruz? Y cuantos me están gozando, sean grandes, ó pequeños, qué otro camino tuvieron, sino el de Cruz, desde el menor al mayor, desde el, ultimo al primero Si murieron niños los salvo mi Cruz; si grandes, la mía, y la suya: pues a estos salvó lo que yo pene por ellos, y ellos penaron por mi.
Finalmente, cuantas almas me gozan, que otras armas tuvieron en las manos? Qué otra señal en los pechos? Qué otra sobre sus hombros, sino la Cruz? Y todos cuantos me siguen en obediencia, en pobreza, y castidad, y clausura, con qué otras armas se arman para seguir su camino, sino solo con mi gracia, y con mi Cruz? No ves esos Escapularios que echan sobre sus hombros mis siervos, y mis esposas No ves esos Pectorales de los Pastores de mi universal ganado? No ves esas Cruces militares, qué otra cosa significan, sino la Cruz de que van armados, y con que andan en el alma defendidos?
Pues si a la mas flaca naturaleza, y al mas débil sexo hace fuerce, y valeroso, y constante, y firme la Cruz, como ves en mis esposas; cómo tu te atreves, Philotea, á decir, que serás mas valerosa sin Cruz, que con ella? Y, haces tantos argumentos al rehusarla, y me pones condiciones al tomarla, ó recibirla Ha habido algunas de estas, sino tu, que haya entrado a servirme con esas condiciones, reservas, y limitaciones?
Señor, aunque es así, dijo Philotea, que todos generalmente se salvan por vuestra Cruz, y la suya; pero algunos parece que son tan dichosos, que solo se salvan por la vuestra, y sin padecer con la suya, y van derechamente á gozaros, habiendo holgadose mucho, y de esos querría ser: como son aquellos que después de haber vivido entre gustos, murieron con dolor, y contrición, con que se van derechamente a la gloría. No es así, dijo el Señor; porque no hay nacido, que no padezca su Cruz: y aun el niño bautizado, que muere luego, y se salva por mi Cruz, con ser incapaz de méritos propios, también tuvo propia Cruz, al estar en el vientre de su madre en tan congojosa, cárcel, al nacer con tantas penalidades, al morir con agonía: y los que mas se han holgado, han pasado por estas penalidades.
Y los que tu dices, que salen de esta vida muy contritos, después de haber vivido con grandes recreaciones, y deleites, si no lloraron de suerte que la Cruz de su dolor fuese satisfacción de sus culpas penan después en el Purgatorio tan intolerablemente, y padecen en él una Cruz tan terrible, tan prolongada, y sensible, y formidable y que dieran entonces haber padecido la
mayor del mundo meritoria, por no padecer aquella terrible, que no es aun satisfactoria, sino solo purgativa. Y así ha sucedido permitir yo que volviera una alma á hacer penitencia en esta vida, tal, que recompensase las penas de tres días, que padecía en la otra, y hacerla tan rigurosa, que en toda ella jamás conoció la risa, ni el contento, y todo era penar al hielo, y al calor, y andar con una Cruz tan pesada, que parecía intolerable á la vida: y así Philotéa, nadie se salva sin Cruz mía, y propia, y rehusar recibirla, es rehusar el gozarme, y escoger mayores penas allá, por no padecer menores penas acá.

 

CAPÍTULO XXV

Propone Philotéa al Señor algunas razones, para que le admita sus capitulaciones y el Señor la desengaña.

Viéndose Philotéa convencida con ejemplos tan claros, á recibir la Cruz sin limitaciones, respondió: Señor todas esas Cruces que habéis referido, y todos esos Santos, y Santas, que habéis nombrado, son almas, á quien disteis una muy especial gracia para seguiros tan rendidamente en Cruz, y eso es muy; raro en el mundo; y yo pecadora, y pobre, y perdida, y flaca, no puedo fiar, ni confiar, que recibiré tan señaladas mercedes.
Por eso, como mí intento es de serviros sin dejaros, y de amaros sin volverme del camino, querría medir la carga, y la Cruz, y ponerla tan tolerable, que pueda seguiros con gran fervor: pues no se puede negar que andará mucho mejor su camino el que anduviere con mas ligero peso sobre sus hombros, que no aquel que por el grande que le oprime, y le aflige, es preciso ande sudando, y penando, con que es forzoso que, ó caiga con el peso en el camino, ó que deje el peso, y con él deje cambien el camino.
O que sin luz discurres, Philotéa! que poco entiendes del camino dé la Cruz Después de tantos conocimientos, como te he dado discurres tan ciegamente? No te he dicho que la Cruz no se pesa por su peso, ó por su cuerpo, y su grandeza, sino por el peso, y grandeza de mi gracia? No has percibido, que el que mas me ama le pesa menos un monte, que el que ama menos puede pesarle una paja? No te he dicho, que el peso, y pesadumbre exterior es mayor, ó menor, según la virtud interior, que animado desanima aquel peso? No ves cada día alegre al mas penitente, y triste al menos austero? No ves a cada paso correr mas fervoroso, y ligero con su Cruz mas pesada al desnudo, que al vestido Esto puede tener duda? Sí crees a tus ojos para ti; porqué no crees á tus ojos para mí? Sí crees tus ojos al ver sudar al mortificado, para hacer argumentos por la carne, por qué no crees al ver alegre al mas penitente, para hacerlos en favor del espíritu, y mi Cruz, para ceñirla, y domarla?
Pero si no crees, ni á tan eficaces ejemplos, como te he puesto a la vista, ni á lo que ves, cree a la fuerza del discurso que se sigue. Todo tu argumento, Philotéa, es decir, que me seguirás mejor sin Cruz, que con Cruz; y ya que te convencí, que era imposible seguirme sin Cruz ; pues no puedes seguirme, si no guardas mis preceptos, y eso es ya seguirme en Cruz; pasaste á decir, que por lo menos tu proporcionarías la Cruz a tu modo, y que la harías mas tolerable á tus fuerzas, y me seguirías mejor con una Cruz moderada tuya, y con todas las condiciones que dijiste que no con la que yo te pusiera, y que otros que la han traído, como yo se la fié, ha sido por gracia muy especial.
Dejo á una parte, Philotéa, la justa queja que debo tener de ti, de no fiarte de mi, y pensar, que no seré yo fiel, para no sobreponer en tus hombros mas carga de la que puedes llevar, cuando he repetido en mi Escritura diversas veces, que soy fiel, y que no consentiré, que nadie sea tentado sobre sus fuerzas.
Dejo lo que me lastima desconfianza tan ajena de mi ser. Porque, ó temes, que te he de poner carga intolerable á tus fuerzas, porque no querré proporcionarla ó porque no sabré medirla. Si es porque no sabré, ofendes mi sabiduría, siendo mi sabiduría por quien se hizo, y formó, y reformó lo criado. Si es que no querré, desconfías de mi amor, que no es menos sensible a mi amor pues bien podías conocer, Philotéa, que quien puso sobre sus hombros por tí, al redimirte, una carga sin medida, la pondría sobre los tuyos, para hacerla tolerable, con todo peso, y medida.
También dejo el excusarte con decir, que aquellos que me han seguido, fue por gracia muy especial; pues bien podías reconocer, que mi gracia no se ha enflaquecido con el tiempo, ni envejecido con él, ni falta a aquellos que me buscan, y mucho menos a aquellos que busco yo, como á tí y claro esta, que todo cuanto hago, y he hecho por tí, es gracia muy especial: y que echar la culpa a mi gracia, es disculpar vuestra flaqueza, haciendo mayor la culpa con la disculpa. Pero todo esto te lo perdono, ó condono, como no te niegues á la luz del discurso que se sigue, que alumbrara á cualquiera ciego. Dime Philotéa, si quieres seguirme para no dejarme, como estarás mas cerca de dejarme, con seguirme con tu Cruz, o con la mía? Claro está que con la tuya; porque si tu Cruz es tu propia voluntad, y el dejarme se hace con tu voluntad, bien cierto es, que estás, y estarás tanto mas cerca de dejarme, cuanto al seguirme tuvieres mas de tu propia voluntad.
Por el contrario: si el seguirme se hace con hacer mi voluntad, claro está, que tanto mas segura andarás en el camino de seguirme, cuanto mas seguramente hicieres mi voluntad. Si á aquellos que ayunaban, haciendo su voluntad en su ayuno, no les admití su ayuno, porque lo animaba su asimiento, y voluntad; porqué quieres que yo admita tu Cruz, haciendo tu voluntad en tu Cruz; y mas cuando no admites la Cruz, que te ofrece mi amor, y mi voluntad? Si no has de llevar la Cruz, sino cuando tu quisieres, y como quisieres, y la que tu quisieres, y hasta aquello que quisieres, y del peso que quisieres, y del modo que quisieres; en este propio querer, que tienes, ó Philotea, de Cruz y sí haces tu voluntad en todo al llevar esa tu Cruz, dónde escala Cruz que ha de poner en Cruz a tu voluntad? Cómo me sigues en Cruz, cuando toda tu Cruz es para seguirte a tí, y tu voluntad, pues la llevas cuando quieres, porque quieres, como quieres? Eso no es llevar la Cruz, sino andar sobre la Cruz, y que ella te lleve a tí, ó es andar asida á tu voluntad, poniendo tu voluntad en la figura de Cruz, cuando es esa que tu llamas Cruz, la Cruz de mi voluntad.
Finalmente, con lo mismo que haces la Cruz, la deshaces: pues; con lo mismo que haces una Cruz muy gustosa para tí, la haces desabrida para mí: con lo mismo que te parece que caminas hacia mí, vas caminando hacia tí; y cuando te parece que llegas á la corona, caminas, y llegas al precipicio. Y te engañas, Philotea, en pensar que estarás mas lejos de dejarme con tu Cruz, que con la mía, por parecerte que yo te la daré mayor de la que puedas traer. Lo primero, porque como ya te he dicho, no solo no me sigues con tu Cruz, sino que me crucificas con ese modo de Cruz, pues me sigues con ella, sino que con ella, como he dicho, me persigues: pues huyendo de mi voluntad, estás sustentando, fomentando, criando, y haciendo mas recia tu voluntad.
Lo segundo, porque yo soy vida, camino, y verdad, y claro está, que si tu no tomas mi Cruz, no caminas por mí camino, con que no puedes llegar al fin del camino, que es la vida, y la verdad.
Lo tercero, porque es grande engaño tuyo pensar que andarás más ligeramente con una
Cruz moderada tuya, que con la pesada mía, que es no siguiendo lo mejor, y lo mayor razón de esto es muy llana, pues estarás entonces mas cerca de lo peor.
Si la mayor Cruz, Philotéa, es la: mayor perfección, cual estará mas lejos de lo peor, el que está en la mayor perfección, ó el que está en moderada virtud? Si el camino de los dos es contrario al de las virtudes, cual estará mas cerca de los vicios, sino aquel que sigue con menos fervor,
o perfección las virtudes? Si el seguirme con Cruz grande en aquella proporción que yo le diere, es hacer mi voluntad; quién estará mas cerca de mi, y de las virtudes? el que hace mi voluntad, ó aquel que por proporcionar su Cruz, no hiciere mi voluntad?
Dime, engañada Philotéa, quién está mas cerca del deleite prohibido, el que esta en el permitido, ó el que huye del permitido, por no incurrir en el malo, y prohibido? Quién esta mas cerca de lo malo el que por hacer lo que yo quiero, hace siempre lo santo, y bueno, ó el que por hacer lo que él quiere, y apetece, anda huyendo de lo bueno, y acercándose a lo malo?
Quién llegará antes al fin, el que camina mucho hacia el fin, ó el que anda con tardos pasos al fin? Quién conseguirá, mas seguro la corona, el valeroso, que la busca con esfuerzo, o el flaco lleno de debilidad? Quién es mas fuerte para pelear, el que pelea muchas veces con valor, que es el perfecto, y esta acostumbrado á vencer, ó el que nunca ha peleado, o raras veces vencido? Cuál será mas valeroso en la pelea, el delicado, ó el duro? Aquel que anda huyendo de lo penoso y o este que se ejercita en lo fuerte?
Quién estará mas cerca dé las virtudes, el que vive entre tabulaciones, y penas, en las cuales comúnmente se ejercitan, ó el que anda entre gustos, y deleites, aunque sean permitidos, en los cuales comúnmente se fomentan muchos vicios? Que Ciudad estará mas defendida, la que tiene guarniciones por afuera que defienden las murallas, ó la que por no tenerlas, batidas estás, queda ganada, y saqueada? ,
No es cierto, que lo que esta mas lejos de lo malo, vive mas seguro, constante y fuerce en lo bueno? No es llano que la ocasión lleva al alma a la caída? No es claro, que los deleites, aun cuando son permitidos, entorpecen la razón, y fomentan, y aumentan al apetito?
Si Adán vuestro Padre no se pudo tener en el Paraíso entre tantas felicidades, poder, grandeza, gracia, y saber: ni Salomón lleno de sabiduría; y por el contrario, Job se tuvo fuerte en el muladar; quien hay que no tiemble del gozar, y huya del padecer? Pero para que veas Philotea, que discurres ciega en ponerme á mi Cruz limitaciones, o en hacerte á ti la Cruz, por juzgar que con ella me seguirás fácilmente, y mejor que con mi Cruz; quiero compadecerme de ti é irte alumbrando, y concluyendo por cada una de tus condiciones, condescendiendo con tu áspera condición, manifestándote, que obras contra aquello que deseas, y destruyes con eso mismo que pides, lo que estas pretendiendo en lo que pides.

CAPÍTULO XXVI

Vuelve a convencer el Señor a Philotéa, declarándola y cuan engañada discurre en querer ponerse ella a sí misma la Cruz á su gusto y a su modo.

Ya estás convencida, Philotéa, a poner sobre tus hombros la Cruz, según me has dicho: también lo estas, a que no es tan áspero este camino como piensas pero dices, que quieres seguirme en Cruz con limitaciones de que tu misma te hagas la Cruz muy a tu gusto, y a tu modo, y de que no sea grande, sino proporcionada a tus fuerzas, y de que midas, y peses tu misma las fuerzas con el peso de la Cruz. También quieres que no sea larga, sino muy breve. No la quieres afrentosa, ni de hierro, ni de cosa deslucida. La pides muy transparente, y que la vean de lejos, y que la puedas dejar algunas veces si te hallares muy cansada.
Yo te he de dar luz, para que veas, que si tu intento principal es seguirme con la Cruz sobre los hombros, como tu dices, destruyes tu mismo intento, con las condiciones que pones a tu principal intento. Para esto no me valdré del discurso con que te he probado, que el seguir de esta manera. mi Cruz, no es seguirme en Cruz, ni con Cruz , sino hacer tu voluntad en mi Cruz, y desterrar de tu Cruz mi Divina Voluntad; pues la Cruz que gobierna tu amor propio, y tu propia voluntad, no es Cruz mía, sino tuya: y Cruz animada de la propia voluntad, mas tiene de voluntad, que de Cruz. Dejo este discurso, Philotéa, y por cada una de tus conclusiones convenceré el engaño con que quieres gobernarte en el camino real de la Cruz, haciendo en él á tu modo tu camino, y con eso mismo saliéndote del camino, y de mi Cruz. Lo primero, Philotéa, quieres poner á tu gusto la Cruz, y traerla á tu modo sobre los hombros, para traerla mejor; y todo esto que te parece medio para seguir este fin, es medio de destruir este fin.
Si el fin es traer la Cruz, y es pena, y penalidad la Cruz, cómo comienzas para conseguir la pena, y el disgusto por tu modo, y por tu gusto? Si el fin de la Cruz es mortificar el gusto, no es cierto, que tu gusto destruye la misma Cruz que anda buscando tu gusto?
Pondré, dices, sobre mis hombros la Cruz; pero ha de ser a mi gusto. Puede ser proposición mas ajena del camino de la Cruz? A mi gusto? esa no es palabra espiritual, Philotéa, y mi Cruz toda ha de ser espiritual. Sigues: camino de Cruz, y andas buscando tu gusto? Los perfectos seguidores de mí Cruz no tienen gusto, solo es su gustó lo justo; solo es su gusto desterrar de si su gusto, solo es su gusto vivir siempre á su disgusto; solo es su gusto el vivir siempre a mi gusto.
A tu gusto quieres poner sobre tus hombros la Cruz, Philotéa? No has de poner sobre tus hombros la Cruz, sino poner sobre tu gusto la Cruz. Has de crucificar tu gusto con la Cruz, y esto es ponerla a tu gusto. Por ventura me puse yo a mi la Cruz? Por ventura me la puse yo a mi gusto? Por ventura la hice yo? Por ventura no la hicieron mis mayores enemigos? Gusto ajeno, gustos ájenos, Philotéa, puso sobre mis hombros la Cruz. Mis enemigos me fabricaron la Cruz, y lo que es mas la fabricaron, y hicieron sobre mis hombros. Desde el nacer al morir, no hice mi gusto, sino el gusto de mi Padre, y mis penas, y mi Cruz las fabricó, Philotéa, ajeno gusto.
De la vida espiritual ha de andar ausente la palabra relajada, que ofrece al alma la propia voluntad, cuando dice: Es mi gusto, o no es mi gusto; son palabras profanas para un templo, y camino tan sagrado; porque no ha; de haber mas gusto, ni voluntad que la mía: y el hacer mi voluntad, y el que yo haga en vosotros mi voluntad, y mi gusto, ese ha de ser vuestro gusto, y voluntad. Pero yo te concedo Philotea, que tu te pongas la Cruz muy á tu gusto; piensas que con eso traerás mas descansada? Pues te engañas, que no la traerás, sino mucho mas inquieta..
Si tu gusto, Philotea, es hijo legitimo de tu propia voluntad, y tu propia voluntad es inconstante, desasosegada, y varia; pregunto, el hijo de madre tan infeliz, que efectos producirá? Apenas te habrá puesto de una manera la Cruz, cuando al instante tu mismo gusto la ponga de otra manera. Apenas te la pondrá en el un hombro, cuando la pasará al otro, y ya aquí, y ya allí, ya así, ya de la otra suerte, no has de parar tu, y tu gusto, hasta echar de los hombros a la Cruz. Y esto es llano, Philotéa; porque si la Cruz es mi gusto, y lo que es mas, es crucificar tu gusto, y tu quieres que tu gusto sea el gobierno de mi Cruz; no es cierro, que no parara tu gusto, hasta
echar de sus hombros á mi Cruz? Pues si es así, que tu te has resuelto á seguirme en Cruz,
bien cierto es, destruyes lo que has resuelto, y con ponerla á tu gusto, sacudes de tus hombros
la Cruz. Cree, Philotéa, que la propia voluntad no cría gustos, sino disgustos, y que solo tienen gustos los que hacen mi voluntad. No hay sosiego y como te he dicho, en la humana voluntad, hasta que se rinde, y sujeta ala Divina: y así si quieres, Philotéa, llevar sobre tus hombros la Cruz, huye lo posible de tu propia voluntad, y de tu gusto, y déjate gobernar de mi gusto, y voluntad. Pues guales esa otra frase: Quiero llegar a mi modo sobre los hombros la Cruz? A tu modo, Philotéa, y no al modo que yo te diere? Por ventura eso no es destruir la sustancia con el modo? Mi Cruz, Philotea, no tiene modo, y su modo es no tener forma, ni modo. Tanto quita el seguidor de la Cruz de mi Cruz, cuanto añade de su modo. E1 verdadero discípulo de mi Cruz, la toma como yo se la doy, y la trae como yo se la pongo, y la recibe, cuando se la entrego yo, y no la deja, sino cuando yo quiero quitársela; y en el modo, y la medida, y latitud, profundidad, altitud, y longitud, se gobierna por mi modo: y el querer traer mi Cruz á su modo, ese no es modo de traer, sobre los hombros mi Cruz.

 

CAPÍTULO XXVII

Enseña el Señor a Philotéa cuan grande es su engaño en pedir Cruz pequeña y no grande.

La segunda de tus condiciones: Philotéa, es que; no sea muy grande esta Cruz, porque la puedas tolerar; y en esto discurres olvidada de lo que tantas veces te he dicho, que las Cruces no se miden, ni se pesan por su proporción, ni grandeza, sino solo por mis fuerzas, y socorros. Pide gracia á mi gracia, Philotéa, y no minores la Cruz.
Tu piensas, que porque sea pequeña la Cruz, siendo tuya, te será menos pesada que la grandísima mía? Te engañas, Philotéa, porque mas pesa una Cruz de una arroba de tu mano, que cien mil de la mía. La razón de esto es llanísima, porque a tu Cruz, no le asiste mi socorro, y sin él es de plomo la que con el es de paja.
No has visto a cada paso en ti, y en otros; padecer penas muy intolerables, por niñerías muy indignas de sentirse, y dignas de despreciarse? no ves las penas de aquéllos que ellos mismos se formaron, y fabricaron las Cruces, tan sin consuelo, tan sin alivio, tan fuertes, é intolerables, que sí no se acogen á pedir misericordia, y no les doy mí socorro, se pierden, y desesperan con ellas?
No has visto, que ti tiempo que los buenos discípulos de mí Cruz traen sobre sí alegres, y gustosos la Cruz de la Religión, de la clausura, de los votos de pobreza, obediencia, y castidad, que son grandísimas Cruces: andan en el mundo los que en los mismos deleites se fabrican Cruces, de deleites, y de gustos, penando, y reventando por esos hospitales generales, por esos patios, Cortes, y Palacios Reales, gimiendo cada uno sin consuelo, desesperados, y oprimidos con el peso de su Cruz.
Qué otra cosa es esto, Philotéa, sino que a los unos les, socorre mi gracia, y si con la una mano los puse sobre sus hombros mi Cruz, con la otra se la ayudo a traer; pero á los otros, que ellos sin mí, ó contra mi se fabricaron la Cruz, los dejo que, penen, y giman oprimidos de su Cruz; con que en faltando mi socorro, viene a ser incomportable, lo que con él es muy fácil, muy llevadero, y posible.
Pero yo te doy, Philotea, que tu proporciones la Cruz, y la peses, y la midas, y no yo. No conoces, ciega, y simple, que siempre has de errar en la elección de la. Cruz, y que nunca, has de estar quieta, ni sosegada hasta rendirte; a mi Cruz?. Porque si tu eres quien menos conoce en ti de tí, y yo quien mas conoce de en ti; cuánto; mejor conoceré yo tus fuerzas, que no tu? Y cuánto mas erraras en el peso, que pueden tolerar tus fuerzas tu que no yo? Cuando discurra tu presunción al fabricarte la Cruz, te fabricarás una Cruz tan pesada, y grande, juzgando que la has de de poder traer, que á cada paso des en el suelo con ella; y cuando discurra tu desconfianza, y fragilidad, harás una Cruz tan pequeña, que sea tu juguete, y no Cruz.
Añade á esto, que todo el tiempo que has de ocupar en seguirme con la Cruz, te ocuparás en formarla, y fabricarla: porque como quiera que ha de gobernar la fabrica tu voluntad propia, y: esta es varia, no ha, de haber Cruz que le venga, ya por grande, ya por chica, ya por corta, ya; por larga, y siempre has de estar con el cepillo en las manos, y toda tu ocupación ha de ser de quitar, de añadir, de anivelar, de trabajar, de sudar, y sin mérito alguno estarás siempre fabricándote la Cruz.
Finalmente, has de ocuparte de suerte en probar, y en ajustar a tus fuerzas la Cruz, que estás fabricando, que toda la vida se te ha de ir en hacer, en deshacer, en probar, en medir, y pesar tu Cruz, sin dar un paso en el camino, que tu dices quieres seguir de mi Cruz.
También es cierto, que como la medida de la Cruz la ha de tomar tu flaqueza, la hará del peso que ella querrá: y así en probándola y viendo que no puede tolerarla, volverá a acepillar, y quitarle otro pedazo del peso, y en volviéndola a probar, como cada día crece la humana flaqueza, la volverá a aligerar, y ha de quitar cada dia mas, y mas de la Cruz, antes que añadir del valor, de la Constancia, y fortaleza al traerla; porque se irá á lo mas fácil, que es quitar de lo penoso, y no añadir de lo duro, con que vendrás, á fuerza de minorarla deshacerla del todo, y hallarte con eso fuera del camino de la Cruz. Ves, Philotéa, como destruyes el fin con los medios que propones?

 

CAPÍTULO XXVIII

Dale el Señor luz a Philotea, deque no le conviene, que su Cruz no sea larga, ni ignominiosa, ni de la calidad que la quiere.

La tercera de tus condiciones, Philotéa, y muy hija de tu propia condición, es que esta Cruz no sea larga, sino muy breve, porque querrás darle al padecer lo menos que puede ser, por darle lo mas que, puede ser al gozar. Y yo quiero que me digas, si tomas la Cruz sobre tus hombros, para seguirme, y salvarte, qué pretendes con que sea esa Cruz breve, y no larga? Por ventura, si ha de ser proporcionada á tu bien, no ha de ser proporcionada á tu vida? O tu quieres que yo acorte de la vida, ó que acorte de la Cruz. Si acorto de la Cruz, es acortar, y cortar la vida eterna, que deseas con mí Cruz: y si de de tu vida, corro, acorto la temporal que tanto amas, y por ella rehúsas tanto mi Cruz.
Señor, dijo Philotéa, no es mí intento, que acortéis de mi vida, que esa quiero que sea larguisima sino de la Cruz, y si acortando de la Cruz habéis de acortar de la vida, mas quiero vida con Cruz, que por acortar de la Cruz, se acorte también; mi vida. Pues si no quieres que acorte, Philotéa, de tu vida, dijo el Señor, preciso es, que para lograr la Cruz, sea tan larga., cuanto lo fuere tu vida. Y si no dime, de qué parte he de corear déla. Cruz? Del principio, o del medio, ó del fin de ella? Si es del principio: luego no quieres comenzar el camino de la Cruz y ni traerla sobre tus hombros: y quien no comienza este camino, ni prosigue este camino, ni no es coronado en el fin de este camino. Si he de quitar del medio de la Cruz, es imposible que llegues; al fin que deseas sin el, medio, y con eso que da tu vida, y salvación sin remedio. Si del fin de la Cruz, que es cuando la has de lograr, porque es el fin de tu vida, y entonces quieres que corte la Cruz, pides tu ruina, y perdición, porque quieres que se corte de la Cruz, lo que es mas corona que no Cruz. Porque mi Cruz, Philotéa, que al principio, y al medio parece penalidad, en el fin es premio, gloria, y corona. Mira pues, que ciegamente discurres, cuando pretendes corte del fin déla Cruz, siendo tu premio, y corona. Señor, dijo Philotea, yo lo hago por no arrastrar vuestra Cruz, siendo muy larga. Mi Cruz, Philotéa, dijo el Señor, no se arrastra, cuando se arrastra por larga; sino cuando vuestra propia voluntad la trae de mala manera; entonces si que la arrastran. Cuando yo traía mi Cruz arrastrada por el suelo, la adoraban en el Cielo; porque entonces la traía haciendo la voluntad de mi Padre, y parecía arrastraba, y no era sino exaltada. Por el contrario, cuando tu la trajeres muy corta, y muy leve; ligera, y breve, y exaltada de tu propia voluntad, y vanidad, anda mi Cruz arrastrada. También en las Cruces es cierta aquella proposición que yo dije tantas veces, de que el que se humillare, será exaltado, y humillado el exaltado: porque el que trae la Cruz con humildad, aunque ella vaya arrastrando, será exaltado en el cielo, y el que la trajere con vanidad, y soberbia, aunque la traiga exaltada, y alabada, y levantada, será del todo humillado. Y así, Philotéa, deja que yo te mida la Cruz en lo largo, y en lo grande, si quieres traer con utilidad, y con mérito mi Cruz. La cuarta condición que me propones, Philotea, es que no sea tu Cruz de hierro, ni de plomo, ni de cosa ignominiosa; y esto es también contrarísimo á ni Cruz, y aun mucho mas esencialmente contrario que las otras condiciones. Porque si mi Cruz significa ignominia, afrenta, deshonra, oprobios, cómo quieres traer la Cruz sin oprobios, sin ignominia, y afrenta?
Si mi Cruz es humillad, qué desatino es, Philotéa, el pedir que no sea la Cruz de deslucimiento, sino de honra, y vanidad? Aquella Cruz es más lucida para mí, que es más deslucida para tí. La Cruz de hierro se hace de oro con la caridad, la de plomo se hace de diamantes con la paciencia. La Cruz que yo te daré, Philotea, es de madera, materia suave, fácil, y en la que yo padecí, y la que yo quiero, y puedo formar, labrar, disponer, y fabricar, como más os conviniere; y aquella Cruz es mejor en vosotros para mí, que menos al labrarla se resistiere de mí.
Las Cruces formales y espirituales, Philotéa, que son las que causan mérito, no son corpóreas, ni materiales. De la buena agua decís, que no ha de tener color, ni olor, ni sabor, así ha de ser la Cruz en la vida espiritual: porque ni, el que la trae ha de buscar en ella el color resplandeciente porque se vea de lejos, ni el sabor de la propia voluntad, ni el olor de la fama, opinión, y vanidad: sólo ha de ser como el agua clara, limpia, cristalina, siendo la intención de quien la trae de seguirme, y de servirme con humildad, y con Cruz, y por mi amor, sin mezcla alguna de si propia voluntad.
Es también la condición que has propuesto, te que no sea ignominiosa tu Cruz diametralmente contra ella. Porque si el vicio principal que se pretende vencer, y destruir con mi Cruz, es la soberbia, que fue la raíz de vuestro daño y así como os vino éste de la trasgresión, que cometieron vuestros Padres en el árbol vedado del Paraíso, quise que se curase con el árbol de la Cruz en el Calvario: y la fruta de aquel árbol fue soberbia, y vanidad, y la de este es humildad. Claro está, que huir tu Philotéa, de la ignominia en la Cruz, es huir de la humildad, y que huir de la humildad, es huir de la misma Cruz, y del fruto más sustancial de la Cruz.
Y así, Philotéa, volver las espaldas, y no darlas á la Cruz ignominiosa, y querer la honrada, y vana, es volverlas a la Cruz, y a la humildad, y huir de aquello que mas enciende en la caridad; finalmente, es huir de aquello que mas amé yo en la Cruz.
Mi Cruz, Philotéa, es ignominia en esta vida, pero corona en la eterna. Mi Cruz es penas aquí, gozos eternos allá. Mi Cruz es afrentas y persecuciones, calumnias en el destierro, gozos sin fin, y sin termino en la patria.
Pero quién eres tu, vanísima Philotéa, para pretender honra, lucimiento, y aplauso dentro de la misma Cruz? Por que lado pides honra? Con qué meritos? De qué progenie esclarecida desciendes, para merecer las honras? Eres mas, que un poco de estiércol vivo? No eres descendiente de la misma suciedad? No eres un terrón fragilísimo de polvo?
No eres un vaso de lodo Impuro, hija de el asco, y madre fecunda de los gusanos, que han de ararte, y sustentarse de tí? No es un soplo toda tu vida, apenas vista, y ya desaparecida? No eres la misma vanidad, e inconsistencia? No excede tu fragilidad al vidrio, y tiene mas vida un momentáneo relámpago? Es mas tu vida y que un alimento permitido, que en cesando, dio en el suelo con su vida?
Qué honra merece el asco, y la corrupción? No has comenzado a ser buena, y ya comienzas a ser vaga? Honras pides en Cruz? Abrazo yo las deshonras, las afrentas, é ignominias de mi Cruz, tu pides en la Cruz honras, aplausos, y grandezas? A donde aspira, Philotéa, tu soberbia? A dónde esa loca vanidad?

