Folleto EVC No. 621

Autor: Sr. Dr. Don Rafael Gallardo García

Obispo Emérito de Tampico

 

REFLEXIÓN SOBRE EL PADRE NUESTRO

 

Tengo la alegría de acercarme a ustedes con mi palabra; con ella me incorporo a cada familia para celebrar el día del Señor; la fiesta de cada familia en realidad consiste en alegrarse alrededor de los papás, en gozar de su presencia, si es posible en expresarles cariño y gratitud. No cuesta trabajo entender que el domingo es el día del Padre, del Padre que nos hace a todos hermanos y por eso a todos nos hace familia. Gracias a El nadie carece de padre.

A lo largo de mi vida siempre he sentido frío en el corazón al oír la palabra huérfano; con la experiencia me ha tocado recorrer la gama de los innumerables casos, muchas veces dolorosos, que abarca esa palabra, pero muy pronto ha caído en la cuenta, ilustrado por la fe y siguiendo la divina enseñanza de Jesús, que el huérfano verdaderamente, real y absoluto no existe, porque cada uno al recibir la vida y al renacer en el Bautismo, ha hecho descender sobre sí mismo la voz del Cielo, la voz de Dios potente y complacido que dice: "Este es mi hijo amado" y esto es lo que más quisiera inculcar a mis hermanos: O el puro hecho de existir, indica la existencia del que nos da la vida, no de una vez por todas, no sólo al principio, no como un despertar o un impulso inicial sino cada día y cada momento, cada instante y cada cosa de lo que llamamos nuestra vida.

He ahí el verdadero Padre que a nadie falta y cuya imagen, providente y amorosa debe siempre retratarse en la tierra en todo aquel que ha recibido ese inapreciable don y esa augusta responsabilidad. He ahí el Padre que vino a revelarnos el Hijo Jesucristo nuestro Maestro; por eso es nuestro Maestro, porque entre las cosas, grandiosas y colosales que nos enseñó, la mayor, la más excelente de todas sus enseñanzas, ha sido mostrarnos a Dios como Padre.

Con esta enseñanza, la humanidad ha dado un verdadero salto: Antes de Cristo, Dios es Señor soberano, Cristo nos lo ha mostrado Padre; antes poderoso, ahora amoroso. No era fácil saberlo; la humanidad temblaba y se postraba ante su misterio; Jesús vino a darnos esa revelación, a traemos esa gran enseñanza. Armstrong, el astronauta que pisó la luna dijo su célebre frase: "Un pequeño paso del hombre, un gran salto de la humanidad".

Yo creo que esto ocurre mayormente en el área espiritual; la pequeña palabra padre es la que ayuda al hombre a dar siempre el gran salto hasta la divinidad. Todo hombre encuentra su verdadera dimensión y llena su corazón de paz y de amor, cuando recorre todo su ser con la emoción de decir: "Padre Nuestro que estás en los cielos"...

Ya los he comentado que la más grande enseñanza que ha recibido la humanidad, es la de saber que Dios es Padre. Así, el tesoro más grande de la cultura humana está encerrado en esta lección. Por eso Jesús es el Maestro por excelencia, porque nos ha comunicado la verdad que tiene mayores alcances y contiene más profundas consecuencias. Con cuánta inspiración recoge esta enseñanza San Juan, cuando escribe su primera carta: "Vean qué amor singular nos ha dado el Padre, que no solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos". Y es tan alta y amplia la sabiduría que Jesús nos participa, que así como la sola palabra "Padre" nos asoma a todo un nuevo esplendor divino antes jamás imaginado o sospechado, así también la sola introducción completa a la Oración que nos enseñó, nos hace avanzar por consecuencias ricas y fecundas, para completar las nociones necesarias con las que podemos reconocer nuestro propio ser y nuestra dimensión total.

QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

Con esta frase introductoria: "PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS..." Jesús no sólo coloca el frontispicio majestuoso que nos conduce a Dios por la oración, sino que nos da la más completa respuesta al "conócete" a ti mismo como lo pedía la inscripción nostálgica y filosófica, colocada en la portada clásica del templo de Delfos. A una distancia de 2,000 años de cultura cristiana, no podemos menos que admirar el alcance y la profundidad que tiene el. "Nuestro" que sigue a "padre". Esta palabra ya no sólo define a Dios, como con su carta de presentación; identifica también al hombre como con su credencial de identidad: Hijo de Dios, hermano de todo hombre.

Lástima que la Revolución Francesa haya tenido motivaciones anti-religiosas y haya querido apoyar su bandera en la naturaleza laica del hombre, pues de no haber sido eso, habría reconocido que no hay naturaleza laica, pura y simple, sino que el hombre al ser criatura trae en su naturaleza. el sello de su Creador y eso es lo que designa Jesús al proponemos el "nuestro", que inmediatamente nos ayuda a comprender que las dimensiones naturales del hombre son la igualdad, la fraternidad y la libertad. Pero tales prerrogativas le vienen por no ser hombre llana y escuetamente, sino por ser hijo de Dios.

Con cuánta claridad vemos que este "nuestro", es indicador de que todos los hombres somos iguales, todos somos hermanos y todos somos libres y están tan inter-relacionados tales dones, que uno no subsiste sin los otros, sino que se requieren y complementan mutuamente, igualdad gracias a la misma dignidad otorgada a todos por nuestro Padre; fraternidad, gracias a la relación de hermano en que me coloca llamar "nuestro" al que todos llaman Padre; libertad, gracias a los mismos derechos y obligaciones que nacen de disfrutar la misma herencia y patrimonio de nuestro Padre. Así entenderemos mejor la belleza de la naturaleza humana, si la sabemos poner en relación con su autor, nuestro Padre.

Sigamos considerando la introducción al Padre Nuestro, que como hemos visto nos presenta la máxima lección de nuestro Maestro Jesús y contiene insospechadas revelaciones. Las palabras siguientes: "que estás en los Cielos", nos enseñan a mirar rápidamente hacia la doble dirección del Dios que es nuestro Padre y del hombre que es hijo de Dios. En cuanto a Dios, a quien ya la designación de Padre lo ha acercado al corazón humano, su dignidad divina y su naturaleza perfectísima, piden que lo reconozcamos en su lugar propio e indiscutible; es el Ser Supremo, el que está por encima de todo y de todos en el Cielo.

Si entramos a una apreciación teológica de superioridad divina, eso no va a opacar la brillantez que ya ha exhibido su título de Padre, pues no sólo es superior porque tiene más poder y más grandeza, sino quizá, con una expresión muy popular podríamos decir que se supera así mismo en el amor y en la misericordia. Si los niños a su papá, con indecible encanto lo proclaman como "lo máximo", así los hombres como hijos de Dios, con toda propiedad teológica y arrebato final, deben atribuir a su padre Dios, "lo máximo". En cuanto al hombre, esta expresión: "en los cielos" señala su origen y su destino, tan bellamente expresado por la inspirada frase de San Agustín: "Nos hiciste Señor para ti"; venimos de Dios, debemos ir hacia Dios.

Cuánta luz y cuánto compromiso derivan de esta enseñanza. En nuestro tiempo en que se quiere quitar al hombre su encanto y su valor, en que se le quiere despojar de las exigencias que reclaman su origen y su destino, en que por el aborto, por las drogas, por la pornografía, por la violencia, por la corrupción, por la injusticia, por el secularismo, por el materialismo y peor aún por el ateísmo, se le quiere desconocer su procedencia o impedir la dinámica y su búsqueda hasta la meta final; el, solo hecho de levantar los ojos al cielo (como el extraterrestre cuando suspiraba por el planeta de su destino paterno), le dará ánimo fuerte, conciencia clara y afán de luchar para afirmar sus legítimas aspiraciones espirituales, su condición de hijo de Dios y sus derechos de ciudadano del Cielo.

