VIII. CONCLUSION


Asistencia a los padres

145. Existen diversos modos de ayudar y apoyar a los padres en el ejercicio del derecho-deber fundamental de educar a los propios hijos en el amor. Dicha asistencia no significa nunca privar a los padres ni disminuirles su propio derecho-deber formativo, que permanece « original y primario », « insustituible e inalienable ».33 Por esto, el papel de quienes ayudan a los padres es siempre a) subsidiario, puesto que la misión formativa de la comunidad familiar es siempre preferible, y b) subordinado, es decir, sujeto a la guía atenta y al control de los padres. Todos han de observar el orden justo de cooperación y colaboración entre los padres y quienes pueden ayudarles en su tarea. Es evidente que tal ayuda debe ser proporcionada principalmente a los padres y no a los hijos.

146. Quienes son llamados a ayudar a los padres en la educación al amor de sus hijos, han de estar dispuestos y preparados a enseñar en conformidad con la auténtica doctrina moral de la Iglesia Católica. Además, deben ser personas maduras, de buena reputación moral, fieles al propio estado cristiano de vida, casados o célibes, laicos, religiosos o sacerdotes. No sólo deben estar preparados en la materia de formación moral y sexual, sino ser sensibles a los derechos y al papel de los padres y de la familia, así como a las necesidades y los problemas de los niños y jóvenes.34 Así pues, a la luz de los principios y del contenido de esta guía, se deben situar « en el mismo espíritu que anima a los padres »;35 y, si los padres se creen preparados para impartir adecuadamente la educación sexual, no están obligados a aceptar dicha asistencia.

Fuentes válidas para la educación en el amor

147. El Pontificio Consejo para la Familia es consciente de la gran necesidad de material válido y específicamente preparado para los padres, de acuerdo con los principios ilustrados en la presente guía. Los padres dotados de la debida competencia y convencidos de estos principios, han de empeñarse en la preparación de tal material. Ofrecerán así la propia experiencia y sabiduría para ayudar a otros en la educación de sus hijos a la castidad. Los padres acogerán la ayuda y la vigilancia de la autoridad eclesiástica competente para promover el material adecuado y eliminar o corregir, lo que no está en consonancia con los principios antes ilustrados acerca la doctrina, los tiempos oportunos, el contenido y los métodos de dicha educación.36 Tales principios se aplican también a los medios modernos de comunicación social. Especialmente, este Pontificio Consejo confía en la obra de sensibilización y de apoyo a los padres por parte de las Conferencias Episcopales, para que sepan reclamar, donde sea necesario, frente los programas del Estado en este campo, el derecho y los ámbitos propios de la familia y los padres.

Solidaridad con los padres

148. En el cumplimiento de su ministerio de amor hacia los propios hijos, los padres deberían gozar del apoyo y la cooperación de los demás miembros de la Iglesia. Los derechos de los padres han de ser reconocidos, tutelados y mantenidos no sólo para asegurar la sólida formación de los niños y de los jóvenes, sino para garantizar el justo orden de cooperación y colaboración entre los padres y quienes pueden ayudarles en su tarea. Igualmente en las parroquias y otras formas de apostolado, el clero y los religiosos han de sostener y estimular a los padres en el esfuerzo por formar a los propios hijos. A su vez, los padres deben recordar que la familia no es la única o exclusiva comunidad formativa. Han de cultivar una relación cordial y activa con las personas que pueden ayudarles, sin olvidar nunca que sus propios derechos son inalienables.

Esperanza y confianza

149. Frente a los grandes retos para la castidad cristiana, los dones de naturaleza y gracia otorgados a los padres constituyen las bases más sólidas sobre las que la Iglesia forma a sus propios hijos. Gran parte de la formación en familia es indirecta, encarnada en un clima de amabilidad y ternura, que surge de la presencia y del ejemplo de los padres cuando su amor es puro y generoso. Si se tiene confianza en los padres para esta tarea de educación en el amor, se sentirán estimulados a superar los retos y problemas de nuestro tiempo con la fuerza de su amor.

150. El Pontificio Consejo para la Familia exhorta por tanto a los padres para que, convencidos del apoyo de Dios, tengan confianza en sus derechos y en sus deberes en orden a la educación de sus hijos, y la lleven a cabo con sabiduría y responsabilidad. En este noble deber, los padres han de poner siempre su confianza en Dios a través de la invocación al Espíritu Santo, el dulce Paráclito, dador de todos los bienes. Pidan la potente intercesión y protección de María Inmaculada, Virgen Madre del amor hermoso y modelo de la pureza fiel. Invoquen a San José, su esposo justo y casto, siguiendo su ejemplo de fidelidad y pureza de corazón.37 Apóyense los padres constantemente en el amor que ofrecen a sus hijos, un amor que « elimina todo temor », que « todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta » (1 Cor 13, 7). Dicho amor tiende y ha de ser orientado a la eternidad, hacia la eterna felicidad prometida por nuestro Señor Jesucristo a quienes le siguen: « Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios » (Mt 5, 8).

Ciudad del Vaticano, 8 diciembre 1995.

Alfonso Cardenal López Trujillo

Presidente del Pontificio Consejo

para la Familia

+ S. E. Mons. Elio Sgreccia

Secretario


 

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