 

CAPÍTULO XXIX

Propone Philotéa la causa por qué pide que su Cruz sea honrada, y el Señor la desengaña, y le enseña que no le contiene traer Cruz transparente, y lucida.

Señor, dijo Philotéa, como yo veo lo que estiman en el mundo á los que os siguen en Cruz, y que todos los reverencian, y veneran, querría yo asegurar este punto; porque me parece, que pues á ellos no hace daño el tener fama, y opinión de Santos, podía yo también escoger una Cruz de esa manera, con la cual viviese mas honrada, aplaudida, y alabada, y que me tengan por santa.
Mis Siervos, Philotéa, dijo el Señor, no son alabados, buscando ellos las honras, los favores,. y alabanzas, antes bien amando las afrentas, é ignominias; y si por servirme les aplauden, desprecian esos aplausos, y honras, y no son tantas las demostraciones de honra que les hacen por afuera, cuantas las congojas, y humillaciones que ellos hacen, y padecen por adentro.
Los gajes de la virtud, y del ejemplo, Philotea, en este mundo son las alabanzas de los buenos a los buenos; y murmuraciones, y detracciones de los buenos á los buenos, pero mis Siervos abrazan las penas que les causan los malos, mas no los aplausos que les procuran los buenos. De todo sacan provecho: si los alaban, se humillan: si los censuran, se alegran. En el aplauso me alaban, y me ofrecen cuanto les ofrecen ellos; pero en las ignominias, y afrentas se recrean, viendo que se ven por mí, afrentados, como yo me vi por ellos.
No conoces la humildad, ni cosa de lo interior, Philotéa, y por eso mides lo interior por lo exterior, y así, á cada paso te engañas. Ves, Philotéa, y oyes esas alabanzas, aplausos, y reverencias que hacen los buenos a mis siervos, que van siguiéndome en Cruz; y no ves, ni consideras, que es todo eso las mas veces para ellos otro genero de Cruz. Porque como quiera que se tienen por malos, y por perdidos, sienten las alabanzas de que se juzgan indignos, por perdidos, y por malos. Aman las murmuraciones que los abaten, y humillan; huyen las honras, y favores, que los engrandecen, y honran. Abrazan aquellas como remedios; huyen de estas, como de muy grandes daños. Alabados se pueden desvanecer; pero con ser murmurados, perseguidos, y afrentados, pueden medrar, y crecer. Y así, unos desprecian las alabanzas, otros las reducen al que es causa de sus alabanzas, que soy yo: con eso del peligro hacen virtud, remedio del daño, y salud de la ponzoña, y veneno.
A esta loca pretensión que pusiste, Philotéa, de que no sea ignominiosa tu Cruz, se parece algo la quinta condición que has propuesto, de que sea la Cruz que trajeres al seguirme muy lucida, y transparente, y que se vea de lejos. Qué pretendes con eso Philotea? Que te honren? Ya has visto, cuan vana es tu pretensión. Qué pretendes? Yo, Señor, no pretendo, dijo Philotéa, sino solo que me sigan, para que con eso tengáis otros seguidores. Al fin, Philotéa, dijo el Señor, cubres tu vanidad con mi Cruz, y quieres que sea ella tercera de tu soberbia. No has comenzado á. seguirme, y ya quieres que te sigan? No has comenzado a aprender, y ya quieres enseñar? Aun no has puesto la Cruz en los hombros, y ya quieres tener seguidores de tu Cruz? Aun no eres discípula de mi Cruz, y ya quieres ser maestra con tu Cruz? Antes enseñas que aprendes? No tienes aun las virtudes, y ya pretendes las alabanzas? Conmigo usas falsedades? Por ventura, no miro yo tu intención, y estoy penetrando tus secretos movimientos? A mí quieres persuadirme, que pretendes darme mas discípulos con hacerte ya Maestra? Antes de entrar (cuanto menos profesar en el Disciplinado santísimo de mi Cruz) pretendes el Magisterio? Desea tu vanidad no seguirme, ni servirme, Philotéa, sino que te sirvan, y te sigan. Deseas tu aplauso, mas no mi honra.
Y qué les has de enseñar tu, vana, y loca Philotéa, sino locuras, y vanidades? Con Cruz de ostentación quieres enseñarles la humildad; Con una Cruz de diamantes quieres enseñarles la pobreza? Con Cruz de oro quieres enseñarles a despreciar las riquezas? Enseñarasles a hacer gala de la Cruz no padeciendo por mí, sino ofendiéndome á mí. Enseñarásles á que traigan unas Cruces huecas, y vacías por adentro, y llenas de vanidad por adentro, y por afuera. Enseñárosles una viva hipocresía, por afuera santidad, y adentro gusanos, y corrupción. Enseñarásles a que me pretendan obligar con mis ofensas; y que quieran que premie sus vanidades. Enseñarasles a que sirva mi Cruz a su hipocresía, y que sea capa a su honra en esta vida, y perdición a la eterna la afectación de su Cruz. Enseñarásles a que me hagan cargo de que se huelgan por mí; y de sus Cruces de oro, y de perlas, y diamantes tomaran el oro, y las perlas, y diamantes para si, y daranme á mí la Cruz, y me clavaran en ella.
La Cruz, Philotéa, que traen mis siervos, no es lucida, sino santa, no es de oro, sino de madera humilde; no es de aplausos s y alabanzas; sino dé penas, tribulaciones, lagrimas, y penitencia; no se buscan en ella á si, sino solamente á mi. Huyen de que sepan, que la traen cuanto es posible; y si por su profesión no la pueden esconder, está oculta su intención, la cual solo se endereza á mí, y por mí, y para mí; y esta es la perfecta Cruz, y lo demás no es traer mi Cruz, Philotéa, sino vaciar el mérito de mi Cruz, y hacer suya la que de otra suerte es mía.

 

CAPÍTULO XXX

Enséñale el Señor a Philotéa cuan engañada discurre en no llevar cada dia la Cruz.

Últimamente Philotéa, pides que no sea cada día el llevar la Cruz, sino que algunos días descanses, y la dejes: y esto se parece harto al querer que sea muy breve, y corta. Dime, engañada, y perdida seguidora de la cruz, si hoy la traes, pero mañana la dejas caer en el suelo, quién de allí la levantará, para volverla á poner sobre tus hombros? Tu no; porque si trayéndola la dejaste, cómo la pondrás dejándola? Cuando se trae la cruz, se cobran fuerzas para traerla ó cuando se deja se pierden: pues si remendó fuerzas la dejas, pondrásla sobre tus hombros sin ellas? Lo que dejas hoy, porque has de seguir mañana? Lo que hoy dejas por pesado, como lo tomarás mañana como ligero? Si en el camino misterioso de mi cruz, vencer hoy es empeño para vencer con mayor fuerza mañana, y una victoria solicita otra victoria; claro está, que ser hoy vencida, será dejar prendas para ser Vencida el dia siguiente, y que si hoy dejas la Cruz no la tomaras mañana.
Mis dirás, que yo te pondré la Cruz que dejaste. Pero quién te ha dicho, mal confiada Philotéa, que yo te haré esa merced? Quién te ha dicho, que la tibieza, y flojedad de dejarla, y de dejarme, no castigaré yo con la pena de dejarte? Quién te ha dicho, que he de andar yo siguiendo los movimientos ingratos de tus tibiezas? Si el dejar la Cruz es dejarme; Si el traer la Cruz es seguirme: quién te ha dicho, que te he de seguir dejado, y te he de amar olvidado, y he de ayudarte ofendido? Por qué méritos, y obligaciones? He de pagar ingratitudes, y ofensas con favores, y finezas?
Y tu ignoras, que cuando yo dije, que quien quisiere seguirme, y ser mi discípulo, tomase su cruz, y me siguiese, añadí, Cada día: Quotidié: Si quis volt post me veniré, tollat Crucem suma, quotidie, sequatur me. Tome su Cruz, y cada día en ella me siga. Cada día quiero yo que la lleven mis discípulos al seguirme; y tu cada dia quieres dejarla al seguirme, y al servirme? Extraña eres, Philotéa. Tu pretendiste, que hiciese un camino nuevo para ti, de servirme, y de seguirme sin cruz. Tu despues has capitulado el tomarla, y ahora ya quieres que quiebre otra regla por tí, para que puedas dejarla.
Yo dije, que cada, dia me siga en cruz mi discípulo ¿y tu, que cada dia puedas sacudir mi cruz. Cada dia quieres seguirme, y dejarme, y cada dia ofenderme, y obligarme. Quién sino tu pudo, Philotea, imaginar pretensión tan ajena de discurso, de razón, y discreción?
Señor, dijo Philotéa, yo pido como ignorante, y flaca, Vos daréis como quien sois. Muy justo es, que os sigamos cada dia; pero esto justo, es bien hacerlo posible. Cada día cruz, Señor? Cada día, y nunca dejar la cruz? Cada día sobre los hombros la cruz? Cruz al dormir, cruz al comer, cruz al levantarse, cruz al acostarse, cruz al caminar, cruz al hablar, cruz al vivir, cruz al morir, quien puede con tanta cruz?
Quién puede, Philotéa, dijo el Señor, quién puede? Infinitos con mi gracia, y ninguno sin mi gracia, y por su naturaleza. Quien puede? Infinitos viejos santos, que me sirven en el Clero secular, y regular. Quién puede? Infinitos niños, que me sirven dentro de esas Religiones. Quien, puede? Infinitas niñas, y ancianas esposas mías, que me sirven con su cruz sobre los hombros, con grande valor, y esfuerzo. Quién puede? Infinitos seglares, que traen sus Cruces interiores, y exteriores contentísimos por mí. Quién puede? Mi gracia, que anima a esa flaca, y débil naturaleza, Ahora sabes, que cuando yo me puse en cruz, comunique a todas las Cruces del mundo, que ha habido, que hay, y: que habrá, la virtud admirable de mi cruz? Ahora sabes, que mi fortaleza aquel día conforto toda flaqueza? Ahora sabes, que aquel día aligere el peso á las cruces, con dar fuerzas á los hombros de aquellos que me siguen con mi cruz? Ni puede ser más perdido cu discurso que pensar, que siempre es lo mismo cruz que pena: y que el traer la cruz, es penar, porque sin mi cruz hay en la vida muchas penas, que son cruces de la vida, sin gusto, pero mi cruz es gusto, y recreación. Y otras es una necesaria pena, que aunque no fuera siguiendo mi cruz, se había de padecer.
Es gusto mi Cruz para aquellos que la traen con alegría, y consuelo, como te he dicho. Mira el gozo de todos cuantos me siguen alegres, y resignados con su cruz, amantes ternísimos de su cruz, ya sea esta su Religión, profesión, ó vocación: claro está, que estos tienen su gusto en la cruz, y que tanto más se huelgan, cuanto mas aman su cruz. El Religioso contento con su Religión, hace de la cruz contento. El Sacerdote honesto, devoto, y penitente vive abrazado, y alegre con sus santos ejercicios. Mira si podrán estos, y otros semejantes cada día traer, la cruz, pues con ella traen cada día, y promueven su contento.
Es también mi cruz conformidad para aquellos que padecen las cruces necesarias de la vida, que es el peso, y pesadumbre cotidiana, que anda con la misma vida: los cuales hacen cruz del peso, y de las penas; y lo que otros padecen sin cruz meritoria, y con pena, y aflicción intolerable, padecen mis siervos, y lo hacen cruz, sin tanta penalidad, ni aflicción, con animo muy alegre.
De aquí resulta, que cada día traen su cruz sobre los hombros mis siervos, unas veces con gusto, cuando yo les doy gozo con las mismas cruces; otras con conformidad, cuando reciben resignados los trabajos cotidianos, que andan con la misma vida. Y otras, los perfectos hacen cruz de los gustos permitidos de la vida, penando con lo que gozan: y á los que no lo son tanto, les paso por cruz lo que honestamente gozan, con agradarme, y servirme, dándome gracias de lo que tienen, y gozan: y esta atención cotidiana de agradarme, y no ofenderme, y el deseo de servirme, y el estar, dispuestos, y resignados á seguirme por donde yo los llevare con el peso de la vida, llena de tantas miserias, es una cotidiana, y muy meritoria cruz.

 

CAPÍTULO XXXI

Propone algunas dudas Philotéa, sobre el traer su cruz, o la del Señor, y sobre que no es posible, que los gustos lícitos y permitidos sean cruz.

Señor, dijo Philotéa, ya mi dureza se rinde á tanta razón, y á tanta luz mis tinieblas. No es posible que me pueda resistir, y así tomaré la cruz sobre los hombros que me diereis, Bien eterno, pero pues sois luz del mundo, y deseáis alumbrar á mi alma, os suplico humildemente me expliquéis, por qué no queréis que yo haga mi cruz á mi modo, y sea mía, sino vuestra, cuando vos mismo dijisteis, que cada uno tome su cruz, y que os siga, tollat crucem suam. Si ha de tomar su cruz el que os sigue, luego no ha de tomar vuestra cruz, sino su cruz. Si es su cruz, luego no es vuestra? Si es su cruz, luego él se formó la cruz, y por eso fue su cruz? Luego no pedía yo muy mal, Señor, en que me dejaseis hacer mi cruz á mi modo, para que por este santo camino os siguiese con mi cruz. Lo segundo, cómo es posible hacer de los gustos cruz, y que estas nuestras acciones comunes, y ordinarias de la vida, las paséis por cruces, como si lo fueran vuestras? Porque si el gozar es cruz, será una cruz muy gustosa? y de esa suerte, y por ese camino tendréis muchos seguidores: y ese es el camino que deseaba mi alma para mi, y para otros como yo, y que vos me habéis negado, y aun reprehendido por haberlo suplicado.
No me pesa, Philotéa., dijo el Señor, que resignada preguntes como resignada recibas, creas, y obres la doctrina, y luces, que yo te comunicare; y así satisfaré á tus dudas, para que hallándose con mas luz tu entendimiento, ínflame yo, y abrase á tu tibia voluntad.
Es así, Philotéa, que yo dije, Que el que quisiese seguirme, tomase su Cruz, y me siguiese: Tollat Crucem suam, sequatur me, pero no es así, que se ha de entender su cruz, hecha por su mano, y á su parecer, y á su modo, y por su propia voluntad, y por seguirme a su gusto. Lo que allí se dice, es, que cada uno tome su cruz, esto es, la que yo le diere, y le señalare, porque a mi me toca el señalar, asignar, y repartir cruces a mis seguidores; y aquella que yo señalo, aunque parezca, que les viene muy acaso, esa es su cruz, y esa han de tomar sobre sus hombros. La cruz, Philotéa, es premio, y á mí me toca el repartir las mercedes, y los premios; y como quiera que hay unos mayores, otros menores, y yo los señalo todos, digo que cada uno tome su cruz, y su premio, y su merced, y su gracia, como se la diere yo, y que uno no tome la cruz del otro, ni sea tan animoso, que sobre su cruz se cargue de ajena cruz.
A esto mira el decir: tome cada uno su cruz, si dijera: Siga cada uno su orden, ocupe cada uno su lugar en la batalla, no se pongan los unos en lugar de los otros, no el que yo señalo para que pelee en la vanguardia, se pase a la retaguardia, ni al contrario. Porque como quiera que en la Christiana Milicia, y en la Iglesia Militante, no vence mas el que hace mucho por su voluntad, sino el que hace mi voluntad; y no pelea mejor el que mas pelea, porque quiere, sino el que pelea hasta aquello que yo quiero; ni el que pelea muchísimo, haciendo su voluntad, sino el que no excede en cosa alguna de mi voluntad; fue el decirles, que cada uno tomase su cruz, siguiendo mi magisterio, y enseñanza de seguirme y de servirme, como si dijera: No excedáis, soldados míos, de mis ordenes; sea la ejecución mi obediencia; no se aparte vuestra mano de mi consejo; no entendáis que es cruz ni hazaña meritoria el obra fuera, de orden, no penséis, que vencéis cuando peleáis rendidos a la propia voluntad, antes entonces vais vencidos, y triunfados: y así haced en todo mi voluntad. Si obráis lo contrario pareceraós que vencéis, y os vencen, pareceraos, que sujetáis al enemigo sois cautivos del enemigo. De esta guerra espiritual soldados míos, toda la victoria consiste en guardar mis ordenes, y seguir cada uno aquella que yo le diere, consiste en traer su cruz, cómo yo se lo ordenaré, obrando como yo os mando, en el modo, sustancia. No es lo que importa el traer mayor, ó menor la cruz y sino que sea aquella que le señalo, y traerla con alegría, y solamente por mi. Cruces hay grandes, que no son mías, y no merece con ellas, ni pelea quien las trae: y con cruces muy pequeñas mías, se han conseguido gloriosísimas victorias.
Ves, Philotéa, como en tanto grado aquellas palabras que y dije: Tome Cruz y me siga Tollat crucem suam, & sequatur me; no quieren decir lo que tu creías, que es hacerse el seguidor de mi cruz una cruz muy acomodada, y dulce para si que la fabrique su propia voluntad, sino todo lo contrario, Ves, que no haya en aquella, cruz propia voluntad, ni mas que sola mi voluntad; y por ser mi voluntad, se rinda, y siga la voluntad del que trae la cruz, y obedezca á mi cruz, y voluntad.

 

CAPÍTULO XXXII

Percibe Philotea la doctrina, en cuanto a traer la Cruz, del Señor, y no la suya, y le pregunta, ¿porqué con tanta diferencia reparte Cruces a las almas?

Ya lo he entendido, Señor, dijo Philotéa, lo que decís? es que aquella palabra su Cruz y Crucem suam; quiere decir la que vos señaláis, y no la ajena, y que no se truequen las cruces: porque muchas veces con la humana presunción, querrá algún flaco tomarla cruz, que no podrá tolerar, y dará con ella en tierra, y por el mismo caso que él quiere mas de aquello que vos le dais, puede menos, y hace menos, cuando él piensa que hace mas; porque cuanto hay mas de su voluntad, hay tanto menos de la vuestra, y cuanto menos hubiere de la vuestra, hay menos de mérito, y de virtud, de poder, de gracia, de cruz, y de santidad.
Pero, Señor, cómo repartís las cruces en la Christiana milicia, y por qué a unos mayores, y a otros menores? Y por qué todos no las traen menores, ó mayores? Por qué no todas de una manera? Por qué no los igualáis á todos, pues vos no sois exceptuador de personas?
Las cruces, Philotea, las reparto con debida proporción, con alta sabiduría, y profunda providencia, obrando mi gracia sobre la naturaleza, sin atenerse, ni atarse por fueros, ni leyes de naturaleza, sino solo de mi gracia; y así, esta regla superior no puede medirse con la vuestra, que es muy baja, e inferior.
Unas veces me acomodo a vuestra naturaleza: y á hombros flacos les aplico cruz ligera. Otras aplico grandísimas a los flacos, y con mi gracia hago estos hombros muy fuertes. Otras, dejo que corran las cosas naturalmente, y en su razón y cuando a mi me parece, á esto natural lo hago sobrenatural, y entra mi mano, y remedia lo perdido, y consolida lo roto, y levanta lo caído; y de lo que fue materia á las culpas hago meritorias cruces. Y así, estos son secretos de mi amor, de mí providencia, y profunda sabiduría, que a tí no es posible, ni te toca penetrar, ni averiguar, sino reverenciar, y temer, y obedecer, y adorar. De esta suerte, con la variedad, hago hermosísima mi Iglesia.
Pero el repartir las cruces, Philotéa, lo hago de muchas maneras. Unas veces por la vocación, guiando, y llevando la voluntad a mi servicio, a que tome el camino de la Cruz, dejándola siempre libre, pero cautiva: libre, y dulce, y voluntaria, y amorosa de mi gracia, y voluntad porque puede dejar de hacer lo que yo quiero; pero hace siempre lo que quiero, pues cuando yo quiero que haga ella lo que yo quiero hace ella libremente aquello mismo que quiero.
De esta suerte llevo a mis siervos, y les pongo sobre los hombros la cruz de la vocación; ya á los Eclesiásticos Seculares, ya los Religiosos, ya á los Solitarios, ya á muchos seglares, que en medio del siglo viven sin siglo, y en el mundo viven negados al mundo, y en medio de la vanidad sin vanidad; y como hallaron los mancebos de Israel en el horno de Babilonia refrigerio entre las llamas los libro yo á estos de los mundanos incendio los cuales traen cruces suyas, y mías, porque se las doy suyas, porque las admiten.
Otras veces las reparto con la permisión al hacer las cruces; pero con la vocación al ponerlas en los hombros. Como cuando el tirano persigue al mártir, y le atormenta; aquel tormento es permitido de mí en el tirano, y será por ello crudamente castigado en el infierno, pero la vocación al martirio yo la di, y mí voluntad; y gracia le puso aquella Cruz en sus hombros, dándole con ella fortaleza, y valor, y constancia, para que venza, y triunfe y sea coronado de mi mano el mártir á quien di la vocación al martirio. El tirano da el tormento, yo, mi siervo hacemos cruz del tormento: él sufriendo, yo ayudando; y a un mismo tiempo andan tres manos allí: una afligiendo, otra penando, otra ayudando, y coronando: una mala, otra buena, otra divina.
Otras veces dejo que se forme uno la cruz, no como cruz, sino como materia de penas, de que se forma, y se fabrica la cruz, y después la hago yo cruz, como cuando un perdido, y pecador, y escandaloso con el fervor de los vicios, y ceguedad de la vida, se fabrica el desengaño, y en el daño abre los ojos a escarmiento, y entra mi gracia, y mi luz, y hace cruz lo que era daño.
Porque le manifiesto sus errores, y desdichas, y doy gracia para que conozca sus devaneos, y locuras, y vea lo que padece en lo malo, llore sus culpas, y clame a mí enfermo, y atribulado, y humillado desde la cama, en donde le pusieron sus deleites, y yo le oigo, y lo curo, y lo remedio; y aquellas penas que ocasionaron sus culpas, se las pongo en forma de Cruz, y las hago meritorias, y él las recibe, y admire, y sé conforma y llora, y clama, y me llama: en este hice yo la cruz, y él la admitió; pero la madera, y leña para hacer la cruz la trajo él, y lo que puede mucho mas admirarte, Philotéa, para que alabes mi piedad sobre infinita y él trajo la leña, y la madera para hacerme á mi la cruz, y crucificarme en ella; y lo que es mas, padecí en ella, de la manera que puedo padecer las ofensas que me hacéis; aquella misma madera la vuelvo cruz para él, y lo premio, lo perdono, y lo corono con ella, haciéndole padecer con ella, lo que con culpas terribles me hizo él propio padecer. De suerte, que con deleites contra mi granjeó sus penas, y con las penas que padece en sí, le quito las culpas, y doy eternos deleites, y hago que me sirva a mi lo que él hizo con, era mí.
Otras veces se forman en mis siervos las cruces, (y con esto respondo á la segunda duda, que acabas de proponer) con la materia que dan los comunes estados permitidos de mi Iglesia; los cuales, siendo laboriosos, y llenos de trabajos, y fatigas, yo con mi gracia, y con dársela, para que me los apliquen, las hago cruces muy meritorias, según el valor que les da la caridad, y a la proporción que mi mí gracia enciende esta caridad.
Claro esta, que el Labrador que padece fríos, nieves, hielos, sudor, pobreza, necesidades, y trabajos sin Medida, si lo padece por mí, es una cruz sumamente meritoria, y padece lo mismo que padeciera sin mí. Pero haciéndolo por mí, y aplicándomelo á mí, es cruz, lo que sin la aplicación fuera solo era bajo; y tanto mayor trabajo, cuanto no me obliga á mí.
Los Reyes, los Príncipes, los públicos Magistrados, los nobles, los casados, los continentes, todos tienen, y padecen connaturales trabajos á sus mismos estados, y profesiones; y estos, si están en mi gracia, y me ofrece sus trabajos, y los toleran por mí, y los llevan en mi amor, y tienen paciencia en ellos, é imitan mi paciencia en su paciencia, hacen cruces los necesarios trabajos, y son sumamente meritorias y lo que es mas, les admito por meritorio y por santo la honesta recreación, el descanso, el comer, el dormir, y todo aquello que se da á una justa buena, y moderada, aunque sea gustosa recreación, como no sea superflua, ni viciosa, ni de ajena regla, de medida, y rectitud. Todo esto, si me lo ofrecen, y aplican, siendo honesto y recreable, pero hecho por mi amor, y en mi presencia, se lo admito como cruz, y es santo en su grado, como lo es lo penoso de la cruz mas y ó menos meritorio según fuere el afecto, é intención con que lo hace cada uno, en orden á servirme, ó agradarme, y la caridad con que obran al hacer la aplicación.
De suerte, que es posible, para que te maravilles, Philotéa, que llegue a merecer mas un siervo mío en un honesto entretenimiento, que otro en un penoso ejercicio; (si aquel vence a este en los quilates de la caridad, y amor) mas con iguales quilates siempre vence el que ama, y pena el que solamente ama. Por no hacer estas aplicaciones los mortales pierden innumerables tesoros, e inmortales: pues el Cristiano, que está en mi gracia, solo con los trabajos necesarios de su estado padecidos por mi amor, se fabrica una excelente corona de una santa, y necesaria cruz, y es inútil para él por faltarle mi memoria, caridad, y aplicación, lo que fuera para él utilísimo con ella.
También reparto otras cruces, permitiendo en mis siervos tribulaciones, persecuciones, afrentas, aflicciones, con que pruebo, y ejercito su virtud. Y estás cruces, unas veces dejo que las formen otros con mi permisión, como son, cuando la culpa ajena, (y tal vez el sant celo) mortifica, y crucifica al que yo quiero que pene. Otras yo mismo fabrico con enfermedades, y dolores, y otros regalos, que purifican las almas, en figura de cruces, y de trabajos, que después vienen a ser gloriosísimas coronas. También reparto otras cruces más sutiles en los mismos gozos de mis siervos, cuando el alma santa siente el gozar en esto natural. Con el deseo de padecer por servirme. De suerte que por mí amor siente el gusto del comer, del dormir: del descansar; porqué querría penar, y padecer por mi amor, sin descansar. También hay otras cruces en que padecen mis siervos, que las forma mi amor en los mismos gustos espirituales, cuando y con mis favores les honro, y ellos querrían mas por mi amor penar atribulados, y perseguidos, que no gozar, ni aun de mí favorecidos; y dentro de la resignación reciben mis favores como penas, aunque yo los ofrezco como gozos.
También hay otro genero de cruz mas delgada, y meritoria en mis siervos, cuando el fuego de mi amor abrasa al alma, y la hace que pene con el amor por mi amor, y pena llagada, y abrasada de mi amor: y ya la aflige la ausencia de mi presencia, ya la atormenta el peso suave, dulce, y ardiente de mí presencia, y amor, y siempre anda suspirando, y penando, unas veces si me tiene, y me goza con el gusto de tenerme, que no cabe en sí, ni es bastante a contenerme, y otras, sino me le manifiesto; con el ansia de buscarme, de hallarme, y de gozarme. Finalmente, Philotéa, de innumerables maneras reparto a mis siervos cruces proporcionadas á mi intento, y a su bien, para que pueda seguirme cada uno con su cotidiana cruz; suya, porque me siguen con ella; mía, porque se la doy.

LIBRO SEGUNDO

CAPÍTULO I

Reducese Philotea a Tomar la cruz del Señor sobre, los hombros, pero pretende admitirla, sin despojarse de la gala que traía.

No pudo Philotéa resistirse a tanta luz: y aunque no sacudidos del todo los temores de su animo repugnante al camino de las penas, se rindió, y arrodillada, dijo a Cristo Señor nuestro: Aquí, Señor postrada, me ofrezco á seguir vuestro camino: ya mi dureza es menor, que no vuestra vocación ponedme, Señor, la cruza vuestro modo de, vuestro gusto, y medida. Conozco, que eso es lo que me conviene. . No quiero mas voluntad, que la vuestras mis hombros están aguardando esta utilísima carga.
Viendo el Señor a Philotéa á sus pies arrodillada, rendida, y convencida, le dijo: Ya era tiempo que se rindiese tu voluntad á la mía, Philotea, y aunque ahora merecías que te negase este bien, no obro yo aquello que vosotros merecéis, siempre doy á mi Piedad lo que falta a vuestros merecimientos. Con mucho gusto te honraré con mi cruz, y te ayudaré á traerla, como tu te dispongas á llevarla. Entonces Philotéa, asustada, y afligida, dijo: pues, Señor, qué me falta y si ya desde luego estoy pronta á seguir este camino, y he cautivado mi discurso, y rendido mi voluntad á la vuestra? Es menester, dijo el Señor, que comiences a obrar conforme á mi voluntad, antes de tomar la cruz. Como quietes traerla sobre los hombros con esos vestidos ricos, y esas galas, y esos tocados vanísimos, y esas rosas que traes sobre la cabeza? Necesario es despojar la vanidad, por vestirte de la humildad. Es menester que haya proporción de mi cruz á tus vestidos. Mi cruz es, y significa pobreza, humildad, austeridad, tú vas vestida de vanidad, y riquezas; no es posible que se compadezca cruz, y galas, ostentación, y humildad. A esto, afligida Philotéa, respondía. Fuertes son vuestros preceptos, Señor, rigurosas vuestras leyes. No basta traer la cruz sobre los hombros; sino despojarme primero por la cruz para traerla, de lo mismo que podía ser ornamento en el llevarla? Que impiden, qué dañan las galas para la cruz? No podré traerla sobre los hombros, vestida con lucimiento, y decoro, y será mas estimada? Cuanto es mas lo que se honra vuestra cruz, cuando vean que la traen, y la adoran los ricos, que no los pobres? Cuánto es mas justo, que la sirva el poder, y la riqueza, que no la pobreza, y mendiguez? Cuánto mejor parece en el mundo que traiga la Cruz una persona lucida, y rica, que no el pobre, el desnudo, y el mendigo? No crece el culto, y la adoración con la autoridad, opulencia, grandeza, y poder de los que adoran? Que veneren a vuestra cruz los desnudos, y, los pobres, justo es; pero no tanto como que la adore lo rico, lo poderoso, y lo grande. Este si que es crédito de vuestra cruz, misterio inefable de su excelente virtud, y propiamente su triunfo.
Qué es esto, dijo el Señor, Philotéa? Pides la cruz, y te niegas á la cruz? Resistes á lo que pides? Arrodillada me pides la cruz, y arrodillada te resistes á la cruz? Pides la cruz material, y huyes de la cruz formal? Quieres la cruz en el cuerpo, y rehusasla en el alma? Entonces Philotéa dijo: Señor, yo pido la cruz, y deseo, y quiero seguir el camino de la cruz, mas nunca he pedido, ni ofrecido desnudarme de mis galas, para seguir este penoso camino ; y así, con vuestra santa licencia, ni me opongo á lo que pido, ni falto a lo que he ofrecido. Al fin, Philotéa, dijo el Señor, nunca has de entrar por camino, y cuando yo quiero ponerte la Cruz, vuelves a la misma pretensión, de hacer tuya, la que yo te ofrezco mía. Yo quiero que sea alma de esta cruz mi Voluntad, pero tu no quieres, sino echar de ella á mi Voluntad, y desterrada esta, que la anime tu propia propietaria voluntad.
Señor, dijo Philotea, mandarme: Vos despojar de mis galas, no es ponerme la cruz sobre los hombros, si no sobre el corazón y no es lo mismo, Dios mío: porque ponerme sobre los hombros la cruz, es añadir á lo que tengo; pero despojarme de mis galas, es quitar de lo que amo: no es todo uno, el quitar, que el añadir, con que se va el sentimiento adonde llama el dolor y así supuesto, Señor que lo exterior nunca daña á lo interior, y que puede estar el corazón muy vacío de riquezas, teniendo el cuerpo adornado de ellas, podíais tener por bien de dejarme con mis galas, y adorno de mi persona, y con ellas llevaré, y traeré mas lucida, y adorada vuestra cruz.