No permitamos que ninguna doctrina ni ideologías anticristianas atenten contra las tendencias naturales de nuestro ser y la magnificencia de nuestra procedencia y de nuestra finalidad. También del hombre de quien San lreneo dijo que en él se refleja la ley de Dios como Obra Suprema de sus manos, también de él hay que decir, que entre las obras de Dios "es lo máximo".

Voy a terminar mis comentarios, sobre la introducción al "Padre Nuestro", porque la parte final "QUE ESTÁS EN LOS CIELOS" aún nos permite ampliar otras importantes consideraciones respecto del ser humano. Si como hemos visto el cielo designa el origen y el destino humano, eso nos lleva a encontrar y cultivar en el hombre sus dos necesidades fundamentales: La necesidad de orar y la necesidad de superarse, oración y superación son dos incontenibles necesidades humanas. Entro todas las criaturas del universo visible, el hombre es el único que puede hablar o comunicarse con Dios, así corno es el único que recibe un ser perfectible, que lo hace tender siempre a lo perfecto, por contraste con todos los seres inferiores, que no desarrollan a otra perfección superior al ser recibido; es el único que tiende hacia Dios para alcanzar su propia perfección. "Nuestro corazón estará inquieto hasta descansar en Ti", dirá San Agustín.

Señalemos entonces la gran importancia que tiene la oración; lo que más impresionaba a los Apóstoles de su Maestro, era verlo, observarlo en la comunicación con su Padre, en la entrega de días y noches enteras a la oración de Dios. Por eso como discípulos, le imploraron, le solicitaron la importante lección de saber orar; "Maestro, enséñanos a orar", lo dijeron y en eso es especialmente Maestro Jesucristo: En el arte de orar, de muchas, de muchísimas cosas nos dio ejemplo, pero en la principal, en la que es Maestro y modelo consumado, lección viviente y permanente es la oración. En todas las circunstancias, en todos los momentos hablaba con Dios o hablaba de Dios.

En Cristo, orar es un continuo coloquio amoroso con su Padre; le alababa, le imploraba, con toda seguridad recurría a Él para que le concediera favores, para reconocerlos, para ofrecerle sus tristezas y dolores, su pasión, su agonía, su muerte, su espíritu.

En Jesús aprendernos fácilmente, que orar es tener siempre el corazón elevado hacia el Señor, como abierto hacia las alturas, como manteniendo operativo un circuito intercomunicador entre el hombre y Dios, el hijo y su padre. Un circuito de confianza, de esperanza, de seguridad, de entrega, de amor. Por eso el hombre sin oración es un ser mutilado, errante, frustrado, indigno. Rezar, orar, hablar, dialogar, conversar con Dios, es para el hombre como el aire para la respiración, como la luz para los ojos, como la paz para el corazón y además, Dios se complace tanto en la oración que ha dicho: "Pidan y recibirán, porque el que busca encuentra, al que llama se le abre, al que pide se le da."

No menos que la oración, necesita el hombre la superación, el adelanto, el, perfeccionamiento constante, como que tiende de manera irrefrenable a lo alto y cuando se deja llevar por las pasiones o los vicios, por los pecados o las malas costumbres, sabe que se rebaja, que se destruye y por eso es infeliz y sufre, porque la felicidad lo obliga siempre a un mejoramiento real y verdadero de todas sus facultades, especialmente de sus facultades espirituales y del entendimiento de la voluntad.

Crece en la ciencia, llevado por una inagotable sed de saber, crece en la virtud por una impulsivo fuerza de hacer el bien. Ser más sabio y ser más bueno, es el programa que debe desarrollar, sintiendo, que al centro de todo, como motor, está su corazón, para que sea el amor la dinámica de su crecimiento, que lo lleva a darse primero a sus hermanos como único camino de perfección para llegar hasta su Padre Dios.

 

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

He ido advirtiendo que las reflexiones sobre el Padre Nuestro, nos ayudan a todos a reconocer las muchas enseñanzas que Jesús, nuestro Maestro, nos dejó con la suprema lección que nos dio al componer su oración.

Por eso, voy a continuar comentando para ustedes, cada una de las frases verdaderamente profundas que contiene y que al decir de los grandes Doctores, incluyen y abarcan todo, absolutamente todo lo que el hombre necesita decir a Dios, porque quedan como propuestas en 7 expresiones, que bajo el número septenario, bíblicamente indican universalidad o totalidad. Después de la introducción tan bella que ya consideramos, la primera expresión de nuestra oración es: "santificado sea tu nombre". Evidentemente, "Santificar su nombre", nos hace declarar nuestra obligación de honrar a Dios, ¿cómo honramos a Dios?. En lugar de una sola reflexión meditativa acerca de esto, voy a enumerar 10 cosas prácticas de los muchos aspectos que sugieren. "Honrar a Dios es ":

1.Reconocerlo, aceptar su existencia, descubrirlo como autor de todos los seres, no vivir como si Dios no existiera.

2.Conocerlo, saber quién es, distinguirlo de los demás seres, darle su lugar en el orden de nuestros conocimientos, establecer su dignidad como ser supremo de Excelencia total.

3.Entenderlo, aunque nunca lograremos comprenderlo cabalmente, nuestro conocimiento de Dios habrá de ser progresivo, buscando que nuestra inteligencia se vaya enriqueciendo, iluminando más con Él; nunca agotaremos su conocimiento, ni alcanzaremos a penetrar en todos sus misterios.

4.Usar su nombre con respeto, con reverencia como algo verdaderamente santo, tan sagrado que en tanto es santificado, en cuanto nos santifica.

5.Venerar y apreciar santamente las personas, lugares y objetos o cosas directamente relacionadas con Dios o con su culto, evitando toda profanación o sacrilegio.

6.No atribuir a Dios lo que es puramente natural o físico, aunque parezca maravilloso, ni llamar divino lo que es simple obra humana o parece misterioso, para no caer ni en la superstición ni en el ocultismo.

7.Actualizar la presencia de Dios: "Dios me ve", solían decir los antiguos, o "¿a dónde podré huir lejos de tu prestancia?", confiesa el Salmista.

Honra mucho a Dios el que toma en cuenta su omnipresencia, el que rectifica sus acciones porque Dios lo ve.

8.Consagrar el mundo a Dios. Con esta expresión, el Concilio Vaticano inculca a los fieles la gran tarea que los corresponde, de usar correctamente de los bienes materiales o temporales, que no debían ser nunca obstáculos sino medios legítimos que los lleven a Dios.

9.Dedicar las buenas obras a Dios: "Yo hago esto por amor a Dios", ha sido también una tradicional expresión muy estimulante, por la cual los cristianos, como artistas del espíritu, embellecen lo mejor que pueden su vida para agradar a Dios.

10."Todo sea para mayor gloria de Dios", como lo dijo San Pablo y lo hizo lema San Ignacio, no sólo para repetirlo como un estribillo mecánico, sino para que de acuerdo a las palabras de Jesús, "brille así nuestra luz ante los hombres para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos", que de palabra y obra honremos siempre a Dios repitiendo con sencillez y sinceridad: "Bendito sea Dios, Bendito sea su Santo Nombre".

