Folleto EVC No. 416
EL NICAN MOPOHUA
- UN DOCUMENTO INCOMPARABLE -
Comentado por
PBRO. MONSEÑOR JOSÉ LUIS GUERRERO ROSADO
Presentación
En candoroso lenguaje del más refinado estilo náhuatl, el máximo sabio del colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, ANTONIO VALERIANO, escribió a mediados del siglo XVI la narración que debió oír mil veces en su juventud de los labios de su protagonista Juan Diego Cuauhtlatoatzin, dejándonos ahí no solo la crónica, sino la vivencia del mundo indígena. Son pocas páginas pero constituyen una bellísima joya de la literatura náhuatl de la que son pobre reflejo las traducciones al español, aún la de PRIMO FELICIANO VELAZQUEZ, que es la más conocida y la que aquí presentamos.
La SOCIEDAD EVC tiene el gusto y el honor de publicar dicho relato que da comienzo precisamente con las palabras NICAN MOPOHUA, ("En Orden y concierto") comentado por nuestro Censor Eclesiástico, el erudito guadalupanista SR. PBRO. MONSEÑOR JOSÉ LUIS GUERRERO**. Como mexicanos, como guadalupanos, como devotos de San Juan Diego, debemos conocer, deleitarnos y amar este documento absolutamente imprescindible para nuestra identidad nacional y nuestra vivencia de la Religión Católica en nuestra Patria. **Los textos intercalados en cursivas y entre guiones, corresponden a estos comentarios.
En orden y concierto se
refiere aquí de qué maravillosa manera apareció la siempre
Virgen Santa María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que
se nombra Guadalupe.
Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego y después
se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan
de Zumárraga. También (se cuentan) todos los milagros que ha hecho.
Primera aparición
Diez años después
de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz
entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento
del verdadero Dios, por quien se vive.
A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos
días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio,
de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante
a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco.
Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino
y de sus mandados. Al llegar junto al cerrillo "llamado Tepeyácac
amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios
pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía
que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepujaba
al del COYOL TOTOTL y del TZINIZCAN y de otros pájaros
lindos que cantan.
Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por
ventura soy digno de lo que oigo? ¿quizás sueño? ¿me
levanto de dormir? ¿dónde estoy? ¿acaso en el paraíso
terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿acaso ya en
el cielo?".
Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían. "Juanito, Juan Dieguito".
Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario muy contento fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara. Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de ella y se oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?"
-La Virgen María empleó la palabra náhuatl "noxocoyouh" con que solían nombrar al hijo menor de la familia y que por eso era el más amado y cuidado. Todavía en algunas partes de México le dicen con todo cariño "xocoyote" o "xocoyotito" al más pequeño.
El respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco", -Es notable cómo Juan Diego reconoce inmediatamente en la Doncella a la Virgen María y no le causa ninguna turbación ni extrañeza. Eso nos habla de un indígena, que conservando las tradiciones de sus abuelos, está empapado del Evangelio,a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor.
-Hermosa expresión de fe llamar a los Sacerdotes "imágenes de nuestro Señor"
Ella luego le habló
y le descubrió su santa voluntad, le dijo:
"Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos,
que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por
quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo
y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en
él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa
-Cuando la Virgen promete dar a Dios a las gentes "con todo su amor personal,
en su mirada compasiva, en su salvación" empleó la palabra
náhuatl "notetlazotlaliz" de una riqueza enorme ya
que el prefijo "te" significa persona y se refiere a su Hijo. Podría
traducirse de la siguiente manera: "Lo daré a las gentes como todo
mi amor- persona, mi salvación-persona, mi mirada compasiva, mi auxilio-
persona". María Santísima no está dando algo de sí,
sino a Alguien que siendo suyo, es una persona individual y diferente, su Hijo
Divino, el Ometéotl.
Pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra -Estas palabras pueden considerarse "el nacimiento de México" pues lo hicieron nacer en su realidad mestiza. El mestizaje fué al principio traumático ya que ambos padres rechazaban los niños que ya no eran ni españoles ni indígenas y sin embargo eran los primeros mexicanos- y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mí clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.
-La orden de la Virgen María: "todo le contarás" al Obispo Zumárraga, representa una gran dificultad pues para el Obispo o para cualquier otro español el hecho de que un indígena recién converso relatara una teofanía, armada toda ella con elementos de su anterior paganismo, y que pedía un templo a la Madre de Dios precisamente donde había estado el de Tlatoatzin, "madre de todos los dioses", tenía que suscitar su recelo y ser tachada de antemano como una "invención satánica para paliar la idolatría" como la calificó Sahagún.
Ten por seguro que lo agradeceré
bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho
que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo.
Mira que ya has oído mi mandato. hijo mío el más pequeño;
anda y pon todo tu esfuerzo".
Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora
mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde
siervo". Luego bajo para ir a hacer su mandado; y salió a la
calzada que viene en línea recta a Mexico.
Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor Obispo que entrara.
Luego que entró, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y te oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido". El salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.
Segunda aparición
En el mismo día
se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con
la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde
la vio la vez primera. Al verla se postró delante de ella y le dijo:
"Señora, la más pequeña de mis hijas. Niña
mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandato; aunque con dificultad
entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así
como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención;
pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto,
me dijo: "Otra vez vendrás, hijo mío y te oiré más
despacio, veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has
venido..."
Comprendí perfectamente en la manera como me respondió, que piensa
que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí
te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente,
Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido,
respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque
yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola,
soy hoja, soy gente menuda."