 

CAPÍTULO II

Reprende el Señor Philotéa porque no quiere dejar sus galas para tomar la Cruz sobre sus hombros.

Mi cruz, Philotéa, dijo el Señor, mas crédito cobra adorada de los ricos, que de los pobres, pero mas fácilmente la traen los pobres, que no los ricos; y tu no has de tratar ahora de acreditar a mi cruz, sino de traer con toda humildad mi cruz.
Finalmente toda estás, Philotéa, llena de contrariedades. Tú pides cruz, y te niegas á la cruz. Tu das á entender, que no tienes en el corazón las galas, y por otra parte no quieres soltar las galas. Tu quieres hacer mi Voluntad, y á cada paso resistes mi Voluntad. Si no tienes en el corazón las galas, deja que yo te las quite. Si aborreces las riquezas, por qué rehúsas dejar lo que ya comenzaste a aborrecer? Si no las tienes, como te resistes al dejarlas? Y si al dejarlas te resistes, luego las tienes, y no quieres mi cruz, que consiste en dejar, y despojarte de todo, para poderla traer?
A quién tengo de creer en ti, Philotea, a lo que oigo, ó a lo que Veo? Qué modo de aborrecer lo que sé tiene, es vivir el alma asida á lo que niega que tiene? Qué importa que tu digas que aborreces lo que tienes, si cuando yo te lo pido, te ases fuertemente a lo que tienes? No solo tienes esas galas en el cuerpo, sino muy dentro del alma. Y yo, Philotéa, no quiero que las dejes por quitártelas del cuerpo, lo que quiero es, que salgan fuera del alma. Si yo viera, que a la primera proposición que te hice, de que dejases esas galas, y vanidad, las dejabas fácilmente, me podías persuadir, que no tenias en el corazón las galas, y ornamento de tu cuerpo y que esas rosas de tu cabeza no tienen en el alma las espinas, y en lo interior las raíces; pero defender con tu propia voluntad las galas, que para darte mi Cruz quiere reformar la mía, claramente manifiesta, que esas galas, no solo están en el cuerpo, sino en lo mas hondo de tu propia voluntad, que es lo mas interior del alma. Antes bien, no solamente manifiestan, que tienes en el corazón las galas, sino que ellas tienen cautivo á tu corazón. No las tienes tu á ellas, Philotéa, ellas son las que te tienen a ti. Pero al fin, tu pides que yo te ponga la cruz, y te deje con tus galas.
Si Señor, respondió Philotéa, y yo la traeré de esta suerte muy contenta; porque con eso andaré, por una parte aprovechada, y por otra consolada, y podrá tolerar el cuerpo los trabajos del espíritu: este alegre con la cruz, aquel consolado con sus galas. Y de la manera que con los dos pies de naturaleza, y gracia, se anda mejor en esta vida, porque con el uno solo no es posible: andaré mas fuerte, y seguramente, dándole á la naturaleza Su consuelo, y su fomento á la gracia. Mi corazón, será todo de la cruz, Señor mío; pero las galas del cuerpo. Al mundo darélo menos, y lo peor, que es lo caduco, y transitorio pero lo mas, y mejor, Señor mío, á Vos, a vuestra cruz, a vuestro camino, y gracia.
Qué sutilmente, dijo el Señor, discurre tu propio amor, Philotéa, y después de eso se conoce de muy lejos? que son discursos de propio amor. No solo quieres abrazarte con tus galas, y con eso negarte a mí cruz, por no negarte a tus galas, sino que llegas á pensar, que he de dejar de entender tus delgadas falsedades: Y yo que estoy penetrando tu engañado corazón, juzgas, simple Philotéa, que puedo ser engañado? Dices, que quieres darme a mí el alma, pero á tus galas el cuerpo. Si eso es así, y me concedes el alma, por qué no me das las galas que tienes dentro del alma, y están adornando el cuerpo? Quien da el alma, Philotéa, todo lo da con el alma: pues si yo te pido las galas que traes en el alma al tenerlas, (aunque en el cuerpo al usarlas) por qué me niegas las galas, que quiero que deje el cuerpo, en señal de haberlas dejado el alma? Si tu dices, que me das el corazón, y el alma del corazón es la voluntad y mí Voluntad a quien das el corazón, quiere que me des tu voluntad, que es el alma de tu corazón; por que con negarme las galas que yo te pido, me niegas tu voluntad, y defiendes de la mía tu engañado corazón? Quieres que yo crea, que me das el corazón, y el alma, si me niegas, y resistes con tu propia voluntad á mi Voluntad Divina? O quieres darme el alma, y el corazón vacío de voluntad? Qué embolismos, qué enredos, qué laberintos son estos, que en ti veo, Philotéa? Tu quieres darme la voluntad; pero quieres quedarte con toda tu voluntad. Tu quieres darme a mi el alma, pero quieres dar a tu cuerpo, y a tus galas la voluntad y el corazón de aquella alma. Tu quieres darme a mi el alma, y el corazón; pero al mundo, y a la vanidad el cuerpo, y el corazón. Tu quieres echar las galas de tí; pero quedarte con las galas sobre tí. Tu quieres cruz en el cuerpo, y te resistes al recibirla en el alma. Tu por una parte, dices, que quieres seguirme, y por otra no quieres obedecerme. Ahora dices, que me das el corazón, y ahora me niegas el alma del corazón. Pides la cruz para el cuerpo, no la quieres en el alma, y luego me das el alma, mas las galas á tu cuerpo, y por otra parte dices, que estarán solo en el cuerpo las galas, pero la cruz en el alma. Tu Quieres andar con dos pies, de gracia, y naturaleza, por la vida espiritual, que es lo mismo que decir que quieres andar con dos pies, uno de oro, otro de barro; este frágil, aquel fuerte. Que monstruosidades son estas, Philotéa? A que términos, á qué despeñaderos te guía esa propia voluntad? Como discurres tan desatinada, y ciega?

 

CAPÍTULO III

Procura Philotea satisfacer al Señor, persuadida qué se compadece amar las galas, y el espíritu, y el Señor la desengaña.

Señor, dijo Philotéa el andar con los dos pies de naturaleza, y gracia en esta vida, parece que no solo es utilísimo, ¿no del todo necesario y aun forzoso, pues cómo puede obrar el alma sino en la caja del cuerpo; Cómo podemos obrar sin estos sentidos: cómo puede lo espiritual obrar sin lo corporal? cómo podemos pasar sin ver, sin comer, sin vestir, sin descansar? cómo puede obrar el espíritu, sin sustentar á la carne? Ha habido Santo en el mundo, ni vuestra Madre Santísima, ni vos mismo, Señor mío, que sois el origen, y la fuente de toda la santidad (con que lo podéis todo) que haya vivido mi carne mortal sin carne? Pues por qué yo no podré caminar con los dos pies de naturaleza s y gracia? Por qué no podré caminar con el cuerpo, y el espíritu muy unidos, y conformes entre si? Por qué no podré caminar en el cuerpo con mis galas, y con la cruz en el alma.
Siempre andas, dijo el Señor, llena de equivocaciones, Philotéa, y ese propio amor que te anima, alma de tu propia voluntad, te ciega, y te desanima, para no seguir en todo a mi voluntad.
No hay duda, que yo, mi Madre, y cuantos Santos ha habido, y hay, obramos con el espíritu, y el cuerpo, con la gracia, y con la naturaleza pero muy diversamente que tu, y no solo diversos, sino diametralmente contrarios. Porque nosotros hicimos que la naturaleza vaya sirviendo a la gracia pero tu quieres, que la gracia sirva á la naturaleza. Nosotros tomamos de la vida natural lo preciso, para darle lo precioso á la vida espiritual; pero tu niegas á la espiritual lo precioso, que es tu voluntad y para darla en todo lo temporal. Nosotros dimos al cuerpo lo menos que puede ser; y tu das á tu cuerpo la voluntad, que es lo más que puede ser. Los Santos tienen su corazón en Dios, y en el Cielo, aunque con los ejercicios, y el cuerpo viven ocupados en la tierra; pero tu tienes el corazón el tus galas, y en el suelo y el alma asida a la tierra, muy olvidada del Cielo. Finalmente, los Santos hacen de gracia al pie de naturaleza, porque si comen, es lo preciso, huyendo de lo superfluo, sí viven, si beben, si hablan, si caminan, si duermen, si descansan; es con su regla, y medida, y obrando en todo por Dios, con Dios, para Dios. Pero tu haces de naturaleza, y terreno el pie que llamas de gracia; porque todo lo quieres gobernar por lo terreno, y ya quieres seguirme sin cruz, por no padecer en cruz, sino gozar de deleites, que se oponen á la cruz; ya quieres cruz, pero con limitaciones, ya quieres cruz, mas con galas, y quieres mas tus deleites, y tu gusto, y tus galas, que mi cruz.
De aquí resulta, que los dos pies que tu llamas en mis siervos de naturaleza, y gracia, de espíritu, y carne, no son sino de gracia, espíritu, sin naturaleza entrambos porque aunque lo material del comer, del dormir, del descansar, del sustentar al cuerpo, parece carne, y naturaleza, y lo es pero lo formal, y la intención con que se obra, y la sobriedad, peso, y medida con que se hace, y el fin porque se hace, y la presencia de Dios con que se hace, es del todo espiritual.
Por el contrario en tí, aunque el un pie de traer mi cruz, pretendes, que sea, ó parezca espiritual, no es sino propietario, y temporal porque aunque aplicas los hombros a la cruz, le niegas el corazón, y no la traes en el alma, como yo quiero, sino debajo de los pies de tu propia voluntad, como tu quisieres, con que asida siempre á tu propia voluntad, Philotéa, parece espíritu lo que no es sino propia voluntad. Todo es naturaleza, y carne, y miseria en tí, y corrupción lo que te parece espiritu, y no solo quieres caminar con mi cruz, sino que cojeas del un pie, y con entrambos pies vas huyendo de mi cruz.
Pero porque a tí nada te ha de convencer, Philotéa, si no la misma experiencia, quiero compadecido de tí, que veas, y toques con lo práctico, lo que no acabas de percibir con la fuerza del discurso, y pues tu quieres traer sobre tus hombros la cruz, yo te daré á escoger cruz, sin que tu te despojes de las galas, y probaras, y veras, si de esa suerte podrás seguir; el camino de mi cruz.

 

CAPÍTULO IV

Dale el Señor a escoger a Philotéa diversas cruces, y se halla sumamente confusa, toma una anda con ella, pero no por el camino dé la cruz.

Viendo el Señor resuelta a Philotéa a elegir cruz a su gusto, y queriendo aquella bondad divina, que fuese la ciencia practica el desengaño, y la luz de Philotéa, le abrió los ojos, y vio al pie de aquel eminente monte, por donde subían á la corona los animosos discípulos de la cruz, una dilatada plaza, capacísima, hermosísima, y toda ella sembrada de innumerables cruces tendidas por aquel suelo, y de diversas medidas, y proporciones, unas grandes, otras pequeñas, unas gruesas, otras delgadas, unas largas, otras cortas unas redondas, otras cuadradas, y era cosa muy notable, que con ser tantas, apenas había una, que en todo fuese de la medida de la otra, y de la manera que las caras, y las voces son todas diferentes, con ser compuestas de unos mismos miembros, y órganos, así aquellas cruces, conservando todas la forma de cruz, eran siempre en algo tan diferentes, que ningunas concurrían entre sí, sin que las señalase alguna parte, que las hiciese diversas a y diferentes.
Asi como el Señor manifestó a Philotea este misterioso campo, le dijo:
Ea, Philotea, ya tienes en que escoger, pues quieres seguir la suerte de tu elección. Yo compadecido de tí y te la he dejado; pues desconfiada no te has fiado de mí escoge de todas estas cruces, que hay aquí, la que te venga mejor.
Oyendo esto Philotea se puso en gran confusión. Lo primero, porque comenzó á temer á la vista, y en presencia de la cruz, la que antes discurría mas animosa en su ausencia. Porque antes miraba, el penar como futuro, ahora lo veía ya presente. Antes todo era discurrir en el penar; ahora ya era penar sobre discurrir; y nuestra naturaleza, que es valerosa al desear, es cobarde, y temerosa al obrar.
A esta congoja se añadió la de la misma elección; porque no era fácil escoger entre innumerables cruces, pues la misma multitud, y variedad confundió, y hacia mas dudoso al elegir el juicio en el resolver.
Con esto Philotéa, extendiendo la vista por todo aquel número inmenso de cruces, se puso á dudar, y á pensar, y ponderar, cual de ellas sería mas á propósito. Miraba con grande afecto a las grandes, porque quería, que ya que escogía cruz fuese tal que con ella luciese, y fuese más aplaudida, y mirada, y admirada en el camino; pero luego que veía su grandeza le parecían superiores a sus fuerzas. Por el contrario, las pequeñas le parecían desiguales a sus culpas, y á su honor, y estimación.
Las medianas le parecían cruces comunes, y ordinarias, y no decían con el punto en que
deseaba poner su vanidad el crédito, y estimación de seguir debidamente el camino de la cruz.
También en la elección dé las cruces, entre las de una misma orden, como había grandísima diferencia de unas a otras, halló otra nueva confusión; porque comenzó á dudar, si la elegirla cuadrada, ó redonda, larga, corta, angosta, ó mas dilatada; aunque fuesen de un mismo peso, ó medida.
Al fin, después de haber dudado grande rato su elección, se arrojó Philotea con grande aliento, inciertamente, á tomar una cruz de las medianas. Trabajó por levantarla del suelo, y ponerla sobre sus hombros: consiguiólo, y volviéndose hacia la parte del monte, por donde iban subiendo innumerables seguidores de la cruz, tomo el camino que ella tuvo por mas seguro para él, y fue caminando por su senda. Anduvo muy largo espacio hacia él, con alegría, y consuelo, cada instante con mas fervorosos pasos, pero sucedióle una cosa muy maravillosa y rara, pero tristísima, y fue, que, cuanto mas parece que se acercaba, mas se alejaba del Monte Santo que deseaba, y buscaba. De manera, que aquellos que en él estaban, á quien veía muy cerca á los principios, y al comenzar, y creía que ya les iba alcanzando, ya los veía tan lejos, que apenas los divisaba. Y aun es esto menos, que lo que luego le sucedió, porque habiendo andado mas espacio, vio que habiendo comenzado con la cara, y el cuerpo enfrente del Monte Santo, se halló vueltas a él las espaldas, alejándose por el camino contrario. Con que habiendo comenzado siguiendo, y para seguir el camino de la cruz, se vio en el contrario camino, trabajando con su cruz.
Pero lo que admiraba mas á la triste Philotéa era, que iba perdiendo la luz con el camino, penando siempre en su cruz porque el Señor, que se quedó al pie del monte, no alumbraba á Philotéa, pues cuanto mas caminaba con su cruz, tanto se alejaba de Jesús, de su Cruz, de su monte, y de su luz, y tanto mas se acercaba a unos terribles despeñaderos. Púsose con esto en grandísima confusión la afligida Philotéa, y decía: Qué es esto que estoy mirando, Dios mío! Ó el monte camina huyendo de mi, ó yo me alejo del monte! O aquellos huyen con grande velocidad, ó yo sigo con grande torpeza para alcanzarlos! A los que antes podía cuando no tenia cruz, ya con ella los he perdido de vista! Los pasos que voy dando a entrar por el monte de la cruz, me van apartando de él! Al que di el rostro, voy ya dando las espaldas! Y siendo mi deseo ser uno de sus seguidores, voy huyendo de aquello que yo deseo seguir! Mas siento el peso de esta congoja, que no el de la misma cruz.
Comenzó con esto a afligirse, y suspirar, y pedir socorro a Dios, y á decir: Ay de mí, que elegí la cruz, para seguir el camino de la cruz, y me he quedado con la cruz, pero no con el camino! Por huir de la cruz al padecer, me he quedado con el peso, y sin la cruz, pues no llego con la cruz a merecer! Traigo la cruz, y andan ausentes de mi los merecimientos! En peor estado me hallo que sin Cruz, pues sin ella miraba mas de cerca a aquellos que deseaba seguir, y con ella he perdido ya el camino, y no tengo á quien seguir caminando, porque camino sin cruz, sin luz, ni camino! Mas cómo había de hallar la luz, la cruz, ni el camino, si dejé el verdadero camino, que es el que me daba el Señor, mi guía, mí camino, y luz? Comenzó con eso a despedir tiernas lágrimas, y ardentísimos suspiros, y soltando de si la cruz, llamaba con gran ternura al Señor.
Viendo afligida a Philotéa aquel Divino Maestro, no pudiendo su piedad negarse á sus tristes quejas, fuese á ella y la dijo. Qué suspiros son esos, Philotéa? Pues cómo comenzando tan contenta, y fervorosa, te hallas tan triste, y desconsolada? Tu no escogiste la cruz para emprender tu camino? Cómo perdiste el camino, y has arrojado la cruz? Ay, Señor, dijo entonces Philotéa, cómo vuestras permisiones son nuestro mayor castigo! Ay, Señor, que presto el escarmiento me ha enseñado á obedecer! No quiero ya ser hija de mi elección, no quiero fabricarme la fortuna; ya no mas defenderme con lo vano de lo bueno: volvedme, o camino, guía, y luz, a restituir á la luz: dadme, Señor vuestra cruz, ponedme en vuestro camino.
Ves, Philotéa, dijo el Señor, como es recalcitrar contra el aguijón, escoger tu la cruz, y el camino, y que al instante te ha faltado el camino, luz, y cruz? Ves como aquel que parecía fervor para seguirme, eran pasos veloces para dejarme? Señor, dijo Philotéa, como ha sido esto? Por que caminando hacia el monte, me he alejado tanto de él! Y cuando buscaba la luz, me iba entrando en las tinieblas, y buscándoos, bien, y seguridad eterna, iba hallando precipicios?
La razón, Philotéa, por que te perdiste cuando creías que acertabas, y por que corrías a tu ruina, cuando tu juzgabas caminar a la corona, es porque no era camino mío, sino tuyo el que seguías; y aunque aquella Cruz era mía antes que tu la tomases, y estaba allí expuesta para darla á quien yo se la aplicase, pero tu la hiciste tuya con tomarla de tu mano, y por tu propio, y propietario dictamen, rehusando el tomarla de la mía, ó con mi orden. A que se añade, que esas galas, y el propio amor con que vives, y obras, sin rendirte a cosa alguna de cuantas yo te aconsejo, te llevan por tu camino, que es muy contrario del mío, porque el mío, es negarte a tu voluntad, el tuyo es negarte á mi voluntad. Mira, pues, desdichada Philotéa, como negada a mí, y á mi voluntad, y del todo rendida á tu voluntad, puedes seguir mi camino. De aquí ha resultado, que cuando tu propio amor caminaba á su parecer hacia mi, iba caminando contra mí; y cuando te parecía que andabas derecha al Santo Monte de la Cruz, por donde van mis discípulos, no solo de él te alejabas, sino que ibas caminando, y llegando al precipicio.

 

CAPÍTULO V

Pídele Philotea al Señor, que la deje con algunas galas, pues las traen otros con Cruz, y su Divina Majestad la da admirable doctrina.

Viéndose Philotéa convencida con la ciencia practica, que suele ser mas eficaz, que no la especulativa, y que el Señor quería despojarla de sus galas para ponerla la cruz, se resolvió a rendirse a su santa voluntad, aunque deseando quedar con algunas galas; porque no es fácil a esta humana propiedad darlo todo de una vez, y así dijo: Señor, si fuere posible, yo os suplico, que ya que no se compadece con mis galas vuestra cruz, no sea de todas ellas el despojo. Escoged, Señor, aquellas que mas quisiereis. Ya yo me allano en tomar la cruz de vuestra sagrada maño: ya estoy rendida a dejar las galas que mas quisiereis; pero todo, y de una vez, no es muy fácil, Señor mío. Pobre, descalza, desnuda, y con cruz, todo en un dia, cómo podré caminar? Yo, Señor, todo lo doy, pero dejadme con alguna cosa de este todo, que yo os doy.
Entonces, compadecido el Señor de tanta fragilidad, dijo á Philotéa. Esta bien, yo vengo en dejarte con algunas galas, y adorno de tu persona, como tu me des aquellas que yo quisiere. Bien sabes, Philotéa, que no pudo caminar con mi cruz sobre los hombros aquel poderoso Emperador Heraclio con sus ornamentos Reales, hasta que se despojó de ellos, y se puso otros muy pobres, á imagen de mi pobreza; y así, bien podías conocer, cuan dificultosamente podrás caminar con tus galas, y mi Cruz, pues no es posible andar con ella al traerlas, cuando el no pudo moverse trayéndola, sin dejarlas.
Señor, dijo Philotéa, el Emperador Heraclio traía vuestra cruz original, aquella misma que fue Ara de nuestro remedio, aquella misma en donde vos sacrificasteis vuestra vida, para nuestra redención, aquella misma que estaba bañada con vuestra preciosa sangre; pero esta que ahora me dais, no es sino imagen de aquella; y yo veo que traen en el mundo vuestra cruz innumerables personas, muy llenas de grandeza, de riquezas, de poder y ostentación, y no veo otra cosa en esta vida, sino grandeza, y cruz, poder, y cruz, galas, y cruz, riqueza, honra, estimación, y cruz.
Asi es, dijo el Señor, que mi cruz es adorada, y venerada de los ricos, grandes, y poderosos de la tierra, y muchos de ellos la traen, y se honran mucho con ella; y ese es uno de los misterios, y milagros de mi cruz, que siendo señal de afrenta, y de suplicio en sus principios desde que yo la honré, con que en ella se celebrasen las bodas de vuestro bien, y fuese cálamo de mi desposorio con las almas, que yo redimí en la cruz, quedase ornamento, y gloría de todo el mundo en el mundo la que era el desprecio, y la ignominia del mundo.
Pero es menester que sepas, que en esta vida, Philotéa, entre los mismos Cristianos que reverencian mi cruz, unos sobre venerarla la traen en el cuerpo, mas no en el alma, otros la traen en el alma, y en el cuerpo, otros en el alma, y no en el cuerpo; otros ni en el cuerpo, ni en el alma. Los que veneran mi cruz son los Cristianos, y estos todos la respetan, y veneran mas hay algunos perdidos discípulos de mi cruz, porque la veneran con el culto exterior, mas no la siguen en lo interior la adoran, más no la traen; la estiman, mas no la llevan, son muy finos al adorarla flaquísimos al traerla. Adoran mi cruz con los labios, pero no siguen con las costumbres mi cruz; son seguidores de mi cruz al venerarla, pero enemigos de mi cruz al platicarla y seguirla.
De estos hay algunos que no solo veneran mi cruz, sino que la traen en el cuerpo pero la arrojan por los deleites de el alma. Como son los que por su santa profesión van adornados, y vestidos de mis cruces en la Iglesia, ya con hábitos militares, ya Pectorales, ya escapularios, que significan la cruz, y aunque en su profesión manifiestan que traen la cruz en el cuerpo, para traerla en el alma; pero como flacos se resisten al traer la cruz en el alma, aunque la traen en el cuerpo, porque huyen de padecer, y penar, y de seguir en lo interior la cruz, que traen exterior. Otros, y muchos hay, que traen mi cruz en el cuerpo, y en el alma, porque viven religiosa, y santamente, y la que traen adorada en los pechos, la traen en los hombros, y en el alma venerada, y planeada, y con la mortificación, la penitencia, la austeridad, la caridad, y la paciencia guardando las reglas de su santa profesión, procuran seguir mi cruz, y la adoran, veneran, y reverencian en lo exterior y la traen en el alma, y en lo interior, y la platican en lo interior, y exterior.
Otros hay que no la traen en el cuerpo, pero la traen en el alma, como son todos aquellos que se abrazan con mi cruz interiormente, y viven mortificados penitentes aunque por su particular profesión no traigan la cruz en el cuerpo; pero la adoran con el cuerpo, y la traen dentro del alma, y viven siguiéndome con su cruz, padeciendo en el alma, y en el cuerpo.
Otros hay, que ni la traen en el alma, ni en el cuerpo, porque ni ellos tienen profesión de traer la cruz en el cuerpo, ni la traen dentro del alma, sino que viven entre deleites, gustos, y recreaciones, olvidados de mi cruz en el alma, y en el cuerpo.
Siendo esto así, Philotéa, es bien que sepas, que todos aquellos que adoran mi cruz; pero no siguen mi cruz, y con sus culpas son enemigos de mi cruz; estos dejan mi cruz por sus culpas, son malos discípulos de mi cruz, y así son todos los Cristianos, que en la creencia adoran mi cruz; pero en las obras huyes de seguir, y de platicar mi cruz.
Los que traen la cruz sobre los cuerpos, pero se niegan a ella en sus almas, huyendo de las penas de la cruz, y no siguiendo como debían su regla, su profesión, ministerio, Dignidad, ó vocación, aun son mucho mas malos que no los otros, porque en mas obligaciones son peores, y con la cruz representan santidad, y maldad con las costumbres, y tienen la profesión de perfectos, la vida de relajados; y a estos se les aguarda duro juicio, delgada cuenta, y asperísima sentencia. Pero los que traen la cruz en el cuerpo, y en el alma, y cumplen con las obligaciones de su santa profesión; estos son discípulos interiores, y exteriores de mi escuela, son los Grandes en el Reino de los Cielos, y á quien yo amo muy tiernamente en la Iglesia Militante, y a estos se les aguarda gloriosísima corona en la Triunfante.
Los que solo la traen en el alma, y se hallan sin profesión particular de traer mí cruz en el cuerpo, pero con santas costumbres la traen interior, adorada, y platicada en el alma, tendrán muy grande corona como los otros, aunque por su vocación será mayor la de aquellos, por ser mas perfecta profesión, si no es que la caridad de los unos exceda á la de los otros.
De aquí resulta, Philotéa, que los que tu dices, que traen la cruz con las galas, si la traen no imitando, ni siguiendo mi cruz, sino tratando de deleites, de gustos, recreaciones, vicios, pasatiempos, asimientos, no son buenos seguidores de mi cruz; y sí á estos sigues, te perderás como ellos.
Pero sí traen la cruz con las galas, porque su profesión pide galas, y lucimiento exterior, pero el alma ama la cruz, y la sigue interiormente, y con santas costumbres, y virtudes, y humilde mortificación, y penitencia, oración, y devoción, me sirven en una vida santa interior; (que cabe muy bien en una lucida, y rica exterior) estos hacen cruz de las galas, y no las traen en el alma, antes las desprecia su alma, y las traen solo en el cuerpo.
Pero tu propietaria, Philotéa, no te hallas en ese estado: porque queriendo yo, que dejes las galas, para que tomes mi cruza, dejas mi cruz por tus galas, y quieres hacer paces entre la cruz, y las galas, y tener en el alma con las galas a mi cruz, y dentro de un Templo introduces a la Arca del testamento, y al Ídolo de Dagon; y en una Iglesia a Dios, y al mismo Belial; y en una pieza las tinieblas y la luz.
Y esta propiedad que gobierna tus discursos, se conoce claramente en la resistencia grande que haces a mi vocación; porque todos aquellos que defienden á sus galas de mis voces, aunque parece que esté en el cuerpo su lucimiento, y su gala, no está sino muy dentro del alma, pues sale contra mí á defender la voluntad en el alma, lo que está adornando al cuerpo. Pero porque veas, Philotéa, que me acomodo a tu deseo, yo vengo en darme contigo á partido: yo te permitiré las galas que adornan tu cuerpo, como dejes que yo escoja de ellas las que yo juzgare que más destruyen á tu alma.

 

CAPÍTULO VI

Escoge el Señor de las galas de Philotea las que parecían mas al intento de seguirle con la cruz sobre los hombros.