 

VENGA A NOSOTROS TU REINO

Vamos a dedicar nuestra atención a la petición del Padre Nuestro "Venga a nosotros tu reino". Curiosa o interesante petición. ¿Sabemos en verdad lo que pedimos, cuando le decimos a Dios: "Venga a nosotros tu reino?". A veces creo que con esta petición nos sucede algo parecido a lo que le paso a la madre de los hijos del Zebedeo, quien solicitó para ellos a Jesús: "Manda que estos hijos míos, se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu reino". Y Jesús le contesto: "No sabéis lo que pedís". Así creo que sucede con muchos que rezan el Padre Nuestro sin saber lo que piden, cuando piden venga el reino de Dios y precisamente porque al igual que aquella madre, tienen un sentido muy equivocado de ese reino. Sin embargo las lecciones de nuestro Maestro son educativas y las vamos aprendiendo. Veamos tres acepciones que se usan para entender mejor el sentido propio evangélico de Jesús:

1) Hay quienes piensan que el reino de Dios. Consiste en la gloria futura. En nada se relaciona con la vida presente, más que algo que ha de venir, es algo a lo que hay que llegar. No está en el mundo, sino fuera del mundo. No alcanza dimensión temporal sino sólo dimensión celestial. Con ironía se ridiculiza al cristiano como ajeno a los intereses de este mundo. Evidentemente este reino no viene a nosotros.

2) En un sentido sumamente materializado y terreno, hay quienes lo suponen como lo suponían los apóstoles cuando consideraban a Cristo como el que restauraría el reino de Israel; es decir: El orden socio político, en el que entran necesariamente todos los elementos humanos de ambición, poder y represalias a los opositores del sistema. Jesús mismo rechazó enérgicamente tal interpretación en su tiempo, pero no es raro en nuestros días, adivinarlo y sospecharlo en las ideologías de muchos guerrilleros y revolucionarios.

3) Para la mayor parte, el reino de Dios es la Iglesia de Cristo corno sociedad establecida entro los hombres, que aunque está en el mundo, no es el mundo, porque no pertenece a sus categorías ni a sus valores, pero sí es la que ha hecho venir a Dios a la tierra, para seguir caminando en la historia hasta llegar a su consumación en el Cielo. Este sentido, hay que considerarlo sólo parcialmente válido, porque entre Iglesia y Reino aún debe distinguirse como entra semilla y fruto.

La Iglesia es el reino que se inicia en marcha, no es aún el reino consumado, pleno y realizado. Ya se dan en ella los elementos básicos, pero todavía se tienen que seguir desarrollando todos los valores del reino, que Jesús vino a instaurar y que nos enumera hermosamente una de las plegarias de la fiesta de Cristo Rey, cuyo reino no es de este mundo porque es un "reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la GRACIA, reino de justicia, de amor y de paz". Ese sí es el reino que Jesús nos enseñó a pedir que venga a nosotros.

 

HÁGASE TU VOLUNTAD

Quizá la petición más seria y más fuerte, que tenemos que presentar cuando rezamos el Padre Nuestro, es ésta: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo". Es fuerte y seria porque tiene cuatro aspectos muy hermosos: de reconocimiento, de aceptación, de compromiso y de consuelo.

1) De reconocimiento: Reconocimiento de poder y de sabiduría. Con cuánta belleza lo expresó María Santísima al exclamar: "Hizo en mí cosas grandes el que todo lo puede". Qué mayor seguridad, qué mayor confianza podrá tener, el que recurro a quien puede y sabe; puede y sabe hacer las cosas. El conocimiento de esplendidez, que nos hace confiar en un Dios que supera nuestra pequeña esperanza, con su voluntad, que se cumple en la tierra como en el cielo. Reconocimiento de su fidelidad, porque el cielo y la tierra pasarán, pero su palabra se cumplirá.

2) De aceptación. Podrá tal vez aceptarse la voluntad divina, con una doble actitud; actitud gozosa de pleno consentimiento de sumisión y grata disposición a los planes de Dios, corno la Virgen Santísima; cuyo sello magnífico y señorial lo dio al decir como un eco, sus propias palabras: "Hágase en mí, según tu palabra", o con actitud de resignación a veces pasiva, destrozada, resistente y resentida, o a veces respetuosa, tranquila y comprensiva.

3) De compromiso: Compromiso ante el reto y la exigencia que supone enfrentar nuestra pequeña, débil y titubeante voluntad humana a la formidable, consolidada e indefectible voluntad divina. Como Jesús cuándo exclamó en la hora crucial de aceptar su pasión: "Padre mío, no se haga mi voluntad sino la tuya"; Como anteponiendo la tierna palabra "Padre" para arrebatar de ahí la fuerza, para hacer coincidir con la de él su voluntad. Esta expresión encierra en tan pocas palabras, el tremendo y heroico drama de la obediencia y de la libertad del hombre ante la soberana libertad del Padre.

4) De consuelo: La más hermosa dimensión que nos da la fe y que nos ayuda a situarnos en nuestro propio lugar y abrir los ojos para atisbar y muchas veces admirar los magníficos planes de Dios, viene de recoger el preciso significado de. Esta frase: "Hágase tu voluntad". Si hasta la hoja del árbol no se mueve sin la voluntad de Dios, si hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados, si Dios tiene cuidado de los pajarillos y de las flores del campo, ¿cuál no deberá ser el consuelo, la entrega confiada, la esperanza cierta de un hijo de Dios, al pensar con cariño y respeto que se cumplen en él, los designios de Dios, como se cumplen tantas cosas de indescriptible belleza y orden, tanto en la tierra como en el cielo?". Esta grandiosa imploración, ha fraguado a los mártires, a los héroes, a los santos. Ha elevado al hombre a ser hijo de Dios, ha plasmado el ejemplo supremo, en la persona de Cristo: De Él aprendamos, como Él cumplamos.

El PAN NUESTRO

Había ya recorrido la primera parte, tengo pendiente la otra mitad. Bellamente El "Padre Nuestro" tiene esas dos partes bien claras: La primera que trata las cosas que honran a Dios y la segunda que trata las cosas que necesita el hombre. De esta oración se puede decir lo mismo que nos enseñaron en el catecismo infantil sobre los Mandamientos de la Ley de Dios, cuando nos aclaraban que los tres primeros se refieren al honor de Dios y los otros siete al provecho del prójimo.

Así también puede aplicarse tal descripción al Padre Nuestro; donde las cláusulas de la primera parte se refieren a la alabanza de Dios y la segunda parte se refieren a las necesidades del hombre. Ahora bien: La primera cláusula de esta segunda parte: "Danos hoy nuestro pan de cada día", se refiere a la necesidad fundamental del hombre que es la subsistencia y no es difícil apreciar el paralelismo de las expresiones iniciales de cada parte, cuando notamos que el "pan nuestro, nos lo da el "Padre Nuestro". Se establece una relación directa entre "el pan" y "el padre", como para constatar que la vida que es como el efecto inmediato del pan, tiene su fuente original y necesaria en el padre.

¡Cuánta luz ofrece esta sola reflexión! Que el padre, todo padre, en el cielo y en la tierra, completa su paternidad instintivamente dando el pan de Cada día; y que el hijo, todo hijo, en el cielo y en la tierra, busca en su padre instintivamente la fuerza que necesita para vivir. El sabor delicioso del pan que sacia el hambre, no es otra cosa sino el signo de ese otro sabor más delicioso todavía que tiene el amor paterno y del que todo hombre está aún más hambriento, según el dicho profundo de San Agustín: "Nos hiciste, Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti"

Comer y amar son las necesidades fundamentales del hombre; como el cuerpo no vive sin el pan, el corazón tampoco vive sin el amor. Ojalá que sepamos comprender que uno y otro hay que pedirlos diariamente a Dios, que por ser Padre, lo mismo quiere damos el pan para el hambre de nuestro cuerpo como todavía más quiere darnos el amor, para calmar el ansia de nuestro corazón.

 

DANOS...