-Estas palabras, aparentemente
autodenigratorias, no son el resultado de un complejo de inferioridad de parte
de Juan Diego, sino un reflejo de la etiqueta indígena, ya que se usaban
al recibir una tarea honrosa como la de Tlatoani. Es como oimos actualmente
"realmente no soy digno" al recibir una presea- y Tú.
Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora,
me envías a un lugar por no ando y donde no paro. Perdóname que
te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía".
Le respondió la Santísima Virgen. "Oye, hijo mío
el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y
mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad;
pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con
tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el
más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana
a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad,
que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en
persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía".
Respondió Juan Diego: "Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto". Luego se fué él a descansar a su casa.
Al día siguiente, domingo muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver enseguida al prelado. Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.
El señor Obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dió crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo.
Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo; "Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá".
Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió. Mando inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes se podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quien veía y hablaba. Así se hizo.
-Al aceptar Juan Diego con toda naturalidad traer una señal de la virgen, Zumárraga se impresionó sin dejar de dudar. Por eso mandó que lo siguieran, pero la Virgen María no quería testigos inoportunos y Juan diego se les perdió de vista.
Juan Diego se vino derecho
y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde
pasa la barranca, cerca del puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque
más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que
regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les
estorbó su intento y les dio enojo. Eso fueron a informar al señor
obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no mas le engañaba;
que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente
soñaba 1o que decía y pedía; y en suma discurrieron que
si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con dureza,
para que nunca más mintiera y engañara.
Tercera aparición
Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole
la respuesta que traía del señor obispo; la que oída por
la Señora, le dijo: "Bien está, hijo mío, volverás
aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha
pedido; con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de
ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré
tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has impendido; vete ahora;
que mañana aquí te aguardo".
Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero, fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar aun sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. -Notable el grado de evangelización logrado por los misioneros en los indígenas en tan poco tiempo. Ejemplo para los tiempos actuales en que los últimos Sacramentos son olvidados frecuentemente.
El martes, muy de madrugada,
se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía
llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac,
hacia el poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo: "Si
me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me
detenga, para que lleve la señal al prelado, según me previno:
que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo de prisa al
sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando".
Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al
otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le
detuviera la Señora del Cielo.
-¡Ejemplo maravilloso nos da Juan Diego de la primacía de la caridad!
Prefiere auxiliar a Juan Bernardino que encontrarse con la Reina del Cielo.
Cuarta aparición
Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: "¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿a donde vas?"
¿Se apenó
él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó? Juan Diego se inclinó
delante de ella; y le saludó, diciendo. "Niña mía,
la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés
contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿estás bien de salud,
Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe,
Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío;
le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa
de México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor,
que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venidos a aguardar
el trabajo de nuestra muerte.
Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a
llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname;
tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más
pequeña; mañana vendré a toda prisa".
-Bastarían estas palabras para demostrar que el relato jamás pudo ser una ficción española para convertir a los indígenas. Nunca un español hubiera orado así. Se conservan muchas oraciones en náhuatl redactadas por los misioneros pero ninguna, ni de lejos se aproxima a la frescura e inocencia tan infantiles y amorosas, típicas de la cortesía náhuatl, que aún en nuestro tiempo los mexicanos usamos para hablar a la Virgen de Guadalupe.
Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen. "Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro de que ya sanó". (Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera. La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo. "Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia".
Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la noche, que semejaba perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas; las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vió, las cogió en su mano y otra vez se las echó en el regazo - diciéndole: "Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo: dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido".
Después que la Señora
del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho
a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado
lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y
gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.
Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros
criados del prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno
de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano,
sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les
era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros,
que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento. Largo
rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí,
de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer
traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él para ver
lo que traía y satisfacerse.
Viendo Juan Diego que no
les podía ocultar lo que traía y que por eso le habían
de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y
al ver que todas eran diferentes rosas de Castilla, y que no era entonces el
tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de
que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas. Quisieron
coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron
a tomarlas; no tuvieron suerte, porqué cuando iban a cogerlas, ya no
veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas
o cosidas en la manta.
Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía
verle el indito que tantas veces a había venido; el cual hacía
mucho que por eso aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el
señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se
certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. En seguida mandó
que entrara a verle.
Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje, Dijo: "Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla. Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera ya ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, - espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar. Ella me dijo porqué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Hélas aquí: recíbelas".
Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.
Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y el pensamiento.
El señor Obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso en pie, desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la Señora del Cielo. Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: "Id, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erija su templo". Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo.
No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado. Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa.
Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía. Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho. Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del Cielo; la que, diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac.
Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo. También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.
Trajeron luego a Juan Bernardino
a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguara
delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó
el obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo
de la Reina del Tepeyácac, donde la vio Juan Diego.
El señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de
la amada Señora del Cielo; la sacó del oratorio de su palacio,
donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen. La
ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen,
y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por
milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa
"imagen".
"En México siempre se ha pregonado el dicho del salmo 147: Non fecit taliter omni nationi: "No hizo cosa igual con ninguna otra nación". La historia de los últimos cinco siglos testimonia que hizo mucho más: que creó una nación mestiza y una Iglesia latinoamericana con una fuerte identidad de pertenencia a toda la "Católica". Esa Gracia no la otorgó para beneficio particular de una sola nación; es un tesoro que el Papa Juan Pablo II proclama y estimula a la Iglesia latinoamericana a compartirlo con la humanidad entera".
Mons. José Luis Guerrero Rosado
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