Reducida Philotéa á que el Señor escogiese las galas que mas quisiese para que mas fácilmente pudiese llevar la cruz, le dijo: Señor, aquí estoy sujeta á vuestros preceptos: Señor, á vos os toca el mandar, pero a mi el servir, y obedecer: mis galas son ya adoraros, y mi ornamento seguiros: mi gala solo es la cruz, y cuando me desvió de la cruz, es mi ruina, mi perdición, y no mí ornamento, o gala.
Viendo el Señor tan resignada Philotéa, la dijo: esas son palabras de salud, verdad, y vida, Philotéa: así tus obras se ajusten a tus palabras. Para que sigas mi cruz, conviene que te despojes de esas rosas que traes sobre la cabeza: deja caer ese cabello adornado, y adorado de tu loco corazón. También conviene que te descalces porque el monte que Has de pisar es tierra santa, y no puedes andar sino descalza por él. Todo lo demás te lo permito por ahora, hasta que el calor de mi amor, y, de mi luz, te la den para quitarlo.
Oyendo Philotéa esta sentencia, no se atrevió á rehusar su ejecución derechamente, sino que por vía de preguntas, y dudas, como que lo hacia para procurar la luz, y obrar con eso resuelta, y de terminada, intentó dilatar lo posible su despojo, y asile dijo al Señor: pronta estoy, ó, eterno Bien de las almas y á despojarme de las rosas, y dejar suelto el cabello, que aliñado, y encrespado, era todo mi ornamento: también lo estoy á descalzarme, para pisar con debida reverencia ese misterioso monte.
Pero os suplico me digáis antes de hacerlo, por qué, Señor comenzáis mi despojo por estos dos tan desiguales extremos Por ventura, no era mejor Quitar las galas de el cuerpo, y despojarlo de tantas superfluidades que no desnudar los pies, y quitar su ornamento a la cabeza?
Conozco tu falsedad, Philotéa, dijo el Señor, y que esas dudas son para dar treguas a la ejecución, pero quiero que enseñada toleres tu despojo mas resignada, y gustosa.
Esas rosas, y lazadas, Philotéa, que traes sobre tu cabeza, significan la vanidad, y ligereza con que tu propio amo gobierna a tu corazón; y eso es lo primero que yo he de quitar de ti, para que dejándote á tí, puedas con la cruz sobre los hombros, buscarme, y seguirme a mí: significan los deseos con que andas de ser amada, estimada, y aplaudida; y esos tengo de quitar en tí, para que puedas buscarme, y seguirme a mi: Esas que son flores para tí, son espinas para mí, pues cuando, habían de salir de tu cabeza propósitos, y deseos de seguirme, y de servirme, traes galas para ofenderme.
Señor, dijo, Philotéa creí que comenzarías en mí por el corazón, y que primero despojaríais mis deseos, y propiedades de el alma, y hecho esto, fuerais despojando el adorno, y flores de mi cabeza.
No, Philotéa, dijo el Señor, primero quiero curar en tí la cabeza, antes de curar el alma; porque el daño de tu alma depende de tu cabeza.
Todo tu daño Philotéa, consiste en tener malos dictámenes, y andar el juicio muy fuera de su lugar. Consiste en pensar, que el gusto, y el deleite es el sumo bien á que aspiran tus deseos: con eso todo cuanto obras lo enderezas a este fin, y en todo te estas mirando, y tu amor propio es un espejo en que te registras todas tus resoluciones; y aquello que haces, aunque te parezca que se endereza á los otros, todo lo vienes a hacer por tí.
Si haces gustos a los otros, es por hacerte aplaudida de los otros: si amas, es porque te agrada el objeto que amas, y quieres ser amada, y adorada de los otros; y si a tí no te amaran los otros, luego los aborrecieras: la amistad la mides, por tu propia conveniencia, y el que parece amor á otros, es amarte á ti, y no á los otros. Con eso necesito de curar este dictamen, y de quitar esos lazos, y lazadas, y rosas de vanidad que traes en esa cabeza. Necesito de dar luz, y desnudar a ese ciego en rendimiento, para que abiertos los ojos alumbre tu voluntad.
No conoces, engañada Philotéa, que no te crié yo á tí para ti, sino solo para mí? No conoces, que no hice yo á las criaturas para sí, sino solo para mí? No conoces, que el fin á que deben aspirar todas las cosas soy yo, así como soy el principio, y el origen de las cosas? Qué tendrás con que te quieran? Qué tendrás con que te amen? Qué tendrás con adornar tu cabello con flores, apenas nacidas, y ya desaparecidas? Que tendrás con esos lazos, sino lazos, y embarazos? Qué tendrás con ser amada, sino desdichas de aborrecida? Por ventura, es mas la hermosura amada, que una flor hoy aplaudida, y mañana ya marchita, ya pisada, ya ajada, y desestimada?
Y qué tendré yo con que te amen á tí, si tu me ofendes á mí? Qué te deberé yo á tí, con que el amor que me debe el alma a mí, lo emplee engañadamente en ti? los daños causas, ó perdida Philotéa, quitasme tu amor, que me debes de justicia, y en los otros causas el mismo engaño, y guías al mismo daño, ruina, y perdición, e injusticia. Dite Yo el encendimiento, y las potencias, y los sentidos, y la hermosura del cuerpo, para que con ellos me ofendieses? Dite el alma, para que con ella fabricases mis penas con mis mismos beneficios, ó para que con ella me sirvieses, y promovieses mi amor, mi honor, y mi servicio? No eres mi criatura, y hechura, y te debes á la mano que te crió, te formó? Qué tienes, que no sea de mi mano? Mira en ti, y mirare a mi, y señala una cosa buena, que te la debas a tí. Pues si toda te debes á mí, por qué te niegas a mi, y te concedes, y entregas a todos el amor desordenado, que así te gobierna en tí? Asi se pagan beneficios con ofensas Asi lastimas, y hieres la mano de tu Hacedor? Asi ofendes a quien humilde, y rendidamente hablas de adorar, y amar, y obedecer sin cesar?
Y dime, adonde caminas con esas rosas? Qué fruto han de producir en ti esas vanas, y desatinadas flores? Si vas caminando acelerada desde la vida á la muerte, de qué te han de servir en la muerte las flores, lazos, y lazadas, y ornamento, y rosas vanísimas de la vida? Qué haremos de tu amor propio al morir, que fue tu Ídolo al vivir? Qué haremos de esas lazadas, y rosas, que fueron flores al comenzar, y vanidad al andar, y lazos, y espinas que afligen y matan al acabar?
No ves, Philotéa, que es desatino, vanidad, ligereza, y locura todo aquello que no dura No ves, que todo se acaba en un instante, y que apenas comienza el gusto en la vida, cuando se acaba la vida? Qué puede valer aquello, por poderoso, y grande que sea, que está asido á una hebra delgadísima, que cada dia se va adelgazando mas, hasta, que el tiempo ligero quiebra la hebra, y quebrada, es todo nada cuanto esta pendiente de ella? Mira diamantes, y perlas, esmeraldas, riquezas, poder, grandeza temporal, Tiaras, Mitras, Coronas, y Dignidades, todo pendiente de una hebra delgadísima, que por instantes se quiebra: esta es la vida. No es humo, viento, polvo, sombra, y nada, deshecho todo, consumido, y desaparecido, y triunfado de la muerte? Qué pesa lo que no dura? Qué importa lo que se acaba? Qué vale lo que apenas te alegra poseído, cuando te aflige dejado?
No hay gran fortuna, si es breve. Y aun es peor lo que os sucede, engañada Philotéa, pues aquello que aquí es gozo tan ligero, y momentáneo, mal servido, mal tenido, ha de ser allá tormento: aquello que aquí son gustos, serán penas eternas allá: aquello que son deleites, será Infierno: lo que aquí tan breve dura al gozar, es eterno al padecer. Este camino quietes seguir, Philotéa? Estos pensamientos te atreves a traer en la cabeza, Estos discursos te agradan? Estas flores te contentan?

 

CAPÍTULO VII

Ofrece Philotéa al Señor las galas de su cabeza, pero defiende cuanto puede seguirle con pies calzados.

No pudieron las rosas que traía Philotéa en la cabeza dejar de agostarse al calor, y á la luz de estas palabras, ni aquellas lazadas, y ligaduras sutiles, y lucidas, con que aprisionaba el cabello, dejar de hacerse pedazos. Y, así, ya rendida, y convencida, echando de sí las rosas, y las lazadas a los pies de aquel Divino Maestro, soleando el rubio cabello, y dándole al desaliño lo que antes daba al cuidado, como otra penitente Magdalena, dijo:
No hay resistencia, Señor, que baste á tan poderosa fuerza: no hay dureza que no ablande vuestra voz; no hay tinieblas que no ahuyenten los rayos de vuestra luz. Ya, Señor, doy al fruto de vuestros santos consejos las flores de mi loca vanidad. Ya vuestra divina mano ha deshecho mis prisiones, y mis lazos, y puesto en libertad mis deseos. Ya a vuestros sagrados pies he puesto las galas de mi cabeza, y estos ojos servirán de regar con sus lágrimas, y el cabello ya libre, poco antes aprisionado, se aplicará á limpiar, y adorar, Señor mío, vuestros pies.
Pero, Señor, pues yo he puesto á vuestros pies mi cabeza, eximid de reformación mis pies. Bien puede con pies calzados compadecerse la Cruz. Bien podéis ponerla ya sobre mis hombros, sin despojarme de los pies á la cabeza: mas dura lo moderado. Reformar dos extremos tan distantes, y distintos en un dia, no es fácil, ni tolerable. Si apenas he de poder con el peso de la Cruz, cómo podré traerla con los pies, sobre muy flacos, descalzos? Ya me quitáis, Señor, las flores, ó espinas de la cabeza, no me pongáis las espinas en los pies. Quien siempre ha caminado calzada, cómo (sobre traer delicada la cruz en sus flacos hombros) podrá caminar descalza?
Infinitos seguidores tenéis de la cruz calzados, ó Autor amable, y admirable, del camino de la cruz Yo veo por ese monte subir innumerables calzados con su cruz sobre los hombros, con muy fervorosos pies; antes veo, que muchos que traen calzados los pies, exceden en espíritu, y fervor á otros, que los traen descalzos. Vos, Señor, calzado anduvisteis en esta vida, pues no dijera el Santo Bautista, que no merecía desataros los lazos de los zapatos; si no anduvieseis calzado. Vuestra Madre, Jesus mío, creíble es que andaría con aquella inefable decencia, que pedía su angélica honestidad. Nadie como Vos, y ella han traído con reverencia la cruz. Todos los santos Obispos, y otros innumerables discípulos de la Cruz, los Agustinos, los Ambrosios, Crysostomos, y Gregorios, los Benitos, Bernardos, y los Domingos, la han traído sin descalzarse los pies. Por que, pues, ó Maestro Soberano, á la mayor flaqueza proponéis la mayor dificultad?
De esta suerte abogaba Philotéa, para defender sus pies de las manos del Señor, y desviar la áspera reformación que temía, cuando aquel celestial Maestro la interrumpió, diciendo: Justo fuera propietaria Philotéa, que habiendo arrojado de tu cabeza las rosas, y las lazadas, echases de ella esos discursos de vanidad, y que acabases ya de entregarte á mi, y a mi Voluntad de la cabeza a los pies. Cómo es posible, que puedas traer sobre tus hombros mi cruz estando tu alma tan llena de propiedad? Si á cada paso te resistes á lo que yo quiero obrar en ti, y aquello que yo obro en ti, es ya ponerte la cruz, como has de traer la Cruz, si te resistes de mi?
Lo primero que Yo he deseado quitar de tu cabeza con las rosas, y los lazos, son los discursos superfluos, y vanos con que necia te resistes lo que deseo desterrar de ti, son esas razones, al resistirme mas afeitadas que halladas. Es posible, Philotea, que siempre has de discurrir contra lo que yo te mando? No hallaras razones para seguirme, hallándolas tan fecundas de discurso al perderte, y al perderme?
Tu juzgas, que te han de faltar razones para abogar contra mí, y conservarte perdida, cuando yo te deseo reformada? Cuando faltaron al relajado discursos contra el perfecto? Cuando al propio amor le faltó con que oponerse al divino? Esas razones, Philotéa, son razones no razón; todos esos discursos son discursos sin discurso; son razones buscadas, pero no halladas.
Cree que no te salvarás, Philotéa, discurriendo, sino amando. En las escuelas del mundo se aprende con discursos de entendimiento; pero en la mía solo con la voluntad. Los seguidores de mi cruz gastan muy pocos discursos: dan a la obediencia, Philotéa, lo que quitan al discurso: todo su discurso se reduce á obedecer, y este es su modo de discurrir.

CAPÍTULO VIII

Pregunta Philotéa al Señor, por qué le manda, descalcar, habiendo tantos Santos que le han seguido calzados, y se lo enseña el Señor.

Señor, dijo Philotéa, no permitáis que anden encontrados el amor, y los discursos; pues bien parece, que puede el alma amar discurriendo; antes bien se discurre con gran delgadeza amando. Quién promueve discursos sino el amor? Ni cómo se halla el amor, sin preceder los discursos?
Yo, Señor, como os he dicho, no discurro para resistir vuestra santa voluntad, sino para que vuestra luz alumbre mi entendimiento, y que esa misma caliente mi voluntad. Veo, Señor, que os siguen calzados infinitos Santos con la cruz sobre los hombros, antes bien, que hay mas Santos calzados, que no descalzos. Veo, que innumerables Obispos, y otros de todos estados, y profesiones, Mártires, Vírgenes, y Confesores, Religiosos, Reyes, Príncipes, Anacoretas, Seglares trajeron con pies calzados su cruz, mandaisme vos descalzar, será mucho que mis dudas soliciten vuestra luz?
No hay duda, Philotéa, dijo el Señor, que los discursos no andan con el amor encontrados, y que muchas veces aumentan, y promueven al amor, antes bien en mi camino andan muy unidos entre si el amor, y los discursos. Porque el entendimiento unas veces discurre dando materia á la voluntad para que ame, y otras la voluntad abrasada, y encendida, amando despierta muy amorosos discursos, pero esos discursos, Philotéa, son conforme á mi voluntad, y discursos conforme á mi voluntad, son santísimos discursos. No son así, Philotea, los que tu haces, porque con ellos resistes á tu remedio, y te opones á mi gusto y este modo de discurrir, no es discurrir, sino errar.
No hay duda, que han seguido innumerables discípulos de mi cruz su camino calzados, y no descalzos, pero esos mismos eran descalzos calzados. Traían los pies calzados, y los afectos descalzos. Traían el calzado, no ornamento de sus pies, sino solo decencia dé su persona. Acomodábanse al uso de los demás, por ganar los demás. No buscaban en los pies, ni el abrigo superfluo, ni el adorno, sino solo la decencia. Porque aunque no es indecencia seguirme en su vocación el descalzo con pies desnudos, con todo eso, lo que es decente en su vocación, no lo fuera en otras muchas, sino extraño, ó indecente. Con que los calzados, y descalzos que me sirven, Philotéa, todos caminan descalzos. Pues no ama cada uno en su vocación sino aquello que yo quiero; y el hacer lo que yo quiero, viene á ser la alma de su vocación, y así el descalzo se calzará, y el calzado se descalzara al instante, en conociendo que era esa mi voluntad.
Aquellos que tu ves, que en ese monte suben con mayores cruces, mas ligeros calzados, que no otros muchos descalzos, es porque aunque andan calzados los píes pero tienen mas descalzo, y desnudo el corazón que no los otros, y encendido, y abrasado, y desasido el corazón por mi amor, son los calzados descalzos. Porque aunque me es agradable, y muchísimo, que anden desnudos los pies por mi, pero mucho mas me agrada que ande descalza, y desnuda de propiedades el alma. Bien puede ser andar desnudos los pies, y vestido el corazón de deseos, asimientos, propiedades, y miserias; y en ese caso no curará la desnudez de los pies las llagas del corazón. Por el contrario, bien pueden estar los pies calzados, y desnudo el corazón, y abrasado en amor mío y en ese caso, no dañara al corazón el abrigo de los pies.
La penitencia exterior, Philotéa, toma su valor de la intención interior, y tanto vale, y pesa lo de afuera, cuanto vale, y pesa, y me agrada lo de adentro. De aquí nace, que son vanos tus discursos, y llenos de miseria, y propiedad: porque haces argumento de lo bueno, para defenderte de lo bueno, y hacer á lo bueno vano.
Yo, Philotéa, con pedirte que tomes mi cruz descalza, no trato solo de que me sigas con pies desnudos, porque padezcas, sino porque te descalces de el afecto desordenado que tienes, y con que tan neciamente te amas. Trato de desnudar tu corazón por los pies, y de que comenzando por los pies, se desnude la cabeza, el alma, y el corazón.
Y así, esta diferencia hay de tí a todos aquellos, con cuyo ejemplo quieres defender tu vanidad, que aquellos que me siguen calzados con su cruz, andan así, porque saben que es mi voluntad que anden calzados, y si supieran que era otra mi voluntad, se descalzaran con gusto, y sienten andar calzados para el abrigo, y andan descalzos con el afeito; pero tu tienes el afecto, y propiedad en el alma, y estás tan asida a tu calzado, tan propietaria á tu abrigo, y tan cautiva á tu adorno, tan pertinaz al seguirte, tan temerosa al padecer por seguirme, que no tienes en los pies, sino en lo interior del alma, lo calzado, y superfluo de tus pies.

 

CAPÍTULO IX

Ofrécese Philotéa descalza a tomar la Cruz; mándala el Señor que tome la que le señala y su divina Majestad la ayuda, y comienza a caminar.

Ilustrada Philotéa con rayos de tanta luz, y descalza, se postró a los pies de aquel Divino Maestro, diciendo: Ya, Señor, rendida se ofrece pronta mi voluntad á obedeceros. En el modo, y la sustancia, os serviré como vos fuereis servido. Mandad, Señor, que aquí os oye rendida, y obediente vuestra esclava: ya mis pies están descalzos, descalzad, Señor, desnudad de afectos mi corazón. Resistióse mi flaqueza, pero no mi voluntad si ya no es mi voluntad la misma miseria, debilidad, y flaqueza.
Levántate Philotéa, dijo el Señor, que mi Piedad es mayor que tu dureza: ahora podrás traer sobre tus hombros mi cruz: ahora podrás seguir mi camino: ahora tus pasos buscarán sendas de verdadera salud Llevóla entonces e1 Señor a aquel Santo Campo sembrado de innumerables cruces y señalando una de ellas, la que pareció a su Saber infinito, la dijo: Toma, Philotéa, esa Cruz, y ponla sobre tus hombros, y endereza tus pasos a aquel monte por donde suben todos aquellos a quien deseo que imites en el camino, y fervor. Entonces Philotea respondió: Señor pronta estoy a obedeceros en todo; pero por que no me dais vos la cruz de vuestra mano santísima? Por qué, Señor pues no queréis que sea la elección mía, queréis que sea el levantarla, y poner sobre los hombros? No es mejor que sea toda vuestra, ó Eterno Bien de las almas, elegirla, levantarla, ponerla, y, solo mío el llevarla? No conviene, Philotea, el que; que la levante yo, porque vuestra salvación, y los medios de seguirme, y conseguirme, se obran entre la gracia, y naturaleza, Yo os ayudo, pero vosotros obráis. Yo señalo la cruz de la vocación, pero a vosotros os toca el seguir mi vocación. Yo te señalo la cruz proporcionada á tus fuerzas, y la que elige mi voluntad; pero á tí te toca tomar la cruz á que te llama mi Voluntad.
Está bien, Señor, qué obremos nosotros, y que vos señaléis la cruz, y la vocación; pero qué fuerzas tendremos para tomar la cruz, y seguir La vocación ni para ponerla sobre los hombros, y caminar siguiéndoos con ella, si no nos ayudan vuestras fuerzas á levantarla? Luego mas es menester que señalarla. Podra esta flaca, y, débil naturaleza, si no la ayuda, y favorece la gracia? No podrá, dijo el Señor; pero el día que yo doy la vocación, y señalo la cruz, y tu rendida, y humilde me obedeces, te doy una secreta gracia, y fuerzas para levantarla, y ponerla, y traerla sobre los hombros; porque mi gracia señala la vocación á la cruz, mi gracia señala la cruz en la vocación, mi gracia os esfuerza para emprender el camino, mi gracia os da fuerzas al traerla, mi gracia os anima al servirla, al seguirla, al adorarla, y llevarla.
Oyendo esto Philotea, levanto su cruz del suelo con grandísimo trabajo, y apenas podía ponerla sobre los hombros, cuando gimiendo, y suspirando, dijo al Señor: Socorredme, Bien Eterno, que no puedo con el peso de esta cruz. Dad fuerzas a mi flaqueza, perficione, Señor, vuestro socorro lo que comenzó vuestra santa vocación. Asi como Philotéa dijo esto, se sintió con muchas mayores fuerzas, y con gran facilidad puso la cruz en los hombros con que volviéndose al Señor, le dijo: Qué ha sido esto, Bien Eterno? De donde vino este socorro tan poderoso? Corno levantando ante con tanta dificultad la cruz, ahora tan fácilmente la puse sobre mis hombros?
Esto, Philotéa, lo ha hecho la fuerza de la oración, la cual consigue pidiendo, lo que no puede conseguirse sin mi socorro obrando, ni trabajando. La oración, Philotea, y el pedirme socorro, favor, y ayuda, trae consigo infinitos bienes, y entre ellos, el de hacer suaves, fáciles, y tolerables, y gustosos los santos ejercicios de la vida espiritual, porque mi presencia causa aliento, mi favor fuerzas, y mi socorro valor, constancia, y perseverancia.
Pues, Señor, dijo Philotéa: no va eso con la misma vocación, y luego que disteis aquella primera gracia, para emprenderla, y para levantar la cruz, y para traerla sobre los hombros, no nos dais el socorro para esto? Para qué es necesario mas oración, si ya ha llegado el alma á conseguir lo que pretende pedir?
Hablas como principiante, Philotéa, y como quien ignora el camino del espíritu, y como quien no ha andado por las sendas misteriosas de la cruz. Aunque es así, Philotéa, que doy gracia para que aquel a quien llamo, tome su cruz, y siga mi vocación; pero después de aquella primera gracia al tomarla, es menester mas gracia para traerla, y no dejarla, y perseverar con ella, y defenderse con ella, y en ella contra los enemigos poderosos que se oponen a mis Siervos, para que dejen la cruz; y así necesitan de repetidos socorros, y estos se granjean con repetida oración; y así como cada paso necesita de mi gracia, cada paso necesita de oración: porque sin mí, qué podéis hacer vosotros? Y por qué me habéis de tener a mi, si no os acordáis de mi, y oráis, y pedís, y rogáis, y acudís por gracia á mí?
Y así, el principal fiador de la vocación, y de seguir, alcanzar, y conseguir con valor, y perseverancia la corona que se reserva á los Seguidores valerosos de mi cruz, depende de la oración, porque acudiendo á mi y convirtiéndoos a mí, me convierto yo a vosotros y si á mí no os Convertís, si os olvidáis, si no tenéis memoria de mí, si solo tratáis del mundo y de vosotros, tanto os faltara de mí, cuanto os sobra de vosotros ; y cuanto de mí os faltare, os ha de faltar de fuerza, de gracia, de perseverancia de valor, de constancia, por ser vosotros la misma ligereza, é inconstancia, y para que Vosotros os volváis, y os convirtáis á mí, primero me vuelvo, y convierto yo a vosotros; porque la gracia siempre comienza de mí; y así es cierto Philotea, que tanto tendrán de perfección las vocaciones en mi Iglesia, y tanto tendrán de perseverancia los seguidores, y discípulos de la Escuela de mi cruz, cuanto repitieren la oración, y la presencia divina; y tanto irán descayendo, descaeciendo, y cayendo, cuanto de mi se fueren aparcando, y olvidando.

 

CAPÍTULO X

Prosigue su camino Philotea con alegría, y llega al pie del monte santísimo de la Cruz.

Con este importante aviso, y consejo, comenzó animosa Philotéa su religiosa jornada, enderezando sus pasos al santo monte de la Cruz. Caminaba, no solamente consolada, sino alegre, y aquel horror de andar descalza? por el camino cesó en comenzando resuelta, y determinada a caminar.
Comenzó a reconocer, cuanto mayores son los temores, que los peligros en la vida espiritual; y que todo cuanto se pisa, y se emprende, y se desprecia, se vence, si se comienza pisando, venciendo, y atropellando, y que aquí se ajusta excelentemente al sentido espiritual lo que le dijo el Señor a su Pueblo: Quíd quid calcaverit pes tuus, tuum erit. Cuanto pisare tu pie será tuyo. Como si dijera, será tuyo lo que pisas, si lo pisas, y desprecias, porque por mí lo desprecias, y lo pisas.
Asi Philotéa, luego que piso todas las dificultades, que ofrecía á su temor su flaqueza, se hizo señora de sí, y de ellas, y fueron expedientes los que eran inconvenientes, y victorias sus temores. Cuantos pasos Iba dando por el suelo, tantas veces volvía la cara al Cielo, caminando con la cruz sobre sus hombros, pero en el alma al que murió en ella crucificado por ella.
Comenzó á tener dulces coloquios con el Señor en lo interior de su espíritu, y cuanto mas se acercaba al sagrado monte, tantas mas fuerzas cobraba. Sentía una celestial fragancia, que no solo recreaba, sino que llamaba a gozarla de más cerca. Reconocía en si una notable mudanza, y ya aquellas vanidades, que ocupaban, y llenaban su cabeza, arrojadas con lazadas, y rosas que apartó de sus cabellos, se habían vuelto en santos propósitos, pensamientos, y cuidados de seguir con valor el camino de la cruz, y en pedir gracia, favor, y amor para seguir, servir, y adorar al que le era en su camino compañía, guía, y luz, y los afectos que antes tenia á lo temporal, ya se iban mudando á lo espiritual, y eterno, y ya el corazón negado á las criaturas, iba cobrando amor a su Criador.
Reconociendo en sí Philotea esta súbita mudanza, le dijo al Señor: Qué es esto, ó Maestro, Soberano? Qué mudanza es esta que siento en mi? Qué luces alumbran mi ceguedad? Y qué oculta fuerza alienta, y da esfuerzo á mi flaqueza? Qué olor es este, que no solo me recrea, sino me llevaras si a buscar el origen de esta suavísima ignorancia?
Esta mudanza, Philotéa y dijo el Señor, son efectos de mí gracia, que obra en ti tanto mas, cuanto mas te vas fiando de mí. Yo soy luz del mundo, y en quitando del humano corazón las tinieblas, lo alumbro, lo aliento, lo caliento con mi luz.
Ese olor que tanto te recrea, y aficiona, sale del monte que vas buscando, y es el olor de la virtud, que es amable, y deleitable, y trae consigo esa admirable fragancia. Por que así como los vicios despiden de sí un hedor, y hediondez intolerable, que apesta, y de su misma naturaleza infaman, afrentan, deshonran, y en todos crían aborrecimiento, asco, mal ejemplo, corrupción y otros infames efectos.
Asi por el contrario, la virtud despide de si celestial olor, llama, enamora, y atrae las almas, honra, acredita, alegra, y granjea, y lleva a sí cautivas las voluntades, y cuanto te vas acercando a este santo monte, en donde mis seguidores todos caminan en cruz, y con cruz, platicando excelentes virtudes, como son la caridad, la castidad, la paz, la modestia, la pobreza, la obediencia, la resignación, la humildad, tanto vas participando de gozo, de contento de alegría, de consuelo mas que humano. Y así, Philotea, anímate, camina, esfuerza tu corazón, dilata el animo, fortalécete en espíritu, persevera, y cree, que mis caminos son suaves, mi cruz ligera, y solo dura para aquel que resiste á su bien, mi voz, y su vocación.

 

CAPÍTULO XI

Sube por el monte Philotea con alegría, y consuelo, y vence no pequeña parte de su aspereza.

Con muy acelerados, y alegres pasos, iba prosiguiendo su jornada, Philotea, hasta llegar al principio de aquel eminente monte, por donde socorrida de la gracia, tomó una senda derecha, é iba venciendo dificultades, para llegar á su cumbre. Así como entro, y se hallo entre muchos seguidores de la Cruz, una nueva alegría baño su alma, sobre la que ya traía, y la cruz, que parece que subiendo por el monte debía serle pesada, le era mucho mas ligera.
No veía cosa que no le fuese motivo al perseverar, y proseguir su camino. Aquel suelo, que antes le parecía durísimo, ya lo pisaba, y miraba, y hallaba, y hollaba dulcísimo, y suavísimo. Las espinas, los, peñascos, los riscos le parecían amenidades alamedas, y jardines admirables. La compañía apacible, amorosa, dulce, suave, y; alegre, toda ella manifestando caridad, y cortesía; solo veía la diferencia en los rostros, unidas en todo las voluntades. Oía suavísimas músicas, todas llenas de alabanzas al Señor, y aquello la divertía: otras veces pláticas espirituales, y exhortaciones fervorosas la alentaban: otras, jaculatorias abrasadas, encendidas la animaban. Finalmente, ya la voz, ya el ejemplo, ya la compañía, ya el suelo, ya el Cielo, ya el viento, ya la templanza del clima, ya la suavidad del aire: todo, y cada parte del todo la alentaba en su camino.
Añadíanse a esto los nuevos, y raros conocimientos, que iba recibiendo en aquel sagrado Monte; porque de la manera que las sombras, que tienen cubierta de obscuro velo la tierra, huyen de los rayos que va despidiendo el Sol por la mañana, al tiempo que va formando la Aurora; así el entendimiento de Philotéa iba cobrando nueva luz con cada paso, y abierto los ojos á la verdad con esos mismos ahuyentaba sus engaños, y veía cuan gozosos eran al principio sus discursos, y que apenas nacían con el engaño, cuando encontraban con su daño. Que no tenían mas dilación, que un breve, y ligero contentamiento, apenas visto, y ya desaparecido. Ahora su conocimiento había arrojado por el suelo aquellas murallas de propiedades, y las pasiones que la tenían cautiva, y la que antes, como la encorvada del Evangelio, miraba al suelo, después que el Señor la enderezó, toda su vista era al Cielo, todo su desprecio al suelo, su olvido a lo temporal, sus ojos, sus pensamientos, su alma, su corazón a lo eterno.
Viéndose de esta suerte Philotéa, sin parar un punto en seguir en cruz su camino, ni aun para hablar al Señor, reconociendo otro corazón en sí, nuevo vigor, nueva luz, y nuevas fuerzas, se volvió agradecida a tanto bien, y le dijo: O Maestro Soberano, y qué torpemente yerra quien no se fía de Vos! Qué cierto es, que solo en vos esta el acierto, el camino, la luz, y el consuelo en esta vida! Cada dia, Señor, van aumentando, y recibiendo gracia, y aun gloria, aquellos que se dejan gobernar de vuestros santos consejos, y siguen los movimientos de vuestro Divino Espíritu. Sobre qué merecimientos cae, Señor, tan grande misericordia? Fabricáis, Bien Soberano, edificio altísimo de favores sobre mis ingratitudes, y volvéis beneficios las ofensas? En tan breve tiempo dais, o Prodigio celestial, lo que no merecen eternidades de tiempo? No os contentáis con quitar de las penas, sino dar de la alegría, buscando por el alegría, aligerar de la pena; Dais el mérito al camino, y quitáis la pena que ha de hacer meritorio, con el trabajo al camino? La cruz les aplicáis a los hombros, y quitáis el peso á la cruz que traigo sobre mis hombros? Del peso hacéis ligereza, a las de la misma cruz A los pies descalzáis para la pena, y el contacto es todo de gozo, y gloria? Unas veces aplicáis fuerzas á los flacos pies; otras les ablandáis, y suavizáis el camino. Ando buscando las penas, y no encuentro sino gozo, y alegría. No me diréis, Maestro Soberano, qué es lo que ha causado en mí esta mudanza, mayor que la que tuve antes que entrase en el monte?
Bien pudieras, Philotea, conocer de donde nace este bien, dijo el Señor, y que no viene de ti, sino de mi pues en tí solo ha habido motivos para dejarte, y solo en mí se han sustentado, ofendidos los de rogarte, y sufrirte. Toda te debes á mí, porque todo quise yo entregarme á ti. Dos causas, Philotéa, son las que por favorecerte han concurrido a alegrarte, y consolarte en el monte y entrambas las debes á mi poderosa mano: una de naturaleza, otra de gracia pero aquella toda, y del todo se debe también a esta.
Para que sigas con mas gozo, y alegría tu camino en el monte, que en el valle, antes de entrar te ayuda la misma naturaleza, que favorecida, y vestida de la gracia da mas gozo, viendo que otros siguen este dichoso camino, y que te hallas entre los demás discípulos de mi cruz. Porque no hay duda que es consuelo la compañía, y esta humana naturaleza es sociable, y se alegra siempre con su semejante, y hacer gozo, y da fuerzas, y alegría el comercio de, los mismos ejercicios; y ya el viejo anima al mozo, ya el niño alienta al viejo; y aquello que es división en las personas, es unión en las voluntades, y estos seguidores míos, unidos, y concordes entre sí, se oponen con mas aliento á lo malo, prosiguen con mas constancia en lo bueno, buscan con mas ansia lo, mejor. Y esta es la razón, Philotéa, por que la noche de la Cena, en aquella dulce platica que hice á todo el Apostolado, les dejé aquel Mandato excelente, y nuevo, de que se amasen unos a otros mis Discípulos, como quien les dejaba en la unión, y amor reciproco, y caridad perfecta del ministerio, fuerza, valor, y perseverancia.
Pero todo esto, Philotéa, se debe á mi gracia, que dispone, y alumbra, y guía, y esfuerza, y ¿compaña, y perfecciona á vuestra naturaleza. Y esa unión no fuera unión, ni fuera paz esa paz, ni concordia esa concordia, sí mi gracia no animara, y confortara esa unión, esa paz, y esa concordia.
También el fervor que os doy os facilita el servirme, porque con él cubrís, y esforzáis la imbecilidad, y flaqueza con que obraríais sin él, y la costumbre que hacéis en los santos ejercicios con mi gracia, y con obrarlos por mí, es por mi muy poderosa en vosotros; pero muy flaca sin mí.