Nos toca reconocer la abundante y fecunda riqueza de enseñanzas que nos ofrece el "Padre Nuestro", en cada una de sus peticiones. En la petición del pan vamos a considerar y analizar esta palabra: "Danos". La palabra "danos" parece que cómoda y tranquilamente nos sitúa en un nivel paternalista, de total confianza, de entera pasividad. Si nos dejamos llevar de la indolencia y de la irresponsabilidad, no estaremos muy lejos de entender esta palabra tan favorablemente, que hasta nos gustaría imaginar que se repitiera con nosotros lo narrado en el libro del Exodo, con los peregrinos del pueblo escogido, a quienes en su trayecto por el desierto, Dios les concedía recibir todos los días directamente del cielo, como lluvia prodigiosa, el Maná que los nutrió durante cuarenta años.

Si bien, en circunstancias especiales y excepcionales, Dios ha querido mostrar la generosidad y eficacia de su providencia con su pueblo elegido, "El Padre Nuestro" no nos autoriza con esa palabra a atribuir a Dios un paternalismo tan absoluto, totalitario y fatal, que nos dejo enteramente en sus manos, despreocupados y sin el más leve interés de procurar nuestra dignidad y nuestro destino personal; más bien, al pedirle a Dios y confiar implícitamente un compromiso; el de saber recibir con gratitud y aprecio lo que nos da para sentimos obligados a dar nuestro rendimiento humano. Él nos da de comer para que nosotros tengamos fuerza para trabajar; el mismo trabajo responsable y fecundo, se volverá razón para obtener la comida, y hasta se podrá establecer como derecho para conseguirlo, según la directa expresión de San Pablo que dice "El que no trabaja que no coma".

Lejos está Jesucristo nuestro Salvador, de querer fomentar la holgazanería y la irresponsabilidad. Así como guardamos nuestra dignidad de personas al aprovechar lo recibido. Mientras hacemos nuestra vida más productiva, más útil, más desarrollada, más honramos por lo mismo al padre que nos la sostiene; una vida útil y responsable, es la respuesta digna y necesaria al don de la vida. Si algo debiera sacarse como consecuencia para aplicarse a la vida familiar, es amonestar a los hijos para que no se contenten y se queden muy tranquilos con recibir todo de sus padres. Ojalá que antes de casarse o de abandonar el hogar paterno, sepan, con su trabajo, corresponder a las necesidades de sus padres y a no abandonarlos en su vejez.

Si algo debiera aplicarse a la vida social, sería la exigencia de madurar cada uno en su responsabilidad cívica o comunitaria, para que se vayan acabando los paternalismos oficiosos de parte de los funcionarios, que presumen de otorgar favores y de parte del pueblo, que quiere conseguir todo dado y regalado, lo que con dignidad debe tener por su propio trabajo, por su propio derecho.

 

EL PAN DE CADA DÍA

Vamos a poner nuestra atención en la expresión del Padre Nuestro que habla del "pan de cada día". No podemos menos que admirar la profunda sabiduría de Jesucristo; nos enseña dos cosas; a contemplar a un padre providente que día a día cuida a sus hijos. Dios no es el simple creador que abandona su obra después de producirla, es el Padre diligente que a diario provee lo necesario para que su obra siga existiendo. Nos enseña además a contener nuestra ambición, nos enseña a pedir solo lo necesario y no lo superfluo, a quedarnos en el realismo del presente para no caer en la incierta llegada del futuro.

El pan de cada día no solo Significa el pan material, significa también el trabajo con que se gana el pan, según la sentencia bíblica: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", de lo cual debemos reconocer que tener trabajo es un don de Dios.

A veces se piensa en el trabajo bajo el solo aspecto de actividad del hombre con que adquiere el derecho de ganarse la vida, es válido ese aspecto pero no es el único, el trabajo, además de ser medio de ganarse la vida, es una oportunidad que se ofrece, y que muchas veces desgraciada e injustamente se niega al hombre. Aquí es importante caer en la cuenta, del papel tan noble y decisivo que tienen como administradores de Dios, como verdaderos instrumentos, de su divina providencia, todos los que pueden ofrecer trabajo, ser fuente de empleos, ser proveedores de labor. La doctrina social cristiana señalará como una obligación estricta de justicia social y no como simple caridad, la urgencia de compartir los bienes, lo cual quiero decir que los que los tienen en mayor abundancia, no se han de contentar con ofrecerlos en un don pasajero y perentorio, sino que han de llegar hasta proveer lo necesario para aquellos que producen el pan de cada día.

En las circunstancias tan agudas y apremiantes de desempleo y desocupación que padecemos, exhorto a todos mis hermanos creyentes y a los amigos de buena voluntad, a reaccionar cristiana y fuertemente, humana y hermanablemente, para ser en la tierra medianeros del Padre del cielo, para que en cuanto dependa de nosotros, no falte a ninguno de nuestros hermanos, el pan de cada día, y tal vez lleguemos así a comprender mejor, por qué Cristo va a premiar con la vida eterna a quienes va a dirigir la confortadora y beatificante sentencia: "Venid benditos de mi Padre, a gozar el reino que os tengo preparado, porque tuve hambre y me disteis de comer".

 

EL PAN...

Me gustaría terminar las reflexiones sobre la petición del "Padre Nuestro", dedicando en especial una al mismo pan, porque en el pan, con el pan y por el pan, Dios quiso realizar y revelarnos el más hermoso misterio: "La Eucaristía".

Primero, un día en el desierto, Jesús multiplicó el pan para dar de comer hasta saciar a más de cinco mil gentes, después a la muchedumbre y a los discípulos que lo seguían, los advirtió con toda claridad que si lo seguían por el pan que les había dado, les prometía otro pan, el verdadero pan que ha venido del cielo, el verdadero pan que da la vida al mundo, el verdadero pan dado por Dios, el verdadero pan que no dejará morir jamás a quien lo coma, el verdadero pan que es El mismo, porque como dice, "El pan que yo dará es mi carne para la vida del mundo, el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el, último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron en el desierto los antepasados que murieron, el que coma de este pan vivirá para siempre".

Cuando Jesús hizo estas declaraciones en el desierto, los judíos se escandalizaron y decían: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?", Y los propios discípulos con fuertes dudas exclamaban "¡duras son estas palabras!", pero esos mismos discípulos comprendieron el alcance de aquellas palabras en aquella Cena Pascual, celebrada con su Maestro un día antes de su Pasión, cuando lo vieron tomar el pan que les repartió diciéndoles: "Tomad y comed, esto es Mi Cuerpo que será entregado por vosotros". Estoy seguro que todos los apóstoles como en un relámpago de luz recordaron cuando Jesús los había predicho "soy el pan de vida".

Ya en el cenáculo nadie repuso ni replicó, sino que en la primera comunión más emotiva, silenciosa y devota, los apóstoles comieron por primera vez el verdadero pan del cielo, Jesús, Hijo de Dios.

Los intérpretes de la Biblia, siempre han comentado con admiración, que Jesús, por las contingencias que conocemos y que siempre son disposiciones providenciales, nació en Belén, que quiere decir: "casa del pan" En Belén pues, bajó el pan del cielo, en el cenáculo empezó a darla vida al mundo, por boca de los apóstoles.

Todos los autores y escritores sin excepción se embelesan al descubrir la estupenda transposición que Jesús escondió en la petición del pan de cada día, en la cual, con hambre humana nos hace pedir el pan de nuestro cuerpo, y con hambre divina nos hace pedir el pan que es su cuerpo. Un eco sonoro de esa transposición es la exclamación de los discípulos cuando dijeron: "Señor danos siempre de ese pan".