 

CAPÍTULO XII

Va prosiguiendo Philotéa su camino, y la sucede una terrible tormenta, y tribulación.

Común es en esta vida de penas, hasta llegar a la patria, hallar la tribulación prontísima á las espaldas del gusto. Continuaba Philotea su camino con la Cruz sobre los hombros, tan socorrida de las influencias de la gracia, que ni el peso de la Cruz, ni la aspereza del monte retardaban sus acelerados pasos. No parece que traía ella la Cruz sino que a ella, y á la Cruz, la llevaba sobre sus hombros la gracia. Cuando habiendo llegado a lo alto de un collado, que hacia disposición en el santo promontorio á otra mayor eminencia, sintió un viento frió, que destemplo su alegría, introduciendo en el alma una tristeza grandísima, y un desaliento notable.
A esto sucedió una obscuridad terrible, como si un velo negro hubiera cubierto su entendimiento, y obscurecido sus potencias, y sentidos. De esta mudanza en lo interior de su alma sucedió debilidad en su cuerpo y la que antes pisaba determinada, y resuelta las asperezas del monte, ya temía, y tenia á las flores por espinas, la Cruz, que le era antes ligerísima, ya no solo era pasada, sino intolerable, y dura; y así como antes no hacia otra cosa, sino discursos de virtud, salud, y vida ya ahora no hallaba especies en su turbada imaginación, para hacerlas de lo bueno, hallándolas á la mano para lo flaco, y lo malo.
Parecióle que era largísimo este camino, y que había mucho tiempo que iba subiendo la cuesta. Volvía los ojos atrás, y hallaba facilidad al bajar, volvialos adelante, y hallaba dificultad al subir. Todos aquellos, que poco antes eran su compañía, y su guía, y su consuelo, se le desaparecieron, y como si no hubiera en aquel monte sagrado sino tinieblas, soledad, y obscuridad, así estaba, sola, triste, y afligida. A todos estos cuidados hacia mucho mayores el considerar, que teniendo presente el padecer, no veía el termino del penar, porque volviendo los ojos á todas partes, veía sendas, despeñaderos, asperezas, y montañas; pero no fin alguno, que motivase esperanza, ni consuelo.
Sobre todos estos males y era el mayor, el habérsele ausentado su Soberano Maestro, y no alegrarle su vista, con que sin guía, sin compañía, sin consejo, sin alivio, todo era tormento, y penas. Comenzó a considerar con grandísima viveza la triste vida, y soledad que pasaba siguiendo un camino sin camino, y una jornada dudosa, que siendo toda penas al andar, no le veía fin, ni termino al parar. Púsole delante su tristeza lo que dejo para, emprender esta vida, padre, hermanas, deleites, hacienda, gustos, comodidades, contentos, todo ello desamparado, por seguir sendas muertas, y duras, abrazada, y oprimida de un madero,
Que es esto, dijo la tentada Philotéa, á donde me ha puesto mi miserable fortuna? A quién busco? A quién sigo? A donde voy? dejando por las espaldas todo lo dulce, lo suave, lo gustoso, y lo alegre de esta vida? Quien pierde padre, patria, hermanas, hacienda, gozo, y contento, qué puede hallar, que no sea tormento, aflicción, y pena? Ni qué fortuna es aquella
que se niega a lo mejor de esto para que nacimos? Gozan mis hermanas regalo, y recreaciones; mi padre es venerado, y respetado, y servido en su Ciudad; mis amigas, mis conocidos, mis deudos, todos viven con honra, estimación, y alegría: yo sola, y triste y ausente, y desterrada sigo esta vida penosísima, y busco entre dificultosos caminos dudosísimas salidas, gasto la juventud en las penas, que podía ocuparen los deleites, y en los gustos permitidos, y negada a honestas recreaciones, me abrazo con asperezas.
En qué estado no estuviera yo contentísima en el mundo? En donde las riquezas socorren, y los gustos recrean los ánimos afligidos: en donde al casado alegra la compañía, al soltero la libertad de su estado, a los hijos el amparo de sus padres, á los padres el consuelo, y alegría con los hijos? O que diferente vida pasara yo en la Ciudad, que en el monte! Qué diversos pasos daba entre las honras, gozos, contentos y gustos, que entre desabrimientos, disgustos, espinas, penas, y peñas! O Dios mío! Quién me puso en camino tan duro, y dificultoso? Asi discurría la atribulada seguidora de la Cruz, pero sin dejar la cruz; ya que no volviendo las espaldas al camino, por lo menos detenida en el camino, revolviendo imaginaciones tistes, y pensamientos de pena.

 

CAPÍTULO XIII

Viene el Señor, y a Philotea la reprehende, y le dice, cuanto mas padecen que ella sus hermanas.

De todos les engaños que padecía el afligido corazón de Philotéa, en mi dictamen era el mayor tener por ausente a su Maestro soberano, por no verlo cuando es cierto, que este eterno Bien de las almas tiene la presencia sin ausencia, y nunca se halla mas cerca, que con los atribulados; y así apenas resolvió en lagrimas sus cuidados Philotéa, y volvió al cielo los ojos, dudosa de lo que haría, cuando acercándose el Señor que oía, y veía aquellos tristes discursos, la dijo:
Qué es esto que oigo Philotéa, ayer fuerte, hoy ya perdida? Ayer resuelta, y determinada, hoy cobarde, y temerosa? Ayer hija de mi gracia, hoy poco menos que sierva vil de la culpa? Ayer los ojos, y pensamientos al Cielo; hoy los deseos y discursos á la tierra? Ayer apeteciendo lo eterno, y lo celestial, hoy lo temporal transitorio y caduco? Ayer conmigo, hoy ya discurriendo contra mí? Un poco de viento basta, Philotéa, á echar por el suelo todo aquel fervor que mostrabas alentada? Un soplo es mas poderoso, que toda tu fortaleza? Dónde está aquella constancia con que emprendiste este seguro camino? En donde aquella resolución, para vencer todas sus dificultades? Al primer golpe te rindes? Al primer peligro te entregas cobarde al daño? No es el camino de cruz? No has de padecer en él? Quieres el mérito, y rehúsas el trabajo? Quieres el discipulado, y huyes de la doctrina, y práctica que se enseña en esta escuela? Quieres la honra, y resistes á la carga Abrazas la utilidad, y te niegas á la pena que causa la utilidad? Con regalos abrazas este camino, y no con penas, siendo camino de penas, que aborrece los regalos? Forzoso es que yo haga toda la costa? No ha de llegar algún dia, en que trabajes conmigo? Subí yo por el Calvario con regalos y dulzuras? Si es dulce el tiempo, me sigues, y si es amargo, me dejas? Y qué discursos son esos que revuelves en tu engaño, y tu daño? Qué dilaciones en el camino, cuando comenzaste ayer, y puedes morir mañana? Qué penas has padecido para merecer una eternidad de gloria? Asi se consigue el Cielo? Por gusto se llega allá? Ni con la cruz en los hombros abrazas los efectos naturales de la cruz? En profesión penitente pides gustos, y te niegas a las penas?
Y qué memorias revuelve esa tu loca imaginación? Qué deleites imaginas dentro del veneno, y muerte? Qué regalos, qué honras, qué recreaciones en tu padre, y tus hermanas? Que sabes sí le afligen dolores, y enfermedades mortales á tu padre, y deseando la muerte, tiene por pena la vida? Qué sabes si ya acabó, y es todo él gusanos, y corrupción? Qué sabes si una mortaja fue todo premio de sus fatigas? Que sabes si un breve obscuro sepulcro ciño todos sus deseos? Y una losa dura, y fría sepultó calientes, y prolijas esperanzas?
Qué sabes si Honoria, ciega con aquella vanidad, y soberbia, que arrastró su corazón, halló su daño en su engaño? Qué sabes si buscando riquezas, honra, y poder, halló toda su ruina en lo mismo que buscaba, y a pocos días en el empleo que deseó su locura, y vanidad, dio al traste con la hacienda, y el poder; y en saliéndose la hacienda de su casa, se llevó tras sí la honra, y quedó una pobre aborrecida, deshonrada, y si no humilde, humillada. Qué sabes si acabó con vergüenza, y confusión, silvo del mundo, y risa de la nobleza, la que entró en una fortuna tan deseada llena de vanidad, ostentación, y riquezas?
Y tu hermana Hilaria piensas, engañada Philotéa, que abrazando deleites, y corrupción, le aguarda mejor fortuna? Si lo rico, y poderoso, y honrado se deshace, qué hará lo que es la misma flaqueza, y debilidad? Qué recreaciones han tenido subsistencia? Que gustos, que pasatiempos no mueren cuando se crían? Cuales no se deshacen cuando se hacen? Cuando se tienen, se dejan, y son pasatiempos porque vuelan, pasan, y llevan volando con el tiempo á la muerte, á la cuenta, á la sentencia. Qué deleites no crían gusanos, y corrupción, y desdichas, y un dolor, y un hedor intolerable
Apenas nace el deleite, cuando en él, y con él se cría la ponzoña, que estaba animando aquel deleite, y acabar un gusto, es comenzar un dolor, y al contento muerde el arrepentimiento, y á la dulzura del gozo, se sigue la amargura de la culpa; y si porfía en su ejercicio vuestra humana condición, con el mismo, y en el mismo perecéis, y acabáis, y hacéis de los gustes cadalso, horca, y cuchillo de vuestros mismos deleites. Mira, Philotéa, que fin, que ejercicio, que vida, qué muerte le aguarda, á tu hermana Hilaria. Estos son los gustos que tu imaginas; y estos que son lazos en tu engaño, persuasiones en tu daño, son en Hilaria aflicciones, y tormentos.
Pues que tales son los discursos con que ciega, y perdida imaginas, y figuras contentos, gustos, deleites en los comunes estados que podías elegir? Dime, Philotéa, á que mano podrás echar, buscando felicidades, que no sea á una de las dos que escogieron tus hermanas? Quieres honras, y grandezas, poder, y riquezas? Serás como Honoria, y acabarás como Honoria, y morirás como Honoria, y serás sentenciada como Honoria. Quieres deleites, y gustos, recreaciones, pasatiempos, y contentos? Serás, y pararas como Hilaria, y acabarás como Hilaria, y morirás como Hilaria, y serás sentenciada como Hilaria. Qué fruto tienen, ni tendrán, ni tuvieren de lo que ahora se avergüenzan tus desdichadas hermanas? El fruto es ignominia, y confusión, tormento, dolor, y muerte, fin muy dudosamente bueno, ó muy ciertamente malo: cuenta delgada, y sentencia rigurosa, y si caen, eterna pena, y tormento pues donde cayere el leño, Philotea, perpetuamente arderá.
Deja ya, pues, ciega Philotéa; mi camino, pues quieres negarte a él. Deja mi cruz, vuélvete al mundo, busca esos gustos, y recreaciones, sigue con Honor, y soberbias, y vanidades, y con Hilaria dulzuras, y pasatiempos, que cuando abrazas el gusto, no abrazas sino la culpa, y cuando abrazas la culpa, abrazas eterno tormento, y pena.

 

CAPÍTULO XIV

Vuelven sí Philotéa, y pide al Señor perdón, y algunos remedios para sus tribulaciones, y se los da.

Mayores tinieblas, y obscuridad de aquellas que padecía Philotéa, debían huir á tanta, y tan grande luz; y así, como quien despierta de un pesadísimo sueño, se abrieron los ojos del alma de Philotéa, y ya alegre, y consolada, sobre desengañada, y confortada, dijo al Señor:
Que dulce que es, ó Maestro Soberano, vuestra voz para el alma atribulada. Bien se conocen, Señor, en vuestra presencia los daños de vuestra ausencia. Claro esta, que ausente mi fortaleza, que sois vos, había de descubrirse mi flaqueza, que soy yo. Cómo ha sido esto, Señor, así dejáis a los que os buscan, y os siguen? Fuese la luz, y vino la obscuridad; fuese el, Sol, sucedió la noche obscura. Volvió la luz; á mi entendimiento, cobró mi corazón su calor, y fortaleza luego que vos os manifestasteis.
No me dejéis otra vez, Señor mío, si queréis que yo no os deje. No apartéis de mí vuestra poderosa mano, si queréis que yo no caiga. Aquellas tinieblas, y obscuridad; eran mías, como esta luz, y claridad es ya vuestra.
No has ganado poco, Philotéa, en tu peligro, dijo el Señor, si has llegado a conocerte. Muy fuerte te has levantado, si conoces que has caído: mas ganas con este conocimiento, que perdiste con la pasada flaqueza, y fragilidad. La felicidad con que caminabas crió en tí vanidad, y presunción y fue menester que esta herida la curase la humildad. No volvió á su hermosura, y frescura la higuera de el Evangelio, hasta que echaron estiércol en sus raíces, La que estuvo á pique de ser cortada por lozana, por infructífera, y vana, halló remedio en el muladar. Ya andarás más humilde, y recatada, viendo lo que tienes, lo que puedes, y lo que eres. Andarás mas humillada, conociendo que estás llena de miserias, flaqueza, y debilidad, y que eres para lo bueno la misma inhabilidad. Vivirás con mucha más dependencia de mi, conociendo que es imposible, que sin mí haya cosa buena en ti.
Todo esto lo entiendo bien, o Maestro soberano. Pero decidme, como debo gobernarme en estos casos? Porque ya el padecer no lo temo solo recelo el caer. Cruz de penas, Dios mío, yo la llevaré con gusto: Cruz de culpas, y caídas es la que no querría que conociesen mis hombros: Qué debo hacer Señor, cuando el viento de la tentación, y de la tribulación oscurece mis sentidos? Cuando se me va la luz, y quedo ciega en tinieblas, flaca, y débil entre innumerables tentaciones, y peligros.
El remedio que tiene, Philotéa, a la tribulación, dijo el Señor, es la premeditación, y tener dispuesto el animo a padecer, volverse a mi, rendirse, humillarse, pedirme favor, y fuerzas, y pensar, que solo de mi mano puede venir el verdadero consuelo, y fortaleza. Si tu, como principiante, no hubieras vuelto la cara atrás, y a mirar a tu padre a tus hermanas, á tu patria, al mundo, y la vanidad, no te hubieras visto en riesgo tan conocido. Volviste los ojos á la tierra, cuando debías fijarlos constantemente en el cielo. Volviste los ojos á tus parientes, cuando habías de ponerlos en mí, que soy tu Padre, tu Esposo, y tu Criador. Volviste los ojos a lo caduco, cuando habías de volverlos á lo eterno. Volviste los ojos a la carne, cuando habías de ponerlos en el espíritu. Qué querrás de esta suerte hallar en el mundo, en la carne, y en lo vano sino engaño, inconstancia, y ligereza, ruina, y perdición? Y así, el primer aviso que te doy en estos casos, Philotéa, es que cuando corriere el viento, y tiempo deshecho de la tribulación, pidas tu socorro á Dios, y como el pollo del águila busca su abrigo de bajo de las alas de su madre; así tu busques tu remedio en mi. Pide, ruega, Philotéa, llama, clama, ama, y no temas sino á mí, que yo, aunque tu no me veas, no solo estoy contigo, Philotéa., sino en ti: y qué hubiera sido de ti, desdichada, si yo no estuviera en tí?
El segundo consejo que te doy, es que tengas siempre presente lo eterno, y lo temporal: lo eterno, para preciarlo, y estimarlo, y pensar que son pequeñas las penas que se padece por ello: lo temporal, para despreciarlo y apartar el corazón, y negarte todo lo posible á él, pensando, que el padecer produce, y cría eterno gozar; y el gozar en esta vida, padecer eternamente en la otra,
El tercero consejo es pedir consejo, y obedecer; porque sin él es muy fácil el errar. El alma resignada, y obediente, Philotéa, siempre vencerá en la guerra del espíritu; y ni el mundo, ni el demonio, ni la carne podrán jamás contra ella.
El cuanto consejo es, que tengas siempre presentes los motivos de padecer, y penar, y nunca se aparten de tu memoria, y obres, y padezcas, y sufras, y penes en su presencia. Padece por mí, pues padecí yo por ti. Padece ahora, por no padecer después. Padece, pues me has hecho padecer.
Por qué no habéis de padecer vosotros, si padecí yo por vosotros? Vosotros hombres, yo Dios? Por que no mucho, si padecí yo infinito? Todo cuanto padecéis es bastante a satisfacer una gota de sudor, que derramo fatiga de buscaros, salvaros, y redimiros? Y por que no habéis vosotros de padecer, si no cesáis de pecar? Por qué no habéis de padecer lo que me hacéis padecer? Pecando siempre, y huyendo del padecer, a donde pensáis parar? Si el padecer es el remedio del pecar, en qué ha de parar el daño, de que anda ausente el remedio? Y si queréis gloria, y al padecer se sigue la gloria, no es bien cierto, que huye con gran prisa de la gloria quien huye del padecer? Y si el padecer es el ejercicio, y el campo del merecer, llegará por ventura a merecer el que huye del padecer? Y si habéis de padecer en esta vida, arrastrados de los vicios de esta vida, no es cierto, que con no padecer por mí os acercáis a padecer eternamente en otra vida, que es mas muerte, que no vida, (pues es vida de mortal, y eterna muerte) y tal muerte, que solo para el penar, nunca se acaba su vida? Estos, y otros motivos, Philotéa, has de tener en el tiempo atribulado, y con ellos te parecerán muy ligeras, y aun muy suaves las penas.

 

CAPÍTULO XV

Pide Philotéa al Señor algunas Virtudes, para cuando fuere atribulada; y el Señor le enseña en las que ha de ejercitarse.

Señor, dijo Philotéa, consoladísima estoy con tan celestiales, y soberanos remedios: pero deseo saber, qué virtudes debo ejercitar en estos casos; porque en tiempo sereno, y claro, el viento en popa, fácil es, Señor, la navegación, pero cuando la furiosa tempestad combate la navecilla, aquí necesito de consejo, de dirección, y de luz.
Lo primero, dijo el Señor, es menester que sepas, Philotéa, (porque no te desanimes) que nunca estoy más presente a las almas, que cuando están atribuladas por mí, y mas si ellas no van á la tentación, sino que la tentación fue á ellas. Porque cuando ellas van a la tentación, y voluntarias se ponen, y exponen a su ruina, buscando las ocasiones de su caído; y perdición, entonces tantos cuantos pasos van dando, para acercarse a lo malo, tanto se apartan de mis reglas, y tanto me voy aparcando de ellos aunque algunas veces mi piedad los detiene, los contiene, y los llama, pero si porfían en buscar la ocasión, y tentación, perecen en la ocasión, y caen en la tentación. Pero si la tentación viene a ellos, ya cuando el Demonio con sugestiones los aflige, ya cuando el mundo los solicita, ya cuando la carne los persuade, y de otras muchas maneras, si ellos absolutamente no me vuelven las espaldas, con ellos y en ellos estoy para defenderlos.
Esto presupuesto, Philotéa, cuatro virtudes principales te encomiendo y las cuales, aunque yo soy quien las da, y las reparte, porque yo solo soy el Señor de las virtudes; pero vosotros sois quien las ha de ejercitar, y recibir, y promover, y pedir, y usar de ellas, y vivir, y obrar con ellas. La primera virtud que has de procurar tener, y conservar, Philotéa, y en la que te has de mirar, y remirar, y registrar sin cesar, como en espejo clarísimo, es en la pureza de conciencia, y de intención, procurando no ofenderme, ni en lo pequeño, ni en lo grande; y no deseando sino agradarme, y servirme, haciendo un presupuesto constante, y fijo de no salir, un punto de aquello, que fuere mi voluntad, señaladamente en lo que pudiere manchar tu alma, ó rendir a lo malo a tu flaca voluntad.
Esta virtud es un cíngulo universal, que comprende todo tu bien, y remedio. Es buena para todas ocasiones, y casos, y tiempos, y trabajos de la, vida, y en ella consiste toda tu seguridad. Esta virtud es la única y principal, y sustancialmente necesaria para el tiempo de la guerra, y de la paz, para el atribulado, y pacifico, para el dichoso, y calamitoso porque pura la intención, y la conciencia, siempre sale el alma en la guerra vencedora, ó mejorada en la paz. Vengan felicidades, vengan regalos espirituales, vengan favores, lluevan sentimientos, y dulzuras, cuida tu Philotéa, al obrar, al pensar, al hablar, al desear, e hacer en todo mi voluntad: anda siempre con santo temor de Dios, y ansia grande de no ofenderle, y cuidado de servirle, y agraciarle, sin desear otra, cosa que su gloria, y con esto en los favores, y regalos, no temerás la soberbia, vanidad.
Por el contrario: lluevan sequedades, y desvíos, y aflicciones, obscuridades, y tentaciones interiores, y exteriores, en tu alma: si tu tratas de servir, de agradar de no ofender a Dios, de darle gracias por todo, si entre esas obscuridades anduvieres firmemente asida a tus reglas, y á los consejos divinos, y á no apartarte un punto de su santa voluntad; cree, que aquellas tribulaciones, y tentación, y congojas, no solo te serán aumento grande de gloria en la vida eterna, sino de mérito, y gracia en la temporal; antes bien, porque té será de mayor mérito, y gracia en la temporal, te será también de mayor gloria en la eterna.
O Señor! dijo Philotéa, quién tuviera la pureza de conciencia, y de intención! Pero cómo podré yo tenerla, siendo la misma flaqueza? Caigo cada momento, Señor; mas caídas doy que pasos. Si la pureza de conciencia es no pecar, cómo podrá conservar pureza quien es la misma flaqueza? No te desanimes, Philotéa, que la pureza de conciencia no es dejar de caer el alma, sino procurar con ansia no caer, y si cae, levantarse a caminar. No es posible sin gracia muy especial dejar de caer las almas; porque esta vida es vida de culpas, y el justo cae siete veces cada día; pero aunque los justos caen cada día, procuran con cuidado cada día no caer, y caídos, se procuran levantar. Aquella ansia de servirme, aquel dolor de ofenderme, aquel anhelo por ejercitar lo bueno, aquella afonía de no incurrir en lo malo, lo paso yo por pureza. Buen soldado es Philotéa, el que en una guerra cruel recibe muchas heridas, y se defiende, y pelea, y si cae, se levanta, y no se rinde: mas gana con el valor al levantarse caído, que perdió por la flaqueza al caer, ó tropezar levantando.
La segunda virtud para todos tiempos, Philotea, es la humildad está te encomiendo mucho, porque es buen; para el tiempo atribulado, y el pacifico. Para el atribulado, porque toda la perdición, y caídas del varón espiritual en las tentaciones, nacen de soberbia, ó de flaqueza; y esta flaqueza va siempre vestida, y revestida de atrevimiento, y soberbia. Pues quién hay que me ofenda, que no sea atrevidísimo, y soberbio, y vano, y loco, ofendiendo a mi poder, atreviéndose, a mi Ser, despreciando á mi justicia, desestimando el castigo, y cuanto en sí es, quitándome la honra, y estimación que me debe, Qué humilde se atreve á esto? Qué humilde osa tomar la espada para ofenderme? Qué humilde se arroja a herir a su Criador? Que humilde no tiembla de mi poder? Qué humilde no se conforma con padecer? Qué humilde tío tiene por grande honor, que yo le envié trabajos? Qué humilde no abraza la pena, y tribulación, como castigo merecido de sus culpas? Qué humilde no se pone en mi presencia como reo, y merecedor de mayor castigo, y pena? A qué humilde le parece grande su tribulación á vista de la grandeza de sus culpas, y pecados?
Ves, Philotéa, cómo la humildad en el tiempo atribulado es áncora segurísima para no perecer en el naufragio? Porque se pone tan baja el alma, y tan deshecha, que todo cuanto le viene de trabajos, penas, tribulaciones, tormentos, tentaciones, lo tiene por grandísima piedad; y respecto de lo que ella conoce, y siente que merece por sus culpas, es sin duda misericordia grandisima. Para el tiempo pacifico, alegre, y de consuelos, favores, y regalos, que yo comunico a las almas que me siguen, es aun mejor, y mayor remedio la humildad; porque los favores que regalan, tal vez por vuestra culpa relajan, y saliendo limpios, y puros de mi mano a vuestras almas, en llegando a vosotros (como el agua clara que toma del perverso mineral) se corrompe lo bueno luego que llega a lo malo.
Hacéis veneno de la misma medicina. Tenéis tal, y tan buena habilidad al perderos, que á cada paso reducís á corrupción la salud. Pues entonces, Philotea, el antídoto de este veneno antiguo, que anda envuelto con vosotros, es la humildad. Porque el humilde siempre conoce, que todo es dado cuanto le doy, y no debido, ni merecido. El humilde, cuando le atribulo, sé reconoce, y se humilla, cuando le favorezco, se encoge, y se recoge a sí mismo, y se reconoce indigno de que yo le favorezca, y en mis misericordias, y á su vista esta mirando y llorando sus miserias, y las lagrimas que despiertan en él sus miserias a la vista de mis misericordias, crían el amor ardiente a tan alta piedad, y misericordia, y le nace ansia de servir, de agradar de vivir y de morir adorando á un Señor, Autor, y fuente de tantas misericordias, perdonador de tantas, y tan grandes miserias, y de lo que el vano saca veneno para su alma, saca el humilde incendios para su amor.
Y así, Philotéa, si es en el tiempo atribulado, humillate: si padeces tentaciones, humíllate: si te persiguen, humillate: si padeces enfermedades, humillate: si te persiguen, humillate: si el demonio te atormenta, humillate: si la carne te acongoja, humillate: si el mundo te solicita, é inquieta, humillate. Por el contrario; si yo con favores te consuelo, humíllate: si te doy luces, gracias, y misericordias, humillate: si te doy regalos, lágrimas, socorros espirituales, humíllate, y cree, que en todos tiempos, y casos es tu remedio la humildad.

 

CAPÍTULO XVI

Propone el Señor otras dos Virtudes á Philotéa, para el tiempo atribulado.

Otras dos virtudes, Philotea, (continuo el Señor) han de acompañar a la pureza, y humildad, que has de tener muy presentes para el tiempo atribulado, que son, Paciencia, y perseverancia. Porque si las dos primeras son comunes á entrambos tiempos estas son mas propias para el triste, y congojoso, y penoso. Porque la paciencia contiene dentro de sí, y de lo interior del alma, la paz conmigo, y con los demás; y esta paz conmigo, y con los demás, es toda la armonía de la vida espiritual, y todo el buen gobierno espiritual de las almas. Claro está que los dos polos de la vida interior, y sobre los que vuelve y revuelve la rueda de sus santos ejercicios, son amor de Dios, y del prójimo; y en la observancia de estos dos santos efectos, y preceptos, prende toda la Ley, y Profetas. Pues la paciencia es una virtud fortísima, humildísima, y mansisima, que en el tiempo atribulado asegura la paz con Dios, y los próximos, y por conservar, esta paz, se llama paciencia, esto es, ciencia de paz, ó paz que causa paciencia.
Bien cierto es, Philotéa, que el que lleva, y padece con paciencia los trabajos, que inmediatamente le envió, de enfermedades, pobreza, muerte, y pérdida de hijos, de hacienda, de honor, sufriéndolos con paciencia; se conserva con gran mérito o en mi gracia, y me obliga y me da gusto, y me causa complacencia el ver cuan pacientemente tolera y pasa alegre su pena, y tribulación. Asi me complacía en mi siervo Job, que no solo padecía con paciencia y conservaba paz conmigo, sino que se ofendía, y se enojaba con cuantos le persuadían, que se enojase conmigo: y a su mujer, que le dijo, que me maldijese, porque yo lo atribulaba, la reprendió ásperamente, diciéndola, que era muy desatinada, y loca, en no querer recibir de mi mano lo penoso, pues había recibido lo dichoso, lo rico, y lo feliz.
Con los prójimos conserva la paz el paciente, cuando vienen de su mano los trabajos y que yo permito le den para su corona. Porque aunque yo envió muchas veces tribulaciones á los justos, para su ejercicio, mérito, salud, remedio, y medicina; pero mas son las que os causáis unos a otros en el mundo, que no las que yo os envió; porque sois tales, que debiendo ser los unos el consuelo de los otros, sois tormento, aflicción, pesadumbre, y cuchillo unos de otros. Y solo con permitir que unos á otros os mortifiquéis, me sobra bastantísima materia, para teneros mortificados, humillados, y afligidos. La paciencia, pues, Philotéa. en este genero de trabajos, que son los mas comunes de la vida, lo que hace es, conservar la paz con aquellos que los causan, y no volverse con quejas inútiles, e impacientes á perseguir a sus prójimos, ni volverles mal, por mal, maldición por maldición, ira por ira, ni venganza por venganza; sino bendecir, si los maldicen, perdonar, si los persiguen, amar, si los aborrecen, con que no hay tribulación, que con la paciencia, no solo conserve la paz del alma en mi gracia, y con los prójimos, sino que no la llene de méritos, y coronas de grande aprovechamiento, y aumento inmenso de gloria.
A esto se añade, que la paciencia que cría paz con los prójimos, y conmigo, con eso mismo cría también paz en el paciente consigo, porque le minora las penas, y los trabajos, pues escoge menores males, huyendo de los mayores, porque si vosotros ponderaseis, y midieseis con justa medida, y peso el dolor de el padecer, con el de satisfaceros, y vengaros, es certísimo, que es mas barato el sufrir, que no el reñir; y mas suave, dulce, y acomodada la paciencia, que la ira, y la impaciencia. Porque el sufrido, con un poco de dolor, y valor en la paciencia, renuncia muchos cuidados en que y se pone (si así no lo hace) y se entrega á la impaciencia; y aunque, al principio lo siente, se consuela, y hace sustento del pan de tribulación, y poco después con mi gracia, hace gozo, alegría, y contento. Pero si quiere satisfacerse, y vengarse, entra en infinitos cuidados, y disgustos consigo, conmigo, y con sus prójimos; y se introduce en una guerra de penas, de aflicciones, de tormentos; y entre culpas, y trabajos, vive una vida más penosa que la muerte.
Y así Philotéa, si vienen los trabajos de mi mano, te has de armar con la paciencia: si de los prójimos, te has de armar con la paciencia; si de los superiores, paciencia: si de los iguales, paciencia: si de los súbditos, paciencia: si enfermedades, paciencia: si dolores en el cuerpo, paciencia: si tribulaciones, penas, y congojas en el animo, paciencia; porque en la paciencia, y con la paciencia poseeréis vuestras almas,
La perseverancia, que ha de acompañar a la paciencia, es mas don, que no virtud, y así depende mas de mi mano, que de la vuestra y porque este altísimo don no se puede merecer, aunque se puede procurar, solicitar, pedir, promover, y esperar, pues claro está, que con la constancia, y la fortaleza, y con servirme, y no ofenderme, me inclináis a que yo os de el don de perseverancia; y así, Philotea, has de hacer un animo fuerte, y constante á lo bueno, y poner en tu alma una ansia, deseo, y cuidado de no volver atrás en el camino meritorio, y penoso de la cruz, y morir antes en él, que vivir reinando adorada fuera de él. Y este propósito bien podrás hacerlo con mi gracia, y este deseo bien puede vivir en tu corazón, y esta ansia bien puede despertar cuidado en ti de no salir de mi voluntad, de agradarme, servirme, y tener memoria de mí, y pensar en mí solicitar mi presencia, pedirme esfuerzo, y gracia; y con esta ansia se cría la fortaleza, y constancia; y esta fortaleza, que es virtud, se hace por mi gracia don, y os ayudo a favorezco y fortalezco, y venís por ella á conseguir el don de perseverancia.
Esta fortaleza te la aplico y principalmente para el tiempo atribulado, porque en él es sumamente necesaria, por ser en el que es el alma combatida; y allí es menester el valor, donde está el mayor peligro: allí la perseverancia, y esfuerzo, donde se padece mas poderosa la guerra; pero este don de perseverancia, si lo quieres conseguir, has de pedírmelo a mí muchas veces; porque es muy hijo de la oración, y ella es quien lo solicita, y negocia, por ser dado, y no debido; y como te he dicho, puede pedirse, y esperarse, y solicitarse, mas no puede merecerse; y de todas las gracias, y dones que yo doy, este es el mas importante, pues aunque todos los dones, y virtudes corren por alcanzar la corona, quien la alcanza, Philotéa, es el don de perseverancia. Y así en tus tribulaciones estás cuatro virtudes te acompañen, y verás cuan dichosamente peticionan tu carrera: Pureza de conciencia, y de intención. Humildad, Paciencia, y Perseverancia, promovida del valor, la constancia, y fortaleza.

 

CAPÍTULO XVII

Prosigue Philotéa su camino, y va subiendo la cuesta del monte con grandes tribulaciones.

Con sumo reconocimiento dio Philotea gracias al Soberano Maestro de tan celestial doctrina, y le dijo: " Vos, o gloria, y luz de las almas, sois Señor, y origen de las virtudes; de vos ha de venir mi remedio, y mi socorro, y en vos solo se alienta mi confianza. En vuestro nombre proseguiré, y en vuestro nombre padeceré, y en vuestro nombre, y vuestra luz, y vuestra cruz venceré: solo os suplico, Señor, no me dejéis, para que yo nunca os deje.
Yo soy, dijo el Señor, tu luz, tu guía, y tu compañía pero no es necesario, para que yo te ampare, y te favorezca, el que tu me toques, ni me veas, ni me sientas, Philotéa, antes para asegurarte mas, has de negarte a la vista, y al sentido, y darte toda á la Fe. Crees, Philotea y que puedo? Ay, Señor, respondió: quien ha de dudar de esa Infinita Omnipotencia? Crees, dijo el Señor, que sabré ayudarte? Ay Señor! respondió: quién había de dudar de esa Eterna Sabiduría? Crees, dijo el Señor, que quiero, y deseo vuestro bien? Ay, Señor! respondió: quien ha de dudar de esa Inmensa Caridad? Pues si crees, Philotéa que puedo, y que sé, y que quiero, por qué has de dudar que estaré siempre contigo? Para qué me quieres ver? Por qué me quieres sentir? Debate en mi, arrojare en mí, fiare en mi, Philotéa, vive en fe, obra, piensa, habla con lo que crees, no vivas con lo que ves, niégate a lo visible, busca siempre lo invisible, y verás como verás, y obrarás.
Contenta, y armada de estas excelentes armas, prosiguió Philotéa su camino, y el Señor á la vista, no a la fe, se le ausentó, iba venciendo muy alentada la aspereza de la cuesta con la cruz sobre los hombros, meditando la lección, y doctrina celestial que había recibido, confortada de una interior confianza, y fortaleza, y así anduvo largo trecho, cuanto volvió otro viento vehemente, áspero, recio, y furioso contra ella, y a combatirla muy terribles pensamientos.
Parecióle que oía que la decían: A donde vas Philotéa, siguiendo un camino sin camino, y un engaño, que todo es tormento, y daño? Que has de sacar de esa no necesaria fatiga? Para qué eliges tormentos, y descalza buscas ásperos caminos? Para qué das tus tiernos hombros a ese pesado madero? Quién te ha dicho, que es verdadero ese camino que sigues, y segura esa corona que buscas; Has visto ese cielo que deseas? Has visto alguno que haya gozado esa gloria, que apeteces? Por dónde quieres creer que hay mas que aquello que ves? Quién es, o dónde esta alguno de aquellos que lo hayan visto? Quién te ha dado nuevas de lo que allá pasa? Quién volvió de los que fueron? Dónde están los que se han ido? Con tanta facilidad, Philotea, te arrojas á creer aquello que nunca viste? Por lo incierto te aventuras, y pierdes el gusto cierto, y seguro? Es mas esto que tu llamas Fe, que una incierta, y obscura creencia de lo que nunca se vio? Si es obscura la Fe, cómo crees lo que es obscuro, y no ves Si no lo ves, cómo te arrojas á creer lo ignorado, como si fuera sabido?
Turbóse al principio Philotéa con estos silvos de la serpiente infernal, y á la cruz que traía sobre sus hombros, añadió otra sobre su corazón, y su pecho, y dijo; Jesús mío, quién se atreve a rentar, y pulsar, y quiere turbar mi Fe! Jesús mío, alumbrad mi encendimiento, y echad de mí estas obscuras tinieblas! Yo creer otra cosa que aquello que vos decís, y me enseña vuestra Iglesia! Yo dudar en vuestra santa palabra, ni apartarme un punto de todo aquello que dicen los Evangelios! Yo apartarme, de lo que me enseñan, y han enseñado los Maestros de la Fe! Yo desviarme de lo que dicen las Divinas Escrituras! Yo negarme á ser hija de la Iglesia Católica, Una, Infalible, Romana, y Universal! Yo creer otra cosa de lo que dicen los Concilios, los Santos, y los Padres de la Iglesia! Yo salir de lo que enseñaron los Apóstoles! Yo admitir otra doctrina, que la de los Santos, heredada; con dichosa, é infalible sucesión, desde que fundo la Iglesia la Sangre de mi Dios, y Redentor, y que será eterna como la Fe! Yo creer otra, que la acreditada con milagros prodigiosos, con la sangre de los Mártires, con la vida santa de los Confesores, con la limpieza admirable de las Vírgenes, ni otra que aquella que con su misma pureza, y sinceridad acredita su incontrastable verdad! Yo creer en otra, ni otra cosa; sino lo que creyó la Virgen Beatísima María y San Pedro, y sus Santos sucesores, y los Obispos Católicos, Directores de las almas, y los ilustres Patriarcas ,y Santos de todas las Religiones. Sí he de creer Doctos, quién como San Agustín, San Ambrosio, San Jerónimo, San Basilio, San Gregorio, y otros Ilustres Doctores Si he de creer Santos, quién después de los Apóstoles, como San Benito, San Bernardo y Santo Domingo, San Francisco, y otros innumerables Varones purísimos, y Santísimos? Si lo que creen los Doctos, y los Santos no me alumbra, y me convence, a quien tengo de creer? A los viciosos? A los perdidos, y malos? A los locos, é ignorantes? Finalmente, yo admitir argumentos contra la misma, verdad! Puede engañarse mi vista, Jesús mío: pueden engañarse al tocar mis manos, y mis sentidos, y facultades, y potencias en esto temporal, y transitorio, que ven solo o no puede engañarse mi corazón, y mi conciencia en la Fe, siempre que creo lo mismo que ella me enseña. Con estás jaculatorias Philotéa Estuvo firme en la Fe, cesó el viento de aquel lado y sin parar caminaba con su cruz: cuando por el otro oído, parece que la decían: Mira, Philotea, que no has de poder tolerar esa vida penosísima. Mira, que es tu naturaleza tierna, grave la carga, largo el camino, áspera la cuesta, sin consuelo la fatiga, si pocos vencen, muchísimos descaecen. Adonde vas desdichada? Qué esperas? Por ventura, tus culpas no son mayores que no tus merecimientos? Una vida de miserias puede purgar, ni purificar, ni satisfacer esa afectada penitencia, hecha a fuerzas de viva fuerza. No obras violentada en todo, nada menos que gustosa, y voluntaria? Cómo quieres merecer con aquello que haces reventando, y contra tu voluntad? Y quién eres tu, para poder obligar á un Señor infinito, ofendido justamente contra ti? Podrás rehusar la sentencia tantas veces dada contra tu cabeza? Padeces desventurada aquí, y has de padecer allá. Consumes tu vida vanamente con inútiles trabajos, y el fin de padecer en este monte de penas, será principio de padecer eterno tormento, y pena por tus gravísimas culpas.
Apenas oyó esto Philotéa y cuando se volvió con el corazón Dios, y haciendo cruces sobre él, le decía: Señor, responded por mí, que es fuerte esta tentación, tanto mayor, cuanto son mas graves, é innumerables mis culpas. Qué duda hay, que merezco mil Infiernos Señor mío? Pero cuando dais al alma lo que merecen sus culpas dando tanto mas de lo que cabe en sus meritos? Grandisímas son mis culpas; pero, Señor, mayores son vuestras penas, vuestras llagas, y vuestros merecimientos. Excede el remedio al daño de mis pecados.
Cierto es a Dios mío, que no he de poder salvarme por mis fatigas sin vos, y que esta cruz, tribulaciones, y penas, no han de ser las que han de ablandar vuestra ira contra mis culpas; sino vuestra cruz, vuestras penas, vuestra sangre, vuestra muerte, y vuestros méritos preciosos. Aun que deseo salvarme, Jesús mío, no pongo en mis obras la confianza de mí salvación sí bien conozco, que debo hacer buenas obras para salvarme. En vuestra misericordia se funda mi confianza. De vuestra piedad nace toda mi esperanza. En vuestro amor se deshace mi temor, cría todo mi amor. En vos, Jesús mío, en vos, y no en mis obras esta el remedio de mis daños, y remisión de mis culpas, y el que yo haga buenas obras. Señor, solo en vos confió y Señor, solo en vos espero; Señor, dadme pureza de conciencia, y de intención; dadme humildad, dadme paciencia, y constancia, y perseverancia. Con estos afectos píos se fue aplacando el viento recio de tan grave tentación, y de esta suerte, la atribulada, y constante Philotéa, con la cruz sobre los hombros, proseguía su camino.

 

CAPÍTULO XVIII

Crecen las tribulaciones de Philotéa, y con ellas vence mas aprisa las asperezas del monte.

En la vida espiritual, y en el utilísimo, y segurísimo camino de la Cruz se alcanzan unas á otras las penas, y tentaciones, para que se alcancen unos á otros los méritos, y coronas. Y así como crece el árbol con el riego, y hacen a los sembrados fecundos las calamidades, y tormentos de el invierno, del arado, de las lluvias, del Sol, de los vientos; así las almas hacen grandes, y fecundas de virtudes las penas, tribulaciones, trabajos, y tentaciones. Antes bien es cosa maravillosa, que en esta navegación se hacen mas largas las singladuras (cómo dice el Marinero) y mas grandes las jornadas, si son contrarios los vientos, que es al revés de la navegación de esta vida, en la cual viento por proa no se puede navegar, y todos lo buscan por popa, para llegar al puerto de sus deseos; pero en la navegación mística, y espiritual, cuando son los vientos por la proa se navega mucho mas así como Si soplasen por la popa, se navega con mas riesgo, y mucho menos.
Esto se vio en la atribulada Philotéa, porque todo el tiempo que subió favorecida, y gozando, no hizo tanto camino, como en media hora que anduvo padeciendo, y sudando, y penando. De suerte, que con seis pasos de atribulada midió mas distancia de aquel santo monte, que no con tiento de alegre, y favorecida. Esto la consolaba muchísimo, y con razón; porque el buen espiritual no ha de medir sus jornadas por el descanso, y el gusto, sino por los pasos, y la distancia, que con las tribulaciones tiene ya vencida del camino, y del destierro para llegar a la corona, y la patria.
También hizo reparo, Philotéa, que cuanto mas la atribulaban, mas fuerzas iba cobrando, y de una victoria salía mas valerosa para conseguir otra victoria, siendo esto al revés del mundo, que al pelear, aun el mismo que vence pierde fuerzas, y sé enflaquece y deshace, y debilita; y la Ciudad batida, y combatida, queda mas deshecha, y flaca, y así sucede muy comúnmente quedar muertos los vencidos, y los vencedores heridos, y destruidos, pero en la guerra del espíritu es al revés: que la Ciudad sitiada, y combatida, y el alma tentada, y atribulada queda mucho mas fuerte, y entera, después de bien defendida, que antes que fuese tentada.
Todavía no dormía el enemigo común, ni se daba por vencido; y aunque veía en el suceso su daño, porfiaba importuno, y duro. Porque á ello le solicitan, y avivan dos espuelas que nunca pueden faltarle, que son su malicia, y confianza. Su malicia, con el odio grande que tiene á las almas, viendo que pueden gozar lo que él vano, y soberbio perdió, y esta le hace que no cese en la pelea. Y su confianza, como el que en nosotros conoce, y reconoce, que es tan grande la flaqueza que juzga, que es imposible que podamos resistir una guerra tan importuna, y cruel; y así padece con menos pena nuestros aumentos, con el riesgo de ganarnos, de nuestra paz y sin alguna confianza de perdernos.
Apenas venció Philotea la primera tentación, cuando le sopló por otro lado un viento fresco, y suave para el cuerpo, desabrido sumamente para el alma; porque oyó que le decía con voz dulcísima, y unos acentos suaves, y delicados: Qué Santa eres, Philotéa Como se conoce bien que eres escogida de el Señor: grande es tu fortaleza, y tus gracias! Ni los Antonios, ni los Hilariones, ni los Domingos, ni los Franciscos fueron mas penitentes que tu. Ellos eran hombres, tu mujer, ellos ejercitados en la penitencia pero tú has corrido mas camino en pocos días, que ello; en cuanto vivieron. Dejas al mundo por las espaldas, y tienes ya a la vista, y en la mano el Cielo, corona, y gloria. Dichosa alma llena de gracias, y de dones. No como tus desdichadas hermanas, llenas de vicios, y perdición. Al fin, ellas en medio del mundo pero tu en lo alto, y encumbrado de este monte, en donde reina la perfección, puedes ser maestra de Santos, por ser tan aventajada discípula de la Cruz. Cuando no hicieras mas en esta vida, para conseguir eternidades de gloria, te bastaba el valor, la constancia, y fortaleza con que has subido penitente, y perfectísima, venciendo la aspereza de este monte, entre tantas tentaciones. Te sobran méritos, y trabajos, Philotéa, no solo para tener, sino para repartir. Y así no tienes que fatigarte, descansa, que ya has vencido, y tienes á tus pies al demonio, mundo, y carne, y ya puede vivir muy alegre, caer, quien así supo obrar, pelear, vencer, y triunfar.
Oía esto Philotéa, aunque en lo interior con algún desabrimiento; pero en lo exterior no le sonaba muy mal, antes bien le parecía, que resonaba en sus orejas una música agradable, y así le aplicaba, no solo el uno a sino entrambos los oídos.
Estaba como embobada, y adormecida, y embelesada a los acentos de las gustosas lisonjas, cuando la luz interior la alumbró, y manifestó el engaño, y acordándose de lo que el Señor la encomendó la humildad, comenzó a exhortarse, despertarse, y animarse, diciendo: Qué es esto que estoy oyendo? Qué esto que estoy pensando? Yo, Jesús mío, buena? Yo perfecta, siendo la misma miseria, y corrupción, y maldad? Yo penitente, que he sido, y soy la misma relajación? No solo torpe, y sorda, sino enemiga relajada de la Cruz? Yo vencer al demonio, mundo, y carne, cuando tantas veces me han vencido la carne, mundo, y demonio? Bien puede ser que venza, y pelee, y que triunfe Dios en mi; mas yo nunca he sabido pelear, ni vencer, ni he merecido triunfar. Y que he andado desdichada, y pecadora por este dichoso monte, donde no soy sino afrenta de los pobladores celestiales que lo habitan, Y si he subido por el, y si he dado algunos pasos, quien me ha traído sobre sus hombros? Quién me ha alentado, y esforzado? A quién debo el no haberme vuelto fugitiva de lo bueno, a perecer en lo malo? Puede haber alma que ha ya hecho á Dios tan terribles resistencias? Peor soy yo que mis hermanas, pues ellas, cuando padezcan algunos engaños, los padecen en el mundo, y dentro del mismo engaño pero yo obro lo malo en lo bueno, y me pierdo dentro de lo perfecto, y seguro, y padezco naufragio en el mismo puerto, y en profesión de Cruz, y de seguir su camino soy perdida, tibia, y mala, esta si que es perdición de suprema magnitud. Señor, habed misericordia de mi: Jesús mío, defendedme de tan pegajosa, y terrible tentación. Señor, yo soy la misma maldad, y fragilidad y si vuestra fortaleza no me ampara, y me defiende, caerá mi flaqueza pensando que es fortaleza, Que hay quien diga que soy algo, Jesus mío. Que hay quien diga que valgo algo? Que hay quien diga, que puedo algo? Que hay quien diga, que no me vienen muy grandes los cañamones, y que no es Palacio Real para mí el grano mas menudo de mostaza? Jesús mío, dadme humildad, y haced, que pues soy mala, y perdida, conozca mí perdición. Jesús mío, entrad en mi, pues sois la misma humildad, y saldrá de mí al instante mi vanidad, y soberbia. Jesús mío, ponedme tan baja, tan pisada, tan conocida de todos, por perdida, y pecadora, tan humillada, hollada, y despreciada, que no tenga parte alguna a donde poder caer. Quiero tan bajo el lugar a donde estar, Jesús mío, que teniendo á donde poder subir, no tenga á donde poder bajar.
Finalmente, Jesús mío, seáis vos mi socorro, y amparo en este trabajo, seáis mi luz, y conocimiento. Dadme en él pureza purísima de conciencia, y de intención. Dadme humildad, y paciencia. Dadme constancia, y perseverancia, para que nunca salga del propio conocimiento en mi miseria, sino solo á adorar, y reverenciar, esa infinita piedad, y misericordia, Apenas acabó de decir estas palabras Philotéa, cuando el viento suave, y dulce se resolvió en intolerable hedor, y tan terrible, que padeció mas con él, que no con la tentación.

 

CAPÍTULO XIX.

Vuelve el enemigo común a procurar expugnar a Philotéa, y quitarla la, de los hombros.

Gran parte de la cuesta áspera había vencido Philotéa, vencida esta poderosa tentación, cuando el enemigo mas atrevido triunfado, que pudiera vencedor, volvió otra vez sagazmente a la pelea.
Sucedió, que al caminar Philotéa con la cruz sobre los hombros, y descalza, tropezó, y cayó con ella pero sin dejarla, aunque fatigada, y herida en los pies con las espinas: y así se procuró levantar, y proseguir su camino; y con esta ocasión, el enemigo silvo a sus oídos estas voces llenas; de peligro, y muerte: Ves, Philotéa, dijo, cómo es imposible que puedas con esa cruz? Ves cómo todo ha de ser en ti caídas, y mas caídas, padecer, y penar para caer? Dejas el mundo, en donde puedes vivir honrada, buena, y santa, caminando a la corona; eliges este camino lleno de caídas, y precipicios terribles; eliges el caer, y te niegas al andar; eliges despeñaderos, dejas la seguridad. Quién te ha dicho, engañada Philotea, que no puedes ser santa, y santísima en el mundo? Quien te ha dicho, que no hay santos casados, y ricos, y poderosos? Quién te ha dicho, que no fue santo Abrahán, Isaac, y Jacob, y David, todos casados, y ricos, y poderosos? Quién te ha dicho que no fue Santo San Luis, San Henrique, Leopoldo? Quién te ha dicho, que en medio del mundo, y dentro de los deleites no hay virtud, y santidad? Deja esa cruz, desdichada, pues no has de poder con ella perseverar. Busca a Dios en lo posible, sigue á Dios en lo que es fácil gózate y goza esa vida que te dio Dios para gozarla, y no para padecerla; que en el mundo, y en sus gustos, y deleites permitidos de la carne puedes hallar seguramente el espíritu, y vencer, y pisar la misma carne.
Oyendo estas venenosas razones Philotéa, ya con mayor luz que antes, volviéndose á Dios, le dijo: Ay Jesús mío! cómo se conoce que son estás palabras de aquel antiguo enemigo, que busca mi perdición! y adorando la cruz, y haciéndola sobre el pecho, le respondía: á que me persuades enemigo de la cruz? A que deje mi remedio, y á que busque precipitada mi daño? Que deje á Dios, y te siga? Traesme pocos ejemplos de justos, que lo fueron entre las felicidades, y callas innumerables de injustos, que se perdieron en ellas. Quien te ha dicho, que seré yo de los pocos, y no de los infinitos? Quien te ha dicho, que yo sigo este camino por salvarme solamente, (aunque por eso es, y era muy justo seguirlo) sino por servir á Dios? Quién te ha dicho, que mi cruz es mi propia conveniencia, sino el padecer por quien padeció por mí? Quién te ha dicho, que aunque no hubiera Cielo con que premiar mis trabajos, no escogiera yo la, Cruz? Quién te ha dicho, que miro á mi conveniencia, al llevar la Cruz de mi Redentor y sino á su santa imitación? Quién te ha dicho, que habiendo de salvarme, ó gozando, ó padeciendo, no quiero yo mas padecer que gozar para salvarme? Quién te ha dicho, enemigo de lo buen o, que no tengo por mejor el padecer en lo bueno, que el gozar, aunque no sea en lo malo? Por ventura, no basta que haya padecido Dios por mí, para que yo gustosa, y consolada, y contenta padezca alegremente por Dios? Y quién dice que padezco, cuando padezco por Díos? No se pueden llamar penas las que se ofrecen á Dios, el penar es no penar, el padecer es no padecer, si se padece por Dios.
La Cruz quieres quitarme, enemigo de la Cruz? La Cruz, que es mí báculo, mi remedio, mi guía, mi luz, mi consuelo, y salvación? Y sí yo dejo la Cruz, qué me queda que tomar Culpas, pecados, desdichas, muerte, tormento, é infierno. Más quiero caer en los caminos de Dios, que ser exaltada en los del mundo. Mas quiero padecer con mi Cruz sobre los hombros, que mandar con el Cetro en la mano, y ceñida la Corona. Mas quiero penas siguiendo á mi Redentor, que glorias no solo ofendiéndole, sino sirviéndole menos. Mas quiero estar en este monte caída, que no sobre el mundo levantada. O Jesús mío! A vos sigo, á vos adoro, en vos confió, conservadme en pureza de conciencia, y de intención. Dadme paciencia, Señor, dadme humildad, fortaleza, constancia, y perseverancia. No pudo el enemigo oír tan nobles motivos al padecer, y viendo esta resistencia, aunque igualmente atrevido, y confiado, pero menos eficaz, se aparto vencido en esta pelea, y Philotéa prosiguió su camino, dando gracias al Señor.

 

CAPÍTULO XX

Vence Philotéa lo más áspero del monte, y llega a unos collados altísimos muy cerca de su eminencia, y comienza a arder en la caridad Divina.

Prosiguió su camino a largas jornadas Philotea, entre muchas, y graves tribulaciones pero con pasos tan determinados, y resueltos, que se conocía bien que iba venciendo vencedora a vencer dificultades.
No hay cosa mas cierta en la vida de el espíritu que aquel soberano monte, que traía el Caballero del Apocalipsi: Vincens, ut vinceret. Venciendo, para Vencer; porque en la guerra, y las batallas del alma, una victoria afianza otra victoria: una corona otra corona; y repetidas victorias de la gracia hacen repetidos triunfos, y coronas en la gloria.
Fue subiendo Philotea, y pasando con grande animo caminos dificultosos, cada dia mas animosa, y mas fuerte, porque la experiencia, y la gracia habían dado mas fuerzas a su virtud, mas aliento á su constancia, y ya el mismo ejercicio la estrechaba en amistad con los trabajos, y penas, y hacia alivio, y consuelo de las mismas tribulaciones, tentaciones, y aflicciones.
Llego finalmente á lo alto de aquel monte, en donde apenas, puso los pies, cuando conoció grande mudanza en su alma: sintiese herir en lo mas profundo de ella, como sí con una saeta le hubieran traspasado el corazón, y luego un viento suave, y dulce de grandísima fragancia llenó, y alegró sus facultades, sus sentidos, y potencias de dulzura, de ternura, y suavidad.
Comenzó á sentir en su alma un ardiente amor de Dios, tan caliente, y excesivo, que ya mas padecía con el amor al sentir, que con la cruz al andar. Qué es esto? dijo mal herida, o bien herida Philotea: Qué fuego abrasa mi corazón? Quién en él ha introducido el incendio que me abrasa? Ay, Jesús mío! Donde estáis, que así herís estando ausente? Si desde lejos abrasáis de esta manera, qué haríais si os acercaseis mi? Ay, dulce bien de mi vida, y que poco merece mi corazón este amor! Cuando, eterno Bien de las almas, un corazón ingrato, y desconocido mereció estos sentimientos? Yo, aquella que dura, ingrata, y desconocida me resistí á vuestra cruz, á vuestra luz, á vuestro santo camino, podía esperar, que vuestro amor dulcísimo me abrasase? Yo, la que por mis culpas merecía eternas penas, podía esperar me abrasase vuestro amor? Pero por qué no, Jesús mío, había de esperar yo abrasarme en vuestro amor, si es vuestro amor el que gusta de triunfar, de vencer, y perdonar ingratitudes, y ofensas, y entre todos vuestros soberanos atributos, de ningunos os preciáis tanto como de perdonador,
Ay dulce Bien de mi alma, quien nunca os hubiera ofendido! Ay, Señor, quien siempre os hubiera amado, y servido, y adorado! Quién nunca hubiera nacido para ofenderos! Quién siempre hubiera vivido para adoraros! Es posible, Bien Eterno, que amáis cosas tan, flacas, y miserables? No bastaba, Jesús mío, el perdonar, sin pasar del perdonar al amar? Y, que cierto es, Bien de mi alma, que me amáis, pues siento en mi corazón, que os amo yo a Vos, mi Dios, pues no os amara, si primero no me amarais vos á mí. Qué baratas, y ligaras son penas, dulce Bien, si las premiáis con el gusto, y deleite de este amor. Mil años de atribulada, no bastan a merecer un instante ligero de enamorada. O cruz, mas fecunda de deleites, que cuantas felicidades ofrece al mundo el engaño. Si así alegras, si así premias, no me admiro que te busquen, Árbol dichoso, los buenos, siendo tan dulce, y tan sabrosa tu fruta.
Raros fueron los efectos que reconoció en sí la dichosa Philotéa, luego que se sintió herida de la caridad divina, porque lo primero: vio que no solo la cruz le era mucho mas ligera que antes, sino dulcísima, y suavísima, porque si antes alguna vez descansara con gran gusto? ya después de herida de ardiente amor, no la dejaría por todo él mundo, y el dejarla aunque fuera por infinitos deleites, fuera de grandísimo desabrimiento, y disgusto.
Lo segundo: reconoció, que las tentaciones comúnmente combatían con menos fuerza, y le impresionaban menos desde que andaba en amor; y aunque el enemigo no se daba por vencido, pero ella caminaba amando, sin detenerse; y como voces, que las oía mas de lejos, le causaban menos penas, y embarazo, y unas veces haciendo donaire de las mismas tentaciones, y otras, sin detenerse á pensar en ellas, constante, y enamorada caminaba siempre amando.
Lo tercero: reconoció, que andaba mucho mas aprisa enamorada, que no antes atribulada; y fue viendo con claridad, que el camino espiritual es todo gracia; y que aunque el penar es bueno, y santo, es mas santo, y mas bueno el amar, que no el penar, porque el penar es medio para el amar.
Lo cuarto: reparó, que el amor que causa gustos, también solicita penas, porque como es amor participado de aquel infinito amor, que quiso penar tanto por nosotros, así como da el amar, da con eso mismo el penar, y apenas llega el amar al amante corazón, cuando despierta dolor, y deseos de penar por el arriado, y de vivir amando, y penando por su amor; y esto se conoció bien en la dichosa Philotéa con los siguientes sucesos.

 

CAPÍTULO XXI

Despide Philotéa de si, con la fuerza del amor y las galas que le habían quedado, y se viste una humilde y pobre túnica.

Crecían muy aprisa en Philotéa los incendios del amor, y como es tan activo este elemento, toda se ocupaba en caminar penando y promoviendo el amar, para padecer amando, por dar mayor aumento al amor. En uno, pues, de los días, que mas calientes le abrasaban sus llamas, se miró á sí, y reparó, que aun traía las galas de su vestido que no quiso rendir a la vocación; y mirándose enamorada, y lucida, y con galas en el cuerpo, y con amor á su Maestro en el alma, le pareció tan grande esta fealdad, que viendo en unos espinos una túnica muy humilde deslucida, que sin duda fue despojo de alguna penitente, y amante seguidora de la cruz, fijando en tierra Philotéa la que traía a los hombros, despojándose sus galas, y vistiendo aquella túnica humilde, decía : No es justo, dulce Jesús, que adornen galas mí cuerpo, cuando vos estáis pobre, deslucido, y penando en una cruz. Cómo cabe andar con lucimiento la esposa, y con penas, y con tormentos su Dios, y su Redentor?
O necia, y desdichada de mí, que tanto tiempo me han infamado estas galas, mas propiamente locuras, y desatinos! Yo sedas? Yo oro? Yo colores vanos, ni otro color, que aquel que mi amor abrasa? Es posible, que, ha tolerado mi engaño el caminar tanto tiempo con la cruz sobre es, la relajación? Es posible, que á vista de tanta luz haya andado torpe, y ciega? Pero qué mucho lo tolerase mi engaño, si lo tolero mi dueño, y dulcísimo Jesús? Ay Señor piadosísimo, y dulcísimo, y cómo no tiene términos vuestra paciencia, y allí llegáis vos con ella, donde llega vuestro amor! Cómo, dulce Bien mío, habéis tardado venir Cómo no llegó mucho antes a desnudarme de mí locura el amor? No quisisteis que fuese antes, porque con mayor alegría arrojase yo de mí estos ciegos devaneos, y sufristeis tanto tiempo vuestro agravio, para dar al mérito más valor.
No veo cosa, ó Eterno Bien de las almas, en vos, que no me encienda en amor. Al sufrirme vuestra incansable paciencia; al perdonar esa inefable piedad, al dar esa largueza infinita; y al amar esa inmensa caridad. Qué poco os ofrezco, Jesús mío, en ofreceros estos vestidos, galas Pues qué es daros cosa tan vil para gozarla, y tenerla, y solo preciosa para dárosla, y dejarla Lo que os ofrezco, o Eterno Bien de las almas, es el dolor, y la pena increíble que me aflige, de haber tardado en dejar lo que nunca fuera bueno haber tenido; ni poseer, ni vestir, lo que solo es tolerable tenerlo para dejarlo, e intolerable tenerlo para tenerlo.
Apartaos de mi, o infeliz ornamento de mi cuerpo, daño, y embarazo penosísimo de mi alma. Apartaos de mi, y volved al mundo á vestir vanidades, y adornar, y dorar deslucimientos de adentro, con galas, y locuras por afuera. No quiero parecer más de lo que soy. Pobre nací, y pobre quiero vivir, y morir. Quiero ser, y no quiero parecer; quiero trocar por el ser el parecer. Apartaos de mí riquezas, ostentación, vanidad, y los demás instrumentos desdichados de la culpa porque yo pobre, y desnuda, y descalza, me abrazo con la pobreza. O Virtud soberana, y celestial! que das mas con lo que quitas, que quitas con lo que das! O Madre de las virtudes, desembarazo del alma descanso, y comodidad del cuerpo! O virtud consagrada por Jesus dulcísimo, en el pesebre desnudo, confirmada por Jesús, penando desnudo en cruz! Desde el nacer al morir te acredito, y alabó, y te encomendó a las almas el Redentor de las almas: no quiero para vestir, y vivir, sino aquello que escogió mi Maestro Soberano, para aprobar, y alabar al nacer al vivir, y últimamente al morir.
Dicho esto, volvió á tomar su cruz Philotéa, y dejó á la vanidad las galas. No es bastantemente ponderable lo que crecieron sus fuerzas con esta resolución, y la ligereza, y santa soltura, y fervor, y alegría, y gozo, y contentamiento con que iba venciendo la aspereza del camino. Parecíale, que habla echado de si una montaña de plomo, con haber arrojado aquella poca de seda, y de oro que la adornaba. Parecíale que haber desnudado el cuerpo de lo precioso, y haber echado de sí lo lucido, lo rico, lo vano, y lo temporal., era haber vestido su alma de lo bueno, de lo santo, y de lo eterno. Adoraba, y besaba muchas veces aquella túnica pobre, como si en ella adorara la pobreza del Señor.