 

PERDONA NUESTRAS OFENSAS

Consideremos ahora la cláusula que dice, "perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Al hacer esta imploración, muy pronto vamos advirtiendo que el perdón tiene un doble aspecto: Uno, pedirlo, otro concederlo. Pedirlo es fácil, concederlo es difícil; tomemos el primero por el cual, todos cuando pedimos perdón, a cualquier persona y sobre todo a Dios, lo hacemos seguros de que se nos va a conceder de una manera completa, universal o ¡limitada en cuanto al tiempo, en cuanto al modo y en cuanto a la gravedad, no importa el peso o el número de nuestros pecados, siempre confiamos en conseguir el perdón total y definitivo. Esta totalidad del perdón que esperamos de parte de Dios, se basa en dos razones principales: en que El es infinito, y en que es el Padre. Como infinito, es un ser cuya bondad no tiene límites; como el padre representa un amor que no sabe otra cosa que no sea amar y por tanto es alguien dispuesto a dar siempre, eso es lo que significa la palabra perdonar, compuesta del reduplicativo por y del verbo "donar", que equivale a dar siempre. La imagen más estupenda y sugestiva de Dios, que nos ha revelado Jesucristo, ha sido cuando nos pintó al padre en la parábola del hijo pródigo. En esa historia, la prevaricación y la ofensa del hijo aparecen bien claras e injustificables, parecen imperdonables y aunque lo fueran en sí mismas, la hermosa historia nos lleva al desenlace inesperado del hijo que recurre a una luz de esperanza al recordar a su Padre y que se encuentra con el sol esplendoroso, en el Padre que le abre los brazos y no lo deja ni hablar para concederle el misericordioso perdón, más abundante de lo que el mismo hijo lo había esperado.

El Papa Juan Pablo II en reciente Encíclica en la que hizo un análisis profundo sobre esa incomparable parábola del hijo pródigo, se refiere a Dios con la estupenda descripción de San Pablo, llamándolo: "Rico en misericordia". En verdad, si todos los atributos de Dios son infinitos y grandiosos, el que de algún modo nos gusta más y lo imaginamos mayor entra todos es el de su misericordia; y no sólo lo expresa el Salmo cuando nos dice que "El Señor es infinito en su misericordia, lento a la ira y generoso para perdonar; no se irrita para siempre, ni el enojo le dura eternamente".

También una canción moderna nuestra, lo ha captado con mucha claridad cuando nos hace cantar muy convencidos: "si el pecado es humano, perdonar es divino". Desde el sentimiento popular más humilde hasta la expresión teológica más elevada, la misericordia de Dios brilla como la más fulgurante esperanza para la miseria del hombre. Misericordia es también palabra compuesta de "miseria" y "corazón"; mientras más grande la miseria, más grandioso el corazón que la compadece.

Ante la total miseria del hombre no queda sino recurrir a la total grandeza del corazón de Dios, que por eso, como nos ha enseñado el Papa es "rico en misericordia".

Sigamos con el asunto del perdón que a todos nos gusta tanto. He oído en estos días, en varios ambientes, una frase que parece tener mucha aceptación, y muy amplia aplicación. Me refiero a esa expresión que dice: "Es más fácil pedir perdón que pedir permiso", de donde se desprenden claramente dos cosas: Primero, la facilidad con que se supone se conseguirá el perdón; segundo, el agravio de la falta intencionalmente cometida, para lograr posteriormente la absolución. Lo cual quiere decir que en el terreno del perdón, no sólo es importante reconocer la misericordia de Dios que perdona, de un Dios, cuya bondad sobrepasa toda la maldad y toda la perversidad, de un Dios en fin, rico en misericordia.

Es igualmente importante atender a las disposiciones del pecador, el cual, si es merecedor del perdón cuando está bien arrepentido, no merece perdón, cuando delibera perseverar en el mal; porque una cosa es pedir perdón de algo que pesa, que duelo, que se ha hecho por debilidad o por desconocimiento y otra cosa es ofender con advertencia del mal, con conocimiento claro de transgresión y con intención contraria a la intención de la ley.

Empezamos a descubrir que la maldad del pecado consiste precisamente en una oposición directa, muy clara y bien percibido ante Dios, Si la verdadera disposición ante Dios la expresamos cuando decimos como hijos "Hágase tu voluntad", la trastornamos como rebeldes, cuando con el pecado, en forma consciente nos plantamos ante El como diciendo: "Hágase mi voluntad". El pecador implícitamente conoce la voluntad de Dios, pero anticipándose en su corazón con la idea de ser perdonado, arremete con su voluntad, contra la voluntad divina; no se somete, arremete contra Dios y así comete su pecado.

Si como hemos dicho, la misericordia es el aspecto más hermoso y más elevado de Dios, por lo mismo, el pecado nos da el aspecto más horroroso, más terrible y más vil del hombre, uno en el cenit y otro en el abismo. El primero en el cielo y el segundo en el infierno. A pesar de eso, de esa distancia infinita, abismal en que se coloca el pecador con su pecado delante de Dios, el salmista nos recuerda que el Señor, por su misericordia, está cerca de los que lo invocan y que si un abismo lo separa, el pecador puede clamarle desde lo más profundo para encontrar a su Dios, como su Padre clemente y misericordioso; y todavía más, que aunque nuestros pecados nos infecten como la lepra, o nos vuelvan de color escarlata como la grana, Dios, con su perdón, nos volverá sanos, nuevos, vivos. Para Dios perdonar es una fiesta, para Jesús es resucitar, para el Espíritu Santo es vivir, es Gracia: Habrá más fiesta en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que no necesitan penitencia.

El Buen Pastor se regocija con la oveja perdida y la mujer con la moneda encontrada; estás son las imágenes evangélicas transparentemente bellas del Dios que perdona, del Dios que sabe perdonar, del Dios que quiere perdonar. El pecador tendría que caer a la cuenta, reflexionar y decidir no ofender a un Dios tan bueno, no lastimar a un Padre tan noble, no herir a un Dios tan justo; porque quizá aún cuando Dios quisiera perdonarlo, lo imperdonable sería arremeter contra Dios.

 

PERDONAR

A enseñanza del Padre Nuestro que venimos considerando, nos introduce en la parte más Evangélica y esencial, cuando para sorpresa nuestra, más que nada para compromiso nuestro, nos hace poner la condición necesaria: Alcanzar el perdón tan anhelado y suspirado de nuestras culpas. Esa condición la ha establecido Jesucristo y la ha vinculado de manera inseparable, así que la condición para ser perdonado está en perdonar, la condición para quedar libres de nuestras deudas está en que nosotros mismos liberemos de ellas a nuestros deudores, la condición para pedir perdón es que nosotros mismos sepamos conceder el perdón.

La enseñanza de Cristo a lo largo de todo el Evangelio, a lo largo de su vida personal y a lo ancho de sus ejemplos revolucionarios, seguirán ilustrando ese principio que recogerá con tanto sabor y urgencia, el dulce y amable Francisco de Asís, quien por eso, en la parte modular de su preciosa plegaria incluyó esta expresión "Hazme un instrumento de tu paz, donde haya ofensa ponga yo perdón. Oh divino Maestro concédeme que no busque ser perdonado sino perdonar, porque es dando como recibimos, es perdonando como tú nos perdonas".

Me atrevo a decir que el meollo de la vida cristiana está expresado en esta práctica, que la novedad del Evangelio está proyectada en esa condición y que el testimonio maravilloso de un verdadero discípulo de Cristo está en el aprendizaje de esa lección. Es perdonando como somos perdonados. Y no sólo es condición, sino también es medida según lo que el mismo Jesús dijera: "Con la misma medida que midieran serán medidos" se vuelve más apremiante que como condición, pues las dos palabras enlazan la cláusula, al decir "como también", nos colocan ante una proporción o una equivalencia, lo cual quiere decir que seremos perdonados como nosotros perdonemos.

Nosotros mismos pondremos la medida en que deseemos alcanzar el perdón. Jesús, para apoyar esta enseñanza contó la parábola de los dos deudores y la terminó con este reproche: "Siervo malvado ¿no debías tú también tener compasión de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?". No hay nada más claro ni en el Evangelio en todas sus palabras, ni en Nuestro Señor Jesucristo en todas sus acciones.