 

CAPÍTULO XXII

Vuelve el tentador a afligir a Philotéa: ella se defiende, y llama a su Maestro Soberano.

No duerma el espiritual, ore, y vele, y entienda que hasta morir, y lo que es mas, hasta haber rendido la vida á la muerte con el aliento postrero, ha de padecer tormentas, y tempestades, y ha menester pelear. Caminaba Philotéa con su túnica, y su cruz, descalza, ligera, humilde, y alegre, venciendo la áspera cuesta, cuando la detuvo un poco una música suave, dulcísima a sus oídos, en la cual le cantaban la gala, y las alabanzas de aquel heroico desprecio de sus vestidos, y haber dejado con tal constancia lo vano, y mundano, y menospreciado el mundo, siguiendo determinada, y contenta la pobreza, y la humildad.
Bien podía conocer Philotéa, que no era buena la música, pues la iba deteniendo en el camino de la cruz; pero se hace tan fácilmente nuestra propia voluntad de los aplausos, que cuando mas sacudida le parece se niega a las alabanzas; mas cautiva, y rendida, tal vez las admite, y las abraza. Trae consigo el obrar bien (y mas si es heroicamente) una exterior excelencia y ó una interior elacion, tal, y tan grande, que si la alma no anda atentísima á humillarse y confundirse, puede perder mas en lo santo, que pudiera en lo peor.
Eso pretendió el enemigo común en Philotea; porque viendo que había obrado esta heroica, y santa acción, dentro de ella quiso formar su ruina, y reduciendo á prosa el acento de los versos, con otro asunto notable, encubriendo secretísimo el veneno, y descubriendo la cara, dio fuerza á la tentación, diciendo: ya escapaste de mis manos, Philotéa: ya me venciste: ya pudo mas tu virtud, que mi porfía: ya no tengo de donde asirte: soltaste las galas que eran mías, y te has vestido de Cristo, como pudiera otro Pablo. Ay de mí! Que me venza una doncella, y que pueda un sexo blando, y suave tolerar tal penitencia, desnudez, desasimiento, y pobreza Que una pura criatura sea tan santa, y perfecta! Que así se desprecie el mundo Que así se pise todo lo rico, lo poderoso, y lo grande! Que ya no pueda caer, y esté tan alta, tan soberana esta alma, que no la pueda alcanzar! Que así se me haya escapado una alma que yo tuve entre mis manos! Que haya pasado con la gracia mas allá de los peligros! Que esté tan lejos de lo imperfecto, cuanto menos de lo malo, que ya solo puede obrar lo santo y perfecto, y bueno! O poder injusto, y terrible de la gracia, que así despojas mi Reino, y haces impecables las personas; y no solo les das gracia, y con ella muchas gracias; sino que las confirmas en gracia, y en innumerables gracias!
Suspensa oía esto Philotéa, y blandamente este veneno, desde los oídos se le iba acercando al alma porque le median la altura en que se veía y le ponderaban su pobreza, descalcez humildad, su desnudez, su desasimiento, y Cruz. Poníanle allá muy lejos al mundo, para que ella se viese lejos de él, muy alta, y muy soberana; y luego se le ofrecían, comparado con su excelente virtud, muy cerca, para que lo viese vestido, y calzado de riquezas, ardiendo en pasiones, devaneos, y locuras, al tiempo que ella seguía desnuda, pobre, y descalza perfectamente el camino de la Cruz, porque con eso quedase vana, y soberbia. En aquella suspensión le proponían grandes contraposiciones, desde el uno al otro extremo, para vencer su discurso á que concluyese, que todos eran pecadores, y perdidos, y solo ella era la santa.
Fue lo mismo, que ponerle en la eminencia de un monte, sin que viese el precipicio terrible, que estaba á dos pasos del peligro, para que lo que ella juzgaba seguridad, lo experimentase terrible, y mortal ruina. Tan cerca está de caer de lo santo el más santo, si no lo tiene, y contiene de su poderosa mano con la humildad, el que es el origen de toda la santidad, y el esencialmente santo.
Pero en medio de estas tinieblas, como ya ardía en divino amor Philotéa, despidió una centella del alma, y con ella tanta luz, que volviéndose a Dios, dijo: Jesús, Señor, que peligro! Tenedme, Dios, mío, de vuestra mano. Qué precipicio tan terrible! Qué lazo, qué caída tan horrible! Yo, que no puedo pecar, siendo la misma miseria, flaqueza, y debilidad! Ya he caído, si llego á pensar de mi, que no caeré fácilmente todo el tiempo que me apartare de vos, ó me fiare de mi. O Jesús mío! cómo es posible, que llegue á pensar una alma que de suyo no caerá, habiendo experimentado tan miserables caídas? Cómo puede el cuerpo, lleno de heridas, pensar de si que no puede ser herido? Tengo dentro de mí un fomento, de culpas, pecados, y desventuras, y podré, llegar á pensar, é imaginar que no caeré, cuando dentro de mí vive, y reina la misma debilidad? Y qué he hecho dulce Jesús, en Vestir la pobreza, y dejar la vanidad? Ha sido mas que dejar cuidados, penas, y desabrimientos, y abrazar la gloria, contento, y paz?
Por ventura, no soy Vuestra deudora, y vos mi acreedor, Jesús mío, en lo mismo que yo he obrado? Por ventura, no es mas lo que vos me disteis, que no lo que yo dejé? Por ventura, solté yo mas qué Un poco de vanidad embarazosa cuando Vos disteis á mi alma gozo, contento, alegría? Ay Jesús, y Señor mío, quien tuviera mucho más que daros, no para que vos me dieseis por ello lo que acostumbra vuestro poder, querer, y saber; sino para dároslo, y dejarlo solo por vuestro amor, y por vos! Y no solo no nos debéis, Bien mío, lo que he dejado, sino que el mismo dejarlo os lo debo todo a vos. Pues cómo pudiera yo dejarlo, si vos al dejarlo me hubierais dejado á mi? No tengo mas vida, Jesús mío, de aquella que vos me dais. No hay virtud en mí, Si vos no la ponéis, y la sustentáis, y la defendéis de mí. No tiene el tiesto las flores, si no las planta, y las riega la mano del hortelano. Estiércol soy, un poco de tierra soy; vos Hortelano Divino, ponéis lo que queréis en mi alma: vos lo plantáis, lo regáis, y lo que es mas, dais la virtud interior para que crezca en el alma. Vos sois el alma de mi alma, y como ánima al cuerpo mí alma y Vos, Dios mío, animáis con vuestra gracia a mi alma. No tiene mi alma más vida, que aquella que vos le dais. Gobernad mi alma, Señor. O, nunca salgáis de mi alma Ayudadme, amparadme, favorecedme, dulce Jesús de mi alma, que no puedo tolerar cosa alguna en que os ofenda, ni dejar de desear todo aquello en que os agrada mi alma,

 

CAPÍTULO XXII

Consuela el Señor a Philotéa, y ella con dulcísimas razones manifiesta el amor que abrasa a su alma.

Ninguna cosa es mas cierta en esta vida, que estar muy cerca el Señor de aquellos que le llaman, y le invocan; y así, apenas Philotea acabó sus tristes quejas, cuando manifestándose su Maestro Soberano, le dijo: Qué penas, y sentimientos son esos que te afligen , Philotéa? Qué traje es este tan desigual al que antes tanto amabas, y traías? Donde están las galas que te adornaban? Como has dejado en mi ausencia lo que rehusaste dejar fuertemente en mi presencia? Quién te despojó de aquellos ricos vestidos, y te ha dado esa túnica deslucida, humilde, y pobre? Quién ha podido contigo mas que yo? Persuadida de mí te negaste á dejar tus galas, y tus riquezas, y ahora sin mi persuasión las has dejado, despreciado, pisado, y desnudadote de ellas, y te abrazaste, y vestiste de pobreza? Quién ha hecho este despojo? Quién ésta transformación? Quieres ahora, Philotéa, dejar la cruz? Quieres volverte con tus hermanas al mundo? Quieres trocar lo amargo por lo suave? Lo penoso por lo alegre, y lo gustoso?
Ay, Señor respondió la enamorada Philotéa, quién tendrá fuerzas para dejaros, y quién puede negarse ciega á seguiros! Qué otra vida es esta, Jesús mío, de la que antes me afligía! O como me alumbra otra luz, y me abrasa otro calor! O como veo, Dios mío! los pasados devaneos! O como llora, y siente mi alma haber tardado á seguiros, y muere de pena de haber retardado el adoraros Tarde os conocí, dulce bien mío: tarde os conocí, alegría de las almas;
tarde os conocí, hermosura antigua, y nueva. No se cuente en el tiempo el tiempo en que no os seguí, cuanto menos, cuanto más el tiempo en que os ofendí.
Qué quejas son estas, preguntáis, dulce bien mío? Qué quejas han de ser, sino los afectos amorosos que me afligen, y me aquejan? Qué quejas, sino suspiros de las heridas que siente mi amoroso corazón, llagado por vuestro amor? Qué quejas, sino llamas ardientes que arroja mi alma, no pudiendo tolerar el incendio que la abrasa? Matáis las almas de amor, y queréis que no se quejen? Atormentáis corazones, y prohibís los suspiros?
Y quién me había de despojar propietaria, y loca de mis necias vanidades, sino ese Divino amor? Quién sino vuestra pureza desnudar de mi impureza? Qué otro amor? Qué otro poder? Que otra mano podía rendir, y despedir, y desterrar mi propiedad, y mi amor engañoso, ciego, y vano, sino esa dulce mano? Qué otro poder, sino esa vuestra caridad? Lo que no pudisteis vos, dulce bien mío, pudo, acabó, y venció vuestro amor, porque es (sí así lo puedo decir) vuestro amor mas poderoso que vos. Pero bien puedo decirlo, pues siempre obra con vos vuestro amor, y sois vos el mismo amor, y nunca os mostráis tan poderoso, como cuándo enamorado.
Entró vuestro amor adentro, y pudo más desde adentro, que de afuera, porque halló menos resistencia adentro. Ganasteis la fortaleza, y castillo de mi terrible dureza, y habiendo entrado el dulce, y fuerte conquistador en la plaza, no ha podido resistirse el corazón cautivo, y aprisionado, y así obedece rendido. Antes, Jesús mío, persuadíais por afuera, ahora ya la elocuencia habla, y persuade allá dentro. Introdujisteis el dulce fuego en el alma, abrasáis la casa por el inferior, y no han de salir las llamas por las ventanas? Como era posible traer el peso de los vestidos vanísimos con tan ardiente calor? Vuestro amor me ha despojado, Jesús mío, vuestro amor me ha desnudado de lo rico, vuestro amor me ha vestido de lo pobre, vuestro amor me ha salteado en el camino, y robado los vestidos, el alma, y el corazón.
Y cómo me preguntáis, Jesús mío, si quiero dejar la Cruz? Por qué no me preguntáis primero, si quiero dejar la vida? Yo dejar la Cruz, Señor, que es todo mi consuelo, y alegría? Yo dejar la Cruz, que es todo mi alivio, mi socorro, y mi remedio? Yo dejar la Cruz que Vos amasteis, y trajisteis, y ni rogado que la dejaseis, y os creerían, la dejasteis? Yo dejar la Cruz, que es el canal por donde vino el amor de Vos a mi corazón? Yo dejar la Cruz, que es la prenda mas segura de mi esperanza, mas poderosa de mi fe, mas ardiente de mi amor? Primero me falte, Jesús mío, la vida, que no la Cruz. Escoged de mi, Jesús mío, todo lo que Vos quisiereis, mas no me quitéis la Cruz. Como me dejéis la Cruz y llevadme allá el corazón, y si no me lo lleváis, aquí en la Cruz con Vos, Jesús mío, lo hallareis.
Ni el cielo, ni la cierra, ni lo alto, ni lo grande, ni lo rico, ni lo poderoso, ni lo dulce, ni cuantos deleites, recreaciones, contentos, gustos, grandezas, riquezas hay en el mundo, alegran como la Cruz. Su amargura es mas dulce que no la misma dulzura: sus penas son mas suaves que la misma suavidad: sus tormentos consuelan, y alegran mas que no los mismos contentos; a todo, Señor, me niego, sino á Vos, y a vuestra Cruz.
Y también me preguntáis, dulce Jesús, si quiero irme al mundo con mis hermanas? Adonde iré, Jesús mío, que tienes palabras de Vida eterna? A dónde iré, si dejo la gloria por las espaldas? A dónde iré, si os dejo, dulce Jesús? A dónde iré desdichadas sino a la muerte, si dejo á la misma vida? Ay Jesús mío, quién ha de saber dejaros, herida de vuestro amor! Qué dulcemente preguntáis, Dios mío, lo que sabéis! Prendáis, Jesús mío, y prendéis mi corazón, y luego preguntáis, si quiero irme? A dónde tengo de ir, mi Jesus, sin corazón, A dónde iré, Jesús mío, sin Jesús?
Cautiváis, y aprisionáis a mi alma y echando otro candado mas fuerte a la cadena, y los grillos, preguntáis si quiero irme? Parece que habíais de preguntar, Dios mío y si puedo irme? Ni puedo irme, mi Jesús, ni quiero irme. No puedo irme, si no vais conmigo Vos, No puedo irme al mundo, porque ya vuestro amor parece que me ha quitado la facultad de dejaros. Ni quiero irme, porque ya mi corazón, ni quiere, ni desea, ni pretende, sino adoraros en Cruz.

 

CAPÍTULO XXIV

Responde, y corresponde el Señor a las finezas de Philotéa, y la anima con que ésta cerca la corona.

Con grande gozo estaba oyendo, y viendo el Maestro soberano las finezas, y ardientes razones de la amante Philotéa, ya enamorada discípula de la Cruz, cuando interrumpiendo, le dijo: Ves, Philotéa como se engañan, y pierden todos aquellos que no se fían de mi? Ves como es dulce, suave, y alegre el camino de la Cruz? Ves como esta corteza exterior oculta una dulzura sabrosísima interior, y superior? Mira ahora qué engañada discurrías, cuando tantos argumentos hacías contra la Cruz.
Señor, dijo Philotéa, entonces hablaba como quien ni veía, ni sabia, ni entendía que era cruz, ciega, ignorante, y perdida. Ahora veo, y he tocado con las manos su virtud. Ya no parece que abrazo este misterio, porque lo creo, sino porque lo veo, y prácticamente se ha introducido en mi alma.
Prosigue pues, Philotéa, dijo el Señor, y cree que está cerca tu corona. La vida es breve, y va volando a la muerte. Ya deseo que tengan glorioso premio tus penas. Camina ahora que tienes luz antes que lleguen, acabándose el vivir, las tinieblas del morir. Espera, Philotéa, que á la luz, y á la cruz, y á la vida, y al empleo de servirme, ha de seguirse la corona de gozarme. Cuantos pasos vas dando con la cruz sobre los hombros, buscándome, y sirviéndome, y Siguiéndome, tantas jornadas haces, y tanto mas te acercas á la gloria, y la corona. Presto llega quien no para. Persevera Philotea, que no ha de dar muchas vueltas el Sol al Cielo, y al suelo, que no goces del premio, y la corona en el Cielo, de aquello, que por mi has padecido en la tierra. Si antes te oprimía el peso de la cruz, ya será tu alivio, y ligereza la cruz. Consumirá el fuego de mi amor las humedades que quedan en ti de tí, y con eso se consumirán también las del peso de la cruz. Ves esa agilidad, y ligereza, y aliento, y fortaleza que te anima; todo nace de que mi amor ha aligerado la cruz, enjugando la humedad que en sí tenia, y esa dependía de estar tu corazón tan pesado, y cargado de deseos. Con lo que quito del peso en vosotros, y con lo que mi amor despide de vuestro amor, aligero yo la cruz.
Porque vuestro propio amor quita las fuerzas, y debilita el sujeto, y sin ellas os parece pesadísima; pero mi amor, quitando esas propiedades, y ocupando su lugar, cría fuerzas, y valor, constancia, y perseverancia, y con eso pesa nada la cruz. Cada día, Philotéa, más, y más andarás, porque cada día será más encendido tu amor. Llegarás, Philotea, a desear padecer, porque llegaras á tener por amar el padecer. Muy raros son los que han llegado á la eminencia de este monte, donde corren los aires dulcísimos del amor, que hayan dejado mi amor. Raros son los que llegan a enfermar de esta dolencia, que no mueran dulcísimamente de ella. Raros vuelven á los amores mundanos, que hayan gustado de los amores divinos. Y digo raros, y no todos, Philotéa, porque temas, y te humilles, viendo que puedes caer.
Digo raros, porque procures ser de los muchos, y tiembles ser de los pocos. Digo raros, porque siempre obres, y vivas con dependencia de mí, y que andes, y camines entre el temor, y esperanza, asida muy fuertemente de mí. Porque así como son raros los que se salvan, respeto de aquellos que se condenan, pues son muchos los llamados, y pocos los escogidos así en llegando á dar yo a las almas sentimientos, y afectos dulces de amor, caminando en cruz con cruz, y amando siempre la cruz, son raros los que la dejan, y muchos los que se salvan. Pero así como deben temer los pocos escogidos de mi vocación el caer en esta vida, y que no vengan á ser de los muchos no escogidos, aunque fueron como los otros llamados; han de temer, y recelar los escogidos de mi amor, el que no vengan a ser de aquellos, que negados á mi amor, habiéndolo ya tenido, siendo llamados, no fueron por sus culpas escogidos.
Y así persevera, teme, y ama, Philotéa, camina con pasos puros, y santos, sígueme, y sírveme con amor, y temor reverencial, muy cerca está tu corona, no es poco lo que has andado, treinta veces ha dado su vuelta el Sol, alegrando entrambos Polos en este tiempo, que te parece tan breve, y por aquí verás cuan dulce, y suave es el trato interior de Dios; y dicho esto desapareció el Señor.

 

CAPÍTULO XXV

Prosigue Philotéa su camino, padeciendo grandes ansias, y penas con el amor.

Quedó absorta, y suspensa Philotéa, y admirada de que hubiese corrido tanto tiempo en las interlocuciones con su amado, cuando ella juzgaba, que no había sido de treinta días la distancia que midió, volviendo al Cielo los ojos, dijo: O Dios mío, y que barata dais la gloria de serviros, y adoraros, y con ella la de gozaros, y veros! Queréis Piedad infinita, que sea eterno el gozar, brevísimo el padecer. Amáis de manera a vuestras almas, que las hacéis muy breve lo transitorio, é inacabable lo eterno. A dos pasos de penar muy levemente, ponéis la corona de gozar eternamente. Pero apenas dijo esto Philotéa, cuando comenzó a sentir inflamarse su alma en ardentísimo amor, y con él secretamente venia envuelto un fortísimo
dolor de la ausencia de su bien, que poco antes se ausento de su presencia, y creciendo el sentimiento, al paso que iba creciendo el amor, iba creciendo el dolor, y la pena, y el tormento, y sin poder contenerse, ni tolerar tal dolor a y tal amor, resuelta en lagrimas, y suspiros decía:
A dónde Señor, os fuisteis, y me dejasteis? Por qué dejáis á quien os ama, y adora, cuando es tal vuestra piedad, que buscáis a quien os hiere, y ofende? Buscoos yo, y dejaisme vos? Dejáis heridas las almas, y luego os escondéis de ellas? Arrojáis el fuego á los corazones, y os ocultáis fugitivo, como si fuera delito? Qué mas pudiera yo hacer, Jesús mío, al ofenderos, que vos al herirme a mí? A y gloria mía! Ay luz eterna! Ay fuego, que luces, ardes, y alumbras, y abrasas, y no consumes, y dulcemente atormentas! Ay fuego, que me flechas con tus rayos, y centellas, y te unes con la herida! No parece que sois la flecha, ni el flechador, sino la herida, dulce Jesús de mi alma. Asi se junta la herida con la saeta, la saeta con mano, que causa la dulce herida! Ay herida! Ay llaga, que matas cuando das vida Ay vida, que cuando das vida matas Jesús mío, qué veneno introducís con el amor en las almas, cuando así las herís, y las flecháis?
Qué amor es este que esta lleno, de dolor? Que dolor es este, que regala cuando esta muriendo de amor? O amor de mi Esposo soberano, y celestial! No sé si te llame amor o dolor. No eres dolor porque regalas, deleytas, y recreas y enamoras. No eres amor, pues que me hieres, y me atormentas, y matas. Eres amor, pues que enamoras, y alegras. Eres dolor, pues me afliges, y maltratas. Pero ay, Señor, qué delirios, o delirios son estos del corazón que os adora? Qué efectos son estos de vuestra ausencia, que solicitan llorando, penando, y amando vuestra presencia? Por que os fuisteis, Jesús mío? Es, acaso, porque yo ingrata, y dura, y ciega tantas veces os dejé? Es acaso, porque mis culpas solicitaron mi, ruina, y vuestra ausencia? Si mis culpas, Jesús mío, os ofendieron, ya mis suspiros os llaman. Ya pide mi amor, ya solicitan mis penas en vuestra dulce venida el alivio a su dolor.
Cuándo os negasteis, ó Medico celestial, á los enfermos que os llaman, y mas cuando están heridos de mortales accidentes? Herida, estoy de culpas, y de dolor, y de amor. Nunca mas seguro os tengo, Misericordia infinita, que cuando os he menester. Nunca mas pronto vuestro socorro, que cuando lo pide el necesitado Señor, venid que me muero por haberos ofendido. Señor, venid, que me muero por ver présense al que mí alma adora ausente. De dos enfermedades herida os llamo, medicina, de las almas, de amor, y culpas; venga á curar á las culpas vuestra gracia, y al amor vuestra presencia.
Será mas, Jesús mío, estando vos en la tierra, venir en ella, á curarme, que fue bajar desde el Cielo á redimirme? Será mas, qué me cure ahora vuestra piedad, que redimirme vuestra vida, vuestra Sangre, y vuestra Muerte? Será mas pulsar, y curar el alma, que dar la vida por ella? Al tiempo que os ofendía me redimía, y ahora que os llamo no me vendréis á Curar? Es mas aplicar la medicina, que actuarla con vuestras penas, y vuestra Sangre en la cruz? Sera mas amor de las criaturas venir llamado, y amado, que enojado, y ofendido? Yo sé, que me buscasteis muchas veces, cuando y huía de vos, por qué no ahora que tan tiernamente os llamo, y tan fuertemente clamo, y tan dulcemente os amo?
Mas ay de mi! si el haber obrado tan cruel al ofenderos y tan tibia al adoraros, os sacó de mi presencia, y solicitó esta ausencia! Ay de mí! si el ser ingrato sobre tantos beneficios os ha ausentado de mi. Ay de mi, que os ofendí. Ay de mi, que no os serví! Ay de mi y porque os perdí! Ay de mi, ingrata a tan altos beneficios! Quién nunca hubiera nacido al ofenderos, bien mío! Quién siempre hubiera vivido al adoraros, y amaros!
Mas ay, Señor, que este ya es otro dolor, y este dolor es tanto, mas intolerable, y sensible, cuanto lo hace mas agudo, y penetrante mi amor. Que ilesa bondad ofendí! Que yo soy aquella que tantas veces herí, y maltraté, y crucifique á mi mismo Redentor! Por qué agravios, gloria mía? Por qué ofensas? Por qué excesos? Por el exceso de amarme! Por qué me criasteis, Jesús mío!. Por qué me llamasteis, sufristeis, y redimisteis! Que este corazón que ahora os adora, bien de mi alma, este mismo ha sido vuestro enemigo! Que este mismo corazón, este mismo que ha recibido de vos tan grandes bienes, tanta piedad, y misericordia á fue tan cruel, y tan ingrato con vos! O Bondad Soberana, y celestial! Este si que es dolor y que excede á todo doler. Esta sí que es Cruz, eterno Salvador mío: no la que traigo en los hombros, sino esta que tengo clavada de parte a parte en medio del Corazón. Estas sí que son espinas, y no las que estoy pisando, sino las que por el Corazón me sacan sangre del alma. Esta sí que es pena y no la que causa mi pobreza, y desnudez.
No vengáis, Jesús. mío, no vengáis á ver una criatura tan ingrata. Huid, Jesús mío, de quien así os ofendió. Huid de quien tantas veces huyo infamemente de vos. No es justo que busquéis ingratitudes, cuando tantas finezas os buscan, y solicitan. No deis los pasos á los perdidos, que están pidiendo los justos. Aborreciéndome a mi, me pongo de vuestra parte, y mi amor condena a mi ingratitud. No vengáis, castigad, eterno bien, con ausencia a quien con sus culpas se hizo, indigna de esa Divina presencia.
Pero ay, Señor, esto dice la justicia, y razón; pero qué dice el amor? Qué dice vuestra piedad? Qué dice esa caridad sobre infinita? Cómo podré, Jesús mío, vivir ausente de vos? Cómo podría el cuerpo vivir, si no le animase su alma? Cómo el alma, si no le anima su vida? Jesús mío, qué sois vos, sino alma de mi alma, sino vida de mi vida? Por cuantos caminos os buscaren mis suspiros, por tantos me habéis de oír, y buscar: si por herida de amor, Dios mío, búsqueme vuestro consuelo, y si de culpas, esa infinita piedad; si por tiernamente amante, esa caridad enamorada, y ardiente.

 

CAPÍTULO XXVI

Cría grande aborrecimiento de si Philotéa, crece el amor, y se pone una corona de espinas en la cabeza.

Caminaba Philotéa, y subía por la eminencia del monte, rompiendo el aire con muy ardientes suspiros, llena de penas innumerables, aunque dulces, acerbísimas. Porque unas veces con los sentimientos del amor, ya su vista ponderaba el haber ofendido tal bondad, y misericordia, otras la misma misericordia, y perdón causaba mayor la herida de haber ofendido tal, y tan grande bondad. No aparcaba la vista de si, y de Dios de si, para llorar lo ofendido; de Dios, para adorar, y servir lo perdonado. Era esta Cruz de sus culpas mucho mas pesada que la que traía en los hombros, y no me admiro, porque la traía en lo intimo de su alma.
A esta pena se añadía otra no menor, que era el ansia enamorada que tenia de servir tan altas misericordias, y de penar, y padecer por quien le libró de tan terribles miserias, y lo que es mas, de padecer por el que padeció, y murió, y las tomo sobre sí. Todo cuanto hacia por agradar al Señor, le parecía ligerísimo, y levísimo, porque eran los deseos de su amor, y las obras de sus fuerzas Esta era cambien otra Cruz penosísima, y gravísima, no llegar la ejecución á toda aquello que le pedía el amor.
Pasaba de ahí, viéndose que fue tan poderosa al errar, y tan flaca al merecer, con que el deseo de penar, y perseguirse no penando todo lo que deseaba, era también dolorosisima cruz. De esta suerte caminó largas jornadas, llorando, penando, amando, y deseando amar mas, y llorar mas, y penar mas, siendo quien le atormentaba el amor, y sus deseos: aquel con darle sentimientos, y motivos á las penas, y estos con arrojarla a buscar con ella la posesión.
Caminando, pues, un dia por una senda estrechísima, vio sobre un peñasco duro una corona de espinas, toda ella tejida de puntas fuertes, y agudas, y con el ansia mortal que tenia de padecer por su amor, y amar para padecer, acordándose de la que ciñeron al Señor en su pasión dolorosa, y de que le había dicho que se animase Que estaba cerca la Corona; juzgando ella que esta era la anunciada, y prometida, y mas propia de sus culpas, la tomo con gran fervor, y valor, y como si su cabeza fuera de un pedazo de peñasco, de donde la, levanto, se la fijo en sus delicadas sienes, y entrando por ellas penetrando las espinas, brotó la sangre por todas partes, baño su rostro, sus hombros, y sus cabellos; y al tomarla, y al ponerla, dijo con admirable fervor, y notable sentimiento:
Esta es, Señor, la corona de espinas que merecen mis pecados y no merezco traer, porque la trajisteis vos: esta es la que me habéis anunciado, esta es la que me habéis prometido, esta es, Jesús mío, la corona que mas amo, porque es de tormento, y pena. Pues la del Cielo, y la Gloria, como es posible, que yo llena, de tantas maldades pueda esperarla, si no la da muy dada vuestra piedad? Asi, Dios mío, castigo mis devaneos, pensamientos, y locuras, justo es que padezca la cabeza lo que pecó la cabeza. En ella revolví locas imaginaciones: atormenten las espinas á la que produjo para atormentaros, y ofenderos, bien mío, tantas espinas. Cuantas veces, Jesús mío, os formé yo la dolorosa corona? Cuantas veces herí vuestras sienes, y cabeza con lo mismo que revolvía en la mía? Padezca pena, dolor, y tormento la que tantos gustos revolvía contra vos. Pague en penas lo que pecó en vanidades, Pague en penas lo que merecen sus culpas. Pague en espinas tan locas, y necias rosas. Esta sangre que ofrecen estas heridas, ofrezco, Jesús mío, á vuestra sangre, estas penas a esas penas.
De esta suerte, descalza, y con una pobre túnica, con la cruz sobre los hombros, y su corona de espinas, proseguía su camino Philotéa.

 

CAPÍTULO XXVII

Vuelve el Señor a Visitar a Philotéa, y tienen una interlocución muy dulce y enamorada.

Así consuela el Señor en las tribulaciones del cuerpo á los que siguen su Cruz, como los alivia, y recrea en las del alma, y mucho mas cuando el amor gobierna la voluntad, y esta abraza, y ejecuta acciones heroicas en su servicio. Asi sucedió a la valerosa enamorada, y constante Philotea, á la cual, después de haber corrido por la aspereza de aquel monte muy dilatadas jornadas, siempre amando, y padeciendo fervorosa, y humilde, en esperanza, en caridad, y en silencio, se le manifestó su Maestro soberano, y la dijo:
Qué corona es esa, Philotéa, que está ciñendo tus sienes? Qué espinas esas, que atormentan tu cabeza? Quien te ha puesto la corona antes de haber acabado de vencer en la pelea? La corona se da después de haber peleado, y vencido, no cuando se esta peleando. Y cómo, Philotéa, puedes tolerar esos dolores? Cómo sufrir tu cabeza delicada tan penetrantes heridas? No eres tu la que apetecías las rosas para el cabello, las lazadas, las flores, y los claveles? Cómo ya son las flores penas, clavos duros los claveles, y las rosas son espinas? Quién del gozar te ha trasladado al penar? Quién fue aquel que te corono de espinas, cuando tanto apeteciste ser coronada de flores!
Viendo presente a su amado, y Soberano Maestro Philotéa, le dijo: Ay Señor, y cómo sabéis bien quien ha sido el agresor de este exceso, si puede haberlo, en que padezca quien os adora por Vos! Quien, Jesús mío, sino vuestro ardiente amor podía atormentar mi cabeza? Quién atormentar las sienes, sino quien atormenta como á ellas el corazón? En mi corazón traía las espinas que hieren á mi cabeza, y el dolor de haberos ofendido, lo trasladé del corazón á las sienes. Hicieronse los sentimientos espinas, y los que eran tormento en el corazón, formaron corona de la cabeza.
No me he coronado, Jesús mío, y bien de mi alma, como fuerte, y victoriosa, sino que me he castigado, por haber sido tantas veces flaca, cobarde, y vencida. No es corona la que veis, dulce Jesús de mi vida, sino castigo de mis maldades. Pago en espinas lo que mi vanidad, y locura pecó en rosas. Aquellas castigan a estas, si ya no son padeciéndose por vos, mas rosas que las rosas, mis espinas. Si es gloria el penar por vos, Jesús mío, esta es corona de rosas, y no de espinas; y aquellas rosas, que tan neciamente amaba, eran las verdaderas espinas, y no rosas. Eso mas os debo yo, ó Amor eterno! Haber hecho una corona de rosas, cuando la elegí de espinas, porque la que era espinas al elegirla, es de rosas al traerla, porque la traigo por vos.
O Jesús mío, quién trajera sobre si toda vuestra sacratísima. Pasión, para dar satisfacción á mi amor, y fomento, y mas campo á mi dolor, y a mis penas! Quién pudiera á las espinas, que coronan mas que hieren mi cabeza, añadir los duros clavos que clavaron vuestros pies, y á estas heridas, cuantas llagas padecisteis vos por mí! Por ventura esto es algo, Jesús mío, padeciéndolo por vos? Nada es esto padecido por tal amante, y amado y cuando lo pesa, y califica la obligación, y el amor. La merced que vos me hacéis y Jesús mío, de querer, y permitir, que os adore, puede pagarse con tan moderadas penas? Faltan penas, Jesús mío, para atormentar al cuerpo, si ha de ser al paso, y al peso, que os debe, y os ama el alma?
No son grandes, dulce Bien, y consuelo de mi vida, las heridas de las sienes: las grandes, y las penetrantes están en el corazón. Ay Jesus mío! qué de espinas, qué de clavos, que de flechas, qué de lanzas me están hiriendo de amor! Muero herida con el ansia de serviros, muero herida con la pena de ofenderos, muero herida, dulce Bien, con deseo de gozaros. Poco siento, Jesús mío, las heridas de acá fuera, con el fuego que me esta abrasando adentro, siempre el mayor despide al menor dolor. Padece tanto mi corazón, vaso corto, y congojoso, con el ardor que hay en el, que si no lo dilatáis, dulce Bien, dulce Señor, dulce Amor, ha de quebrarse de amor, mucho mas que de dolor.
Qué fuego es este, ó eterno Bien de las almas, que introducís en las almas? Por una parte quema, abrasa, mata, como si fuera muchísimo; y por otra siempre parece poquísimo. Páreseme, Bien de mi alma, que me abraso en vuestro amor, y siendo así, estoy llorando las tibiezas de mi amor. Qué cierro es que os ama poco quien mucho os ama, Señor, pues no le ama como debe, quien ama mucho a su Dios: solo le ama como de aquel que todo, y del todo le ama. Amar mucho es amar con limitaciones. No quiero yo amaros mucho, Jesús mío, quiero amaros todo, y del todo y en todo y sin que tenga termino alguno mi amor.

 

CAPÍTULO XXVIII

Pregunta el Señor a Philotea quien le dio valor para ponerse la corona de espinas, y de dónde le ha crecido aquel amor? le responde, y pide muerte de Cruz.

Estaba oyendo, y mirando la eterna Sabiduría aquel trofeo de su bondad infinita, viendo tales finezas en Philotéa, tal sentir, tal adorar, tal amar, y así la dijo: De dónde han venido, Philotea, esos dulces sentimientos? De dónde ese ardiente amor? Por donde entro el fuego á abrasarte? Y quién venció, y encendió, y rindió á tu duro corazón? Quién echó de ti lo humano, y puso en tí lo divino? Quién te ha enseñado ese lenguaje dulce, y suave de amor? En dónde hallaste el valor, para ceñirte, y coronarte de espinas? Quién en tí ha solicitado anhelar, y desear en todo mi imitación? De donde te ha venido hacer amistad can estrecha con las penas, y preferirlas a todos los gustos, y deleytes de la vida? De dónde tener por vida, la muerte, y a la muerte amarla mas que á la vida?
En dónde pude hallar, respondió Philotea, Jesús mío, tanto bien, tanto consuele tanto gozo, tanta gloria? Dónde estas rosas, que ya no las llamo espinas, y estás espinas ya rosas, sino en el jardín florido, y suave de la cruz? Vuestra cruz es, Jesús mío, quien las cría, las produce, las conserva, las riega, las comunica. Vuestra cruz es el origen de mis bienes. Vuestra cruz es el remedio, y reparo de mis males. Vuestra cruz es mi guía, mi luz y mi gozo, mi consuelo, y alegría.
O amable Leño! manantial de todo bien. Leño dulce, verdadero Árbol de vida! O Árbol, que tu solo bastas a hacer a este mundo Paraíso! O Árbol santo, que no produces como los otros, solo un genero de fruta; sino aquella, que comida da vida, y eterna vida! En tí, Árbol frondoso, santo, y hermoso, de tí, y en tus dulcísimas ramas se cría la caridad, la fe, la esperanza, la obediencia, y humildad, la castidad, la penitencia, constancia, y perseverancia. De tí, como si tu lo fueras, no el árbol del Paraíso, sino todo el Paraíso, salen cuatro ríos caudalosos de todo genero de virtudes, que riegan toda la tierra. Justamente honran tus extremos las cuatro partes del mundo con cuatro rayos de luz, que despides de sí misma, al Septentrión, y Mediodía los dos, y los otros al Oriente, y al Poniente, porque alumbren tus luces a todo el mundo.
Leño santo, nunca tu faltes de mí; Leño santo, nunca yo falte de tí, contigo viva, y en ti; contigo muera, y en tí. Dulce Jesús de mi vida, que tanto amasteis la cruz, y en ella manifestasteis mas vuestro amor, que en otra parte: crucificado bien mío, cuyo contacto sagrado dio su virtud á la cruz; si algo he padecido por vos, os suplico; (mas no por eso, Señor, que es nada lo padecido) sino por lo infinito que padecisteis por mi. Por aquella Cruz sagrada original, que fue Ara, y Altar de nuestro remedio, en la cual os desposasteis, Jesús mío, con vuestra Esposa la Iglesia, rindiendo, y dando á vuestro Padre, la vida por nuestra vida, y el alma por nuestras almas; y por aquella cruz penosísima que padeció vuestra Madre al pie de la misma cruz, y por la cruz que han padecido los Santos, penando, adorando, y siguiendo, y muriendo en vuestra cruz, os suplico, Jesús mío, que muera yo en este dichoso Leño, que muera en cruz, que muera crucificada por vos. No me falte, Jesús mío, al morir este adorado madero, a quien debo todo mi bien al vivir. A él debo, ó Bien eterno, el seguiros, á él le deba, ó eterno Bien, el gozaros: La cruz me ha sido compañía, socorro, y remedio en esta vida, sea mí gozo, y mi corona en la muerte. Al mundo dejé, Jesús mío, por la cruz para seguiros, salga del mundo también por la cruz para adoraros. A la cruz debo los bienes de gracia, deba a la cruz, Dios mío, los de la gloria.

 

CAPÍTULO XXIX

Concede el Señor a Philotea su petición, y la previene para morir en cruz y ella alegre está cantando sus alabanzas.

No pudo aquel amor infinito y ni quiso negarse á esta amante petición de Philotéa, y disponiendo su providencia inefable dejar, entre otros muchos, este trofeo en el monte santísimo de la cruz, le respondió:
Justo es, Philotéa, concederte lo que pides, pues á nadie negué mi cruz, si dignamente la pide, y con encendido amor la solicita de mí. Yo te concedo este bien. En cruz viviste, quiero que mueras en cruz. Tu amor, y tu constancia por mi gracia te han conseguido esta gracia. Ya ha llegado, Philotéa, el fin de tu peregrinación, ya, es tiempo de coronarte, y hacer flores de eterno olor tus espinas: mañana en lo alto de este monte has de ser crucificada. En la Cruz que viviste has de morir. Quiero que me des el alma en cruz, pues en cruz me amaste, me seguiste, y me serviste Mañana convocare los fuertes seguidores, dichosos pobladores de este monte, y verán como eres crucificada, y muerta, y coronada á las manos de mi amor. Procura para entonces tener prevenido el animo á padecer lo que eliges, que yo entretanto daré las ordenes convenientes, para disponer el teatro de tus glorias. y el trofeo de mi Cruz.
Con profunda reverencia, y amor ardiente adoró Philotéa al Señor por tan gran bien, y entretanto que se llegaba el dichoso día, al cual conspiraban las líneas de sus deseos, toda se ocupaba en dar gracias al Señor por esta singular gracia, y habiéndose ido el Señor, cantando sus alabanzas, decía:
O gloria; ó bien eterno! llegue el dia, llegue el fin a que aspira mí esperanza. Venturosa fue la hora, Jesús mío, en que comencé el camino de la cruz, dichosos los pasos que he dado, Gloria eterna, por seguiros, adoraros, y serviros.
Qué útiles tribulaciones, y qué dichosos trabajos! Es posible, Jesús mío, que me he de ver crucificada por vos! Es posible, dulce Bien, que he de verme como vos crucificada? Quién merece, Jesús mío, gloria mía, amor mío, tal favor? O Ángeles santos, que ministráis, y servís al bien de mi alma, dadme para ornamento, y vestidura nupcial en mis bodas este día, toda vuestra prontitud al servir, y obedecer, y agradar a mi Señor. O Querubines! dadme vuestra inteligencia. O Serafines! dadme vuestro ardiente amor. Patriarcas, y Profetas soberanos, dadme aquella constante fe con que creísteis lo prometido de Dios. Apóstoles santos, dadme la esperanza, y caridad con que encendisteis el mundo, y lo alumbrasteis con el fuego, que os dio vuestro Maestro, y Redentor. Santos Mártires, dadme vuestra fortaleza. Santísimos Confesores, dadme de vuestra esperanza. Vírgenes puras, y santas, vestidme vuestra pureza. O Virgen Santísima, y Beatísima María, Madre de Dios, Madre de gracia, Madre de consolación, vestida esta vuestra esclava dignamente, para parecer en la presencia de vuestro Hijo santo, y darle mañana el alma.
No rengo. Jesús mío, cosa mía que llevar, y así todo lo quiero pedir. Qué puedo yo llevar que sea mío, mi Jesús? Que puede parecer mío en vuestra santa presencia? Qué tengo que no sea vuestro, Jesús mío? Sí miro á los pasos que he dado por este monte, todos son vuestros, pues los debo a vuestra gracia. Si a las virtudes que he deseado ejercitar, son vuestras, pues las debo a vuestros santos socorros. Esta corona de espinas vos me la disteis; Señor, y el esfuerzo para ponerla en las sienes. Esta pobre túnica, prevenida me la tuvo vuestra amorosa providencia; ni tengo, ni quiero, ni deseo cosa alguna en esta vida. Pobre, y del todo desasida de lo criado me hallo, para hallar a mi Señor: quiero pobre criatura desnuda, y pobre buscar á mi Criador.
Solo tengo para ofreceros mi rendido corazón, ó Jesús mío: este es mío para darlo, y vuestro para tenerlo pero tampoco es posible, Jesús mío, que pueda daros mi corazón, pues desde que los rayos de vuestro amor lo abrasaron, es mas vuestro que no mío. Solo os puedo dar, gloria mía, los deseos de serviros, de adoraros, y gozaros, y aun esos mismos Vos me los disteis, Señor, que si así no fuera, nunca los tuviera yo. Asimismo puedo, daros, y ofreceros, dulce Bien, la ansia grande que tengo de morir por Vos en cruz, y de que corra con velocidad el tiempo, y me lleve con toda prisa a la muerte, porque esta vida es mi muerte, y aquella muerte es mi vida. Acábese el día de hoy, que es de esperanza, y llegue ya el de mañana, que es de eterna posesión. Dad nuevas alas al tiempo, Jesús mío, porque se acabe mi tiempo, y se comience vuestro tiempo. Acábese el tiempo de poderos ofender, comience el tiempo de haberos para siempre de gozar. O tiempo peligroso en que os podemos perder! O dichoso dia aquel que hace termino á las noches, y los días, y es principio de eterno día sin noche!

CAPÍTULO XXX

Descríbase el teatro en que Philotéa padeció, y gozo dichosa muerte de Cruz, y entra en él.

Tuvo prevenida la providencia divina un Teatro capaz, y maravilloso, para que el Cielo, y la tierra viesen el triunfo soberano de su cruz en la amante Philotéa. Convocaron las santas inspiraciones infinitos seguidores de la cruz, que estaban repartidos por aquel dichoso monte. Todos traían sus cruces en las manos, o en los hombros, ó en los pechos, y lo que es más estimable, en medio del corazón. Entraron en una plaza capacísima, alfombrada y matizada de flores, y se fueron asentando con grande orden en las gradas que estaban ya prevenidas con alta disposición. No fue necesario que al entrar, ni asistir a este venerable acto, se solicitase con clarines el silencio, ó la atención; porque todo ese cuidado sobraba en la modestia rarísima con que se vive en el monte santísimo de la Cruz. Hallábase asentado el Amor Divino en un Trono de diamantes y rubíes finísimos de caridad encendida, y perseverante, dando envidia su hermosura a la de los Serafines con una Cruz en la mano, que le servia de Cetro, y una Corona en la otra, acompañado de innumerables ministros, que habían de serlo de la pasión deseada de la amante Philotéa, que se llamaban deseos, y ejecuciones. Muy cerca del Trono del Amor Divino, y en medio de aquel hermosísimo teatro, se levantaba con moderada eminencia otro trono, cubierto muy ricamente con un género de alfombras preciosísimas, que llamaban del consuelo. En lo más alto de aquella breve eminencia, á la cual hacían gradas hermosas diversidad de virtudes, había un espacio bastantemente capaz, para rodear otras cuatro gradas superiores a las otras que llaman humildad,
resignación, obediencia, y caridad. En medio de lo más alto de este trono estaba abierto el asiento de la Cruz que allí había de fijarse, para que pudiese ser tálamo dulce, y dichoso de la tierna seguidora de la Cruz.
Llego la hora de comenzarse las glorias de Philotéa, cuando á mayor expectación estuvo atento el numeroso concurso del Teatro, por reconocer, que si la Corte militante quería asistir á él, no quiso dejar de honrar este triunfo del amor, y de la Cruz la triunfante porque sobre aquella plaza hermosa parecieron nubes claras, y llenas de resplandores, que despedían de sí luces de gracia, y bondad sobre todos los presentes. Vieronse en ellas infinitos Ángeles, Arcángeles, Querubines, Serafines y otras supremas inteligencias, las cuales con innumerables Santos y en Trono más superior, la Reina y Señora de los Ángeles, y Santos, tomaron con grande orden sus lugares.
Estando esto prevenido, entró por una puerta que llaman de la Victoria, Philotéa , y fuese derechamente por la calle del Triunfo á adorar en su Trono al Amor Divino, que alegre, y gustoso la aguardaba.
No traía en sí esta verdadera discípula de la Cruz , hija legitima de la pobreza evangélica, otras galas que su Cruz, su pobre túnica, y la corona de espinas, descalza, y en los hombros aquel sagrado madero, hiriendo las puntas de la corona á sus delicadas sienes: el cabello sin aliño, tendido por las espaldas: el rostro alegre, y hermoso, encendido con el divino calor como usado Serafín: fue cosa sin duda alguna notable , que apenas puso los pies en la plaza: cuando clavó los ojos en el Amor Divino; y sin mirar á otra parte, ni parar un instante con acelerados pasos, y como de enamorada, abrasada de sus rayos, se fue caminando á él, y llegando á aquellos Pies benditisimos, besándolos, y regándolos con lagrimas de encendida caridad, ofreció á ellos su alma, y su corazón.

 

CAPÍTULO XXXI

Crucifican los Ministros del Amor Divino a Philotéa, clavándola las manos, y los pies.

Bien pudo decirse en esta ilustre pasión de Philotéa, teniendo los Ciudadanos del Cielo, y de la tierra puestos los ojos en ella en aquel gloriosísimo teatro, lo que dijo el Apóstol de las gentes, que somos espectáculo al mundo, a los Ángeles, y hombres; y así con suma expectación estaban entrambas Cortes y la Militante, y la Triunfante, guardando lo que el
Amor Divino hacia de Philotéa, cuando con voz dulce y agradable, la dijo: Tu Philotea, me has pedido que quieres morir en cruz, y que deseas sea tu cálamo la misma que ha sido tu guía, y tu compañía, y la que has traído en tus hombros por mi amor. Yo te la tengo ofrecido pero porque estás a vista de lo criado, y es bien que antes que ejecute este decreto, ratifiques tu propósito vuelvo á preguntarte, y te ordeno, que me digas, Philotéa, si estás en el mismo intento, y que es la causa por qué has escogido morir penando en la Cruz;
Entonces Philotéa con grandísima humildad, y reverencia respondió: Señor, estoy en el mismo intento, y propósito de morir por vos en Cruz, y antes me falte la vida, que este deseo me falte. La causa por que he elegido morir por vos en la Cruz, ó Amor eterno de mi alma, sois vos. Muero de amor, y quiero morir de amor en donde yo hallé mi amor. A la Cruz debo mi amor, y en la Cruz quiero morir de amor por mi amor, pues en ella dio la vida por mi amor, el amor que anima a mi alma, y amor.
Mira Philotéa, dijo el Amor Divino, que has de padecer en la Cruz sobre tus fuerzas, y que es posible que sean mayores tus penas que tu valor. Señor respondió Philotéa, mis fuerzas ha de dármelas la Cruz, y ella, y vos sois el esfuerzo de mis fuerzas. Quien dio el amor, y el deseo de penar, dará, las fuerzas en el penar. Todo lo tengo, y lo consigo y Señor, si yo muero en Cruz, y os tengo con ella a vos. Oído esto, mandó el Amor Divino á los santos deseos, y ejecuciones, ministros eficaces de aquel martirio de amor, llevasen á Philotéa, no al lugar de su suplicio, sino al Trono de su gloria, y tálamo de su amor.
Caminaba con pasos alegres, y acelerados derramando tiernas lagrimas de gozo: llegó , y subió animosa las primeras escaleras, Antes de comenzar a subir las otras cuatro, que guarnecían el lugar donde había de fijarse la Cruz, al entregarla, y dejar 1a dulce carga en las manos de aquellos Ministros Santos de su martirio, dijo con rara, y admirable devoción : No te dejo, Leño santo, aunque te doy: te entrego para entregarme, te doy, para darme á tí, y darme de tal manera, que ya no pueda negarme ni apartarme eternamente de tí.
Fijaron los prontísimos Ministros la Cruz con grande seguridad, como los que innumerables veces habían ejercitado este oficio. Dieron al santo Madero cuatro taladros, para que entrasen los clavos, con un barreno, y no de hierro (que anda ausente de aquel monte) sino de un metal fortísimo que llaman perfecta disposición. Para que pudiese subir á aquel dichoso lugar, pusieron debajo del taladro de los pies una tabla proporcionada al intento, que se llamaba eficacia de la gracia, sin la cual aseguran que es imposible que esté pendiente en la cruz el mas robusto aunque se halle asido con mas escarpias, y clavos, que hay estrellas en el Cielo.
Antes de dar Philotea las espaldas; y el corazón la Cruz, arrodillándose dijo en voz clara animada de muy tierno sentimiento oyéndolo entrambas Cortes. ¡O dulce Leño! señal gloriosa donde padeció mi Redentor, y Maestro Soberano. Dios te salve Cruz preciosa, Árbol santo, Madero de vida eterna, Cedro superior á las estrellas Laurel quede tí mismo haces corona los mismos que te adoran, te siguen, y te sirven. Dios te salve Cruz preciosa. Recibe en tus brazos a esta esclava humilde de aquel Divino Maestro, que murió por mí en tus brazos. Tu recibiste la hermosura de los miembros de aquel celestial Señor, que en ti padeció por mi comunícame tu á mi, para que muera por él, ó cruz santa, esa gracia, y hermosura. Yo consagro mí vida en tí, por aquel que su vida consagró en tí por darme la eterna, a mí, corta paga á tan gran deuda. O quien pudiera dar en tí, Cruz santa, igual satisfacción! O Cruz admirable! O Cruz inefable! O Cruz verdaderamente amable, y amada tan tiernamente de mi! En tí, señal santa, fue redimida el alma. En tí quiso dar por mí á su Padre Eterno el alma el Redentor de las almas. En ti, teatro de glorias; se contrajo esta deuda que confieso. En ti es justo que se pague, En ti murió de amor mi Señor por mi; justo es que por mí Señor muera yo de amor en ti. Aunque te doy las espaldas al ser crucificada, santo Leño en tí, por aquel Señor Divino , que á ti te dio las espaldas al ser crucificado por mi; no te doy sino el pecho, el alma, y el corazón: los brazos te doy, o Cruz santa, y en ti quiero me claven los pies, y manos, para tenerte gloriosa señal, a tí mas estrechamente unida, mas fuertemente abrazada, y que mis manos, y pies, y mi alma nunca se aparten de ti.
Dicho esto se levantó Philotéa, y adorando el santo Leño, antes de darle los brazos, y las espaldas con aquel ósculo santo, le ofreció el alma, y el corazón Finalmente, puestos los pies en la tabla, subió con singular fortaleza. Dio sus brazos á los brazos de la Cruz, y pendiente en ella; y apenas estuvo así, cuando de las manos, y los pies del Amor Divino salieron cuatro rayos, sí ya no eran cuatro luceros clarísimos, que penetraron los pies, y manos de Philotéa. Dióle con ellos vivísimos sentimientos de su Pasión dolorosa, y de las penas que atormentaron aquellas manos, y pies benditísimos, y aquel Cuerpo sacrosanto pero estas penas, con ser tan terribles, y sensibles, las mezcló con tan grande suavidad, y dulzura de amor al padecer, que mas peligro tenia la vida de Philotéa de morir a las manos del amor, que del dolor, Al penetrarle los rayos, se estremeció aquel cuerpo venturoso, y el alma entre infinitos dolores, y consuelos, sin poderse contener en lo interior, se explicaba por los labios, respirando de tan sensible dolor, y como el cisne al morir, comenzó á cantar Philotéa, mezcladas con tiernas quejas, dulces, y suaves alabanzas al Señor.
O eterno amor de las almas, decía, ya que habéis clavado con vuestra. Cruz mis pies y manos, clavad también con ellos mi corazón. No puede ser mayor el dolor que mi alma siente, no puede ser tan poco más vehemente mi amor. Crezca el amor, para que muera á sus manos, ó acábeme este amoroso dolor. No sé qué es, Jesús mío, lo que me atormenta mas, no sé lo que mas me alegra, el amor a y gozo de padecer, el consuelo, y la gloria en el gozar. Todavía, Jesús mío pesa más el amor, que no el dolor, pues os suplico, que acabe con esta vida, que os adora, el dolor por el amor. O amor doloroso, que así matas O dolor dulcísimo que así; alegras! Venga, Señor, más amor. Venga, Señor, más dolor, hasta que el dolor me mate por el amor, ó el amor me acabe con el dolor.

 

CAPÍTULO XXXII

Rinde su alma Philotea a su Maestro Soberano, en la Cruz, con las siete palabras que dijo en ella por ella.

Con sumo gozo, y universal alegría , y aplauso, oían entrambas Cortes los amorosos deliquios de la amante Philotéa , cuando la memoria de la muerte de su amado, su cruz, sus penas, su amor, le ofrecieron especies devotas, y espirituales de aquellas siete palabras tiernísimas, é inefables que dijo poco antes de morir, con que al Cielo le causaron tanta gloria, y tanto bien á la tierra: y así , prosiguiendo Philotéa sus quejas, y sentimientos dolorosos, y amorosos, le decía: dulce Jesús de mi vida, ya la fuerza de el dolor, y de el amor va acabando con mi vida: reciba Señor, a mi alma vuestra alma, y á mi vida vuestra vida.
Vos dijisteis, Gloria eterna, á vuestro Padre, al padecer en la Cruz, rogando por los mismos que a vos causaban la muerte: Perdonarlos, que no saben lo que se no saben lo que se hacen. Yo os suplico Jesús mío, que pues perdonasteis á quien os quito la vida, perdonéis Misericordia infinita, quien la ofrece tan tiernamente por vos. Perdonad, Señor, los delitos, culpas, errores, devaneos, y locuras de mi vida, por las penas que á vos causaron la muerte. Yo, Señor ofrezco mi vida, y muerte al dolor de haber vivido una vida tan pérdida, sea la remisión de las culpas de mi vida vuestra dolorosa muerte, que es la vida de mi vida. Vos dijisteis al buen Ladrón: Que aquel día se leería en el Paraíso con vos, Jesús mío, vos sois mi gloria, mi vida, y mi Paraíso. Si culpas le perdonasteis, culpas tengo, perdonadme, mí Jesús: si os confeso, yo os confieso; y adoro, si os adoró.
Vos, dulce Jesús de mi vida, dijisteis á vuestra Madre gloriosa. Que allí estaba su hijo Juan, como quien encomendaba en el a la iglesia Santa; y a él le dijisteis: Que estaba allí su Madre, como quien encomendó á la Iglesia su amparo, y su devoción. Recíbame, Jesús mío, vuestra Madre muera yo adorando á la que toda la vida deseé vivir amando.
Vos dijisteis, Bien de mi alma, y preguntasteis con la fuerza del amor, y del dolor: Que por qué os desamparó vuestro Santísimo Padre? manifestando vuestro sumo desamparo al padecer, para darnos a nosotros lo que os quitabais a vos, y vestirnos de aquello que os desnudabais, dándonos en gracia, y gloria, cuanto recibíais en dolores, y tormentos. Ay, Señor, no me falte en esta hora aquello que padecisteis por mí, sea mi amparo lo que en vos fue desamparo.
Vos dijisteis, Señor mío: Que teníais sed, y bien cierto es, que os atormentó la sed en el cuerpo, y en el alma. En este exhausto de sangre, y en aquella por la sed de padecer más, y más por mí remedio. También tengo sed, Señor, de lágrimas, por haberos ofendido, sed de haberos agradado, sed de amaros, sed de adoraros, sed de penas, y dolores al morir de amor por vos.
Vos dijisteis, ó gloria, y amor de las criaturas: que se había consumado vuestra Santa, y dolorosa Pasión, y los Misterios inefables que vinisteis á cumplir. Acabe, Señor, mi vida, ofreciendo ya mi vida a vuestra Santa Pasión. Muera yo, seáis adorado vos. Sea mi vida cautiva triunfada de vuestra vida. Sea mi muerte trofeo rendido de vuestra muerte.
Vos, Jesús mío, gloria, amor, y alma de las criaturas, encomendasteis la vuestra a vuestro Divino Padre: yo, Jesús mío de mi alma, encomiendo la mía en las vuestras, y en las de vuestra Madre Beatísima María, vuestra Madre, y nuestra Madre.
Jesús mío, ya ha llegado el punto dichoso de dar el alma por vos. Jesús mío, recibid mi alma, y espíritu. Jesús mío, no haya cosa alguna en mí, que no vaya de mí á vos. Jesús mío, seáis mi esfuerzo, mi amparo, mí consuelo, mi gloria, mi alegría, mi bien, y mi compañía. Mí Jesús, de amor muero en Cruz por vos, Mi Jesús en vuestras manos hago entrega de mi alma. Mi Jesús, recibid mi alma. Mi Jesús, seáis siempre mi Jesús.
Apenas acabo de pronunciar esta ultima palabra de Jesus y cuando de la llaga del costado del Amor Divino fue derecho un rayo de amor, y luz al de Philotéa, y abriéndolo por medio, le penetró el corazón, y por la herida salió su alma victoriosa causando en aquel dilatado, y gran Teatro una clarísima luz. Con esto se oyeron, y resonaron en el innumerables aplausos, y aclamaciones de todos los circunstantes, dando alabanzas al Autor de tantos bienes. Despidieron las Cruces que traían en las manos de sí luces admirables, que alegraban, y consolaban las almas, celebrando ellas mismas su mismo, triunfo, y victoria. Oíanse músicas suaves, que con voces regaladas daban Dios gloria en el Cielo, y alabanzas en la tierra. La corona que tenia el Amor Divino en sus manos, se trasladó en un instante á coronar las sienes de Philotéa, y la de espinas produjo flores de suavísimo olor. Quedó su rosero hermosísimo, despidiendo de sí, y de aquella pobre túnica, que se volvió mucho más resplandeciente que el Sol, una fragancia admirable.
A esto sucedió el dividirse entre estas dos grandes Cortes las dos ilustres porciones de esta valerosa discípula de la cruz; porque la soberana, y Triunfante recibió, y llevó consigo su alma bienaventurada; la Militante, rica con su santo cuerpo entregó este precioso tesoro a una caja de hermosísimo cristal, guarnecida con el oro de su ardiente caridad, y lo depositó en el suntuoso, y maravilloso Templo de la Cruz, que corona la eminencia de aquel misterioso Monte , en donde (ó Almas enamoradas de Dios) esta aguardando la perfecta Philotéa otra vida mas dichosa , que no conoce la muerte.

ADVERTENCIA.
SOBRE EL CREDITO QUE SE DE DAR A LA RELACIÓN DE LA VIDA, Y MUERTE DE PHILOTEA.
La relación de este caso hay quien dice, que se halla en los Anales de Tarsis, de donde por grandísimos rodeos vino a Flandes, de allí a España. No faltan graves autores que lo niegan, afirmando, no sin grande fundamente, que esto no fue sucedido, sino solo imaginado; pero en ello, almas devotas, no hay que fatigar con exceso los discursos, ni revolver Librerías, sino lograr el fruto de la doctrina, y cobrar muy tierno amor a las penas, y dulce anhelo a la Cruz, y padecer constante, y humildemente por quien dio en ella la vida a nuestro bien, redención, y salvación, pues cuanto a la verdad, y puntualidad del caso, y sus circunstancias, si no pasa por suceso, podrá pasar utilísimo sueño, o por devota, y dulce meditación.