Cuánta fuerza puso al decimos que aún para orar, o para hablar con Dios, primero hay que hacer la reconciliación con el hermano. "Si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algún agravio contra ti, déjala ahí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano y después ve a ofrecer tu ofrenda". Y qué conmovedor su propio y personal ejemplo en la cruz, donde su primera palabra para empezar a hablar con el Padre, fue pedirle el perdón para sus enemigos, a quienes El mismo con su propia oración estaba ya perdonando. Es por eso un gran compromiso rezar el Padre Nuestro. Llegar a esa fórmula nos obliga a comprometemos en el perdón, pues nadie lo puede pedir si no lo va a con ceder y tendrá que aceptar que tan sólo lo va a obtener en la misma medida en que lo vaya a ofrecer.

De verdad el Padre Nuestro es la oración de los hijos al Padre, pero que no deben jamás de olvidar que son también hermanos y el Padre los ama en la medida en que formen con la buena familia. Recemos siempre como Jesús, Hijo del Padre y hermano del hombre.

 

PERDÓN CRISTIANO

Estoy seguro de que entro en un terreno muy difícil, al completar mis comentarios sobre el perdón, deteniéndome en lo importante que es perdonar a nuestros deudores, perdonar a los que nos ofenden, en una palabra perdonar como Dios. Porque como dijimos anteriormente el perdón del hombre es necesario para alcanzar el perdón de Dios. Quizá lo que más pueda oponerse a la práctica del perdón, a veces a la práctica de la caridad, es un sentido muy estricto de justicia y a veces también un sentido exagerado de la misma justicia; cuando tomamos en cuenta tan sólo lo que se nos debe en las ofensas personales que hemos recibido, nos colocamos inmediatamente en el nivel justísimo de la ley del Talión que decía y exigía: "Ojo por ojo y diente por diente"; clara expresión de una justicia que proclama y defiende que se dé a cada quien lo suyo, lo cual en principio es válido y regula las relaciones humanas, personales o sociales, pero que en ciertas circunstancias, por consideraciones especiales, podrían ser reajustadas cuando, en lugar del valor material de los bienes, predomine o se imponga el valor de la dignidad de la persona. Entre las personas y entro los pueblos, la justicia deberá mantenerse en la base de las relaciones, pero no impide que la caridad sin detrimento de la justicia, resuelva las situaciones cuando se vuelven difíciles o insoportables para las personas.

Las circunstancias y el ánimo virtuoso dará lugar a las nuevas relaciones justas; pongamos el caso de una deuda que el tiempo vuelve pesada al deudor sin grave perjuicio de la riqueza del acreedor, ¿se aplicarían las reglas estrictas de la justicia?, ¿no habrá otro camino si no hasta cuando, según la justicia, se cubra toda la cantidad y aún todos los intereses?. Es ejemplo sólo para dejar una reflexión en el orden económico.

Si nos referimos a nuestras relaciones en el orden moral, los horizontes se vuelven más vastos y sugestivos; ¿pensaremos, por ejemplo, en los casos de hermanos irreconciliables, de familias que han roto las relaciones para siempre, de los barrios de una misma ciudad o entre ciudades vecinas o cercanas cuya fisonomía o estilo se mantiene por la indiferencia o el menosprecio, guardando tan sólo los agravios históricos y rencillas de generaciones pasadas, sin pensar en lo mucho que podrían progresar si se ayudaran mutuamente; si se perdonaran superando las injusticias y se dieran la mano para proyectarse con mayor pujanza movidos por la caridad?.

¿No pensamos acaso, si en el terreno, de una noble reconciliación, estarán en nuestro país, la Iglesia y el Estado?, ¿Guardaremos la estricta justicia de la historia, o seremos capaces de promover una noble reconciliación, para proyectarnos a un futuro más esperanzado para la generación futura de los mexicanos?.

Con profunda visión de estadista "el benemérito de las Américas", nuestro insigne compatriota Don Benito Juárez, comprendió el paralelismo inseparable que hay entro las personas y los pueblos en su conducta, de manera que lo que somos como individuos lo reflejamos necesariamente como ciudadanos, cuando nos dejó su celebérrima sentencia; "entre los hombres, como entre los pueblos, el respeto al derecho ajeno es la paz". Gran invitación a respetar el derecho ajeno, gran lección para aprender de la historia de los pueblos.

En el momento presente, los cambios, los grandes adelantos sociales que están ocurriendo en tantos países, nos están advirtiendo fuertemente que la justicia necesita abrir su camino para proteger y promover más decididamente, el bienestar de las mayorías y para modernizar por encima de la misma justicia las formas nuevas de la administración pública y de la participación más integrada de todos los ciudadanos en los destinos de su propio país.

No dudemos que el mundo depende. en gran parte para su salvación presente, de que lograremos que llegue al corazón de todos, la inspiración que viene de saber perdonar a los que nos ofenden...

 

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN, aunque es apenas una parte de toda esta oración, a mí me llega a parecer como si fuera en sí misma toda una oración.

Es la expresión que coloca directamente a Dios y al hombre en su justa dimensión. La TENTACIÓN, por antonomasia, es cuando el hombre quiere usurpar el lugar de Dios. "Serás como Dios" le dirá el "tentador".

En el fondo, todo pecado es corno la tentación de suprimir a Dios, que estorba con su Ley o con sus preceptos, para que el hombre, pueda afirmar su propia voluntad, cuando ésta no coincide con la de Dios.

"Prohibido prohibir", llegará a ser el grito con el que el hombre rechazará toda autoridad, inclusive la divina, cuando trate de proclamar su libertad o su autonomía.

Sólo en el reconocimiento del SER SUPREMO, podrá el hombre SIMPLE CRIATURA, curar su soberbia y su descabellada pretensión, poniéndose en su lugar, ante Dios, con la humilde imploración "no nos dejes caer en la tentación" que por eso, es toda una oración...

NO NOS DEJES...

En aquellos tiempos, lejanos y tranquilos, de mis estudios en el Seminario, nuestro inolvidable Maestro de Filosofía, nos repetía, con bastante frecuencia, esta frase latina adhibeatis gladium distinctionis. El uso del latín, entonces, subrrayaba con especial entonación las recomendaciones académicas. Pero en trivial y sencillo castellano quería decirnos "aprendan a distinguir". El tiempo me ha hecho comprobar que, no era tan trivial y sencillo, "saber distinguir" sino que, en verdad es algo tan importante que, como él decía, la distinción es como una espada (gladium) que separa en las palabras o en las mismas ideas, muy distintos significados.

Esa advertencia, que me ha servido mucho en la vida, la propongo ahora a todos ustedes al referirme al asunto de la TENTACIÓN en la que es bien importante distinguir: la tentación, como sugerencia, de la tentación como caída. 0 sea, una cosa es"tener" la tentación, y otra muy distinta, "caer" en la tentación. Tan claro como que una cosa es "ser atacado" y otra, bien diferente, "ser vencido". La tentación, en su primer aspecto es solo "ataque"; mas en su segundo aspecto ya es "derrota". Las dos aparecen claras en la Biblia; la del Paraíso, a nuestros primeros padres, que termina en caída; y la del desierto a nuestro Salvador, que termina en victoria.

la orientación que Jesucristo nos enseñó pone el acento en ese segundo aspecto solamente, al hacernos buscar temerosa y confiadamente la ayuda de Dios, pidiéndolo NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN; tanto temerosamente, por el humilde reconocimiento de nuestra debilidad, como confiadamente, por el seguro reconocimiento de la divina bondad.

A todos, desde los gozosos días de la enseñanza catequística nos enseñaron esa clara distinción. Sin embargo parecen olvidarla porque o no rezan para vencer la tentación o la temen tanto que la confunden con el mismo pecado. En cambio, en la vida cristiana la simple tentación se convierte en un valioso ejercicio de dominio o de prueba personal; de temor reverencial o de amor obediente a Dios; de mayor conocimiento de sí mismo o de la meritoria resistencia ante el mal.

Ante la presencia del mal que nos rodea, ante los impulsos que surgen de nuestra naturaleza viciada, ante nuestra debilidad y ante nuestro deseo sincero de vencer, nos ha dado Cristo la imploración a Dios: no nos dejes caer en la tentación.

CAER ...

Una de las prácticas que nuestra fe católica nos ha enseñado y que transmite a sus fieles con profunda reverencia es el Vía Crucis. Ese acto piadoso que rememora el itinerario doloroso que Jesús recorrió desde el pretorio de Pilato hasta el Calvario y terminó en su Sepulcro. Recorrido que meditativa y reflexivamente sigue el cristiano considerando 14 pasos que la Tradición ha llamado 14 Estaciones, en las cuales se describen episodios o momentos sobresalientes de esa Vía Dolorosa de Jesús, cargando su cruz. ,

En él nos encontramos con LAS 3 CAIDAS de Jesús, bajo el peso de la Cruz. Estos 3 momentos vienen a iluminar este histórico itinerario de Cristo con elementos que si bien no se encuentran escritos en los Evangelios, sí son testimonios sellados por la constante Tradición en los lugares de la Vía Dolorosa de Jerusalén, donde ocurrieron; ese es un caso bien claro de que no todo lo guarda escrito la Biblia, cuando lo conserva y lo transmite una viva Tradición.

Esas 3 CAIDAS de Cristo, en el orden histórico, me parece que presentan 3 "caídas" del hombre en el orden espiritual.

De acuerdo con el convencimiento de que Cristo "cargó con nuestros pecados" representados en la cruz que cargó por nosotros; podemos también en sus 3 CAIDAS, representar las 3 "caídas" principales del pecador. Y aunque toda "caída" espiritualmente equivale a un pecado, no cabe duda de que son 3 sus peores "caídas".

Me atrevo a expresarle de esta manera: La primera caída, representa el primer pecado, la primera vez que se ofende a Dios, la primera, desgraciada y terrible destrucción del amor a Dios.

La segunda caída, representa el "volver a pecar"; no solo el segundo pecado, numéricamente considerado, sino la infortunada, la infiel, la miserable "recaída", después del impetuoso y quizá sincero arrepentimiento del primer Sacado.

La tercera caída, representa la "última caída" aquella de la que ya no se puede levantar; o la que ya no alcanza penitencia; o la que ya no alcanza perdón, esa "última" en la que se extingue la esperanza.. o esa "última" que hunde para siempre al pecador en su pecado ...

NO NOS DEJES CAER... esta es la suplicante, la urgente, la humilde fórmula contenida en la gran oración del hombre a Dios. A veces, dicha tan de prisa, para terminar más pronto nuestro rezo; tantas veces, dicha sin convicción, porque no apreciamos la gravedad de haber caído de la gracia de Dios y muchas veces, dicha tan temerariamente, al pensar que no necesitamos tan en serio, la ayuda de Dios.

En las CAIDAS de Cristo, confirmaremos la lección indispensable de rogara Nuestro Padre ¡NO NOS DEJES CAER...

 

LÍBRANOS DEL MAL

Llegamos a la cláusula final "LÍBRANOS DEL MAL". Nuestra atención debe empezar por destacar la importancia de la misma primera palabra "LÍBRANOS" que nos hace suspirar por el máximo don que es la "libertad".

El propio Dios quiere que apreciemos que "ser libres" indica el mayor favor que Él nos concedio. No siempre somos conscientes de que nos viene de Dios, como lo más gratuito y preciado, nuestra "libertad". Cuánto nos oprime, cuánto nos sujeta, cuánto nos reprime, nos priva, nos despoja de esa digna condición. De ahí la inevitable y directa conclusión de que si la "libertad" nos viene de Dios, de que, si la perfección de nuestro ser querida por el Creador consiste en ser "libres" entonces, el "mal" "todo mal", no es otra cosa que la pérdida, la desgracia, la carencia de tan insigne don; el "mal" .en el orden humano, se reduce en último término a la esclavitud, a la degradación, quizá a la incapacidad o impotencia.

En la medida en la que Dios nos hace libres, en esa misma medida nos quiere vencedores. Ser libres del mal, no es solo una concesión que nos hace mantener pasivos, para atribuir todo el efecto de la libertad a la intervención divina; ser libres, es resultado de una combinación de fuerzas: la de Dios que asiste, con la mía, que me decide; ser libres, es efecto de dos voluntades, perfectamente sincronizadas: la de Dios, sin la cual no se mueve ni siquiera la hoja del árbol y la del hombre, sin la cual ningún acto llegaría a tener categoría humana ; la libertad bellamente considerada, es la interacción respetuosa y cabal del Ser Supremo Con el ser humano; del primero ayudando, del segundo realizando; del primero, impulsando, del segundo, concretando.

Por eso, para "ser libres" hay que pedir la ayuda de Dios. No para contar con la protección mágica, sino para contar con la fuerza necesaria que nos haga capaces, a nosotros mismos, de vencer el mal.

"A Dios rogando y con el mazo dando..." lo dirá a su modo el sentir popular...

 

LIBRES DEL MAL

Nada mas equivocado será pensar que Dios se convierte en un "mago" o en un "genio protector" cuando lo invocamos para que nos libre del mal. El ciertamente cuida de nosotros, aun antes de que se lo pidamos. Pero cuando le presentamos nuestras peticiones, y muy especialmente cuando le rogamos LÍBRANOS DEL MAL, no es para desobligarnos de ser nosotros los primeros en cuidarnos, sino para infundirnos esa tranquilidad y serenidad que hacen falta en el ánimo, cuando el peligro nos acecha o nos rodea y viene a confortarnos y fortalecernos, la simple presencia, la sola asistencia de nuestro Padre.

""El Señor es mi pastor, nada me puede faltar". "Si el Señor está con nosotros, ¿quien podrá estar contra nosotros?".

"Nuestro auxilio está en el nombre del Señor". Estas expresiones bíblicas y otras parecidas son las formas paralelas o correspondientes a esta importante cláusula LÍBRANOS DEL MAL, con la que, no solo se confía el hombre a la amorosa protección de su Padre, sino que infunde en su propio corazón la seguridad de que ningún mal lo podrá dañar, porque, con la ayuda de Dios, todos los podrá superar.

Hermoso valor y enseñanza de la oración que nos hace no solo recurrir a Dios, sino que nos enfrenta con responsabilidad y fortaleza ante los temores y peligros. Así aparece el ejemplo de Jesucristo, en la oración del huerto que lo preparó a la intrépida realización de su pasión. Así aparecen los ejemplos de los mártires, de todos los tiempos, que..."vencieron en virtud de la sangre del cordero.. y no amaron tanto su vida que temieran la muerte..." como lo proclama el Apocalipsis. Así aparece también el incomparable ejemplo de todo aquel que tomo ofender a Dios y llevado, o más bien sostenido, por ese santo temor, supera y se libra del gran mal, que es el pecado.

La gran fuerza que proviene de la oración ha sido constante lección que han recibido y han transmitido todos los santos.

Uno de los más humildes y sencillos, el santo Cura de Ars, con la más firme convicción decía: "Con la oración todo lo podéis, sois dueños, por así decir, de la voluntad de Dios", o la otra atrevida afirmación de Sta. Teresa: "El que a Dios tiene, nada le falta: ¡solo Dios basta!", o la otra, dulce y tierna del salmista, "El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré?".

Ojalá que acabemos la idea de que la oración es algo pasivo, que deja todo en manos de Dios. Por el contrario, es algo tremendamente activo. Es algo que pone en nuestras manos con seguridad y confianza todo el poder de Dios...

 

NUESTROS MALES

Cuando decimos la oración de Jesucristo y pronunciamos sus palabras finales LÍBRANOS DEL MAL, supongo que por la imaginación de cada cual desfila una serie de figuras que responden a personas, objetos o eventos en que presentimos el mal que pueden ocasionarnos.

Ciertamente el mal genérico, o el mal, en abstracto, lo tememos, y en cierto modo confuso, pedimos que nada malo pueda ocurrirnos; pero, según las circunstancias que nos rodean, quisiéramos llegar a señalar y hasta nombrar aquello que nos atemoriza; y a veces, quizá en estilo muy humano, hasta lleguemos como a hacerle a Dios la lista y la recomendación de todas nuestras inquietudes.

Habrá que reconocer, en cuanto al mal, unos 3 tipos de inquietud y aun de angustia. El mal presente, como una enfermedad ya contraída; el mal inminente, como un ciclón que se anuncia; y el mal remotamente posible, como caer en la más extrema pobreza.

En el orden de las prioridades, nadie duda que la oración habrá de empezar y de insistir, por los males presentes, los que nos están afectando y dañando. Y cuando el mal nos lo infiere una persona, ella misma se vuelve objeto de nuestra recomendación al Señor, para alcanzar su conversión o enmienda.

En cuanto a los males inminentes, que son todas aquellas cosas que van a ocurrir, conviene discernir entre las que verdaderamente superan nuestras fuerzas naturales y los que quedan al alcance de nuestra previsión. Se pueden aplicar a estas situaciones lo que ordinariamente se entiende por "curarse en salud"; para no encomendar a Dios, lo que El mismo quiero que resolvamos nosotros mismos.

Y por lo que toca a los males remotamente posibles, sepamos más bien, como hijos que hablamos con nuestro Padre, poner nuestro futuro, con generosa y firme seguridad, en las manos de Aquel de Quien ha escrito San Pablo "que hace que todo contribuya al bien de los que aman a Dios".

Tengamos siempre una total confianza en todo lo que pidamos al Padre Jesús mismo quiso reforzar nuestra confianza en la oración, al afirmar rotundamente que "el que pide, recibe".

 

EL MAL, NO TAN MALO

Tal vez ustedes, conozcan una de las más celebres frases de San Agustín quien con su reconocida genialidad ha observado que: "De tal manera es Dios bueno que hasta de le mismos males sabe sacar bienes". Y en su momento, no dará el ejemplo al proponemos, como feliz la más grave culpa que se haya cometido y que dio lugar al hermoso plan divino de la Salvación. De ahí que con la más atrevida de sus frases haya exclamado "Feliz culpa que nos dio al Redentor Y así, la desastrosa desgracia ocasionada por el pecado original de nuestros primeros padres, la ve convertida en venturosa venida del Hijo de Dios.

Con esta visión teológico cristiana se aclara que el "mal" mismo tiene siempre una razón de ser en el orden divino de 1a Providencia. El pueblo también con su profunda filosofía cristiana ha hecho el eco de la frase agustiniana con el dicho tan conocido de que "no hay mal que por bien no venga".

Entonces empieza a tener un sentido muy esperanzador la súplica que hacemos, enseñados por Cristo, al decir, LÍBRANOS DEL MAL.

En esa súplica, aprendemos que nuestros males, o son relativos, o son subjetivos o son providenciales.

1. Algo es relativamente malo cuando muy claramente se relaciona con algo que necesariamente lo supera. Así, la muerte, la pasión de Jesús adquiere su verdadero valor, no cuando se la considera en sí misma, sino cuando se le relaciona con la resurrección y la pascua. La oración de Cristo en el huerto, pidiendo al Padre que le librara de aquella hora terrible de su pasión, se entiende ampliamente escuchada en la fortaleza que recibió para sobre llevarla, pero plenamente atendida hasta la hora de la glorificación.

2. Hay malos subjetivos. La mayoría de los males los consideramos tales por lo que nos afectan. Quizá Dios mismo nos libra de ellos cuando nos permite mirar a nuestro alrededor con mirada más objetiva y serena, y apreciar otros males más graves en nuestros prójimos. Como la sublime lección del P. Kolbe. El mártir moderno que, en el campo de concentración se ofreció a morir en lugar de un compañero cuya vida estimó más importante. El mal de su muerte lo cambió por el bien heroico de una substitución vital.

3. Los malos providenciales los entendemos con el ejemplo propuesto al principio. Y nos llevan a la convicción de que mientras más urgimos con nuestra oración a Dios para que nos libre de algún mal, mayor debe ser nuestra seguridad de que El encamina nuestra vida de manera que todo contribuya o a la gloria de sus planes, siempre soberanos, o a nuestro bienestar, siempre previsto sabiamente por el mismo Dios. La negación de Pedro, no sería tan dramáticamente bella, si no la hubiera utilizado el Señor pare obtener la triple declaración de su amor.

Concluyamos que la gran súplica, LÍBRANOS DEL MAL siempre nos dará una visión muy confortadora del Dios providente y misericordioso y a nosotros, un sentido de seguridad en la solución de todos nuestros males.

 

EL MAL

Con este comentario vamos ya a finalizar los que hemos dedicado a la última expresión rogatoria del Padre Nuestro; LÍBRANOS DEL MAL

En esta final consideración es pertinente aclarar algo que debíamos habernos preguntado desde el principio: ¿Cual es el tipo del "mal" del que pedimos a Dios que nos libre?.

Desde el original arameo, pasando por su traducción griega y llegando hasta nuestra versión castellana, el "mal" cuya liberación rogamos, puede entenderse en sentido objetivo o en sentido personal; y así, puede significar lo mismo "el mal" o el "maligno".

Al pensar en el ser personas que lo identifica, sin duda nos toca referirnos al mal personificado por Satanás. Siempre sentimos y sabemos que él no puede hacernos daño o mal alguno directamente; tan solo nos ataca como "el tentador" inclinándonos al mal. Mas bien pues, nuestra defensa contra él, la hemos suplicado en la cláusula anterior: "No nos dejes caer en la tentación" como ya quedó explicado.

Si sentimos fuerte la palabra "mal" y la queremos destacar como algo sustantivo, entonces llegamos pronto a saber que en ella estamos entendiendo el mal, por excelencia, que es el mal moral, o sea, el pecado, que es el mal de todos los males. Malo en sí, porque nos priva de inmediato de la amistad de Dios; y malo, por su terrible consecuencia, que nos llevaría a la pérdida definitiva de Dios. ¡Ese si sería el mal total!. En esa súplica, sin más y con verdadero fervor, deberíamos implícitamente implorar, la gracia mayor de todas; la perseverancia final, o sea, la de llegar en gracia a la presencia de Dios ¡No morir en pecado!.

No olvidemos, finalmente, que toda la oración Padre Nuestro, con sus plurales, desde el principio, con el "nuestro", hasta el fin, con el "líbranos", nos pone a rezar "en comunidad" como "Iglesia". Por eso, el discípulo de Cristo, no reza solo por sí mismo, comparte también los riesgos comunes; toma parte en los peligros que corren todos sus hermanos. Esta oración es, a la vez, de intercesión por los demás. La Iglesia, cuya voz resuena en cada uno de sus miembros, tiene siempre que expresarse como comunidad, en la que todos comparten las necesidades, los temores y las esperanzas.

En síntesis: el PADRE NUESTRO es la oración del mismo JESÚS, quien, al decir de San Agustín: "orat pro nobis; oral in nobis; el oratur a nobis" "ruega por nosotros; ruega con nosotros; y es rogado por nosotros".

"Como nuestro sacerdote, como nuestro hermano, como nuestro Dios".

"INSTRUCCIÓN RELIGIOSA Y EUCARISTÍA"

 


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